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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS Y SACERDOTES
AMIGOS DE LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO


Sábado 8 de febrero de 2003

 

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos de la Comunidad de San Egidio:
 

1. Me alegra encontrarme con todos vosotros, que habéis venido a Roma de varias partes del mundo para algunos días de oración y reflexión, con ocasión del encuentro internacional de los obispos y sacerdotes amigos de la Comunidad de San Egidio. Dirijo un saludo particularmente cordial a los representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales aquí presentes.

Agradezco a monseñor Vincenzo Paglia las amables palabras que me ha dirigido, haciéndose intérprete de vuestros sentimientos comunes y, juntamente con él, saludo al profesor Andrea Riccardi, que ha seguido y animado desde los primeros pasos el camino de la Comunidad de San Egidio.

Vuestra asamblea quiere recordar el 35° aniversario de vuestra comunidad, que a lo largo de estos años se ha difundido en diversos países, creando una red de solidaridad en la comunidad cristiana y civil.

2. Os habéis reunido durante estos días para reflexionar en el tema:  "El evangelio de la paz", cuestión muy importante y sentida en el momento que estamos atravesando, marcado por tensiones y vientos de guerra. Por tanto, es cada vez más urgente anunciar el "evangelio de la paz" a  una  humanidad tentada fuertemente  por el odio y la violencia.

Es preciso redoblar los esfuerzos. No hay que detenerse ante los ataques del terrorismo, ni ante las amenazas que se ciernen en el horizonte. Es necesario no resignarse, como si la guerra fuera inevitable. Queridos amigos, dad a la causa de la paz la contribución de vuestra experiencia, una experiencia de auténtica fraternidad, que lleve a reconocer en el otro a un hermano al que se ha de amar incondicionalmente. Este es el sendero que conduce a la paz, un camino de diálogo, de esperanza y de reconciliación sincera.

3. En el mensaje para la Jornada mundial de la paz del 1 de enero pasado recordé el cuadragésimo aniversario de la encíclica Pacem in terris, de mi venerado predecesor el beato Juan XXIII. Hoy, como entonces, la paz está en peligro. Por eso, es importante reafirmar con fuerza que "la paz no es tanto cuestión de estructuras, como de personas. Ciertamente, estructuras y procedimientos de paz —jurídicos, políticos y económicos— son necesarios y afortunadamente se dan a menudo. Sin embargo, no son sino el fruto de la sabiduría y de la experiencia acumulada a lo largo de la historia a través de innumerables gestos de paz, llevados a cabo por hombres y mujeres que han sabido esperar sin desanimarse nunca. Gestos de paz brotan en la vida de personas que cultivan en su espíritu actitudes constantes de paz" (n. 9).

A través de una renovada conciencia misionera también vosotros estáis llamados, hoy más que nunca, a ser constructores de paz. Permaneciendo fieles y coherentes con la historia de vuestra tradición asociativa, seguid trabajando para que se intensifique por doquier la oración por la paz, acompañada de una acción concreta en favor de la reconciliación y de la solidaridad entre los hombres y entre los pueblos.

4. Las comunidades cristianas y todos los creyentes en Dios deben seguir el ejemplo de Abraham, padre común en la fe, cuando en el monte pide al Señor que no destruya la ciudad de los hombres (cf. Gn 18, 23 ss). Con la misma insistencia hemos de seguir implorando para la humanidad el don de la paz.

Dirijamos con confianza nuestra mirada a Cristo, el "Príncipe de la paz", que nos anuncia la buena nueva de la salvación, el "evangelio de la paz":  "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra" (Mt 5, 5). Él llama a sus discípulos a ser testigos y servidores del Evangelio, con la certeza de que, más que cualquier esfuerzo humano, es el Espíritu Santo el que fecunda su acción en el mundo.

A  la vez que os renuevo a todos la expresión de mi gratitud por este encuentro, invoco la protección celestial de la Virgen María, Reina de la paz, sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras iniciativas. Asegurándoos mi cercanía espiritual, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, a todos los miembros de la Comunidad de San Egidio esparcidos por el mundo, y a todos aquellos con quienes os encontráis en vuestras actividades diarias.



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