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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL PONTIFICIO INSTITUTO DE MISIONES EXTRANJERAS
CON OCASIÓN DEL PRIMER CENTENARIO
DE LA MUERTE DE MONS. ANGELO RAMAZZOTTI
*

 

Al Padre Augusto Lombardi
Superior General del Instituto

Querido hijo nuestro:
Salud y Bendición Apostólica.

Al cumplirse el centenario de la muerte de Angel Ramazzotti, fundador del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras, cuyo celoso superior eres, por la presente carta deseamos y ansiamos hacer patentes nuestras alabanzas a vuestro fundador y felicitaros y exhortaros a ti y a tus hermanos de Instituto.

En verdad, conviene evocar vivamente y ensalzar con júbilo la memoria de Angel Ramazzotti, sacerdote que tantos méritos adquirió en la gloriosa propagación del santo Evangelio.

Pues brilló por sus magnánimos proyectos, y con la vida ejemplar que llevó, os edifica y ayuda a los que quieren imitarle en sus empresas,

Siendo Nos Patriarca de Venecia —sólo recordarlo nos llena de alegría—cantamos las alabanzas de tan ilustre predecesor nuestro en aquella Sede, cuando accedimos gustosamente a que sus despojos mortales, conservados en el Seminario Patriarcal, fuesen trasladados a vuestra Casa Madre de Milán.

Rodeados de una corona de obispos lombardos en la iglesia de San Francisco Javier, de Milán, tuvimos la oportunidad de confesar públicamente cuánta admiración nos merecía, y, entre otras cosas, dijimos entonces: «Milanés por nacimiento y temperamento, sacerdote oblato de Rho, obispo de Pavía, patriarca de Venecia, para alcanzar la gloriosa meta de fundador que él mismo se había fijado y de la que redunda con tan insignes méritos y preclaro honor, llevó una vida de pureza voluntaria, dotado de inteligencia penetrante, de carácter amable y equilibrado, a nadie molestaba su ardentísimo celo, inclinado a entregarse a la acción, sino que se granjeaba la estima de lodos los que le conocían y trataban». (Monseñor Angel Ramazzotti, fundador del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras, recuerdo del cardenal A. G. Roncalli, Milán 1960, págs. 7, 8.)

Pues si la abundancia de frutos es honra del árbol e igualmente la abundante cosecha es honra del campo, el desarrollo que ha conocido vuestro instituto misional, desde sus modestos comienzos, redunda en gloria inmortal de vuestro fundador y demuestra, además, visiblemente que Dios, con la abundancia de la divina gracia, hizo fructificar la semilla que él arrojó tan acertadamente, y la fecundó con mayores frutos. Las regiones de la China, Hong-Kong, la India, Pakistán, Birmania, África, Estados Unidos de América, Japón, la Guinea Portuguesa, el Brasil, las islas de Oceanía recibieron las falanges de vuestros misioneros, quienes, impulsados por el celo, fuertes y resueltos, sin dejarse vencer por las dificultades, extendieron en ellas el Reino de Dios y la luz del Evangelio.

Ni tampoco faltaron entre los vuestros quienes, derramando su sangre por Cristo, honraron vuestros gloriosos anales, de ilustre memoria, con la gloria del martirio. A este propósito, nos complacemos también, ahora, en recordar el nombre de Alberico Crescitelli, perteneciente a vuestra familia e Instituto, que el año 1951 fue elevado al honor de los altares.

Las cualidades que, cual singulares características, distinguen a vuestro Instituto, forman las virtudes sin las que no puede darse juicio sereno, firmeza en el obrar, tranquilidad en la perseverancia y constante firmeza en los propósitos. Pues la santa Regla que seguís os ofrece el siguiente estilo de vida: Vivir unidos a Dios por medio de la oración asidua, la obediencia pronta, el sufrimiento voluntario, separación de todo lo que no sea el servicio de Cristo y posponerlo todo al apostolado misionero.

¡Sed fuertes y avanzad cada día con paso más firme por el camino emprendido! Porque, si siempre os esforzáis por vivir con este espíritu, podremos ver con seguridad realizadas las mejores esperanzas y los más saludables efectos.

Os deseamos los más ubérrimos frutos en vuestro trabajo por la benevolencia que os tenemos; por la excelente opinión en que tenemos vuestros esfuerzos y trabajos aceptos a Dios y utilísimos para la Iglesia. Sobre todo porque, en las tierras de misión, con tal desprendimiento os esforzáis por cultivar las vocaciones nativas que, una vez afianzada la Iglesia en una región con los elementos autóctonos, marcháis a evangelizar otras regiones. En esto fue clarividente precursor Ángel Ramazzotti, el cual se adelantó con visión a remediar las necesidades de nuestro tiempo, y por eso merece ser admirado e imitado por todos los que se dedican a las empresas misioneras. Pues el espíritu misionero se distingue, sobre todo, porque, renunciando al amor desordenado de sí mismo y a las comodidades de la vida, sólo trabaja por la causa y el bien de la Iglesia católica y procura muchas vocaciones eclesiásticas en las diferentes diócesis, Por este motivo formulamos votos, además de las oraciones que elevamos a Dios, para que vuestra escogida familia crezca en virtud y en número. Que el Señor conceda a los misioneros predicar abundantemente su palabra (Ps. 67, 12) y con su eficacísima ayuda aumente las falanges de misioneros que anuncien la ley de la salvación y de su gracia divina a los gentiles, habiéndoles tocado en suerte una carga y un preclaro honor, conforme a aquello: "¡Qué preciosos los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian el bien!" (Rom. 10, 15).

Con estos deseos formulados de lo más íntimo del corazón a ti, querido hijo nuestro, a tus hermanos, así como a las empresas a que os dedicáis, a los proyectos que hacéis con miras a mayores y mejores obras, en prenda de la confortadora gracia de Cristo, impartimos la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 10 de agosto de 1961; tercer año de nuestro Pontificado.

IOANNES PP. XXIII

 


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 824-827.



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