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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRESIDENTE DEL CONSEJO EJECUTIVO FEDERAL
DE YUGOSLAVIA*

Miércoles 10 de enero de 1968

 

Señor Presidente:

Constituye para Nos un gran placer presentar Nuestra cordial bienvenida a Vuestra Excelencia y a los ilustres miembros de vuestro séquito.

Nos os agradecemos las palabras amables que Nos habéis dirigido y que transparentan sentimientos y propósitos que Nos apreciamos sumamente.

Ante todo os rogamos queráis haceros intérprete ante el Señor Presidente de la República Socialista Federativa de Yugoslavia, de Nuestro sincero reconocimiento por los saludos y deseos que por intermedio de Vuestra Excelencia nos hizo llegar amablemente y que, por Nuestra parte, correspondemos con Nuestros deferentes deseos de felicidad personal.

Los dos puntos que acabáis de evocar constituyen el objeto de Nuestras preocupaciones cotidianas y el motivo de Nuestras plegarias constante al Señor.

Nos place saber que el Gobierno federal y los pueblos de Yugoslavia aprecian Nuestros esfuerzos para hacer recordar a quienes tienen en sus manos la suerte de las naciones la grave obligación moral que tienen de buscar, mediante negociaciones abiertas y leales, una solución honorable para la guerra que desgarra ciertas regiones y de salvaguardar la paz donde ésta puede verse amenazada.

Nos continuaremos Nuestra acción, a pesar de las múltiples dificultades y, a veces, de la incomprensión que parece encontrar, alentados como Nos estamos por la aprobación de los hombres de buena voluntad, y sobre todo por la convicción de que esta acción forma parte de la misión que Nos ha confiado la Providencia: esta misión Nos impulsa, por motivos superiores de humanidad y de caridad, a dedicarnos a promover la paz y el progreso de los pueblos y a aliviar sus sufrimientos, de acuerdo a las formas que Nos son permitidas.

Con vivo interés Nos seguimos las iniciativas que el Gobierno federal yugoslavo ha desarrollado en ese sentido. En especial Nos hemos sabido con satisfacción que el Presidente de la República Federativa Socialista de Yugoslavia ha acogido favorablemente Nuestra invitación de celebrar la «Jornada mundial de la Paz», para recordar a los espíritus olvidadizos el bien supremo que es la salvaguardia de la paz en las almas, en las familias y entre los pueblos. Nos os rogamos que reiteréis al Señor Presidente Nuestro agradecimiento.

Con la atención que merece la importancia del tema, Nos hemos escuchado vuestra exposición sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Yugoslavia, y sobre la reanudación reciente de las relaciones entre la Santa Sede y el Gobierno Federal.

Nos compartimos la satisfacción de Vuestra Excelencia y del Gobierno que preside, para que se reanuden estas relaciones. Esto da a la Santa Sede la esperanza de un desarrollo posterior que Nos auspiciamos y que Nos deseamos que produzcan resultados cada vez más positivos para satisfacción de las dos partes interesadas.

Al respecto, la Santa Sede no puede sino recordar el fin supremo que la Iglesia persigue en todos los países, un fin de orden esencialmente religioso y espiritual. Ella tiende a él por la predicación de la doctrina evangélica, en el cuadro de su organización y de su legislación, siempre respetuosas de los derechos legítimos del Estado y siempre capaces de suscitar efectos saludables para la vida moral, social y civil de las poblaciones. Las virtudes que la doctrina cristiana enseña e inculca son, en efecto, el fundamento más seguro de toda vida social bien ordenada.

Nos no necesitamos reiterar a Vuestra Excelencia la alta estima que Nos tenemos por su noble país. Nos hemos tenido el placer en estos últimos días de llamar a Roma a uno de sus hijos más ilustres, para que venga junto a Nos para prestarnos su valiosa colaboración al frente de uno de los más importantes organismos del gobierno de la Iglesia.

Al mismo tiempo que Nos impartimos a las poblaciones yugoslavas, cuyo bienestar tanto Nos importa, Nuestra afectuosa Bendición, Nos renovamos a Vuestra Excelencia y a su séquito la expresión de Nuestro reconocimiento por su cortés visita, al mismo tiempo que Nuestros mejores deseos de felicidad personal.


*ORe (Buenos Aires), año XVIII, n°787, p.3, 4.

 



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