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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE CHILE ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 22 de marzo de 1971

 

Señor Embajador:

Con sincera gratitud hemos escuchado las deferentes palabras que acaba de dirigirnos al presentar las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Chile ante la Santa Sede. Al agradecer también el atento mensaje que nos ha transmitido de parte del Excelentísimo Señor Presidente de la República, queremos destacar el gozo esperanzado que su presencia, Señor Embajador, produce en nuestro ánimo por evocar ella a una Nación para Nos tan querida.

Las ideas sobre la paz, la justicia, el progreso y la fraterna convivencia, a que Vuestra Excelencia se ha referido, no pueden menos de encontrar en nuestro espíritu el justo eco, ya que es nuestra labor y la de la Iglesia mantener un diálogo constante sobre los problemas y las legítimas aspiraciones de la familia humana, de la cual la gran Nación Chilena es un miembro tan merecidamente apreciado.

Así creemos ser fieles a nuestra característica misión de proclamar una Verdad trascendente, que es semilla destinada a crecer y desarrollarse en las almas como árbol de ramas amplias, abiertas a todos los horizontes de la actividad del hombre y de la sociedad; y que es luz para iluminar a la humanidad en la búsqueda del camino recto hacia su armónico progreso, en sus dimensiones terrena y eterna.

Por eso la misión de la Iglesia es una misión de servicio sincero a cada hombre, a cada sociedad, a la humanidad entera, haciendo sentirse a cada uno responsable de la suerte de sus semejantes. Donde llega la voz del Evangelio, allí llegan la promoción del hombre, el anuncio de la justicia y la obra de caridad.

Vuestra Excelencia se ha fijado particularmente en el respeto a la ley y a los postulados de la paz, definiéndolos pilares de la vida de la Nación Chilena; en la tradición democrática del País y en los valores espirituales que toda nación necesita para promover un verdadero progreso.

Con satisfacción hemos escuchado estos conceptos tan esenciales para que la Iglesia desarrolle libremente su actividad: ésta se define por el espíritu de servicio a que hemos aludido, y no mira a otra cosa que al auténtico provecho moral y espiritual de sus miembros, y por lo tanto se refleja indirectamente en toda la comunidad nacional. Y pensamos en concreto en la acción generosa que la Iglesia está realizando en Chile al servicio de los más pobres y necesitados, mediante sus obras de promoción social y de caridad; en el esfuerzo que ella está llevando a cabo en favor de la juventud estudiantil con sus escuelas y universidades; en las iniciativas en bien de los enfermos y de los ancianos, así como en los trabajos sociales para la elevación del mundo rural y obrero. La libertad de acción de la Iglesia ha sido presentada por el Concilio Ecuménico Vaticano II como principio fundamental en las relaciones entre la Iglesia y los poderes públicos y todo el orden civil.

Nos tenemos la confianza de que, en ese espíritu, la Iglesia encontrara siempre en vuestra Patria, por parte del Estado, las condiciones que le son debidas para su acción desinteresada y fecunda; y que Chile sabrá mantener una profunda estima por su tradición católica, por el patrimonio cultural, moral y religioso de su pueblo, y por sus relaciones cordiales con la Santa Sede, que Vuestra Excelencia ha expresado el deseo de estrechar aún más. Y confiamos también en que Chile querrá conservar las buenas relaciones con la Iglesia que allí trabaja, asegurándole la libertad para su culto y su ministerio, entendida no en el sentido de una mera tolerancia que pueda ser restringida como un factor negativo en la vida del pueblo, sino como un noble derecho y una pedagogía de cultura, de progreso y de elevación humana.

Señor Embajador: Al formular fervientes votos por el feliz cumplimiento de su alta misión, nos complacemos en asegurarle nuestra benevolencia, y mientras reiteramos nuestro especial afecto al amadísimo Pueblo Chileno, enviamos a él y a todas sus Autoridades por el digno trámite de Vuestra Excelencia nuestro saludo, a la vez que imploramos sobre la Nación entera la divina asistencia y las continuas bendiciones del Altísimo.


*AS 63 (1971), p.291-292;

Insegnamenti di Paolo VI, vol. IX, p.212-214;

L’Attività della Santa Sede 1971, p.115-116;

OR 22-23.3.1971 p.1;

L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.3 p.4.

 



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