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 DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN EL XII CONGRESO INTERNACIONAL
DE CIRUGÍA DEL INTERNATIONAL COLLEGE OF SURGEONS
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 Lunes 16 de mayo de 1960

 

Señores:

Os habéis reunido en Roma para participar en el XII Congreso del International College Surgeons y con verdadero placer os acogemos en nuestra Casa, que sin duda ya es familiar a más de uno de vosotros.

La amable figura del Papa Pío XII viene espontáneamente a vuestra memoria como un piadoso recuerdo. Nuestro inmediato predecesor se interesó vivamente, como sabéis, por la medicina y cirugía. El cuerpo médico tenía abierta la puerta del Vaticano con mucha frecuencia, como ocurrió precisamente con vuestra Asociación. Pío XII subrayó con elocuentes palabras, que han quedado grabadas en vuestra memoria, sin duda, los considerables progresos logrados en tan poco tiempo por las ciencias médicas, especialmente las quirúrgicas; puso de relieve con energía la nobleza de vuestra profesión, las graves responsabilidades que pesan sobre el cirujano al mismo tiempo que os demostraba que su actividad debe someterse a las reglas imperiosas de la moral y exige mucho espíritu de abnegación y sacrificio (Discurso de Pío XII a los participantes en el IV Congreso del International College of Surgeons, 14 de junio de 1953; Discursos y Radiomensajes, XV, páginas 219-221). Fueron preciosas palabras y no podemos por menos de hacer nuestros esos consejos, puesto que la Iglesia, fundada por Jesucristo, continúa la misma misión doctrinal en la sucesión de los Romanos Pontífices.

Habéis venido de más de cuarenta países, diseminados por todos los continentes, a tomar parte en un encuentro que os permite colaborar en el campo de los conocimientos científicos y técnicas operatorias a la vez. Tal reunión es realmente útil, y os felicitamos por ello. Los desarrollos tan rápidos de la cirugía os ligan a estar al corriente, continuamente, de la actualidad profesional, y un congreso como éste en que tomáis parte hoy, contribuye a ello, ciertamente, por un intercambio beneficioso de vuestros descubrimientos y éxitos.

Sabéis que la divina Providencia ha permitido que conociésemos por experiencia la vida de hospital y nos pusiésemos en contacto con tanto dolor físico y moral de los enfermos. Fueron años difíciles de nuestra vida, pero muy fecundos por el profundo conocimiento de los hombres que nos proporcionaron y por el provechoso ministerio divino que nos permitió ejercer durante ese tiempo.

A propósito, queremos ante todo invitaros encarecidamente a guardar siempre una actitud verdaderamente fraterna y respetuosa frente al sufrimiento humano. Nunca olvidéis que podéis actuar sobre los dolores de vuestros enfermos, que podéis en cierto modo dominarlos, ya que vuestra actividad tiene por objeto ordinariamente atenuarlos si no eliminarlos. Por este cuidado constante con los sufrimientos corporales os ponéis verdaderamente en contacto con todo el hombre: cuerpo y alma unidos íntimamente, influenciándose mutuamente; uno perecedero —¡demasiado lo sabemos!—, la otra inmortal, que reanimará este cuerpo al fin de los tiempos para comunicarle, por lo menos a los justos, la gloria de la visión beatífica de Dios. Así, el contacto con el profundo misterio del dolor humano no hará más que poner ante vuestra mente el sublime destino de los hombres y, por consiguiente, la grandeza de vuestra misión.

Y los que son cristianos entre vosotros han de ver en sus enfermos una imagen de Jesús paciente. Deben tener siempre a la vista también su divino modelo, Jesús Salvador, y el ardiente deseo de seguir fiel y humildemente las huellas de Aquel que pasó por este mundo «haciendo el bien y curando a los enfermos», benefaciendo et sanando omnes (Hch 10, 38), a Jesús, tan poderoso en sus obras y compasivo frente a las miserias, tan grande y al mismo tiempo tan respetuoso de la persona ajena y tan cuidadoso de la libertad de todos los que se beneficiaban de su acción; a nadie curó que no hubiese manifestada antes, al menos implícitamente, su deseo de ser curado.

Ejercitad, pues, vuestra hermosa profesión, señores, con semejantes disposiciones de alma; ¡qué esperanza para vosotros oír que el Señor os acoge con las dulces palabras que nos promete el evangelista San Mateo: «Venid, benditos de mi Padre... Estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36), palabras dirigidas a los que practican las obras de misericordia; expresión de la gratitud de Jesucristo por los cuidados que ha recibido en la persona de sus hermanos los hombres. ¡Ojalá sirvamos así a nuestros hermanos con toda la ciencia, valor y amor de que somos capaces, para que el día señalado por la Providencia oigamos la invitación tan deseada a la perfecta felicidad!

Deseando que cada uno de vosotros sirva perfectamente a su prójimo, alentamos de corazón vuestros trabajos presentes y futuros e invocamos de todo corazón sobre vosotros y sobre todos los que os son queridos una abundante efusión de las divinas bendiciones.


*  Discorsi, messaggi, colloqui, Vol. II, pags. 343-346.

 

 



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