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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE FILIPINAS EN "VISITA AD LIMINA"


Jueves 25 de septiembre de 2003

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. Con inmensa alegría os saludo, obispos de Filipinas de las provincias de Cagayan de Oro, Cotabato, Davao, Lipa, Ozamis y Zamboanga, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Sois el primero de los tres grupos de obispos filipinos que, durante los próximos dos meses, vendrán a Roma para "ver a Cefas" (cf. Ga 1, 18) y para compartir con él "el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia" (Gaudium et spes, 1) de vuestras comunidades locales. Estos días son un tiempo de gracia para vosotros, al rezar ante las tumbas de los Apóstoles y tratar de fortaleceros con el fin de anunciar "las inescrutables riquezas de Cristo", dando a conocer "el misterio escondido desde siglos en Dios" (Ef 3, 8-9).

Las palabras que os dirijo a vosotros hoy, y las que dirigiré a vuestros hermanos en el episcopado cuando vengan los dos próximos grupos, están destinadas a todos los obispos de Filipinas, que tenéis la misión de apacentar "la grey de Dios que os está encomendada" (1 P 5, 2).

2. Al inicio de este nuevo milenio, poco después de la clausura del gran jubileo del año 2000, los obispos de Filipinas convocaron la Consulta pastoral nacional sobre la renovación eclesial, para estudiar una vez más el tema que, diez años antes, había inspirado uno de los acontecimientos más significativos de la vida eclesial de vuestra Iglesia local:  el segundo Concilio plenario de Filipinas. De hecho, la Consulta nacional centró su atención precisamente en los resultados del Concilio, mirando con esmero y realismo a la aplicación continua de los decretos emanados por él.

Al compartir mis pensamientos con vosotros, quisiera también situar mis reflexiones en el marco de ese Concilio y de las recomendaciones que surgieron de él. Tres prioridades pastorales estableció el Concilio plenario:  la necesidad de ser una Iglesia de los pobres, el reto de llegar a ser una auténtica comunidad de discípulos del Señor, y el compromiso de dedicarse a una evangelización integral renovada. Dado que los obispos filipinos harán su visita ad limina a Roma en tres grupos, tomaré cada uno de estos tres aspectos como punto de partida para mis comentarios a cada grupo. Al hablaros a vosotros, comenzaré con la primera prioridad:  la Iglesia de los pobres.

3. En la declaración sobre el enfoque de la misión de la Iglesia en Filipinas, leemos esta afirmación sencilla e incisiva:  "Siguiendo el ejemplo de nuestro Señor, optamos por ser una Iglesia de los pobres". El Concilio plenario explicó ampliamente lo que significa ser una Iglesia de los pobres (cf. Actas y decretos del segundo Concilio plenario de Filipinas, 122-136). Dio una descripción sucinta de la Iglesia de los pobres como comunidad de fe que "abraza y practica el espíritu evangélico de pobreza y conjuga el desprendimiento de los bienes con una profunda confianza en el Señor como única fuente de salvación" (ib., 125). Se trata de un eco de la primera bienaventuranza:  "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5, 3).

Notemos bien que esta preferencia por los pobres no es exclusiva, pues abarca a todas las personas, prescindiendo de su nivel económico o su condición social. Sin embargo, es una Iglesia que presta atención preferencial a los pobres, intentando compartir tiempo y recursos para aliviar los sufrimientos. Es una Iglesia que trabaja con todos los sectores de la sociedad, incluyendo a los pobres, en busca de soluciones para los problemas de la pobreza, a fin de liberar a las personas de una vida de miseria y privaciones. Es una Iglesia, además, que aprovecha los talentos y los dones de los pobres, confiando en ellos para la misión de evangelización. La Iglesia de los pobres es una Iglesia en la que se acoge a los pobres, se los escucha e implica activamente.

4. Así, de una manera muy realista, la auténtica Iglesia de los pobres contribuye en gran medida a la necesaria transformación de la sociedad, a la renovación social basada en la visión y en los valores del Evangelio. Esta renovación es un compromiso cuyos agentes principales y fundamentales son los fieles laicos. Por eso, es preciso proporcionar a los laicos los instrumentos necesarios para que desempeñen con éxito ese papel. Esto supone una formación completa en la doctrina social de la Iglesia, y un diálogo constante con el clero y los religiosos sobre las cuestiones sociales y culturales. Como pastores y guías espirituales, vuestra atención esmerada a esas tareas contribuirá en gran medida al cumplimiento de la misión "ad gentes" de la Iglesia, porque "en virtud de la gracia y de la llamada del bautismo y de la confirmación, todos los laicos son misioneros; y el campo de su trabajo misionero es el mundo vasto y complejo de la política, de la economía, de la industria, de la educación, de los medios de comunicación, de la ciencia, de la tecnología, de las artes y del deporte" (Ecclesia in Asia, 45).

5. Naturalmente, no debemos perder de vista que el ámbito inmediato, y quizá más importante, del testimonio de los laicos por lo que respecta a la fe cristiana es el matrimonio y la familia. Cuando la vida familiar es sana y floreciente, hay también un fuerte sentido de comunidad y solidaridad, elementos esenciales para la Iglesia de los pobres. La familia no sólo es objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia; también es uno de los agentes más eficaces de evangelización. De hecho, "las familias cristianas están llamadas a testimoniar el Evangelio en  tiempos  y circunstancias difíciles, cuando la familia misma se halla amenazada por un conjunto de fuerzas" (ib., 46). Por consiguiente, vosotros y vuestros sacerdotes debéis estar dispuestos a ayudar a los matrimonios a relacionar su vida familiar de una forma concreta con la vida y la misión de la Iglesia (cf. Familiaris consortio, 49), alimentando la vida espiritual de los padres y los hijos con la oración, la palabra de Dios, los sacramentos y los ejemplos de santidad de vida y caridad.

El testimonio que se da al ser una Iglesia de los pobres será también de inestimable valor para la familia en su vocación cristiana y social. En efecto, sin ignorar los efectos nocivos del secularismo o de una legislación que corrompe el significado de la familia, del matrimonio e incluso de la vida humana misma, podemos notar que la pobreza es ciertamente uno de los principales factores que exponen a las familias filipinas al riesgo de inestabilidad y fragmentación. ¡Cuántos niños se han visto obligados a vivir sin madre o sin padre porque uno o ambos han tenido que buscar trabajo en el extranjero! Además, los numerosos y diferentes tipos de explotación que pueden minar la vida familiar -trabajo infantil, pornografía, prostitución- a menudo están vinculados a condiciones económicas graves. Una Iglesia de los pobres puede hacer mucho para fortalecer la familia y combatir la explotación humana.

Antes de concluir el tema de la familia, debo añadir unas palabras de elogio para los obispos filipinos y para todos los que han colaborado con vosotros en la organización del IV Encuentro mundial de las familias, que se celebró en Manila al inicio de este año, con gran éxito.

6. Queridos hermanos, los pensamientos que quería compartir con vosotros quedarían incompletos si no mencionara la presencia desestabilizadora de la actividad terrorista en Filipinas y los graves episodios de violencia que se han producido allí. Ciertamente, son causa de profunda aprensión, y deseo que sepáis que comparto vuestra preocupación y que estoy cerca de vosotros y de vuestro pueblo en estas dolorosas y difíciles circunstancias. Como vosotros, no puedo menos de condenar con mucha firmeza esos actos. Exhorto a las partes implicadas a deponer las armas de muerte y destrucción, rechazando la desesperación y el odio que ocasionan, y a tomar las armas de la comprensión mutua, del compromiso y de la esperanza. Estas son las bases seguras para construir un futuro de paz y justicia auténticas para todos.

En la campaña contra el terrorismo y la violencia, los líderes religiosos deben desempeñar un papel fundamental. "Las confesiones cristianas y las grandes religiones de la humanidad han de colaborar entre sí para eliminar las causas sociales y culturales del terrorismo, enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo una mayor conciencia de la unidad del género humano" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002, n. 12:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 8). Esta, queridos hermanos, es una llamada explícita al diálogo ecuménico e interreligioso y a la cooperación, que son a su vez otros componentes de una auténtica Iglesia de los pobres. Estimulo vuestros esfuerzos a este respecto, y os exhorto a aumentar las oportunidades, para vosotros y para vuestras comunidades, de comprometeros en provechosos intercambios con los demás creyentes en Cristo y con vuestros hermanos y hermanas musulmanes.

De modo especial, recomiendo que el Foro de obispos y ulemas ponga de relieve a nivel local el "Compromiso por la paz", presentado durante la Jornada de oración por la paz, que se celebró en Asís el 24 de enero de 2002. Doscientos líderes religiosos se unieron a mí en aquella circunstancia para condenar el terrorismo, y juntos nos comprometimos a "proclamar nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu religioso, y (...) a hacer todo lo posible para erradicar las causas del terrorismo" (Compromiso, n. 1:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de febrero de 2002, p. 7). Este debe ser, queridos hermanos, el claro compromiso de los líderes religiosos en Mindanao y en toda Filipinas.

7. Estas son, por consiguiente, algunas de las reflexiones que deseo compartir con vosotros. Con mi pleno apoyo a vuestro especial compromiso actual en favor de los pobres, os encomiendo a vosotros y a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos a María, la humilde y obediente esclava del Señor. Como prenda de gracia y fuerza en su Hijo, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

 



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