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MENSAJE DEL SANTO PADRE PABLO VI
PARA LA X JORNADA MUNDIAL
DE LA ALFABETIZACIÓN*

 

Señor Director General:

Al enviarle el año pasado nuestro mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Alfabetización, 1975, le reiterábamos la satisfacción con la que la Santa Sede había acogido la iniciativa de dicha "Jornada", que este año alcanza ya su décima celebración.

Durante estos diez años, hemos seguido con interés la actividad de la UNESCO en su lucha contra la plaga del analfabetismo. Hemos alentado los programas específicos que ha emprendido, por ejemplo, a favor de los jóvenes, de las mujeres y de los emigrantes. En repetidas ocasiones, hemos reafirmado la ferviente adhesión de la Santa Sede a estas iniciativas tan valiosas y hemos recordado con insistencia a los católicos la importancia de intensificar sus esfuerzos en favor de la alfabetización, fieles a una ya larga tradición de ayuda cultural, cuya aportación ha sido y sigue siendo considerable.

Un décimo aniversario invita a hacer balance. ¿No es acaso oportuno intentar valorar de manera profunda y serena los objetivos conseguidos con la intención de recibir de ellos renovado impulso para nuevas empresas? En realidad, el analfabetismo, plaga que está lejos de haber sido atajada, hace, por el contrario, que cada año aumente el número de los millones de hombres, entre los que se hallan muchísimos jóvenes, que se encuentran marginados de la corriente vital del desarrollo integral y que, por lo mismo, se encuentran incapacitados para ocupar el lugar que les corresponde en la sociedad.

Pensamos, pues, que es conveniente intensificar la lucha contra el analfabetismo con un espíritu de colaboración renovado e incluso, en un cierto sentido, nuevo, que una al individuo, a la comunidad familiar y local, a las infraestructuras públicas y privadas, a los Gobiernos, más aún, a toda la comunidad internacional.

Por esta razón, nos parece que se impone la necesidad de esforzarse en dos direcciones. Por una parte, es necesario hacer comprender cada vez mejor a aquellos a los que nos dirigimos que la actividad emprendida está justificada, y por la otra, se ha de procurar que la opinión pública, nacional e internacional, sea más consciente de sus responsabilidades reales en esta obra de cooperación.

¿Qué perseverancia en la actuación puede esperarse, si ésta no está basada en la convicción personal? Por tanto, en muchos casos sería oportuno emprender con relación a los beneficiarios de la alfabetización una campaña destinada a persuadirlos de manera convincente de que los esfuerzos que se les piden redundan, ante todo, en su propio beneficio y sirven para su propio progreso. Como también deben convencerse, por otra parte, de que al derecho de recibir de los organismos responsables toda la asistencia posible a fin de ayudarles a librarse del pesado yugo del analfabetismo, corresponde el deber que pesa sobre ellos de ser constantes y perseverar en su esfuerzo de enriquecimiento espiritual, moral y cultural; y de que la mejora de sus condiciones de vida debe ir acompañada por un esfuerzo proporcionado, a fin de contribuir a mejorar la cualidad de la vida en favor de la comunidad y de su progreso social.

Con todo, no faltan situaciones deplorables, que se manifiestan muy refractarias al cambio. La edad, el peso de las costumbres o cierto temor a entrar por el camino del cambio, hacen que un número de miembros de una comunidad no se consideren poseedores de la necesaria energía para salir de su situación. Las campañas de información colectiva deberían dirigirse también a éstos para convencerles por lo menos de que no pongan obstáculos al desarrollo de la instrucción e incluso, si es posible, para inspirarles el deseo de ayudar a quienes pueden beneficiarse de la misma. Pensamos particularmente en los jóvenes que deben salir del analfabetismo, y en las mujeres, que son con frecuencia víctimas de situaciones de hecho o impuestas por la costumbre. Es de desear que los esfuerzos ya realizados para asegurar, incluso a los más pobres, el derecho a la educación, no sólo tengan continuidad, sino que aumenten. Hay que pensar en efecto que las mujeres de forma especial pueden convertirse, gracias a su acción educadora para con los hijos, en agentes muy eficaces para promover la alfabetización.

¿Cómo no subrayar también la importancia de la "Jornada" y de las campañas de información de la opinión pública?

Es importante dar a conocer, de forma cada vez más completa y detallada, la amplitud del problema del analfabetismo y de sus consecuencias. Es, además, esencial suscitar en la opinión una conciencia muy viva de la unidad del género humano con el fin de percibir claramente los deberes precisos que se imponen en nombre de la solidaridad, no sólo en el interior de la comunidad local o nacional, sino también en el plan universal, más allá de las fronteras entre los países o los continentes.

Una opinión pública así formada podrá convencerse de su deber de cooperación, a pesar de los sacrificios que se le impongan. E incluso estará decidida a sostener las nuevas iniciativas tomadas por los poderes públicos para mejor resolver este problema, tanto hacia el interior de cada país, como en el campo de la colaboración entre los países privilegiados y aquellos que tienen necesidad de ayuda.

Al ofrecerle estas reflexiones, le presentamos también nuestros más fervientes deseos de que la X Jornada mundial de la Alfabetización y los nuevos esfuerzos en la lucha contra el analfabetismo alcancen pleno éxito. Esta es una de las obras que más honran a la Organización, de la que es Vd. actualmente Director General, y que une a la entrega y a la experiencia de vuestros valiosos colaboradores, el asentimiento y el apoyo unánimes de todos los hombres de buena voluntad.

Vaticano, 28 de agosto de 1976.

PAULUS PP. VI


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.38, p.2.

 



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