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PEREGRINACIÓN DE PABLO VI A BOMBAY

PALABRAS DEL SANTO PADRE
AL LLEGAR AL AEROPUERTO DE ROMA


Sábado 5 de diciembre de 1964

 

En el momento en que, tras las imborrables emociones de nuestra peregrinación a la tierra indiana, volvemos a poner pie sobre la amada Italia, un sentimiento de profunda gratitud, gozoso y conmovido al mismo tiempo, sube de nuestro corazón hacia el Señor, que nos ha concedido esta incomparable experiencia.

A la luz radiante que emana del misterio eucarístico ha tenido lugar nuestro encuentro con la India, una nación grande y nobilísima; encuentro que ha querido extenderse a todas las inmensas regiones de la India y, todavía más, a todas las regiones del Oriente misterioso y lejano, a sus gentes doctas, pacientes, humildes y generosas, todavía iluminadas por los rayos de sus antiguas civilizaciones, pero inclinadas hacia las conquistas del progreso y del orden social.

Los breves días de nuestra permanencia en Bombay, puerta abierta sobre la India, y los innumerables y estimulantes coloquios tenidos con los varios grupos de aquellos ciudadanos y, sobre todo, con los queridos hijos de la Iglesia católica, nos han permitido conocer más de cerca a aquella nación, apreciar sus tesoros de arte y de cultura, sus testimonios de profunda religiosidad, su carácter de noble recato y distinción y su valor moral. Nuestro corazón ha querido latir al unísono con el corazón de un pueblo entero para compartir con él aspiraciones y expectativas, sufrimientos y esperanzas, pensamientos y propósitos; ha gozado y sufrido, ha palpitado y esperado con todos aquellos nuestros hijos y hermanos, y se ha dilatado en la plegaria universal, abarcando anhelos y palpitaciones de todos los corazones, a fin de que, según una reminiscencia bíblica, “como tierra que produce su vegetación y colmo jardín que hace despuntar sus semillas, así el Señor hace germinar la justicia y la gloria a la vista de todas las gentes” (Is 61, 11).

Queremos, por tanto, repetir nuestro saludo de recuerdo y de augurio a toda la nación india en cada uno de sus Estados y población; a las autoridades civiles, que tantas pruebas nos han dado de su consideración, de su gentileza, de su celo, haciendo todo cuanto estaba en su mano para que fuera inolvidable y grata nuestra breve estancia en su tierra hospitalaria; el Señor secunde sus esfuerzos constantes para asegurar a sus pueblos los deseados frutos de la verdadera paz. El recuerdo afectuoso y conmovido se dirige también a nuestros venerables hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes y a los fieles, a las florecientes instituciones de vida católica, alegremente empeñados en un generoso testimonio de caridad y de vida para Cristo y para su Iglesia: Pero no están ausentes de nuestro pensamiento y de nuestra oración los hermanos de las diversas y viejas religiones no cristianas, a quienes también abrazamos; a ellos igualmente se dirige la expresión de nuestra sincera benevolencia,

Y ahora dirigimos con profundo respeto un sentimiento de vivo, obligado reconocimiento a las distinguidas autoridades gubernativas italianas; en primer lugar, al Presidente del Consejo, con nuestra viva complacencia por sus nobles palabras, y a las demás autoridades que nos hacen tan grata esta hora del retorno junto a las sagradas reliquias de Pedro, donde está nuestra morada y el centro de la unidad católica: y no podemos menos de dedicar un augurio, particularmente sencillo y conmovido al profesor Antonio Segni, presidente de la República italiana, a quien consideramos espiritualmente unido a esta noble corona de personalidades de la política, de la cultura y del arte. Saludamos también de modo especial a los distinguidos y beneméritos miembros del Cuerpo diplomático acreditado en la Ciudad Eterna, cuya presencia nos atestigua la deferente participación de sus respectivas naciones en nuestro peregrinar. Sentimos además el grato deber de expresar nuestra complacencia y agradecimiento a los dirigentes, a los pilotos, a los equipos de vuelo de las dos sociedades aéreas, que tan rápida, confortable y atractiva han hecho nuestra larga travesía de dos continentes.

Y un particular “gracias”, de todo corazón, a cuantos han cooperado, con generosa entrega y con perfecta organización, al pleno éxito de este nuestro viaje misionero.

A la vez que le presentamos una vez más a Cristo Señor, Rey universal de los siglos, a todos los pueblos que hemos visitado, a aquellos sobre los que hemos volado y a los que nos han sostenido con su oración y con sus votos augurales, nos complace impartir a vosotros aquí presentes, a nuestros queridísimos hijos de Roma y a toda la humanidad nuestra apostólica bendición, prenda y reflejo de las divinas efusiones de gracia y misericordia.

 


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