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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PRESIDENTES DIOCESANOS
DE LA JUVENTUD ITALIANA DE ACCIÓN CATÓLICA

Martes 3 de noviembre de 1964

 

Queridos jóvenes. Carísimos hijos:

Os diremos ¡Bravo! Y éste será hoy nuestro discurso. ¡Bravo!, pues habéis venido a nuestro encuentro, vuestra visita es siempre un consuelo, un soplo de alegría, una invitación a la esperanza. Son muchas las ocupaciones del Papa; pero esta visita las interrumpe sin causarle trastorno; más aún, lo tonifica, lo pone en relación con sus mejores finalidades apostólicas, en las que vosotros, auténticos representantes de la vida vivida y de la vida por vivir, ocupáis un gran puesto. Son también muchas las penas del Papa; y vuestra presencia no lo distrae, lo conforta. La audiencia a nuestros jóvenes católicos, más aún que benéfica para ellos, como esperamos que lo sea, es benéfica para Nos. Gracias, hijos, por ello os decimos ¡Bravo!

Y os lo repetimos, queridos hijos, porque nos traéis una nota, que es vuestro honor y nuestro gozo, vuestro orgullo y nuestro orgullo: sois y os profesáis católicos. Más aún, lleváis esta nota, no como una etiqueta externa, que os autorice a marchar en las filas de un ejército glorioso, simplemente; lo tenéis como un término pleno de significado, que confiere a vuestra vida un perfil espiritual, un carácter preciso, exigente como un compromiso, fuerte cómo una armadura, gozoso como una canción. Vosotros lleváis vuestra nota de católicos, sobre la base de una bien determinada firmeza, y al mismo tiempo sobre el resorte de vuestra bien definida energía. Para vosotros ser católicos no es una simple clasificación, a la que puede igualmente aspirar, por fortuna suya y nuestra, la mayor parte de vuestros conciudadanos; por desgracia, sin obtener siempre de ellos la respuesta concreta y efectiva, a la que tal título les obligaría. Para vosotros ser y deciros católicos es conciencia de pertenecer a la Iglesia, y por ello mismo de ser miembros vivos de Cristo, ciudadanos del Reino de Dios no menos que de la sociedad civil, con plenitud de uno y otro orden, del natural y del sobrenatural; para vosotros ser católicos es un principio de coherencia de pensamiento y de conducta; es una profesión de fe; un criterio pedagógico, una invitación a la acción, una certeza en la vida. Aún más, es una riqueza interior, de verdad, de oración, de poesía; una capacidad de conocer, de amar, de gozar, de servir. Es la expresión siempre viva y siempre creciente de vuestra fe, que el bautismo insertó en vuestras almas y ha corroborado la confirmación.

¿No os diremos ¡Bravo! cuando sólo llamaros por el nombre nos obliga a hacer vuestra apología; y una apología tal que quisiéramos hacerla de cada uno de nuestros hijos?

Con mucha más razón hemos de repetiros este elogio, pues hoy con gran mérito lo provocáis; el mérito de vuestro Congreso, un Congreso nacional de los presidentes diocesanos, a los que se suman los premiados en el certamen de cultura religiosa; cada término exigiría un comentario, pues todos son densos en significado y plenos de valor. Nos alegra muchísimo ver a la Juventud Italiana de Acción Católica así, perfecta en sus cuadros, de espíritu vivo, enérgica en los propósitos, acorde en la acción, siempre fiel y siempre nueva. Vuelve a nuestros labios, porque sube del corazón la exclamación sincera ¡Bravo!, pues no sólo la admiración y la alabanza nos sugieren saludaros así, sino también un complejo de otros sentimientos, de temor, de augurio, de exhortación, de esperanza; es decir, nuestro encomio no se refiere a los que habéis sido o a lo que sois, sino a lo qué debéis ser y seréis en el futuro. Esta referencia a la obligación de ser bravos, no sólo hoy, sino también mañana, abre en nuestro espíritu, y ciertamente también en el vuestro, una serie de consideraciones que nos hacen ver lo singular que es vuestra profesión de jóvenes católicos militantes, lo discutida, lo problemática, lo contrariada a veces, y, por tanto, lo amenazada de debilitarse, de cambiar de aspecto, de dejarse corroer interiormente por críticas y autocríticas en apariencia muy agudas, y externamente por mimetismos animosos, por condescendencias oportunistas, por gregarismos serviles, que pueden alterar el perfil de la juventud católica, de la que hoy vosotros dais un bello testimonio.

Nos mismos hemos recogido no pocas voces, que suben de órganos de la opinión pública muy difundidas, pero nada favorables a vosotros, mofándose de vuestra grande y tradicional asociación, como expresión organizativa y formativa superada, cerrada en sí misma y extraña a las aperturas modernas, firme en una concepción provinciana del compromiso católico, representante de una derecha clerical conservadora y reaccionaria, insensible a las exigencias de fondo del desarrollo histórico, umbría y fría por un árido integralismo, vinculada a una situación ideológica de otras tiempos, y así sucesivamente.

Muchas veces Nos hemos preguntado qué consistencia tendrían esas objeciones contra la escuela de formación juvenil que vosotros representáis y promovéis, creyendo siempre obligado el evitar dirigir por un falso sendero educativo a nuestra juventud, que tanto queremos. Pero Nos hemos reafirmado fácilmente, pensando primeramente en la vaciedad y en la insidia de estas críticas y acusaciones, que se lanzan contra vuestra asociación; sería fácil demostrar cómo bajo la fascinación de la jerga verbal de moda se esconde la realidad de unos falsos principios, de lisonjas envidiosas, de errores ideológicos, que pretende arrancaros la reserva doctrinal y moral que os suministra ideas y vigor, no renovarla ni vigorizarla. Y en segundo lugar Nos hemos reafirmado conociendo la frescura de sensibilidad, la novedad de métodos, la variedad de programas, la vigilancia de las necesidades, la riqueza de los resultados que demuestran que la Juventud de Acción Católica hoy sigue siendo joven, capaz y digna de marchar en cabeza de la generación juvenil de nuestro tiempo.

Ciertamente vosotros estáis convencidos de ello. Permitid que os confirmemos en vuestra convicción con la nuestra. Vosotros tenéis una gran fortuna, poseer una concepción segura de la vida, la que Cristo, mediante su Iglesia, ofrece al hombre de todos los tiempos, especialmente al hombre moderno con maravillosa respuesta a sus aspiraciones y a sus sufrimientos. Vosotros tenéis una misión que cumplir, la de ofrecer a vosotros mismos y a vuestros contemporáneos, a la juventud de hoy, la belleza y la fuerza de vuestros ideales.

Vosotros y con vosotros vuestros consiliarios, habréis hecho sin duda, con frecuencia, el análisis de la mentalidad juvenil contemporánea, la mentalidad que parece la expresión significativa de la juventud de hoy (aunque no refleje a la totalidad, y más aún a veces sólo refleja a una minoría, es, sin embargo, la que está de moda, la que parece personificar el estrato juvenil de vuestros años); y habréis observado que la falta de ideales, dignos de comprometer a una vida, caracteriza muchas manifestaciones del alma juvenil, permitiendo de esta forma que ciertos fenómenos de decadentismo, de frivolidad, de hedonismo, de antiintelectualismo, de subversión… aparezcan ante nuestros ojos y adquieran a veces proporciones preocupantes. Se diría que esta juventud no sabe ni para qué ni cómo dar a la vida su verdadera y gran dimensión humana.

Vosotros, queridos jóvenes, lo sabéis. Vosotros tenéis tesoros de ideales para vosotros y para vuestros compañeros: ideales que pueden dar a la vida su belleza, su dignidad, su vitalidad, su capacidad de gozar, de servir, de amar. Estad orgullosos de ser lo que sois. Estad agradecidos a vuestros padres, a vuestros maestros, a vuestros amigos, a la Iglesia finalmente, por ser jóvenes vivos, fuertes, bravos, modernos, y, es decir Jóvenes Italianos de Acción Católica.

Como tales y para que lo seáis hoy y siempre, os bendecimos a todos de corazón.

 



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