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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONSEJO POSTSINODAL DE LA SECRETARÍA GENERAL
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
PARA LA ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA

Viernes 19 de noviembre de 2004

 

Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. "A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7). Con estas palabras del apóstol san Pablo os saludo a todos vosotros, miembros del Consejo postsinodal de la Secretaría general del Sínodo de los obispos para la Asamblea especial para Asia.

Desde su institución, al final de la Asamblea especial, vuestro Consejo ha prestado una valiosa colaboración no sólo por lo que respecta a la redacción de la exhortación apostólica postsindal Ecclesia in Asia, sino también por lo que concierne a la evaluación de su aplicación en el continente asiático. Esta tarea exige inevitablemente un diálogo fructuoso con "la situación multiétnica, multirreligiosa y multicultural de Asia, donde el cristianismo muy a menudo es visto como extranjero" (n. 21).

2. Es muy adecuada para Asia la referencia bíblica que presenta el tema del Sínodo: "Para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). El alto porcentaje de jóvenes que registra el continente representa un motivo de optimismo para el futuro y un desafío para el presente: motivo de optimismo, porque las nuevas generaciones, llenas de promesas, están dispuestas a dedicarse totalmente a una causa; un desafío, porque los sueños no realizados pueden causar desilusión, y quienes los cultivan podrían ser fácilmente instrumentalizados por los promotores de ideologías extremas.

Además, la Iglesia quiere contribuir a la causa de la paz en Asia, donde diversos conflictos y el terrorismo provocan la pérdida de muchas vidas humanas. Durante la Asamblea especial, los padres sinodales manifestaron su preocupación por la Tierra Santa, "corazón del cristianismo", y tan apreciada por todos los hijos de Abraham. Por desgracia, durante estos años, los focos de guerra han ido ampliándose y, por tanto, es urgente construir la paz, empresa ardua que requiere la aportación de todos los hombres de buena voluntad.

3. Para anunciar en profundidad el Evangelio en Asia es necesario que todos los creyentes en Cristo impregnen cada aspecto de la vida con su fe, imitando a los santos y a los mártires asiáticos, que han sellado su fe católica con el supremo testimonio de la sangre. Especialmente donde sufren y no tienen libertad para profesar su fe, es preciso proclamar el reino de Dios con un "testimonio silencioso de vida" (n. 23), llevando la cruz y siguiendo las huellas de Cristo doliente y crucificado, esperando con paciencia que llegue el día en que haya plena libertad religiosa.

4. Además, la celebración del Sínodo ha puesto de manifiesto que el diálogo es un "estilo característico de la vida de la Iglesia en Asia" (n. 3). El espíritu de diálogo, que durante la Asamblea sinodal animó las relaciones entre las Iglesias más jóvenes y aquellas cuyo origen se remonta a los Apóstoles, constituye un itinerario que se debe recorrer con paciencia y valentía, también con respecto a las demás comunidades cristianas. A pesar de los obstáculos, debe progresar, si la Iglesia quiere permanecer fiel al mandato que le confió Cristo de anunciar el Evangelio en su integridad a todas las naciones (cf. Mt 28, 19-20), siendo siempre dócil a la acción del Espíritu Santo, que es "el agente principal de la inculturación de la fe cristiana en Asia. El mismo Espíritu que guía a la verdad completa hace posible un diálogo fecundo con los valores culturales y religiosos de diferentes pueblos, entre los cuales, en cierta medida, está presente" (n. 21)

5. El hecho de que la Iglesia en Asia sea un "pequeño rebaño" (Lc 12, 32) no debe llevar al desaliento, porque la eficacia de la evangelización no depende de los números. Después de Pentecostés, los Apóstoles y un número limitado de discípulos fueron enviados a anunciar el Evangelio a todo el mundo (cf. Hch 2, 1 ss). Mediante las parábolas del fermento en la masa (cf. Mt 13, 33) y del grano de mostaza (cf. Lc 13, 19; 17, 6), el mismo Jesús enseña que lo que es pequeño y oculto a los ojos de los hombres, gracias a la intervención omnipotente de Dios, puede obtener resultados inesperados. Por eso, la fe en la divina Providencia debe animar constantemente la acción misionera de la Iglesia en Asia, continente de la esperanza.

Con confianza, los cristianos de Asia deben seguir fielmente a Cristo; y han de continuar difundiendo con todo empeño el don de su paz y de su amor.

Sobre todos vele la Virgen María, Madre de Asia, y obtenga la paz para cada nación de ese querido continente. Os aseguro mi oración, y de corazón os imparto mi bendición, extendiéndola de buen grado a todos los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos de la Iglesia en Asia.



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