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RADIOMENSAJE DEL SUMO PONTÍFICE JUAN XXIII
EN LA CLAUSURA DEL CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
DE MUNICH
*

Domingo 7 de agosto de 1960

 

Presente espiritualmente, contemplamos con la mirada atenta de nuestra mente el Congreso Eucarístico Internacional que en estos días se está desarrollando en Munich.

Baviera era merecidamente digna de ser escogida para ofrecer a Cristo, oculto bajo el velo eucarístico, un triunfo tan glorioso. Pues ella, célebre por la virtud cristiana, gloriosa por su historia, tuvo, entre otros, el mérito de haber llevado el Evangelio de Cristo a varias regiones de Europa, de haber dado a la Iglesia muchos santos y a la Sede Apostólica tres sumos Pontífices, a saber, Clemente II, Dámaso lI y Víctor II. Sobre todo Munich, su capital, brilló y brilla por su culto al augusto Misterio Eucarístico.

Alabemos juntos con armoniosas voces, alabemos con el cántico silencioso de nuestros corazones a este admirable Sacramento, pues de El, como de riquísima fuente, se deriva para la Iglesia militante, toda virtud y toda clase de perfección. Por ello, consideramos oportunísimo el lema propuesto a este Congreso para ser objeto de útiles y profundos estudios, a saber, las palabras del Divino Redentor relativas a la promesa del Sacramento de la Eucaristía: "El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6 52).

Pues la Santísima Eucaristía, pon contener al mismo Autor de la gracia, es la fuente primordial de la vida divina, robustece y perfecciona esto misma vida en todos los que han sido regenerados por las aguas del bautismo. Con esto, y sobre todo, en virtud de este Sacramento, viene a realizarse lo que de sí mismo afirmó Cristo, Buen Pastor: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan sobreabundantemente (Jn 10, 10). ¡Qué maravilloso espectáculo se ofrece entonces a la mirada de nuestra fe, cuando se contempla la sobreabundancia de vida divina que se comunica al género humano en virtud del Sacrificio de la Misa y de la Comunión sacramental! Gozan principalmente de esta vida divina todos y cada uno de los fieles cristianos, los cuales sienten de este modo consolidarse y aumentarse en sus almas la fe, la esperanza y la caridad y todas las demás virtudes con ellas conexas. De ella participan las familias cristianas en cuyo seno florecen, con vigor y espontáneamente, la fidelidad en el amor mutuo, la castidad, la obediencia filial, de todo lo cual se derivan suavísimos frutos de paz y de gozo espiritual. Goza de los efectos de esta vida  divina, la misma sociedad, en el seno de la cual, los cristianos, que se alimentan con el Pan de los Ángeles, se convierte en "sal de la tierra... y luz del mundo" (Mt 5, 13-14), son ejemplo en toda virtud para los demás ciudadanos, principalmente en la justicia social y en la caridad.

De ella goza igualmente la Iglesia, donde la contemplación de la verdad celeste y el culto divino reciben de la Eucaristía impulso, desarrollo y difusión; y aquélla se llena de inmenso gozo viendo cómo aquí se enciende y alimenta el celo ardentísimo en el promover las vocaciones sacerdotales y religiosas para realizar la santa acción iluminadora de fraternidad y de paz a la cual Jesucristo invitó, a cuantos se honran con su nombre, en su plegaria al Padre: "Ut omnes unum sint" (Jn 17, 21).

Con razón afirma el Doctor angélico, santo Tomás: "La utilidad de este Sacramento es grande y universal, porque produce en nosotros, ahora, la vida espiritual y en el futuro, la eterna. Universal, porque la vida que comunica no es solamente para un solo hombre, sino que, en cuanto de él depende, es la vida para todo el mundo". (Coment. al Evang. S. Juan, cap. VI, v. 52, lec. VI).

Queridísimos hijos que participáis en esta celebración eucarística, ardientemente os exhortamos a que, en el ejercicio de vuestro apostolado, saquéis de aquí vuestra fuerza y ardor, pues de la caridad, compañera de la verdad, se deriva la verdadera y sincera salvación: "Los que estáis encendiendo un fuego y preparando saetas encendidas, arrojaos a las llamas de vuestro fuego, sobre las saetas que encendéis" (Is 50, 11).

La paz es hija del amor y obra de la justicia (Is 32, 17). Ansiosos, lo mismo que Nos, todos vosotros veis cuántos nubarrones amenazan al género humano y cómo la paz de los pueblos se encuentra en grave peligro. Oremos todos unidos con fervor a Jesucristo. Príncipe de la paz, que ilumine las mentes de los gobernantes de las naciones para que, disipada la obscuridad del error, conceda a los pueblos la verdadera paz, fundada en el respeto a los derechos de la Iglesia y de la dignidad humana. Y que finalmente, con el rocío de la celestial consolación, aliente a quienes, presentes ahora en nuestro espíritu, no han podido tomar parte en este triunfo y solemnidad.

Otro fruto, no menos saludable que se desprende del Misterio Eucarístico, es la esperanza que dulcifica las amarguras del presente, y, al emprender un nuevo camino, infunde confianza para la consecución de bienes más arduos. Como lo pide nuestro Ministerio Apostólico, como lo exige nuestra particular benevolencia hacia el pueblo alemán, nuestra solicitud se dirige hacia su unidad religiosa y su paz. Ojalá que todos cuantos se glorían con el nombre de cristianos encaminen sus pasos hacia la fe íntegra de San Bonifacio, hacia la Iglesia una y santa: esta concordia en la verdadera fe es, ciertamente, sumamente deseable por ser segurísima para la salvación y magníficamente hermosa.

Después de estos votos augurales y exhortaciones, al coro de vuestras voces que cantan al Misterio de la Santísima Eucaristía, unimos la nuestra, para con nuestra intervención estimular y aumentar más el gozo de los corazones y la brillantez de este acto: "¡Oh divino Redentor que diariamente ofrecéis en nuestros altares al Eterno Padre el sacrificio de vuestro Cuerpo y Sangre por la vida del mundo, salva al género humano del peligro de la muerte. Salva a los hombres especialmente de la muerte espiritual, más temible que ninguna, a la que tantas almas se hallan expuestas, han sucumbido miserablemente. Haz que cada vez tengamos más hambre y sed de Ti, que vives vivo en el Tabernáculo como en una tienda plantada en medio de la Iglesia militante; de modo que guiados por tu luz y encendidos en tu amor, podamos atravesar el desierto peligroso de este mundo y llegar a la tierra prometida a la humanidad por Ti redimida, al paraíso de la vida celestial e inmortal!"

Os saludamos con una efusión de caridad, a vosotros, amados cardenales, arzobispos, obispos, magistrados y autoridades civiles, sacerdotes y fieles que llegados de lejanísimas tierras, en tan grande multitud, veneráis ahí al Santísimo Sacramento. Saludamos particularmente a nuestro querido hijo el Cardenal que tan dignamente nos representa como Legado "a latere"; a nuestro querido hijo José Wendel, diligentísimo arzobispo de Munich y Frisinga que con tanto esmero ha preparado esta empresa y al Comité constituido que le ha ayudado a realizarla con tanto acierto.

Nuestro saludo y agradecimiento para la noble nación alemana, y de modo particular al pueblo de Baviera, que de forma perfecta ha preparado un Congreso de tanta magnitud.

Finalmente, en prenda de los dones celestes, descienda nuestra amplia bendición sobre cuantos participaron en el Congreso Eucarístico Internacional de Munich y sobre ellos permanezca para siempre.

Amén.

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ORACIÓN DEL PAPA
PARA EL CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL DE MUNICH

 

¡Oh Jesús, Rey de las gentes y de los siglos, recibid los actos de adoración y de alabanza que nosotros, hermanos vuestros por adopción, os tributamos humildemente! Vos sois "el Pan vivo bajado del cielo, que da la vida al mundo" (Io., 6, 36); Sumo Sacerdote y Víctima, os inmolasteis en la cruz en sacrificio cruento de expiación al eterno Padre por la redención del género humano, y ahora os ofrecéis diariamente en nuestros altares por las manos de vuestros ministros, para establecer en todos los corazones vuestro "reino de verdad y vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz" (Prefacio de la misa de Cristo Rey).

¡"Oh Rey de la gloria", venga a nosotros vuestro reino! Reinad desde vuestro "trono de gracia" (Hebr., 4, 16) en el corazón de los niños, para que conserven inmaculada la blanca azucena de la inocencia bautismal. Reinad en los corazones de los jóvenes, para que crezcan sanos y puros, dóciles a la voz de los que os representan en la familia, en la escuela, en la Iglesia. Reinad en el hogar doméstico, con el fin de que padres e hijos vivan concordes en la observancia de vuestra santa ley. Reinad en nuestra Patria, para que todos los ciudadanos, en el orden y armonía de todas las clases sociales, se sientan hijos de un mismo Padre celestial, llamados a cooperar en el bien común temporal, dichosos de pertenecer al único Cuerpo Místico, cuyo símbolo e imperecedera fuente es, a la vez, vuestro Sacramento.

Reinad, por último, oh Rey de reyes y "Señor de los señores" (Deut, 10, 17), sobre todas las naciones de la tierra e iluminad a sus gobernantes para que, inspirándose en vuestro ejemplo, alimenten "pensamientos de paz y no de aflicción" (Jer., 29, 11).

¡Oh Jesús Eucarístico, haced que todos los pueblos os sirvan libremente, conscientes de que "servir a Dios es reinar"!

¡Que vuestro Sacramento, oh Jesús, sea luz para las mentes, fuerza para las voluntades, atracción de los corazones. Sea sostén de los débiles, consuelo para los que sufren, viático de salvación para los moribundos, y para todos "prenda de futura gloria"! Así sea.


* AAS 52 (1960) 774-776; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 452-455.



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