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RADIOMENSAJE DEL PAPA PABLO VI
A LA GENTE DEL CAMPO
CON MOTIVO DE LA JORNADA DE ACCIÓN DE GRACIAS

Sábado 9 de noviembre de 1963

 

Hijos queridos:

Nuestro corazón vibra de emoción al enviar un saludo particularmente afectuoso a la gente del campo, en esta significativa jornada de acción de gracias. Gozoso interpretamos vuestros sentimientos, avalamos vuestras oraciones, alentamos vuestras aspiraciones en este día, queridos hombres del campo, en el que, dejando por un instante los quehaceres y contemplando los frutos de todo un año de trabajo, de luchas, de espera, vuestro espíritu se recoge en la meditación y da gracias al Señor, dador de todo bien, por todos sus dones e implora la plenitud de sus bendiciones sobre los trabajos que nuevamente iniciáis. Justo es que donde haya unos hijos reunidos en oración, con alegría contenida o quizá velada por la tristeza, se encuentre el Padre, que sufre y goza con ellos; por ello hemos aceptado gustoso dirigiros estas palabras, entrando, casi, en cada una de vuestras casas con la ayuda poderosa de los medios actuales de telecomunicación.

Esta festividad nos recuerda los encuentros numerosos y edificantes de nuestro ministerio pastoral con los generosos, modestos y activos ciudadanos de las campiñas lombardas: gente sobria y correcta, quizá menos conocida que la escuadra de trabajadores de la industria, pero no menos laboriosa y tenaz, y con problemas ahora más urgentes e inaplazables. En aquellos contactos, que aún recordamos con afecto, jamás faltaron nuestras palabras de alabanza, de aliento, de consuelo, que hoy también queremos repetir a la inmensa familia de los trabajadores de la tierra.

Ante todo, os alabamos, queridos hijos, por el espíritu que demostráis al celebrar cada año, desde 1951, esta jornada de acción de gracias, inclinando la cabeza en oración ante el Señor, después de un largo año de trabajo arduo, de confiada esperanza, y quizá también de pruebas dolorosas, porque quiere decir tener fe, tener una gran fe; quiere decir hacer profesión abierta, franca, sincera, de vuestras convicciones cristianas, de vuestro amor humilde y agradecido al Señor, que se transforma en oración, en entrega, en propósitos. Con vuestra postura demostráis querer poner en primer lugar los valores eternos de la religión, las exigencias inapelables del espíritu, según las palabras de la Biblia: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los constructores” (Sal 126, 1). Supone también vivir según el Evangelio, con la confianza plena y filial en la Providencia del Padre Celestial, que sigue una a una a todas sus criaturas, que lleva en el corazón sus necesidades, y las conserva en las pruebas, y las protege y las dispone para una dicha mayor.

Después de la alabanza la exhortación confiada, solícita y consciente de las graves necesidades, en que hoy se encuentra gran parte de vosotros. No ignoramos que con frecuencia los resultados de vuestros trabajos no son proporcionados a vuestra fatiga y a vuestro esfuerzo; que la difusión de las nuevas técnicas, que también se imponen con autoridad en el dominio de la agricultura, os sitúan ante difíciles problemas de adaptación, de planificación, de método, hasta ahora no planteados; tampoco ignoramos el gran poder de atracción que otros sistemas de vida y de trabajo pueden ejercer, y de hecho ejercen en vosotros, especialmente en los jóvenes.

Pues bien, sabed que en este ansia de renovación y transformación de las antiguas estructuras, la Iglesia está cerca de vosotros como generosa madre preocupada por el bien de todos sus hijos; ella, como lo testimonia la encíclica Mater et magistra de nuestro predecesor Juan XXIII, se preocupa con apremio, tanto de las condiciones de vida y de trabajo como del estado de ánimo de la gente del campo. Confiad siempre en el interés que esta Madre tiene por vosotros, pues invita constantemente a las autoridades públicas a dar a vuestros problemas una solución ecuánime, oportuna y satisfactoria. Pero sed vosotros los primeros artífices del ansiado mejoramiento: amando a la tierra, cuna de vuestra familia y base de la vida misma, revalorando todos sus recursos con la ayuda de los nuevos métodos de trabajo, reuniéndoos en asociaciones productivas y consorciales, que os permitan tutelar el fruto de vuestro trabajo; mirando con esperanza las empresas escolares y culturales, como las Escuelas Agrarias, entre las que destacan la Facultad Agraria de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, preparando con severidad en la investigación y en la experimentación, nuevos progresos en la producción de la agricultura.

Mantened con sincera colaboración las instituciones religioso-asistenciales, como las Acli-terra, y las numerosas asociaciones similares, entre las que recordamos con particular agrado los movimientos rurales promovidos por la Acción Católica italiana; apoyad vuestras organizaciones profesionales, entre las que merece particular mención la Conferencia Italiana de Agricultores, que abiertamente está inspirada en los principios de la escuela social cristiana, o a la que también se debe el mérito de haber organizado entre todos los agricultores de Italia esta jornada de acción de gracias; fomentad igualmente las empresas de carácter económico, como las cajas rurales y las cooperativas de inspiración cristiana.

No os dejéis atraer por las maravillas ilusorias, que, con frecuencia y sin mucho esperar, resultan engañosas y peligrosas; por tanto, que vuestro agradecimiento a Dios se traduzca en una efectiva, concreta y activa conciencia del grandísimo honor de ser sus colaboradores en la conservación y ampliación de esa fuerza productora que desde los orígenes del mundo Él imprimió en la tierra que trabajáis: “Y dominadla” (Gn 1, 28).

De esta forma encontraréis un nuevo aliento y una nueva fuerza en la santa fatiga de vuestras manos, que, cuando se realiza de acuerdo con la voluntad de Dios, se convierte en fuente continua de paz, de orden, de tranquilidad en la tierra y de mérito eterno en el Cielo.

Este momento nos inspira una última palabra: consuelo y afecto para vosotros y vuestras familias; nuestro corazón está junto a vosotros, hijos muy queridos. Sabemos que la gente del campo está más cerca de Dios, que lo siente presente a su alrededor, junto a sus familiares y en sus trabajos, en el silencio del alba de cada día, cuando el arduo trabajo anuncia un día lleno de fatigas; en el ardiente mediodía, y en la plácida quietud del ocaso y de las noches estrelladas, cuando vuestro espíritu, en un tú a tú con Dios, se abre más fácilmente al coloquio con Él. Sabemos que Dios saca de vosotros, de vuestras familias, la parte más conspicua de sus sacerdotes, como ha sacado del campo algunas de las figuras más significativas de la historia de la santidad antigua y moderna. Os estamos agradecidos por ello; y pensando en vuestra modestia, en vuestra sencillez, en vuestra resignación, ante las pruebas particularmente duras de este año, nuestro afecto os brinda un gran abrazo.

Descienda nuestra bendición, reflejo de las celestiales complacencias, sobre vuestras casas, y también sobre los más perdidos caseríos lejanos, donde se trabaja y se ora; sobre vuestros niños, sobre vuestros jóvenes ardientes y buenos, que merecen un futuro mejor; descienda sobre enfermos y ancianos, que ven limitadas sus fuerzas y lo sufren en silencio; descienda sobre vuestras iglesias, testimonio de la fe de vuestros padres; sobre los sacerdotes que os guían y asisten no sólo en el camino del cielo, sino también prestándoos consejo e interesándose también por vuestras muchas necesidades prácticas. Que en todos los que estáis a la escucha esa onda de bendición celestial que os llega en estos momentos despierte renovados propósitos de vida cristiana, de fidelidad, de amor, de acercamiento a las realidades externas, con el empeño constante de enriquecer la fe, de alimentarla, de defenderla para que seáis siempre los hijos del Padre Celestial, que, como en las flores de vuestros campos, piensa en vosotros con su amable Providencia, a la que nada escapa.

En prenda de estos deseos, que acompañamos con nuestra oración más ferviente, cordialmente os impartimos a todos la bendición apostólica, que os testimonie hoy y siempre nuestra grande e imperecedera benevolencia.

 


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