CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS ALUMNOS DE PROPAGANDA FIDE
EN EL DÍA DE SU 80 CUMPLEAÑOS
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII*
Iglesia del Pontificio Colegio Urbano
de Propaganda Fide en el Janículo
Sábado 25 de noviembre de 1961
Señor cardenal:
Habéis pronunciado palabras que nos animan suavemente y que hoy, fecha exacta de nuestro ochenta cumpleaños, son dignas de agradecer.
Nuestro deseo hubiera sido encontrarnos en esta mariana en comunicación directa con todos los alumnos del santuario, que crecen bajo todos los cielos, esperanza de la Iglesia universal, para comunicarles la alegría de nuestro ochenta cumpleaños; o al menos tener en torno a nuestro altar a todos los alumnos de los Seminarios de la ciudad, del Seminario Mayor Romano, del cual fuimos alumno, y también del último de reciente fundación.
Pero la Providencia dispone que este querido Colegio de Propaganda, situado en estos últimos años el más próximo a la morada pontificia, junto a la tumba de San Pedro, nos ofrezca la invitación estimable de ser como representante de todos los de la ciudad y del orbe en esta solemne festividad.
Vuestra amabilidad al recibirnos, señor cardenal, nos ha hecho recordar a vuestra antigua y querida tierra natal.
¡Bendita y noble Armenia! ¡Qué de corazón la estimamos! Cómo nos sentimos próximos a tus hijos, a muchos de los cuales los encontramos aquí y allá por el mundo, especialmente en Estambul, París y Venecia, demostrando agradables impresiones de personalidad, garbo e inteligente fervor en todos los campos de la actividad humana.
Gracias, señor cardenal. Permitid que ahora volvamos a los queridos hijos de este vuestro y nuestro querido Colegio de Propaganda.
La visita de hoy, aunque en forma privada y sencilla, era conveniente en la presente festividad.
Este año, desde sus comienzos, ha estado señalado por la fecha del cuadragésimo aniversario de nuestra llamada a Roma, al servicio de Propaganda Fide. Así, pues, en la mitad exacta de nuestra humilde vida, después de cuarenta años de servicio a la iglesia de Bérgamo, ya han pasado otros cuarenta años en el servicio inmediato de la Iglesia universal. En la encrucijada de estas dos fechas la Sagrada Congregación de Propaganda Fide nos ha abierto el camino que debía conducirnos hasta aquí arriba.
Como para coronar con la más alta significación todas los demás parabienes, vos, señor cardenal, habéis querido recordar nuestra primera salida del Vaticano, para una visita no protocolaria, que tuvo como meta este Colegio Pontificio de Propaganda el 30 de noviembre de 1958, fiesta de San Andrés Apóstol.
El corazón nos dictó entonces algunas palabras sencillas. En verdad, al pronunciarlas no pensamos en que tuvieran extensa resonancia. Vos también se la habéis dado. Y Nos, conociendo los méritos que la gran institución desde la plaza de España difunde por todo el mundo, más desde esta colina que desde las otras, su nota de universalidad católica, acogemos con paternal gratitud la cumplimentación y animosos repetimos las expresiones de hace tres años.
Sí, "nuestras dos moradas, la del Vaticano y la del Gianicolo, se miran de frente, se hablan, se entienden. Una misma es su inspiración, una misma es la plegaria por la redención en Cristo del mundo entero".
Queridos hijos: Contemplándoos hoy tan numerosos como nunca ha sucedido en el pasado, comprendemos que constituís la fuerte y moderna generación, sucesora de tantas y tantas otras, llegados de todos los puntos de la tierra, para representar visiblemente la catolicidad de la Iglesia y su preocupación porque se cumpla en el viejo, en el nuevo mundo yen el modernísimo el testamento de Jesús.
Con gratitud conmovida dirigimos el pensamiento a los obispos y sacerdotes que han formado esta juventud que tenemos delante de nuestros ojos, a través de la cual es fácil comprender la variedad de naciones que componen la gran familia humana. Muchas naciones, muchas lenguas, diversas tradiciones, diferente grado de desarrollo técnico e industrial, pero en todas, en todas, sin excepción, la riqueza de los dones de Dios, que hay en el corazón de cada hombre, de cada pueblo; en todas, la vocación a la luz del Evangelio.
Es natural que en nuestra morada del Vaticano, cerca de la tumba del Príncipe de los Apóstoles, Nos volvamos muchas veces la mirada llena de confianza a esta colina gianicolense y pensemos con ardor en las palabras del Divino Maestro: "Et alias oves habeo, quae non sunt ex hoc ovili, et illas oportet me adducere, et vocem meam audient, et fiet unum ovile et unus pastor" (Io. 10, 16). "Simon Joannis, diligis me?... Pasee agnos meos... pasce oves meas" (Io. 21, 16-17). "Ego rogavi pro te, ut non deficiat fides tua, et tu altquando conversus confirma fratres tuos" (Luc. 22, 32).
Las ansias de apostolado misionero se encuentran, pues, hoy junto a la fuente misma de la misión universal de Pedro y de sus sucesores; ellas se derraman del corazón de Cristo, que continúa fundiéndolas sobre su Vicario en la tierra, llamado a una participación, más íntima y sufrida, de su amor por la salvación de la humanidad.
Los campos interminables de cinco continentes donde esperan las ovejas: "Quae non sunt ex hoc ovili", pero que sobre las cuales se derramó —sí, también sobre ellas— la sangre preciosísima que tiñó de rojo el Gólgota. Todas pertenecen al grupo de redención universal: "Illas oportet me adducere". Jesús las quiere hacer entrar o traer de nuevo al redil.
Es necesario por esto que sean atraídas amablemente, y es especialmente desde la Cruz que Cristo parece querer recordar a Pedro y a sus sucesores el encargo de apacentar la grey: "Pasce agnos meos, pasce oves meas". Y para que las débiles espaldas no tiemblen, no sucumban a la demasiado grande responsabilidad, es Jesús mismo quien pide por él: "Ego rogavi pro te". Y la plegaria de Cristo es garantía de su asistencia, de su ayuda, que persistirá hasta el fin del mundo.
Esta ayuda sostiene a Pedro, le da la robustez de la fe y la indefectibilidad, que a su vez es fuente de ánimo y seguridad para toda la Iglesia: "Confirma fratres tuos".
¡Qué responsabilidad, qué grandeza! ¡Cuánta es la gravedad de la tarea pontificia que Nos hemos acogido como un servicio, confiando únicamente en el Señor!, qui potens est, et sanctum nomen eius" (Luc. 1, 49) ; ¡que extensión de horizontes! Esta es la razón por la cual hemos agradecido hoy vuestros augurios, de los cuales queremos sacar aliento para proseguir con alegría nuestra tarea.
El Papa, que os habla, como llevado por la plegaria que sus hijos de todo el mundo elevan por él, comprende la belleza y la amplitud de su misión, a la que Dios le ha llamado, la santificación del clero y de los fieles, el esplendor de la santidad y de la gracia en el corazón de la Iglesia.
Recordamos ahora algunas felices palabras de muestro predecesor Inocencio III que nos sirvieron como de guía doctrinal para la reciente encíclica social: "Qui habet sponsam, sponsus est... Sponsus quia habeo nobilem, divitem, et sublimem, decoram, castam, gratiosam, sacrosanctam, Romanam Ecclesiam: quae, disponente Deo, cunctorum fidelium mater est et magistra" (Inn. III Pp., Sermones de diversis, Ser. III in Cons. Pon. Migne, PL 217, 662). La amplitud y la sublimidad de los horizontes apostólicos y misioneros se compendian verdaderamente aquí, en esta madre y maestra de todos los fieles, la Iglesia católica, que desde Roma extiende sus pendones por toda la humanidad, como esposa de Cristo, sublime, bella y casta.
Y escuchad, queridos hijos, todavía un pensamiento precioso que las circunstancias nos sugieren.
El 4 de noviembre pasado —lo recordáis— Nos complacimos entremezclar humildemente la festividad de nuestra tarea y de nuestra vida con el anuncio solemne del XV centenario de la muerte de San León Magno y de una encíclica que prepara su celebración. Nuestra intención ,es prolongar su magisterio, que, desde el fondo de los siglos, aparece actual aún hoy y no envejece por variar los acontecimientos humanos. Queridos hijos, he aquí un consejo grave y animador de aquel pastor y doctor insigne que a los sacerdotes del Señor, ancianos y jóvenes, descorre los horizontes verdaderamente enormes de la santidad y de la inquietud apostólica:
"Quicumque in Ecclesia pie vivit et caste; qui ea quae sursum sunt sapit, non quae super terram, coelestis quodammodo instar est luminis, et dum ipse sanctae vitae nitorem servat, multis viam ad Dominum quasi stella demonstrat" (In sol. Epiph. Sermo III in fine).
Venerables hermanos y queridos hijos: Con esta visión luminosa que, lo sabemos, conmueve y exalta particularmente los corazones jóvenes, nos agrada invocar toda la abundancia de celestiales gracias sobre vuestra formación, sobre vuestro empeño cotidiano, y sobre los campos de vuestro futuro trabajo.
Al final de este coloquio dejadnos expresar, con acento vivaz y emocionado, esta invocación enteramente dedicada a vosotros:
Señor Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, mira a estos hijos tuyos, que has reunido, con predilección, de todos los puntos de la tierra. Eleva y santifica los dones, de que ya están dotados, que expresan la nobleza y la riqueza del país de cada uno, para que la gracia del sacerdocio les sorprenda con angélico fervor en la vida, propia de su apostolado, sostenedlos en la fidelidad, alimentad los ideales, de tal manera que, al volver a sus tierras, puedan responder a las ansias y a los deseos de aquellas ovejas descarriadas, que en Ti encuentren el único rebaño y el único pastor.
María, madre de los sacerdotes, confortación en los momentos de lucha, dispensadora de gracias y esperanzas, conserva en estos jóvenes la alegría de que está lleno el "Magníficat", para que todos, y en todas las horas de su vida, sean generosos y fieles en el cumplimiento de sus deberes; prontos a superar las dificultades que lleva consigo su ministerio. Madre del Buen Consejo, Virgen de la confianza, permanece cerca de cada uno para formar en ellos a tu Jesús, modelo de santidad sacerdotal.
Príncipes de los Apóstoles, Pedro y Pablo, y vosotros apóstoles del Señor, mártires antiguos y mártires modernos, y santos todos del cielo, acompañad con vuestra intercesión a estas almas juveniles, para que en ninguna se apague el fervor de los propósitos de los años de formación, sino que crezcan todos los días "de caridad en caridad, hasta la medida de la edad plena de Cristo" (2Cor. 3, 18; Efes. 4, 13).
Que así sea.
* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 60-65.
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