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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI 
A LOS PARTICIPANTES EN LA XII CONFERENCIA DE LA FAO
*

Sábado 23 de noviembre de 1963

 

Excelencias y Señores:

Al mismo tiempo que Nos os damos la bienvenida aquí, Nos no podemos dejar de comenzar Nuestro discurso sin aludir a la trágica muerte del Presidente de los Estados Unidos de América, John Fitzgerald Kennedy. Nos queremos reiterar en esta oportunidad los sentimientos que ya Nos hemos manifestado públicamente: deploración por la acción criminal, admiración por el hombre y por el estadista; propósito de rezar por su eterno descanso, por su país y por el mundo, que reconoció en él a un gran líder; y finalmente, votos futuros para que su muerte no obstaculice la causa de la paz, sino que sea como un sacrificio y un ejemplo para el bien de toda la humanidad.

Nos aprovechamos esta ocasión, para presentar Nuestro homenaje a todas las Naciones representadas en esta Audiencia, especialmente aquellas que hace poco han llegado a ser miembros y socias de la Organización para la Alimentación y la Agricultura.

Nos pedimos al Señor que quiera conceder a cada país prosperidad y paz en la colaboración internacional y en la organización moderna del trabajo, porque el trabajo no fue maldecido por Dios cuando dijo: «Con el sudor de tu frente comerás el pan» (Gen 3, 19), el sudor honrado del buen trabajo según el ejemplo de Cristo que fue El mismo un trabajador.

Para resolver el serio problema de la vida del género humano éste es, pues el recto camino: incrementar las fuentes del pan, de la alimentación, y no menoscabar ni destruir la fecundidad de la vida, porque el Creador ordenó a sus primeras criaturas: «Procread y multiplicaos y llenad la tierra» (Gen 9, 1).

Nos n os felicitamos por los importantes resultados que habéis logrado y Nos rogamos que vuestros esfuerzos para ayudar a la humanidad aumentando sus reservas de alimento sean coronados cada vez más por el éxito; y con gran placer impartimos a vosotros, a vuestros colaboradores y a vuestras familias Nuestra particular Bendición Apostólica.

Estimados Señores :

Con gran satisfacción recibimos aquí al Presidente y a los miembros de la XII Conferencia bienal de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Más de cien países representados, de los cuales unos cuarenta por sus ministros de Agricultura: estas cifras son suficientes para demostrar el firme plantel de vuestra meritoria institución en el concierto de las organizaciones internacionales creadas a raíz del segundo conflicto mundial.

Nos lo reconocemos con mucha mayor satisfacción puesto que, Nos podemos decirlo, Nos fue dado asistir al nacimiento de la FAO, conocerla en su primera y modesta sede de Villa Borghese y, después, verla cumplir todo el camino que la ha llevado a los magníficos resultados actuales.

Un camino marcado por iniciativas generosas y desinteresadas, teniendo como fin sólo la felicidad de la humanidad y los medios para asegurarle un elemento fundamental: hacer retroceder la temible plaga de la desnutrición, que a pesar de los asombrosos progresos de la técnica mantiene aún actualmente a una gran parte del género humano en un estado de dolorosa inferioridad física y, como consecuencia, intelectual y moral.

No hay nada de extraño que la Iglesia sea la primera en aprobar actividades cuyo fin está directamente orientado al bien de la humanidad. Nada extraño que desde el comienzo, vuestra organización haya establecido con la Santa Sede las cordiales relaciones a las que vuestro Presidente aludió hace un momento.

Recordaréis, igual que Nos, el recibimiento que os reservaron aquí mismo Nuestros dos últimos Predecesores. Pío XII quiso que la Santa Sede tuviera observadores permanentes acreditados ante la FAO Juan XXIII consideraba vuestras actividades como la realización en el plano internacional de la primera de esas "obras de misericordia" cuyo recuerdo volvía a menudo a sus labios y manifestó siempre benevolencia por vosotros y os estimuló siempre. Y quiso demostrar el apoyo oficial de la Iglesia a vuestras campañas, haciendo referencia explícitamente a vuestra organización en su memorable Encíclica Mater el Magistra.

Por eso, no Nos hemos extrañado viendo a través de las crónicas de los diarios que, al inaugurar vuestra actual sesión, Vuestro Director General evocó a este inolvidable Pontífice y quiso rendirle homenaje públicamente.

Nos, revestidos a Nuestra vez de la pesada carga del Supremo Pontificado, no Nos olvidamos que Nuestra preocupación debe negar a todo lo que interesa el verdadero bien de los hombres, más allá de los límites visibles de la Iglesia católica. Y sentimos dolorosamente llegar hasta Nos el llamamiento de ayuda que surge desde esas inmensas regiones del globo donde los pueblos en fase de desarrollo están esperando de sus hermanos más afortunados el auxilio que los ha de salvar.

Vosotras habéis oído este llamamiento y habéis puesto los medios para contestar a él. En el curso de la actual sesión de vuestra organización, de la cual vuestro digno intérprete ha destacado toda la importancia, vosotros habéis estudiado principalmente el problema–clave de cualquier progreso en este campo: el de la agricultura. Nuestros votos y Nuestras oraciones acompañan vuestra labor, Nos os lo aseguramos.

Y si, mirando hacia porvenir, Nos quisiéramos formular un voto por vosotros, que sería el siguiente: que la eficacia de vuestra organización se afirme cada vez más en la realidad; que sus acciones prácticas y concretas se multipliquen en todas las regiones subdesarrolladas y den a muchos de Nuestros hermanos poco afortunados la prueba de que la humanidad constituye una sola y gran familia en la cual el sufrimiento de unos es también el sufrimiento de otros, por medio de la ayuda tan esperada y deseada. Que, así, tengan la prueba de que la caridad triunfa por fin sobre el egoísmo y que el bien prevalece sobre el mal. Así, más allá de las finalidades directas de vuestra organización, habréis alcanzado los objetivos de orden humano y moral a los que, como comprenderéis, somos particularmente sensibles, porque interesan no sólo al progreso material, sino también al espiritual del género humano.

Dios, Nos estamos seguros de ello, permitirá que vuestros esfuerzos den sus frutos. Nos Se lo pedimos de todo corazón, mientras Nos invocamos sobre el Director General de la FAO, sobre el Presidente de la actual Conferencia, así como también sobre todos y cada uno de vosotros y sobre vuestros respectivos países la abundancia de Sus divinas bendiciones.


*ORe (Buenos Aires) año XIII, n°590, p.1.

 



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