DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE ARGENTINA*
Lunes 7 de abril de 2003
1. Agradezco vivamente el atento escrito que, con motivo de su visita a la Sede del Sucesor del Apóstol San Pedro, antes de finalizar su mandato presidencial, ha tenido la amabilidad de entregarme para hacerme presente el reconocimiento y afecto del querido pueblo argentino. Con su presencia hoy aquí quiere, sin duda, expresar la sincera gratitud de sus compatriotas por la contribución de la Santa Sede al servicio del progreso, la paz, la justicia y la dignidad de la persona humana.
2. La Iglesia ha acompañado siempre con su presencia y cercanía el caminar de los argentinos. A través, sobre todo, del generoso quehacer apostólico de los Pastores de esa querida tierra los ha alentado, especialmente con el anuncio de la Palabra del Señor y la propagación los grandes valores evangélicos, a afrontar con valor y confianza los desafíos del momento presente.
En mi solicitud por toda la Iglesia, conociendo las grandes dificultades que hay que afrontar cada día, sigo con interés las vicisitudes de la Nación argentina en este momento tan apremiante de la historia en el que los dramáticos acontecimientos que estamos viviendo nos hacen recordar a todos, principalmente a quienes corresponde la ardua tarea de regir los destinos de los pueblos, la responsabilidad que tienen ante Dios y ante la historia en la construcción de un mundo de paz y de bienestar espiritual y material.
3. Mirando a Argentina hago votos para que el patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia siga siendo un valioso instrumento de orientación para superar los problemas que obstaculizan la edificación de un orden más justo, fraterno y solidario. La Iglesia, testigo de la esperanza, está siempre dispuesta a servir de instrumento de conciliación y entendimiento entre los distintos sectores que componen el entramado social, a fin de que cada uno de ellos pueda cooperar eficaz y activamente a la superación de las dificultades. Se trata de un diálogo que, excluyendo todo tipo de violencia en sus diversas manifestaciones, ayude a mitigar los problemas que afectan primordialmente a los sectores más desfavorecidos de la sociedad, ayudando así a construir, con la colaboración de todos, un futuro más digno y humano. Detrás de las situaciones de injusticia existe siempre un grave desorden moral, que no se mejora aplicando solamente medidas técnicas, más o menos acertadas, sino sobre todo promoviendo decididamente un conjunto de reformas que favorezcan los derechos y deberes de la familia como base natural e insustituible de la sociedad. Asimismo se deben impulsar proyectos de defensa y desarrollo en favor de la vida que tengan presente la dimensión ética de la persona, desde su concepción hasta su ocaso natural.
4. La fe católica, cuya presencia en ese territorio se remonta a principios del siglo XVI, es una de sus riquezas. A lo largo de esta historia secular, la Iglesia que peregrina en vuestro pueblo ha producido frutos abundantes de vida a través de la labor de hombres y mujeres de reconocidas virtudes, como la Beata Madre Cabanillas, que tuve el honor de elevar a los altares el pasado año, y de tantos cristianos que han trabajado incansablemente en la proclamación del Evangelio como servicio al bien integral del ser humano. En efecto, las profundas raíces católicas que conforman el patrimonio espiritual de la Nación y se plasman en la cultura, en la historia y en algunos enunciados de la legislación, imprimieron su huella en los principios fundamentales de la Constitución de vuestro País, sin dejar de garantizar el legítimo respeto a la libertad religiosa. Argentina ha dado siempre muestras, dignas de todo reconocimiento, de saber acoger en su seno a gentes de todas las razas y credos, que han encontrado desde La Quiaca hasta la Tierra de Fuego y desde las grandes ciudades y pueblos andinos a los de las costas del Atlántico un lugar de convivencia pacífica y armónica.
5. Animo a todos los argentinos sin excepción a seguir adelante en la búsqueda del camino que conduce a la concordia, sin olvidar que éste no puede prescindir del respeto y de la tutela de los derechos fundamentales de la persona humana. Asimismo aliento a todos a seguir trabajando incansablemente por la construcción de una sociedad que facilite la igualdad de oportunidades y ahuyente toda sombra de discriminación entre sus miembros, no sucumbiendo nunca a los principios materialistas que ciegan las conciencias y endurecen los corazones. En esta hora difícil en el ámbito de las relaciones internacionales, debemos hacer presente que solamente desde el Evangelio podrán inspirarse principios de paz auténtica y perdurable. Pido a Dios que la Nación Argentina, avanzando por los caminos de la unidad y la solidaridad efectiva, alcance en un futuro próximo la prosperidad que anhelan sus hijos, después de haber pasado por una fuerte crisis. Que los que ejercen responsabilidades de gobierno, en la vida política, administrativa y judicial, así como los especialistas en las diversas ciencias sociales, acierten y se empeñen en llevar a cabo las reformas necesarias, a fin de que nadie carezca de los bienes necesarios para desarrollarse como persona y como ciudadano. Que presten especial atención a los sectores más desfavorecidos de la sociedad, los pobres en general y los desempleados, los jubilados, los jóvenes, sin olvidar a aquellos que por motivos obvios tienen que traspasar las propias fronteras emigrando a otros países en busca de un futuro mejor. Los argentinos, poniendo su confianza en Dios y contando también con la ayuda de la comunidad internacional, han de ser los principales protagonistas y artífices de una historia patria serena y promisoria para todos.
6. Señor Presidente, al regresar a su Nación transmita a sus compatriotas el saludo cordial del Papa, con la seguridad de su oración. Invocando la protección de la Madre de los argentinos, Nuestra Señora de Luján, les bendigo a todos con gran afecto.
*L'Osservatore Romano 7-8.4.2003 p.7.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.15, p.5.
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