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PABLO VI

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Domingo 2 de agosto de 1964

 

Saludamos y damos las gracias a la magnífica orquesta canadiense, procedente de London, Canadá; les agradecemos el que nos hayan hecho gustar un poco de su arte, con la perfecta ejecución de Haendel, y con el anuncio de algo de Wagner para el final.

Un pensamiento especial para los hijos de la Sagrada Familia, que se han reunido para el centenario de su fundación y para su Capítulo General.

Saludamos finalmente a todos los presentes, tan bravos, buenos, generosos, numerosos, que han venido a orar con Nos en este momento, alegrándonos con su visita. Igualmente saludamos a quienes nos escuchan desde la plaza de San Pedro y enviamos a todos nuestro saludo lleno de bendiciones.

¿De qué os hablaremos hoy? Busquemos en el momento presente algún motivo para nuestra oración. Todos hablan de la nave espacial «Ranger VII», que ha llegado a la Luna. También nosotros nos unimos a la general admiración. Es un acontecimiento que atañe a toda la Humanidad y que demuestra el progreso que ha conseguido el hombre en la ciencia y en la técnica. Y queremos presentar a Dios este acontecimiento, como celebración, ante todo, del desarrollo de espíritu humano, criatura de Dios; y pensemos también que esta exploración del espacio inmenso, del cosmos, nos descubre nuestra pequeñez humana, pero, al mismo tiempo, nuestra grandeza. Este Universo parece estar mudo, sin alma, sin lenguaje; nosotros, en cambio, tenemos el alma y la palabra, tenemos más vida que todo el cosmos.

Pues bien, debemos pedir al Señor que en esta progresiva conquista del mundo, de la naturaleza, de su conocimiento, que el hombre no se enorgullezca, no se envanezca, sino que comprenda que, a medida que avanza en su conquista, el problema del hombre en sí mismo, el problema de Dios, no sólo quedan zanjados, sino que crecen y se dilatan; y mucho más imperioso se hace nuestro respeto por el hombre y nuestro culto a Dios cuanto más amplio aparece ante nosotros el panorama del Universo.

Por tanto, oraremos para que nuestro mundo, caracterizado precisamente por el conocimiento y por el dominio de la naturaleza, no ceda a la tentación materialista que puede presentarse con motivo de su progreso, sino que sepa sacar de ello un nuevo argumento para comprender las gracias recibidas de Dios, con la elevación al orden espiritual. Oremos para que el hombre, en el mayor conocimiento de la creación, encuentre motivos para un nuevo himno a la gloria y a la majestad del Creador.



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