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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 26 de abril de 1978

 

La vida humana es sagrada

Ha llegado el momento de que recordemos nosotros, alumnos de Cristo, seamos maestros o discípulos, y no sólo que recordemos sino que cumplamos esta ley cristiana fundamental: la vida humana es sagrada.

¿Qué quiere decir sagrada? Quiere decir que no está a merced del dominio del hombre, y a la vez está protegida por una potestad superior a la del hombre y defendida por la ley de Dios. La vida humana sobre la que el hombre, por razones de parentesco o por motivos de superioridad social, ejerce de muchos modos su autoridad, la vida humana en cuanto tal no está a merced de esa misma autoridad.

Escuchemos de nuevo el Evangelio: "Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás; el que matare será reo de juicio. Pero yo os digo (este Yo es el mismo Jesucristo) que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere 'raca' será reo ante el Sanedrín, y el que le dijere 'loco' será reo de la gehena del fuego" (Mt 5, 21-22). Jesús no condena la ley antigua, pero dice que es incompleta; y promulga la nueva, la evangélica, elevándola al nivel de la perfección: se debe al hermano un respeto total; total en la intimidad de los sentimientos donde nace y se enuncia el respeto; y total al tutelar exteriormente la dignidad del hermano en cuanto tal, en cuanto hombre-hermano, podemos afirmar. Es decir, que el Evangelio nos enseña a profesar con sentimientos y palabras un respeto tal a los hombres, semejantes nuestros, hermanos nuestros, que un sistema social que admita como lógico y normal el odio de clases, o sea, el egoísmo de clase, no puede en modo alguno reivindicar este respeto en nombre de un provecho propio legítimo y exclusivo.

¿Qué panorama nos ofrece el escenario del mundo?

No seremos radicalmente pesimistas. Pero, sin embargo, reconoceremos, y no por cierto para acallar las ansias y temores que ciertos fenómenos degradantes de la convivencia humana producen fácilmente en el ánimo, casi como para descorazonarlo acerca del esfuerzo civilizador ya realizado o en vías de realizarse, sino para animar dicho esfuerzo, para recordar el deber de vigilar siempre que tiene la civilización, reconoceremos —digo— que la vida del hombre sobre la tierra está expuesta otra vez a peligros graves, más aún, está siendo atacada ya por desgracias nuevas y provocadoras.

Esto lo decimos para seguir repitiendo que la vida del hombre es sagrada.

Hablamos aquí sólo con alusiones incompletas y fugaces.

Pero, ¿acaso podemos dejar a un lado el episodio que todavía dura del secuestro de una persona de la estatura moral, política, académica y social del hon. Aldo Moro, sin temer y temblar por la estabilidad de nuestro moderno mundo civilizado? ¿Es que podemos asistir como meros espectadores pasivos a la angustiosa desventura relativa a su incolumidad individual? ¿Cómo es posible que se juegue de modo inicuo con la vida inocente y eminente de un hombre de Estado, como está ocurriendo? Las asechanzas a la vida, ¿acaso pueden llegar hasta esquivar todos los medios de defensa de que el Estado dispone y está prodigando con heroísmo tan generoso en un país bueno y civilizado como Italia? En el nombre de Dios nosotros seguimos esperando que el epílogo de este drama sea pacífico y sereno, para bien incluso de los mismos agresores.

Pero, por desgracia, este episodio es tristemente emblemático de una situación que inunda el ánimo de amargura. ¿Cómo no experimentar dolor grande por el asesinato de tantos custodios del orden muertos bárbaramente sólo porque eran cumplidores fieles de la tarea que les había confiado el Estado, que es como decir la voluntad común de los ciudadanos deseosos de tranquilidad, de orden y de paz? ¿Cómo podríamos dejar de deplorar con voz tanto más firme por no tener armas, los atentados que tratan de ahogar en sangre la voz libre de los periodistas, de los trabajadores, de los profesionales? Y en particular, ¿qué decir de los secuestros de personas con finalidad de extorsión, tan numerosos, y que ni siquiera se detienen ante niños inocentes?

Están presentes en este momento en nuestro corazón de padre todas las familias del mundo entero que lloran a familiares víctimas de la violencia, o esperan con ansia y angustia la liberación de sus seres queridos. A todos ellos deseamos manifestarles que participamos hondamente en su aflicción y que estamos muy cerca de todos con la plegaria.

En esta enumeración rápida y dramática a la vez de atentados contra la vida, no podemos callar los que se están perpetrando frecuentemente, ¡por desgracia!, bajo el signo de la ley. Pensamos ante todo en el aborto.

Todo comentario es superfluo y lo frena la situación política en que el problema se halla actualmente, Pero da horror ya sólo el pensar que un crimen tal obtenga, como por desgracia ocurre en otros países, la legalización, más aún, la asistencia de los servicios sociales bajo el pretexto de acudir en ayuda de unas mujeres desgraciadas, que luego llevarán en el corazón toda la vida el remordimiento de haber consentido que se ofendiera lo más sublime e inefable que la mujer puede poseer en el orden natural: la maternidad.

¡Pobres e innumerables vidas humanas incipientes, arrasadas porque erais débiles e inocentes!

¿Cómo es posible que una sociedad civilizada, y además cristiana, pueda autorizar y quedar impasible y sin una lágrima ante esta "matanza de inocentes".

Y los atentados contra la vida no son sólo éstos.

Pensad en la droga: menos mal que en todas partes se nota un poco una bendita reacción contra su difusión.

Pero, ¡cuántos otros enemigos encuentra la vida humana contra ella misma y por ella misma creados!

Después de los métodos anticonceptivos y de la introducción del divorcio, se habla hasta de eutanasia, mientras la violencia privada se extiende y organiza por venganza o por chantaje, y a la vez fogonazos bélicos tienen a pueblos enteros sometidos a experiencias temporales o a la amenaza permanente de guerra.

Bastarían las hipótesis que se atisban en el horizonte internacional de posibles conflictos con armas atómicas, para poner en guardia la conciencia de los pueblos.

¡Oh, sí, la vida del hombre es sagrada! Y este dogma humano y cristiano debe consolidarse con fuerza y con gozo en los corazones de la generación nueva.

Lo deseamos ardientemente como siempre con nuestra bendición apostólica.


Saludos

 

(A una peregrinación de Brescia)

Deseamos dirigir un saludo particular y felicitar a una peregrinación muy nutrida, presidida por el obispo auxiliar de Brescia. y organizada por la revista Madre, que conmemora los 90 años de existencia. Nos gozamos por este encuentro que trae a nuestro espíritu una oleada de recuerdos; entre éstos, el de don Peppino Tedeschi, director de la revista durante muchos años; y más atrás en el tiempo, el de Angela Bianchini y de tantas otras personas muy dignas y de gran valer, que dieron esplendor a esta revista afincada en el surco de las tradiciones brescianas auténticamente católicas. Os agradecemos que nos hayáis brindado esta ocasión de unirnos a la alegría de la conmemoración, y os damos las gracias asimismo por el óbolo que en esta circunstancia habéis querido poner a nuestra disposición para los sacerdotes brescianos que actúan en Brasil, en Minas Gerais. Queridísimos hijos: la intención que motiva vuestra visita nos sugiere algunas consideraciones a las que aludiremos brevemente, dada la limitación del tiempo a disposición, pero que quieren ser signo de nuestro afecto paterno y de nuestros deseos. Vuestra revista, que ha adquirirlo tantos méritos en la educación de sus lectoras, se ha distinguido por la atención prestada durante estos 90 años a los problemas de la mujer en su vocación de madre, que tanto caracteriza su personalidad, es tan vital en la sociedad civil la cual tiene su célula primaria en la familia, y tan importante para la comunidad cristiana que ve en la familia "la Iglesia doméstica" Pues bien, la mirada hacia los logros obtenidos debe llevar a agradecer al Señor el bien concedido con tanta largueza, pero debe también ser estímulo para seguir empeñados en la tarea de afrontar los problemas del mundo femenino de hoy con sabia entrega, con adhesión plena al Magisterio de la Iglesia, con aceptación leal de las indicaciones doctrinales y pastorales del Episcopado, con la prudencia humana y cristiana debidas, evitando toda cesión o debilidad ante ideas o modas en boga, o también iniciativas que ciertamente no contribuyen a presentar los ideales el evangélicos limpia y coherentemente. Mantened en la revista la orientación que le ha atraído la estima y el prestigio, es decir, la orientación de sus orígenes sincera y sabiamente católicos. Trabajad con afán infatigable para dar testimonio en la sociedad de hoy de vuestras propuestas peculiares e inconfundibles, fruto no de sabiduría humana, sino del designio de Dios revelado en la historia de la salvación, que tiene su modelo sublime en María Santísima, Virgen y Madre, en la que los valores específicos de la femineidad han alcanzado la realización más elevada: la virginidad por amor a Dios y la maternidad en relación con todo el género humano. No disminuya nunca vuestra valentía para presentar con fidelidad y coherencia, sin ambigüedades ni oportunismos, los valores que los cristianos, y sólo ellos, pueden aportar al mundo. Os acompañan en este camino que os deseamos luminoso siempre, nuestros votos, nuestro estímulo, nuestra oración y nuestra bendición apostólica.

(A un grupo de jóvenes de Sassuolo, Italia)

Vaya ahora nuestro saludo agradecido y estimulante a la representación de chicos y jóvenes del centro recreativo "San Francesco" de Sassuolo y de su "Sociedad deportiva", que han venido a visitarnos con los padres capuchinos que dirigen el instituto, a fin de celebrar los 30 años de actividad. Hijos queridísimos, que vuestro centro recreativo sea auténtica palestra de virtudes morales y religiosas, además de preparación a los grandes deberes de la vida y de la covivencia social pacífica. Os sostenga en esta empresa nuestra bendición apostólica especial.

(En lengua castellana)

Amadísimos hijos e hijas: Ha llegado el tiempo de recordar y sobre todo observar esta ley cristiana fundamental: la vida humana es sagrada. Ello quiere decir que la vida humana es intangible por parte del hombre y está defendida por la ley de Dios. El Evangelio nos muestra que Jesús no sólo prohibió matar, sino que enseñó a respetar a todo hombre como a un hermano. Por desgracia, hemos de constatar que la vida del hombre está hoy amenazada por graves peligros. En estos momentos, ¿cómo no aludir al angustioso caso del secuestro de Aldo Moro? ¿Cómo no recordar los asesinatos de tantos tutores del orden público o los atentados con los que se quiere silenciar voces que resultan molestas? ¿Cómo cerrar los ojos ante los secuestros de personas, ante el espectáculo de tantas familias que en el mundo entero lloran a seres queridos o esperan su libertad? Pero no acaban ahí los atentados contra la vida. Esta es combatida también con el aborto, legalizado o no; con la droga, con la eutanasia, con la violencia privada y con la guerra. Frente a estas tristes realidades, repetimos nuestro esperanzador mensaje cristiano: la vida humana es sagrada. Con nuestra bendición apostólica para vosotros y cuantos nos escuchan por radio.

 

 



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