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CARTA DE FELICITACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL CORRADO BAFILE EN SU CENTÉSIMO CUMPLEAÑOS

 

(El cardenal Corrado Bafile, prefecto emérito de la Congregación para las causas de los santos, cumplió cien años el pasado día 4 de julio. Con esa ocasión, Juan Pablo II lo recibió en audiencia en la sala Clementina. Lo acompañaban otros 28 cardenales; numerosos arzobispos y obispos; sus familiares y las religiosas que lo cuidan desde hace 29 años. El Papa le regaló un icono de la Virgen y una medalla de su pontificado. Asimismo, le entregó la siguiente carta de felicitación.)

 

Al venerado hermano
Cardenal CORRADO BAFILE

Con alegría y gratitud al Señor le expreso, señor cardenal, mi más cordial felicitación con ocasión de su centésimo cumpleaños. Se trata de una meta en verdad significativa, que la Providencia le ha concedido alcanzar. Gracias a este singular privilegio, usted, nacido en L'Aquila al inicio del siglo XX, ha podido recorrerlo todo y, cruzado el umbral del gran jubileo del año 2000, se ha adentrado en el tercer milenio.

Por eso, me complace unirme a usted, querido y venerado hermano, al considerar, con íntima gratitud al Señor, la larga y rica experiencia realizada en estos cien años. En particular, tengo presente que usted, habiendo abrazado el sacerdocio  en  edad  adulta, ha estado siempre al servicio de la Santa Sede, desempeñando importantes y delicadas misiones durante largos períodos. Después de veinte años de apreciado trabajo en la Secretaría de Estado, el beato Juan XXIII lo eligió como camarero secreto participante; luego lo nombró nuncio apostólico en Alemania y lo consagró arzobispo, sugiriéndole tomar su mismo lema episcopal:  "Oboedientia et pax". Fueron particularmente intensos y provechosos sus quince años de actividad diplomática en Bonn, al final de los cuales el Papa Pablo VI lo llamó nuevamente a Roma y le encomendó la dirección del dicasterio para las causas de los santos, incluyéndolo pronto entre los miembros del Colegio cardenalicio. Era el 24 de mayo de 1976.

Deseo expresarle, además, mi gratitud y aprecio por todo lo que ha hecho como generoso y competente colaborador, tanto mío como de mis venerados predecesores. Me complace destacar sobre todo las elevadas convicciones espirituales que han orientado siempre su actividad. Cuantos han tenido el privilegio de estar a su lado, no sólo en el servicio a la Sede apostólica, sino también en la Asociación de los abruzeses en Roma y en la Legión de María, testimonian de forma unánime el celo sacerdotal y apostólico que ha animado siempre su servicio en las varias etapas de su larga vida.

Que la Virgen santísima, señor cardenal, le obtenga todas las gracias que desea, acompañándolo con su protección materna.

Con estos sentimientos y deseos, le aseguro mi afectuoso recuerdo en la celebración eucarística, a la vez que, en prenda de fraterna comunión, le imparto una especial bendición apostólica, extendiéndola a todos sus seres queridos en el Señor.

Vaticano, 19 de junio de 2003

JUAN PABLO II



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