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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS ESLOVACOS


Sábado 14 de febrero de 2004

 

Venerados hermanos;
ilustres señores;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con alegría os acojo y os doy a todos mi más cordial bienvenida. Saludo y doy las gracias ante todo a los obispos de la Conferencia episcopal eslovaca, que han organizado esta peregrinación nacional. Saludo, en particular, a los señores cardenales Ján Chryzostom Korec y Jozef Tomko, así como a monseñor Frantisek Tondra, al que agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos. Expreso al señor presidente de la República mi profunda gratitud por su presencia y por sus cordiales palabras de saludo.

2. Tres veces, durante mi pontificado, la divina Providencia me ha concedido visitar Eslovaquia: en 1990, poco después de la caída del régimen comunista, en 1995 y el año pasado, con ocasión del décimo aniversario de la proclamación de la República y de la institución de la Conferencia episcopal eslovaca.

Hoy habéis venido vosotros a devolverme sobre todo la visita que realicé hace cinco meses y de la que conservo un profundo recuerdo. Habéis querido que vuestra estancia en Roma coincidiera con la fiesta de san Cirilo y san Metodio, patronos de Eslovaquia y copatronos de Europa. Este feliz marco litúrgico permite poner de relieve los antiguos vínculos de comunión que unen a la Iglesia que está en vuestra tierra con el Obispo de Roma. Al mismo tiempo, el testimonio de estos dos grandes apóstoles de los eslavos constituye una fuerte exhortación a redescubrir las raíces de la identidad europea de vuestro pueblo, raíces que compartís con las demás naciones del continente.

3. Tengo la alegría de acogeros junto a la tumba de san Pedro, ante la que habéis venido a confirmar la profesión de la fe que constituye el patrimonio más rico y sólido de vuestro pueblo.

Os invito a conservar íntegra esta fe y, más aún, a alimentarla con la oración, con una catequesis adecuada y una formación permanente. No hay que esconderla, sino proclamarla y testimoniarla con valentía y celo ecuménico y misionero. Esto es lo que enseñan los hermanos Cirilo y Metodio, fundadores de una legión de santos y santas que han florecido a lo largo de los siglos de vuestra historia. Firmemente arraigados en la cruz de Cristo, han puesto en práctica lo que el divino Maestro enseñó a los discípulos desde los comienzos de su predicación:  "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14).

4. Ser "sal" y "luz" implica para vosotros hacer que la verdad evangélica resplandezca en las opciones personales y comunitarias de cada día. Significa mantener inalterada la herencia espiritual de san Cirilo y san Metodio, contrastando la tendencia generalizada a seguir modelos homologados y estandarizados. La Eslovaquia y la Europa del tercer milenio van enriqueciéndose con múltiples aportaciones culturales, pero no conviene olvidar que el cristianismo ha contribuido de modo decisivo a la formación del continente. Queridos eslovacos, ofreced vuestra significativa aportación a la anhelada construcción de la unidad europea, haciéndoos intérpretes de los valores humanos y espirituales que han dado sentido a vuestra historia. Es indispensable que estos ideales que habéis vivido con coherencia sigan orientando a una Europa libre y solidaria, capaz de armonizar sus diversas tradiciones culturales y religiosas.

Amadísimos hermanos y hermanas, al renovaros la expresión de mi gratitud por vuestra visita, permitidme que, al despedirme de vosotros, os deje como consigna la misma invitación de Cristo a Simón Pedro:  "Duc in altum", "rema mar adentro" (Lc 5, 4). Es una exhortación que siento resonar constantemente en mi corazón. Esta mañana os la dirijo a vosotros.

5. Pueblo de Dios peregrino en Eslovaquia, rema mar adentro y avanza en el océano de este nuevo milenio, manteniendo fija la mirada en Cristo. María, la Virgen Madre del Redentor, sea la estrella de tu camino. Que te protejan tus venerados patronos san Cirilo y san Metodio, así como los numerosos héroes de la fe, algunos de los cuales pagaron con su sangre su fidelidad al Evangelio.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros, a vuestros seres queridos y a todo el pueblo eslovaco una especial bendición apostólica.

 



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