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 JUAN PABLO II

DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LOS LÍDERES DE OTRAS RELIGIONES
Y CONFESIONES CRISTIANAS


Nueva Delhi, domingo 7 de noviembre de 1999

    

Ilustres líderes religiosos;
queridos amigos: 

1. Me alegra mucho visitar una vez más la amada tierra de la India y tener esta oportunidad de saludaros en particular a vosotros, representantes de diferentes tradiciones religiosas, que no sólo encarnáis los grandes logros del pasado, sino también la esperanza de un futuro mejor para la familia humana. Agradezco al Gobierno y al pueblo de la India la acogida que me han dispensado. Vengo a vosotros como peregrino de paz y como compañero que camina con vosotros por la senda que lleva a la realización plena de los más profundos anhelos humanos. Con ocasión del Diwali, la fiesta de las luces, que simboliza la victoria de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal, expreso la esperanza de que este encuentro hable al mundo entero de lo que nos une a todos:  nuestro origen y destino humano común, nuestra responsabilidad común con respecto al bienestar y progreso de las personas, nuestra necesidad de luz y fuerza, que buscamos en nuestras convicciones religiosas. A lo largo de los siglos, y de muchas maneras, la India ha enseñado una verdad que también los grandes maestros cristianos proponen:  que los hombres y mujeres "por un instinto interior" están profundamente orientados hacia Dios y lo buscan desde lo más profundo de su ser (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, III, q. 60, a. 5, ad 3). Estoy convencido de que, sobre esta base, podremos avanzar juntos con éxito por el camino de la comprensión y el diálogo.

2. Mi presencia aquí, entre vosotros, es un signo más de que la Iglesia católica desea proseguir de modo cada vez más intenso el diálogo con las religiones del mundo. Considera que este diálogo es un acto de amor que hunde sus raíces en Dios mismo. "Dios es amor", proclama el Nuevo Testamento, "y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (...) Nosotros amemos, porque él nos amó primero. (...) Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 16. 19-20).
El hecho de que las religiones del mundo estén tomando cada vez mayor conciencia de su responsabilidad común con respecto al bienestar de la familia humana es un signo de esperanza. Este es un aspecto fundamental de la globalización de la solidaridad que debe existir, si queremos asegurar el futuro del mundo. Este sentido de responsabilidad compartida aumenta a medida que descubrimos lo que tenemos en común como hombres y mujeres religiosos.
¿Quién de nosotros no debe afrontar el misterio del sufrimiento y la muerte? ¿Quién de nosotros no considera la vida, la verdad, la paz, la libertad y la justicia como los valores más importantes? ¿Quién de nosotros no está convencido de que la bondad moral está sólidamente arraigada en la apertura de la persona y de la sociedad al mundo trascendente de la divinidad? ¿Quién de nosotros no cree que el camino hacia Dios exige oración, silencio, ascetismo, sacrificio y humildad? ¿Quién de nosotros no está interesado en que el progreso científico y técnico vaya acompañado por una conciencia espiritual y moral? Y ¿quién de nosotros no cree que los desafíos planteados actualmente a la sociedad sólo pueden afrontarse construyendo una civilización del amor, basada en los valores universales de la paz, la solidaridad, la justicia y la libertad? Y ¿cómo podemos hacerlo si no es a través del encuentro, la comprensión mutua y la cooperación?

3. La senda que hemos de recorrer es ardua y siempre nos acecha la tentación de elegir un camino de aislamiento y división, que lleva al conflicto. Este, a su vez, desencadena las fuerzas que convierten a la religión en un pretexto para la violencia, como observamos con demasiada frecuencia en el mundo. Recientemente, acogí con alegría en el Vaticano a los representantes de las religiones del mundo que se reunieron para desarrollar los frutos del encuentro de Asís de 1986. Repito aquí lo que dije a esa distinguida asamblea:  "La religión no es, y no debe llegar a ser, un pretexto para los conflictos, sobre todo cuando coinciden la identidad religiosa, cultural y étnica. La religión y la paz van juntas:  desencadenar una guerra en nombre de la religión es una contradicción evidente" (n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de noviembre de 1999, p. 6). Especialmente los líderes religiosos tienen el deber de hacer todo lo posible para garantizar que la religión sea lo que Dios quiere:  una fuente de bondad, respeto, armonía y paz. Éste es el único modo de honrar a Dios en verdad y justicia.
Nuestro encuentro nos exige luchar por descubrir y aceptar todo lo que sea bueno y santo en los demás, de forma que podamos reconocer, tutelar y promover las verdades espirituales y morales, que son las únicas que garantizan el futuro del mundo (cf. Nostra aetate, 2). En este sentido, el diálogo nunca es un intento de imponer nuestras opiniones a los demás, dado que un diálogo de esa índole se transformaría en una forma de dominio espiritual y cultural. Eso no implica renunciar a nuestras convicciones. Lo que exige es que, firmes en lo que creemos, escuchemos con respeto a los demás, tratando de descubrir lo que es bueno y santo, y lo que favorece la paz y la cooperación.

4. Es esencial reconocer que existe un vínculo estrecho e inquebrantable entre la paz y la libertad. La libertad es la prerrogativa más noble de la persona humana, y una de las principales exigencias de la libertad es el libre ejercicio de la religión en la sociedad (cf. Dignitatis humanae, 3). Ningún Estado, ningún grupo tiene el derecho de controlar, ni directa ni indirectamente, las convicciones religiosas de una persona, ni puede reivindicar justificadamente el derecho de imponer o impedir la profesión pública y la práctica de la religión, o la apelación respetuosa de una religión particular a la libre conciencia de las personas. Al celebrarse este año el 50° aniversario de la Declaración universal de derechos del hombre, escribí que "la libertad religiosa ocupa el centro mismo de los derechos humanos. Es inviolable hasta el punto de exigir que se reconozca a la persona incluso la libertad de cambiar de religión, si así lo pide su conciencia. En efecto, cada uno debe seguir la propia conciencia en cualquier circunstancia y no puede ser obligado a obrar en contra de ella (cf. artículo 18)" (Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz de 1999, n. 5:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de diciembre de 1998, p. 6)

5. En la India el camino del diálogo y la tolerancia ha sido seguido por los grandes emperadores Ashoka, Akbar y Chatrapati Shivaji; por hombres sabios como Ramakrishna Paramahamsa y Swami Vivekananda; y por figuras luminosas como el Mahatma Gandhi, Gurudeva Tagore y Sarvepalli Radhakrishnan, que comprendieron profundamente que servir a la paz y a la armonía es una tarea santa. Esas personas, en la India y en otros lugares, han contribuido notablemente a hacer que aumente la conciencia de nuestra fraternidad universal, y nos orientan hacia un futuro en el que se hará realidad nuestro profundo deseo de cruzar la puerta de la libertad, porque la cruzaremos juntos. Elegir la tolerancia, el diálogo y la colaboración como camino para el futuro es conservar lo que hay de más valioso en el gran patrimonio religioso de la humanidad. Es también asegurar que en el curso de los próximos siglos el mundo no quede privado de la esperanza, que es como la sangre para el corazón humano. Que el Señor del cielo y de la tierra nos lo conceda ahora y para siempre.

   



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