DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CENTRO ITALIANO FEMENINO
CON OCASIÓN DE SU XXVI ASAMBLEA NACIONAL
Viernes 16 de enero de 2004
Amadísimas hermanas:
1. De buen grado os acojo con ocasión de la asamblea nacional del Centro italiano femenino, que se celebra durante estos días en Roma. Saludo a la presidenta nacional y le agradezco las amables palabras con las que ha manifestado la cercanía espiritual de toda la asociación a mi ministerio pastoral. Os saludo a cada una de vosotras, queridas delegadas, provenientes de diversas provincias de Italia. Vuestra presencia me brinda la grata oportunidad de extender mi saludo a las mujeres comprometidas de diversos modos en vuestra asociación, así como a aquellas con las que tenéis contacto diariamente en vuestras actividades.
2. El Centro italiano femenino, inspirándose en los principios cristianos, se esfuerza por ayudar a las mujeres a desempeñar cada vez más responsablemente su papel en la sociedad. La humanidad siente con creciente intensidad la necesidad de dar un sentido y un objetivo a un mundo en el que se presentan cada día nuevos problemas que crean inseguridad y confusión. Por tanto, es acertado el propósito de vuestro congreso de reflexionar sobre "Las mujeres ante las expectativas del mundo". En la época actual, marcada por la rápida sucesión de los acontecimientos, ha aumentado la participación femenina en todos los ámbitos de la vida civil, económica y religiosa, comenzando por la familia, célula primera y vital de la sociedad humana. Esto exige de vuestra parte constante atención a los problemas que van surgiendo y generosa clarividencia al afrontarlos.
3. En la carta apostólica Mulieris dignitatem puse de relieve que "la dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da" (n. 30). Es importante que la mujer mantenga viva la conciencia de su vocación fundamental: sólo se realiza a sí misma dando amor, con su singular "genio" que asegura "en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano" (Mulieris dignitatem, 30).
El paradigma bíblico de la mujer, "puesta" por el Creador junto al hombre como "una ayuda adecuada" (Gn 2, 18), revela también cuál es el verdadero sentido de su vocación. Su fuerza moral y espiritual brota de la conciencia de que "Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano" (ib.).
4. Queridas hermanas, es esta ante todo la misión de cada mujer también en el tercer milenio. Vividla plenamente y no os desalentéis ante las dificultades y los obstáculos que podáis encontrar durante el camino. Al contrario, confiando siempre en la ayuda divina, cumplidla con alegría, expresando el "genio" femenino que os distingue.
Dios os concederá la luz y la guía de su Espíritu Santo, si recurrís con confianza a él en la oración. La Virgen de Nazaret, sublime ejemplo de femineidad realizada, será vuestro apoyo seguro.
El Papa os anima a testimoniar en todo lugar el Evangelio de la vida y de la esperanza, y os acompaña con un recuerdo diario ante el Señor. Con estos sentimientos, de buen grado os bendigo a vosotras, a vuestras familias y a todos los miembros del Centro italiano femenino.
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