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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL XXXVI CONGRESO ITALIANO DE ESTOMATOLOGÍA


Jueves 24 de octubre de 1963

 

Estimados e ilustres señores:

Sed bienvenidos a esta casa, que os recibe como huéspedes de honor, como gratos visitantes, más aún, como hijos queridos; las palabras nobles y cordiales, que acaba de pronunciar vuestro presidente, profesor Andrés Benagiano, conocido por Nos desde hace muchos años, nos dicen los sentimientos de alta espiritualidad y afectuosa devoción que guían hasta esta esta mansión vuestros pasos y nos hacen vuestra presencia digna de paternal agradecimiento y de particular interés. Venís como amigos y como hijos, como amigo y como padre os recibimos, agradeciendo la deferencia y reverenda que vuestra presencia nos demuestra, y gustoso de devolverle a usted, señor presidente, a cuantos le acompañan, a sus familiares, colegas y colaboradores, la expresión de nuestros votos más generosos y sinceros.

Ante todo os diremos esto, porque nos parece que no os sentís junto al Papa como forasteros ocasionales, o visitantes extraños. Podría parecerle a alguno que, salvo el caso de tener que ejercer aquí vuestro arte providencial y preciado, no hay motivo particular para concluir un congreso científico y profesional ante el Papa. Aquí, señores, nadie es propiamente forastero; vosotros lo podéis comprender bien, pensando en la naturaleza y en el fin de nuestro ministerio apostólico, para el cual todas las personas, todas las almas, son objeto de sumo interés, y de particular amor. De la misma forma que vuestras instituciones sanitarias están abiertas a todo el que tenga necesidad de vuestros cuidados, esta gran institución, la Iglesia católica, por su constitución universal, está deseosa de ofrecer asistencia y salvación a todos y cada uno de los hombres, y tanto más se conformará a su fin pastoral cuanto más amplias y accesibles sean sus puertas, y más numeroso y confiado sea el contingente que a ellas llegue.

Esto es claro, tratándose de las personas, de las almas, como decimos en nuestro lenguaje eclesiástico. ¿Pero se puede decir otro tanto para lo que vosotros sois, como estudiosos y profesionales, como calificados y considerados especialmente en el momento en que dais magnífico relieve a vuestra definición de estomatólogos y odontólogos? ¿El respeto a las competencias específicas no traza confines no sólo evidentes, sino intraspasables entre el campo religioso y el campo sanitario al que vosotros estáis dedicados? ¿No tendremos aquí acaso un acercamiento artificioso entre lo sagrado y lo profano?

La pregunta, aún considerada en este caso particular, es general y parece encontrar en seguida su respuesta decisiva en la actitud habitual en nuestro tiempo que Nos mismos compartimos, de distinguir completamente los diferentes objetos del saber y las diversas formas de actividad; pero las ciencias, y también las actividades que de ellas se derivan, se especializan y para no confundirse tienden a regirse con criterios propios, a hacerse autónomas cada una dentro de su propia esfera, y, finalmente, a ignorarse y separarse mutuamente. Pero esta especialización exclusivista, esta especie de feudalismo científico, tan característico de la cultura de nuestro tiempo, por común testimonio, precisa encontrar, un punto de convergencia en las diversas disciplinas, tiene necesidad de volver a la confrontación, a la comparación de las diversas ciencias, y a la postre precisa una síntesis, una cierta unidad superior, que el simple eclecticismo enciclopédico no da, tienen necesidad de una “summa” lógicamente orgánica y moralmente vital. En este punto el pensamiento ofrece su esfuerzo más elevado y más arduo, el filosófico, que a su vez está en diálogo, o mejor en conflicto con la inevitable cuestión religiosa. Y si la religión, como nosotros creemos de la nuestra, es verdadera, es decir: presenta un marco superior de la realidad, está en la cúspide de la pirámide, tanto del saber como del obrar; y he aquí por qué no está fuera de lugar, en el momento dado de las más significativas manifestaciones de la cultura, buscar una referencia a ese vértice y trazar sobre él una línea de coordinación, que dé a la manifestación cultural su más alto y luminoso significado. Es lo que vosotros, señores, con intuición inteligente, estáis realizando en este momento, al rendir homenaje a la religión, aquí profesada, y aquí en cierto sentido personificada, sacando de ella luz, consuelo y esperanza. Gesto espléndido que demuestra la sagacidad de vuestro pensamiento y la sensibilidad espiritual de vuestra actividad.

Hay más. ¿Sabéis que desde aquí se os observa y se os estima? No queremos decir que lo seáis en cuanto cultivadores de vuestra ciencia y de vuestro arte sanitario, si bien el discurso que os dirigió a los estomatólogos, el 23 de octubre de 1952, nuestro predecesor Pío XII, de venerada memoria, daría motivo para afirmarlo. Ahora nos basta con decir que la Iglesia, desde este centro suyo os observa y os estima como a hombres eminentes en el campo de la ciencia y de la profesión sanitaria. Pues este centro religioso que parece cerrado a las cosas del exterior y a las vicisitudes del tiempo, es en realidad un observatorio. Y no es solamente un observatorio de las cosas celestiales; lo es también de las terrenas. Mira a Dios y mira a la Humanidad. Y, dado que el fin de esta doble observación es establecer determinadas relaciones entre Dios y la Humanidad, su mirada sobre el mundo no es menos vigilante de la que tiende hacia el cielo. Más aún, dado que la realidad terrena es mudable, y observándola bien, también llena de misterios, algunos tenebrosos (al paso que los de la esfera divina son luminosos), la observación sobre la escena del mundo es muy vigilante, y debe ser, como se suele decir, adaptada, es decir, informada de los aspectos movibles y cambiantes que esta escena presenta. Por esta razón, vuestro mundo, el mundo científico, y profesional, es objeto de observación por parle de la Iglesia, de la Santa Sede en particular; y, en vuestro caso, de admiración.

Sí, la Iglesia, es ya sabido, mira al progreso científico y al consecuente progreso profesional con admiración, simpatía y confianza. Su postura optimista procede de su concepción religiosa del mundo. Donde haya investigación, descubrimientos, conquistas, incremento del saber y de la acción, allí habrá, por un lado el desarrollo de la facultades humanas, y por otro una penetración de la obra de Dios y la utilización de los recursos que esconde; allí habrá, pues, acercamiento de los dos términos en juego: el hombre y Dios. Por esta razón Nos siempre pensamos que el progreso científico, lejos de desfondar a la religión, le prepara sus más elevadas y profundas expresiones. Hoy, esta convergencia del mundo científico hacia un definitivo y trascendente reconocimiento religioso comienza a alborear en los espíritus más conscientes, y es de augurar que sea preludio de un nuevo canto de las criaturas, muy diverso de aquel, todo belleza y candor, del hermano Francisco, matemático y racional éste, pero no menos lírico y místico.

Nos place, por tanto, recibiros a vosotros también, como a otros tantos grupos calificados de estudiosos, de científicos, de profesores, y expresaros el aplauso y el aliento que son debidos a vuestros esfuerzos de laboratorio y de pensamiento, a su divulgación científica y a su aplicación terapéutica.

Vuestro congreso, nos parece, merece un gran encomio, porque demuestra en esos estudios un rigor de método, una severidad de raciocinio, un propósito de emulación y una abundancia de resultados, que honran la cultura italiana y que prometen un nuevo empeño y un nuevo progreso.

Y estamos seguros de que las luces del espíritu, a las que aquí ahora demostráis veneración y aspiración ayudarán vuestra actividad con otra consideración. Os habéis referido abiertamente a su aspecto no sólo científico, sino también a su aspecto humano y social. La habéis considerado en su finalidad terapéutica y en su capacidad de elevarse al agrado y a la dignidad de una función benéfica, de una misión perseverante y confortadora con relación a enfermedades que no son las menos difundidas y no menos ligeras para la Humanidad. Nadie se puede decir es profano en la experiencia del oficio providencial dispensable de vuestra profesión. Mas, si al ejercicio de esta profesión se suma un motivo altamente humanitario, como es suavizar el dolor y dar, especialmente a las jóvenes generaciones, una salud mejor, un nuevo aspecto adquiere vuestro trabajo también ante nuestros ojos, que son los de un padre sinceramente deseoso de ver mitigados los sufrimientos y curadas las enfermedades de sus hijos. Y si a estos motivos filantrópicos se suma algo que al amor humano une el cristiano, que enriquece y santifica todos los motivos naturales, ¿no llamaremos caridad a vuestro servicio y no tendrá el sumo valor y el premio incalculable de la caridad? ¿Es una suposición gratuita, o, al contrario, fundada en los sentimientos que acabáis de manifestar y en las palabras que habéis pronunciado aquí, pensar que una intención de bondad y caridad empapa vuestro trabajo, la cual merece por ello nuestra complacencia y nuestra bendición?

Así es, ciertamente, y nos congratulamos con vosotros por ello; y exhortándoos a ennoblecer así siempre vuestros esfuerzos y vuestros trabajos para hacerlos dignos de ser tenidos como científicos y perfectos por un lado y humanos y cristianos por otro, de corazón os concedemos a todos nuestra bendición apostólica.

 



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