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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VIA
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS
DEL COLEGIO DE DEFENSA DE LA OTAN
*

 Sábado 6 de mayo de 1967

 

Visitarnos durante vuestras sesiones de trabajo, Señores, se ha convertido en una tradición de vuestro Colegio. Hoy constituye un placer para Nos recibir a los Auditores y Miembros de la Facultad de la 30ª sesión y a sus familias. Os damos a todos Nuestra cordial bienvenida.

La sede de vuestro Colegio ha sido fijada ahora en Roma. Así, en los momentos de libertad que os dejan vuestros estudios, habéis tenido ya ocasión de conocer y apreciar esta ciudad incomparable, y de asimilar, hasta cierto punto, su vasto patrimonio de historia y de cultura. Habéis leído las inscripciones de sus piedras, que testimonian lo que ha sido llamado «la grandeza y la decadencia de los romanos». Pero, además de los hombres y de las instituciones de la antigua Roma, que ahora son solamente un recuerdo, habréis seguramente descubierto, a través de las catacumbas, de las tumbas de los mártires y de las basílicas, en las ceremonias religiosas y en las infinitas peregrinaciones, la corriente viva de Cristiandad, que ha dejado su marca indeleble en esta ciudad.

Hoy, vuestra presencia aquí es para Nos una prueba de que conocéis muy bien estos valores espirituales, que constituyen la base de la verdadera civilización. Confiamos en que encontraréis, en vuestro contacto con los tesoros religiosos de Roma cristiana, un motivo de elevación y de enriquecimiento para vuestras almas.

Es cierto que las conferencias y estudios en los que tomáis parte están dedicados a materias de diferente orden. Sin embargo no hay ningún aspecto de la actividad humana que pueda quedar despojado de la medida fundamental del hombre, su dimensión moral y espiritual.

Sabemos, por ejemplo, que entre los problemas que abordáis están incluidos los que se refieren a las organizaciones internacionales de cooperación y asistencia a los países en vías de desarrollo. En una cuestión como ésta, una institución espiritual como la Iglesia tiene algo que decir; y, de hecho, ella ha hablado recientemente a través de un solemne documento, del cual, sin dudas, habréis oído hablar: la Encíclica Populorum progressio. Esta Encíclica habla de la felicidad de los hombres, de la justicia entre las naciones y de la paz en el mundo. Nadie puede esperar que se alcanzarán estos objetivos de manera duradera, si se descuidan los grandes principios del orden moral, que son los que deben inspirar la actividad del hombre en esta tierra.

Confiamos, Señores, en que podréis continuar de manera feliz vuestra estadía en Roma, que la concluiréis agradablemente con vuestro viaje de estudios por Europa. Os agradecemos por vuestra amable visita e invocamos de todo corazón, sobre vosotros y sobre vuestras familias, la abundancia de las bendiciones divinas.


*ORe (Buenos Aires), año XVII, n°753, p.10.

 


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