Index   Back Top Print

[ ES  - FR ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA FEDERACIÓN NACIONAL BELGA DE LOS “PATROS”


Jueves 25 de julio de 1963

 

Queridos jóvenes de la Federación de los “Patros” de Bélgica:

Al daros hoy nuestra bienvenida, nos es agradable manifestar que no sois desconocidos en el Vaticano. Ambas ramas de vuestro movimiento fueron ya recibidas aquí con todos los honores; la rama masculina por Pío XII, en 1956, y la femenina hace justamente un año, el 24 de julio de 1962, por Juan XXIII. Siguiendo el ejemplo de nuestros dos ilustres Predecesores, nos consideramos obligados a dirigiros algunas palabras de elogio y de aliento y, al mismo tiempo, a daros, como consigna, alguna recomendación.

El elogio, en primer lugar, por lo que sois y por lo que hacéis. Ampliamente abiertos a toda la juventud —y en particular a los adolescentes—, centrados generalmente sobre la comunidad cristiana constituida por la parroquia, vuestros “patros”, como vosotros los llamáis en simpática abreviatura, están en las mejores condiciones para ofrecer a los jóvenes aquella parte de la educación que viene tan oportunamente a completar la que reciben en la familia y en la escuela: “la educación para la vida” que los habitúa a la práctica de una fe profunda y viviente, que los conduce a profesar, no solamente para sí mismos, sino también para el bien de los demás, sus convicciones religiosas.

Los frutos de esa educación los tenemos, en cierto sentido, ante los ojos: los jóvenes que os precedieron aquí en el 1956 eran unos cuantos centenares, ahora sois cerca de dos mil. Vuestro movimiento contaba entonces con treinta y siete mil miembros: ahora, se nos ha dicho, está a punto de alcanzar los cincuenta mil. Y vuestras diversas campañas —campaña de vocaciones, campaña de ejercicios espirituales internos— han sido ricas en frutos preciosos para vuestras almas y para la Iglesia. He aquí, en verdad, motivos para dar gracias a Dios.

Y añadimos: he aquí también motivos de gozo para el corazón del Vicario de Jesucristo. El goza felicitándoos a todos: sacerdotes, dirigentes seglares, muchachos, y os exhorta, al mismo tiempo, a perseverar en vuestro bello impulso, a ampliar cada vez más vuestras filas y, sobre todo, a intensificar vuestro esfuerzo en profundizar en las almas de los adolescentes.

Para concretar estos alientos, queremos daros una consigna precisa de acción, que sea como el fruto de vuestra peregrinación a Roma y, al mismo tiempo, el ramillete espiritual de estos tres años de “campaña de vocaciones” que habéis venido a clausurar aquí. Esta consigna se expresa en una palabra: fidelidad.

Fidelidad a la Iglesia: absoluta, incondicional, con todo lo que ello implica de docilidad filial, de renunciamiento muchos veces y, también, de fortaleza humilde y reconocida. Con un profundo y fiel amor a la Iglesia podréis alcanzar, a la vez, el secreto de la paz del alma y la garantía de una verdadera eficacia en el apostolado.

Fidelidad a vuestro movimiento. Esto concierne, ante todo, a los mayores. Los “patros” se establecieron para los jóvenes, es cierto; pero ellos tienen todavía gran necesidad de vuestro cuidado hasta que, llegados a la edad adulta, os encontréis en posición de beneficiar a vuestros hermanos más jóvenes de aquella formación que vosotros mismos recibisteis anteriormente en el “patro”. ¡Oh cuán necesaria y digna de elogio es esta entrega, frecuentemente oscura y poco conocida, a las obras postescolares!

Fidelidad, en fin, a vuestro “estatuto espiritual”: práctica de la oración, de la dirección, de la lectura espiritual y, sobre todo, práctica de los “ejercicios espirituales anuales”. ¡Qué inmenso provecho para vuestras almas, qué edificación para vuestros hermanos, en estos tres días de silencio total en el que muchos de vosotros cada año van a ponerse a la escucha de Dios, a rehacer sus fuerzas para volver más valientes en los combates de la vida! La fidelidad a los ejercicios internos es la garantía del progreso del alma, la prenda de una actividad feliz y fecunda en el servicio de la Iglesia y de vuestros hermanos.

Queridos hijos, que Dios “os conceda ser fortificados por su Espíritu, para que crezca en vosotros el hombre interior” (Ef 3, 16): este deseo del gran Apóstol, cuyo nombre hemos tomado, os lo dirigimos al despediros y, con todo corazón, invocamos su intercesión para vuestro hermoso apostolado, en tanto que concedemos a vuestro fiel presidente, a vuestros capellanes, a vuestras familias y a todos vuestros hermanos que quedaron en Bélgica, pero que están presentes hoy aquí en el pensamiento y en el corazón de todos, una paternalísima bendición apostólica.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana