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MENSAJE DEL PAPA PABLO VI 
AL PUEBLO DE MÉXICO

Sábado 12 de octubre de 1963

   

Venerables hermanos y amadísimos mexicanos todos: 

Se bendice y se pone hoy la primera piedra del Colegio Mexicano en Roma; Nos rodea una corona de Obispos la casi totalidad de la Nación venidos para dar su aportación luminosa y responsable a las tareas del Concilio Ecuménico; Nos sentimos en estos instantes, gracias al prodigio de la técnica, en medio de nuestros queridos hijos de México: en tales circunstancias, ¿cómo no va a vibrar de júbilo nuestra alma? 

La fecha de hoy, doce de octubre, que evoca un jalón memorable en la historia del Continente americano y señala el alba radiante de su catolicismo, nos depara la oportunidad de extender este Nuestro saludo, junto con México, a las demás naciones de América para testimoniarles Nuestro singular afecto, para tributarles el respeto y la admiración que nos merecen, para decirles la esperanza que la Iglesia tiene puesta en ellas. 

Durante los años de Nuestro servicio a esta Sede Apostólica, y ya en estos primeros meses de ministerio pontifical, ¡qué poco Nos ha costado darnos cuenta del gran amor, vivo, impetuoso a las veces, pero siempre efusivo y sincero, del pueblo mexicano hacia el Vicario de Cristo! Pues tened la seguridad de que vuestra voz encuentra siempre un eco de viva gratitud en Nuestro corazón. Aquel grupo escultural de la Virgen de Guadalupe, con el indio Juan Diego y el Obispo Zumárraga, que asienta su trono en lo más alto de los jardines vaticanos, parece ofrecernos la visión constante de vuestro mensaje de adhesión, y se diría que nos presenta una como antena poderosa para llevar de Nuestros labios a la Reina de México y Emperatriz de las Américas la oración afectuosa y asidua por todos vosotros. 

Y ahora querríamos exaltar la riqueza de vuestro patrimonio espiritual, y la firmeza de vuestra fe y de vuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia; querríamos proclamar lo edificante de vuestra devoción mariana tan intensamente vivida y con tanto entusiasmo expresada. 

Pues lo haremos; queremos, sí, hacerlo, asegurándoos cuánto Nos consuela vuestro testimonio cristiano y alentándoos a perseverar en él y a vivificarlo con redobladas energías. 

¡Qué promesa de obreros evangélicos para segar la mies ya en sazón la que encierra este Colegio! Ardua es la empresa; Nos de todo corazón la bendecimos, vivo aún y fresco como está el recuerdo de la intervención personal que, como Arzobispo de Milán, la Providencia nos deparó un día. Su realización exigirá nuevos esfuerzos de las diócesis mexicanas a las que ofrece estímulo y de las que merece gratitud la generosa y fraterna ayuda de los católicos de otros Países. Por Nuestra parte aprovechamos esta oportunidad para testimoniar el vivo reconocimiento con que esta Sede Apostólica ha visto y ve la desinteresada cooperación con que en particular los Episcopados de España, Estados Unidos y Alemania, con sus respectivos pueblos, han favorecido la obra de los Seminarios Mexicanos. 

Al bendecir la primera piedra de este Centro de formación sacerdotal, dejad que vaya Nuestro pensamiento ya a los predicadores de la palabra de Dios que, salidos de este Cenáculo, llevarán el evangelio a los hombres hambrientos de verdad; a los guías de espíritu que sabrán dar robustez, vigor y actualidad a la práctica religiosa heredada de los mayores; a los defensores y amigos de los pobres; a todos los sacerdotes santos y sabios que, templados aquí junto a la tumba de Pedro, han de contribuir con su fervor a multiplicar las vocaciones eclesiásticas y religiosas en vuestro País, y sabrán suscitar las legiones de almas consagradas que campos sedientos esperan con impaciencia y reclaman con apremio. 

Nos permitimos deciros asimismo una palabra de exhortación que hacemos también objeto constante de Nuestra plegaria: perseverad en la confesión sincera y abierta de la fe católica; conservad, pese a cualquier dificultad, la integridad del matrimonio y de la familia cristiana; inspirad siempre vuestra actuación en sentimientos de justicia y caridad, conscientes de que con la aplicación del mensaje evangélico prestáis también un elevado servicio a la Comunidad nacional.

Un saludo muy cordial para vosotros, querido Hijo y Venerables Hermanos, para vuestro clero, para los religiosos y seglares, para el pueblo queridísimo de México, y a todos Nuestra más cariñosa Bendición Apostólica.

 



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