Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

 Miércoles 22 de enero de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

La audiencia del Papa plantea casi como tema obligado de nuestras palabras y pensamientos el de la Iglesia; no puede ser de otra manera, si verdaderamente veis en el Papa al sucesor del apóstol Pedro, sobre el que Cristo fundó y sigue construyendo su gran edificio de la humanidad redimida,  su Iglesia. La visita al Papa trae a la memoria el recuerdo de Cristo y la imagen de la Iglesia, y estos tres términos, Cristo, Pedro, la Iglesia, vienen como a superponerse en el ánimo del fiel, que asiste a la audiencia, formando una sola entidad, el Christus totus, el Cristo integral de San Agustín, que parece repetir las palabras de su maestro, San Ambrosio: Ubi Petrus, ibi Ecelesia, donde está Pedro, allí está la Iglesia.

Esta serie de pensamientos es muy importante y fecunda; haréis bien si los ligáis al recuerdo de este encuentro con el Papa; os hará experimentar un efecto espiritual particular que podríamos decir característico de la psicología católica, la seguridad, es decir, la experiencia interior de estar en la verdad, de estar fundados en la palabra del Señor, esto es, en la roca, que no teme a los diluvios y tempestades, y que en la hora de la borrasca sostiene la casa, el edificio de la vida que ha sido construido sobre ella: non cecidit, fundata enim erat supra petram: no se hundió, porque estaba cimentada sobre la roca (Mt 7, 25).

Este sentimiento de la seguridad lo podréis aplicar y gustar en la celebración del Octavario de la Unidad, que estos días celebramos. Si comprendéis este gran problema de la restauración de los cristianos en la unidad querida por Cristo, si percibís su importancia y su madurez histórica, sentiréis brotar en el fondo de vuestra alma un maravilloso y precioso testimonio de esa seguridad católica, que os dirá interiormente: yo ya estoy dentro de la unidad querida por Cristo, soy de su rebaño, porque soy católico, porque estoy con Pedro. Es una gran fortuna, un gran consuelo; católicos, sabed disfrutarla. Fieles, tened conciencia de esta privilegiada posición, no debida, ciertamente, a ningún merecimiento, sino a la bondad de Dios, que nos ha escogido para una situación tan maravillosa.

Sin embargo, esta seguridad en la posesión de la unidad, real, histórica y espiritualmente actual, nuestra, por gracia de Dios, ha de ir acompañada de algún otro sentimiento, que los buenos católicos deben cultivar, y precisamente en la escuela de Pedro, a la que vosotros asistís en este momento. El primer sentimiento parece desmentir esa seguridad de la que hablamos; porque es un sentimiento de incertidumbre, fundado en nuestra fragilidad. Pedro es estable cuando se funda en Cristo, es decir, en la fe, de la que es depositario y testimonio; es débil cuando se funda únicamente sobre sí mismo, sobre su propia naturaleza humana, también susceptible a las inclinaciones de “la carne y de la sangre”, es decir, a la debilidad del hombre en cuanto hijo de Adán. Por ello se han de unir un gran sentimiento de fe y humildad en el espíritu del católico creyente, el cual, mientras agradezca al Señor su afortunada condición, no presumirá de ello como de algo propio, o de algo que, por su culpa, no pueda perder. Humildad y gratitud, no orgullo, en la seguridad. católica.

Otro sentimiento se sumará al primero: un fraterno interés por cuantos todavía no gozan nuestra fortuna. Ya sabéis lo complejo que es este interés, y que ha llegado ya el tiempo de sentir su acicate interior: un interés por todo lo verdadero, bueno, cristiano y santo que poseen nuestros hermanos cristianos separados; interés por conocer su modo de pensar y de sentir, para emplear con ellos todo el respeto posible; interés por esclarecer y resolver todas las divergencias que aún existen en el campo cristiano para la restauración de la unidad y para buscar con humildad, paciencia y confianza sus soluciones leales, buenas y nada deshonrosas, más aún, honorables, pues han de ser, para todos, conformes con el pensamiento de Cristo; interés, finalmente, por asociar nuestra oración a la de cuantos piden al Señor el gran don de la fraternidad y de la paz en la unidad de los cristianos, por Él tan solemnemente deseada.

De esta forma, queridos hijos e hijas, debemos sentir, pensar, obrar, hoy especialmente que, como sabéis, le ha placido al Señor darnos un presagio, un principio, una promesa de tan gran don; hoy, cuando todos los cristianos oran para que a todos se les conceda la gracia de vivir en la unidad de la Iglesia de Cristo; hoy, o mejor ahora, que vosotros habéis venido a traer al Papa vuestro homenaje filial y a recibir su bendición.

* * *

Sabemos que hay en el grupo sacerdotes pertenecientes a diversas nacionalidades, y principalmente de habla española: en el centro internacional “Pío XII” durante varios meses estudiáis los problemas que se refieren a vuestra formación ascética y al influjo que ésta ha de tener en la vida de la comunidad cristiana. Hoy más que nunca, tal vez, los tiempos piden espíritu de solidaridad, de mutua comprensión y ayuda, de coordinación de fuerzas. Vuestra reunión es ya un ejemplo, un estímulo, un impulso. Sea la palabra del apóstol Pablo la que os aliente y guíe: “Deus autem patientiae et solatii det vobis idipsum sapere in alterutrum secundum Iesum Christum, ut unanimes, uno ore honorificetis Deum” (Rom 15, 6). (“Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un unánime sentir en Cristo Jesús para que, unánimes a una sola voz, glorifiquemos a Dios”.)



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana