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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE PABLO VI
EN LA INAUGURACIÓN DEL NUEVO EDIFICIO
DEL COLEGIO PONTIFICIO PÍO LATINOAMERICANO


Sábado 30 de noviembre de 1963

 

Señores cardenales,
venerables hermanos,
señores embajadores y ministros,
hijos queridos:

El 12 de diciembre de 1960 nuestro predecesor, de feliz memoria, bendecía en el Palacio Apostólico la primera piedra del nuevo edificio de este Colegio Pontificio que hoy Nos inauguramos en el nombre del Señor. Intencionadamente aquella piedra angular fue obtenida precisamente en las Grutas Vaticanas, de las antiguas construcciones anexas al sepulcro glorioso del príncipe de los Apóstoles, como queriendo simbolizar los fundamentos profundos en que se apoya el Colegio, fidelidad, devoción, entrega y afecto sincero a la Santa Sede.

Escuchamos con gozo la invitación para presidir este solemne rito, pues respondía a un vivo deseo nuestro, estar en medio de vosotros, venerables hermanos y queridos hijos, en contacto directo e inmediato con vuestro Colegio, y por medio de él, con todas y cada una de vuestras nobles naciones.

Largo y no siempre fácil ha sido el camino recorrido por el Colegio en sus ciento seis años de vida, desde las sedes provisionales de San Andrés del Valle; Santa María, en Minerva; San Andrés del Quirinal, a su sede propia edificada en 1886 en Prati, para llegar finalmente a esta nueva y acogedora morada, abierta junto a una de las más célebres vías consulares romanas.

Demos gracias a coro al Señor por habernos procurado la alegría de este día, preparando para sus elegidos una residencia más salubre y de mayor recogimiento, lejos del bullicio de la ciudad. También pensamos con gratitud en cuantos han sido instrumentos de las benévolas disposiciones de la Providencia en la realización de una obra tan imponente, y en particular a los bienhechores que generosamente, y no sin sacrificio, han facilitado su realización.

El Colegio, a lo largo de su tradición secular, ha nutrido y educado selectas escuadras de ministros de Dios, los cuales, en las tareas que se les han confiado en los distintos grados de la jerarquía eclesiástica, han rendido incomparables servicios a la Iglesia en vuestros grandes países. Deber vuestro, queridos alumnos, es continuar el surco abierto por un siglo de historia, conservar las antiguas tradiciones y mantener siempre alto el honor del Colegio. Lo conseguiréis si os dedicáis seriamente, con todas las fuerzas, a prepararos con solidez intelectual y moralmente, para que podáis volver a la patria como heraldos dispuestos al sagrado ministerio, bajo la guía y dependencia del obispo.

En vuestro continente tenéis un glorioso patrimonio cristiano, intelectual, social y educativo que conservar, defender, desarrollar y enriquecer. Vuestros países son ejemplos de singular vitalidad en todos los sectores de la actividad humana, dedicados a la consecución de las más altas metas y de siempre nuevos ideales. La Iglesia no solamente ha de injertarse en este movimiento ascensional, sino que ha de ser su alma, pues si católico ha sido el fundamento de vuestra historia de ayer, cristianamente vivo y operante ha de ser el espíritu de vuestra sociedad de hoy. Vosotros, clero latinoamericano, seréis los artífices de esta transformación, y sabréis dar el sentido y la esencia cristiana a todo el quehacer humano. Por esto debéis ser aptos instrumentos del reino de Dios,

A la multitud de seminaristas reunidos en la basílica vaticana para conmemorar el IV centenario de la fundación de los Seminarios —también estabais vosotros entre aquéllos— recordamos que “la obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que mediante la ofrenda de una total caridad realizan el plan de la salvación de la infinita caridad divina”. También dijimos que “la vocación hoy quiere decir renuncia, impopularidad, sacrificio. Preferir la vida interior a la vida exterior, elegir una perfección austera y constante, dejando a un lado la mediocridad cómoda e insignificante, quiere decir capacidad para escuchar las voces suplicantes del mundo... y también la fuerza de saber callar las voces lisonjeras del placer y del egoísmo...”.

Sin duda un programa arduo, que traza los deberes que deben guiar vuestra vida de alumnos y los que han de guiar vuestra vida de sacerdotes para siempre. Si grandes son las responsabilidades personales y sociales que os esperan, más adaptada y severa, más profunda e intensa ha de ser la preparación con el ejercicio de las virtudes sólidas que caracterizan la vida de los santos, la obediencia, castidad, humildad, pobreza, menosprecio de los bienes y honores terrenos, entrega total a la causa de Cristo y de las almas. El atleta y todo campeón deportivo se adiestran con un largo e ininterrumpido entrenamiento en la palestra; vuestro Colegio será la palestra que os adiestre en las virtudes sacerdotales.

Sea, pues, objeto de vuestro atento estudio y meditación nuestra reciente carta apostólica Summi Dei Verbum, para aprender cómo habréis de cultivar las virtudes naturales y sobrenaturales, dedicaros simultáneamente a vuestra formación humana y sacerdotal, y educaros en el espíritu de sacrificio e imitación de Cristo, en su heroísmo, en su santidad, en su misión de bondad y de salvación.

El ejemplo del Apóstol San Andrés, cuya fiesta litúrgica hoy celebramos, os ayude a mantener siempre vivos en vuestros corazones los sentimientos de generosidad y prontitud con que él respondió a la llamada del Divino Maestro. También vosotros, como Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano, no volveréis a las redes que mantienen ligados a la tierra, sino que seguiréis a Cristo hasta lo último: “El os quiere hacer pescadores de hombres” (Mt 4, 18-20).

Estos son los sacerdotes que el mundo entero, y vuestros países en particular, quieren y exigen hoy, sacerdotes que sean los constructores de la “ciudad de Dios” sobre la tierra, que a todos los aspectos del quehacer humano lleven el aliento vivificador de Cristo, que siempre sean dispensadores de la gracia en el ejercicio específicamente sacerdotal y en sus contactos con los hombres y la sociedad que los rodea.

Siempre se han dirigido los cuidados maternales de la Iglesia a conseguir esta formación completa en los ministros de Dios, y vuestros obispos dedicaron al problema del clero especial atención en la Conferencia General del Episcopado Latino-Americano, celebrada en Río de Janeiro en 1955, que señaló un hito en la historia de la América latina.

Queridos hijos, tenemos la certeza que nos comprenderéis, y os decimos con corazón de padre: aprovechad los años de formación del Colegio, es una gracia especial que os ha concedido el Señor, al llamaros a pasar los años más hermosos de vuestra juventud cerca del sucesor de San Pedro, como para recoger sus paternales solicitudes y uniros más estrechamente a él con una operante y generosa fidelidad.

Mostraos dignos de la hora solemne que vive hoy toda la Iglesia, la hora del Concilio Ecuménico; vivid su espíritu y penetrad su oculta profundidad. Recoged de la Roma eterna y sagrada el perfume cristiano, para llevarlo en vuestras almas y difundirlo en vuestras tierras.

Poned especial atención a las vocaciones sacerdotales; os queremos decir que habéis de ser obreros divinos, agricultores evangélicos con el ejemplo de un sacerdocio íntegro, viviendo la plenitud de sus ideales, con palabra cálida y convincente, con la exquisita sensibilidad sobrenatural que sabe descubrir y cultivar la semilla de la vocación, que copiosamente siembra el Señor en el corazón de los jóvenes. De esta forma contribuiréis sustancialmente al desarrollo de la vida religiosa, meta de los esfuerzos magnánimos de vuestros obispos y de las preocupaciones de una gran parte del mundo católico. Aprovechamos la ocasión para renovar a unos y a otros nuestra viva satisfacción y sincero agradecimiento.

A este respecto pretendemos —os lo comunicamos, venerables hermanos— dar mayor resalte al interés que la catolicidad despliega en pro de la Iglesia de vuestro continente. Por ello pensamos que sería un buen complemento de la Comisión para la América latina un Consejo que reagrupase —coordinando trabajos e iniciativas— a representantes del episcopado latinoamericano y representantes de los organismos episcopales que en otras naciones y continentes colaboran en la vida católica de vuestras poblaciones.

Y ahora un augurio y una bendición. Un augurio para el nuevo Colegio, que “vivat, crescat et floreat” con una renovación no sólo externa, sino también interna, en el espíritu de Cristo, certeza de un futuro más próspero. Un augurio para los eminentísimos señores cardenales, para los excelentísimos señores obispos y arzobispos, que en tan gran número vemos reunidos en torno a Nos, que logren recoger los mejores frutos en su Colegio; al padre rector y a los superiores les auguramos docilidad y correspondencia a los amantes cuidados que en él prodigan, y, finalmente, a todos los alumnos, y en especial al grupo que mañana recibirá la sagrada ordenación sacerdotal, les presentamos nuestros paternales votos para que el recuerdo de nuestra visita permanezca vivo en su corazón juntamente con las enseñanzas que les hemos dispensado.

Y para todos, y bajo los auspicios maternales de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la América latina, amplia y propiciadora descienda la bendición apostólica que de corazón os impartimos.

 


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