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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A ASIA ORIENTAL, OCEANÍA Y AUSTRALIA

DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO EN SYDNEY


Martes 1 de diciembre de 1970

 

Señores:

El encuentro que Nos brindáis, es siempre para Nos una de las alegrías de nuestros viajes a través del mundo. En un instante la tierra entera se presenta a Nuestros ojos, en la persona de sus representantes más escogidos. Nos les ofrecemos y a sus respectivos países un saludo respetuoso con Nuestros buenos deseos de prosperidad.

Nuestra estancia en Australia tiende ya a su fin y Nos felicitamos por haber aceptado este lejano desplazamiento para responder mejor a Nuestro cargo apostólico, por el cual Nos estamos investido del cuidado de todas las Iglesias. En espíritu de comunión y compartiendo la responsabilidad, hemos estudiado aquí, lo mismo que el otro día en Manila, con los obispos de esta inmensa región del mundo, tratando de buscar juntos cómo llevar hoy la palabra eterna de Dios al hombre contemporáneo. El objetivo de este viaje es de orden espiritual, pero con gozo Nos tomamos igualmente contacto con los Gobiernos y las Autoridades locales para asegurarles Nuestra leal dedicación y expresarles Nuestro reconocimiento por su hospitalidad tan cordial. Nos sacamos de ello un gran aliento para proseguir nuestra misión al servicio de los hombres y para repetir Nuestro llamamiento a los creyentes, a fin de que, llevados por el dinamismo de su fe, trabajen en fraterna colaboración con los hombres de buena voluntad por la renovación del orden temporal (Cf. Apostolicam Actuositatem, 5).

Vuestra misión, señores, se parece en muchos aspectos a la Nuestra, porque vosotros trabajáis por la causa del orden internacional y del progreso pacifico de los pueblos, comprometiéndoos en el esfuerzo general del concierto tan necesario al mundo de hoy: concierto para establecer las condiciones de una paz justa; para poner las bases de una sociedad solidaria donde el rico ayude al pobre, donde el poderoso sostenga al débil.

Nos pedimos a Dios que os ayude en esta función tan eminente y tan cargada de responsabilidad para que, a pesar de la lentitud y de las tentaciones de impaciencia, crezca entre los hombres la conciencia de que son todos hermanos e hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con estos deseos, imploramos sobre vosotros y sobre vuestros respectivos países la abundancia de las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.50 p.12.



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