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CARTA DEL PAPA JUAN XXIII
AL EPISCOPADO DE VIETNAM
*

 

A los Venerables Hermanos Arzobispos y Obispos
de la Nación Vietnamita:
Salud y Bendición Apostólica.

Ya en los primeros tiempos de nuestro Pontificado se nos ofreció una propicia y agradable ocasión de dirigiros, Venerables Hermanos, nuestra Palabra reconfortante, de buenos auspicios y bendiciones, cuando en el mes de febrero del año 1959 se celebró en vuestro noble país un solemne Congreso Mariano. Este Congreso fue convocado entonces por dos motivos: para clausurar dignamente el centenario de las admirables apariciones de la Bienaventurada Virgen María en la gruta de Lourdes y para conmemorar los trescientos años del envío por la Sede Apostólica de los primeros Vicarios Apostólicos a esas regiones donde por el celo de dos ilustres Prelados, Francisco Pallu y Pedro Lambert de la Motte, ambos de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, se incoó felizmente y desarrolló el primer núcleo vital de vuestra actual estructura y organización misionera.

Fue para Nos entonces un motivo de gran alegría ver la acogida alegre y solemne dispensada al Eminentísimo Señor Cardenal Gregorio Pedro Agagianian, actual Prefecto de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, que fue como Representante de nuestra Persona, y el espectáculo grandioso de fe y devoción dado en aquellos días festivos. Y la alegría, que nos proporcionasteis, no estuvo exenta de profunda emoción al saber que también los venerables hermanos nuestros en el Episcopado y los queridos hijos, que viven en la parte norte de vuestro país, aunque impedidos de participar en las fiestas centenarias de Saigón, se unieron espiritualmente —cor unum et anima una— alegrándose junto con vosotros en torno al Trono de la Virgen Inmaculada. Por eso, repetimos espontáneamente: «Antes de todo doy gracias a mi Dios, por mediación de Jesucristo, por todos vosotros, de que vuestra fe es celebrada en el mundo entero» (Rom. 1, 8).

Ahora se nos ofrece otra ocasión no menos propicia para dirigirnos a vosotros con el corazón exultante y el pensamiento grato a Dios por el hecho de que con nuestra Autoridad Apostólica hemos instituido en todas las circunscripciones de vuestro país la Jerarquía Episcopal: «Pues quiero que sepáis cuánta solicitud tengo por vosotros» (Col. 2, 1).

Este es un acontecimiento de gran trascendencia, denso de sentido y que promete mucho para vuestra unidad espiritual y vuestra vida cristiana. Nos complacemos en subrayarlo con nuestra Palabra abriéndoos de nuevo nuestro corazón, lleno de confianza y de esperanza con los mejores augurios para vuestra nación «Nuestro lenguaje ha sido con vosotros abierto, nuestro corazón se ha dilatado» (2 Cor. 6, 11).

,La estructura misionera hasta ahora organizada en diecisiete Vicariatos Apostólicos ha aumentado justamente en estos días con otras tres circunscripciones y ha sido elevada a la dignidad y rango de la Jerarquía Episcopal con la creación de tres nuevas provincias eclesiásticas, una al norte, otra en el centro, la tercera al sur, con las Sedes Metropolitanas de Hanoi, Hué y Saigón, de las que son sufragáneas, respectivamente, las diecisiete nuevas diócesis. El haber tomado tal decisión está plenamente justificado si se tiene en cuenta el notable progreso que ha alcanzado la Iglesia en vuestro país. Pues los católicos, que en 1900 eran 812.000 y en 1927 1.237.000, actualmente superan la cifra de 1.500.000.

Estamos seguros de que el Episcopado y el clero vietnamita, dando pruebas de agradecimiento por tan profunda muestra de estima y confianza por parte de esta Sede Apostólica, sacarán motivo de gran alegría y consuelo, y al mismo tiempo un poderoso estímulo a ser cada vez más diligentes, celosos y concordes en el cumplimiento de su misión y responsabilidad pastorales: «No perezosos en la solicitud, fervorosos de espíritu; servid al Señor. Gozáos en la esperanza, pacientes en la tribulación, perseverantes en la oración, tomando parte en las necesidades de los santos» (Rom. 12, 11-13).

Y los fieles vietnamitas reconocerán en éste insigne honor, al mismo tiempo que una confirmación que avala su tradición católica secular que sellaron ya los mártires con su sangre, a su vez semilla de nuevos cristianos, la invitación a ser más profundamente conscientes de sus deberes de católicos y de ciudadanos.

Mientras casi todas las diócesis de este país estarán regidas por Obispos autóctonos —de aquí se deduce la eficacia y madurez del clero nativo tan numeroso y bien formado—, podemos comprobar cuán eficaces y qué correspondencia han tenido las disposiciones y normas de los Romanos Pontífices en los documentos misionales, especialmente los más recientes, desde la Maximum illud de Benedicto XV a la Rerum Ecclesiae de Pío XI, a la Evangelii Praecones y la Fidei Donum de Pío XII y, por último, a nuestra última tan reciente Princeps Pastorum.

De esta última nos complacemos en citar las siguientes palabras en esta alegre circunstancia: «El llamamiento de Benedicto XV, que repitieron sus sucesores Pío XI y Pío XII, ha tenido ya sus providenciales y evidentes frutos, y por ello os invitamos a dar gracias con Nos al Señor, que ha suscitado en tierras de misión una falange numerosa y selecta de Obispos y sacerdotes...» ,(Enc. Princeps Pastorum, AAS. LI, 1959, págs. 837-838).

Mas para estimular y fomentar todavía más vuestra mutua colaboración, y para que «permanezcáis firmemente unidos en un mismo espíritu, luchando todos a una por la fe del Evangelio» (Phil. 1, 27), nos complacemos en recordar, además, lo que decíamos en la misma Encíclica: «Las iglesias locales de los territorios de misión, aun fundadas y establecidas con jerarquía propia, ya por lo extenso del territorio, ya por el creciente número de fieles y la ingente muchedumbre de los que esperan la luz del Evangelio, siguen necesitando de la obra de los misioneros procedentes de otros países. De ellos puede decirse, entre otras cosas: "En realidad, no son extranjeros, puesto que todo sacerdote católico en el desempeño de su misión se halla como en su patria allí donde el reino de Dios florece o está en sus comienzos" (Carta de Pío XII al Eminentísimo Cardenal A. Piazza, AAS., XLVII, 1955, pág. 542).

»Trabajen, pues, todos juntos en la armonía de una fraternal, sincera y delicada caridad, reflejo cierto del amor que tienen al Señor y a su Iglesia, con perfecta, alegre y filial obediencia a los Obispos "que el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios" (Act. 20, 28)». (Enc. PPrinceps Pastorum, AAS., LI, 1959, páginas 839-840.)

La nueva perspectiva y orden que actualmente presenta la Iglesia en vuestro país no pueden ni deben disminuir el ritmo de la colaboración del personal misionero en la obra de la evangelización; aún queda un inmenso trabajo por hacer.

Nos es grato y obligado tributar en la presente coyuntura un devoto homenaje y justo agradecimiento a los innumerables operarios evangélicos que en estos tres siglos se han ido sucediendo en esta porción de la mística Viña del Señor y que a costa de duras y generosas fatigas y de enormes sacrificios, a veces cruentos, fueron abriendo camino y creando las condiciones favorables a la institución de la Jerarquía episcopal. Del mismo modo nuestro pensamiento afectuoso y complacido se dirige a todos los misioneros que actualmente están cooperando —como verdaderos "colaboradores de Dios" (1 Cor. 3, 9)— con el clero local para hacer siempre más profunda y extensa la penetración del mensaje de Cristo entre los vietnamitas. Y a los Prelados, que después de haber trabajado sin descanso por el advenimiento del reino de Dios y haber consolidado los fundamentos de las cristiandades a ellos confiadas, han dejado el puesto a Obispos nativos, vaya nuestro vivo reconocimiento y nuestro ardiente deseo de que el Señor les colme de las más copiosas gracias celestiales y transforme en alegría inefable el sacrificio, que hicieron, para defender los supremos intereses de la Iglesia. El éxito de su obra visible también y sobre todo en la institución de la Jerarquía episcopal, es la señal del agrado y del incremento que Dios dio con su gracia.

Y, por fin, con ánimo profundamente conmovido y admirado, manifestamos los sentimientos de nuestro afecto paternal in visceribus Christi a todos vosotros, venerables hermanos y queridos hijos del Vietnam, pero de manera especial a los que se hallan in omni pressura, exhortándoos con las mismas palabras del Apóstol Pablo: «Velad, permaneced firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes» (1 Cor. 16, 13), y repitiendo como prueba de nuestra especial benevolencia y de nuestro vivísimo interés y profunda estima: «Hermanos, continuamente, como es justo, debemos dar gracias a Dios por vosotros, por lo mucho que va creciendo vuestra fe, y va aumentando intensamente la caridad mutua entre vosotros; hasta el punto de que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en la Iglesia de Dios por vuestra constancia y vuestra fe en medio de todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis; para haceros así dignos del reino de Dios, por el cual padecéis» (2 Thess. 1, 3-5).

Deseamos ardientemente que los fieles vietnamita reverenciando a sus sagrados pastores, se distingan por el respeto a las legítimas autoridades de su patria y contribuyan de modo particular al verdadero y efectivo progreso social del país, mereciendo de modo especial también en la vida civil, pues el cristiano debe ser y ha de ser tenido por excelente ciudadano.

A la vez que formulamos tales votos impartimos de todo corazón a vosotros, venerables hermanos, a los sacerdotes y fieles, confiados a vuestros cuidados, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 14 de enero de 1961, tercer año de nuestro Pontificado.

IOANNES PP. XXIII

 


* AAS 53 (1961) 84-88;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 786-791.



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