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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
Al PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DEL ALTO VOLTA*

Lunes 18 de junio de 1973

 

El encuentro de hoy, cuyo carácter solemne pone de manifiesto la importancia que tanto Vd. como yo le atribuimos, nos proporciona también ocasión para expresar la alegría que experimentamos al recibirle.

Manifiesta Vd., señor Presidente, una gran apertura de espíritu, un deseo de respetar las aspiraciones y legítimas reivindicaciones, de cualquier parte que vengan, una preocupación constante por los problemas vitales del desarrollo y de la paz.

Séanos permitido saludar, en su persona, a todos los habitantes de su país. Frecuentemente pensamos en ellos, en su animoso esfuerzo para dominar las vicisitudes de la geografía, su ardor en la gran empresa de la mejora de las condiciones de vida, sus luchas para que vuestro país consiga una mayor prosperidad. Pensamos también en la diversidad de razas a las que pertenecen; ello podría convertirse, más que en un problema a veces difícil de resolver, en una cualidad incomparable de vuestra civilización, uno de los elementos de esa armonía humana, que constituye la grandeza de un Estado. Pensamos, finalmente, en el espíritu verdaderamente religioso que se aprecia en vuestro pueblo y, más especialmente, en la joven comunidad católica, animada por el cardenal Zoungrana, el primer cardenal del África Occidental. Gozando como goza de tolerancia y libertad, el dinamismo de esta comunidad puede ser propuesto como ejemplo a muchos cristianos.

Con vuestra visita, sin duda alguna, es todo el Alto Volta el que llena nuestro corazón. Hacia él se dirigen nuestro afecto y nuestra paternal solicitud. Y más allá de él podemos contemplar el inmenso continente africano, cargado de promesas y pletórico de esperanzas, al que fuimos en una ocasión a bendecir y alentar desde Kampala.

Ante esta perspectiva, ¿cómo no recordar las líneas de actuación que la Iglesia trata de desarrollar para servir al hombre y a todo el hombre? Si su primera función es ciertamente de orden espiritual, la Iglesia, sin embargo, no puede desinteresarse de la promoción de la persona y de la transformación de sus condiciones de vida. Ella se esfuerza, consiguientemente, por colaborar en la construcción de un mundo mejor, con la certeza de que esto también forma parte del plan de Dios. Por ello se siente a veces impulsada a la realización de algún proyecto de orden temporal; trata de actuar siempre en pro de la justicia social; considera, además, la participación leal en los "planes de escolarización" o de educación permanente, un objetivo excelente para las posibilidades de que dispone.

Pero la tarea que la Santa Sede, en nombre de la Iglesia debe cumplir también, en la medida de sus posibilidades, es la de llamar la atención de los poderes públicos y despertar la conciencia de los cristianos de todos los países, siempre que surja en el mundo uno de esos angustiosos y con frecuencia imprevisibles problemas que hay que resolver inmediatamente, con todos los medios a nuestro alcance, si queremos asegurar la supervivencia de los pueblos. A este respecto, la terrible catástrofe de la sequía que azota al África Occidental, y que tan profundamente nos preocupa, no puede dejar indiferente a nadie. Ella exige que se consigan abundantes recursos, que se haga todo lo posible para la distribución de las ayudas y que, además, se realicen estudios a largo plazo para conjurar en el futuro las nefastas consecuencias de semejantes plagas. Tan pronto fuimos informado de la amplitud de los daños de la sequía, lanzamos vibrantes llamamientos para hacerles frente. Y más recientemente hemos invitado a nuestro cardenal Secretario de Estado, que es también Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, para que rápida y eficazmente coordine las iniciativas de las organizaciones católicas asistenciales con el fin de que su intervención para aliviar los sufrimientos de tantas víctimas inocentes sea más rápida y mejor adaptada. De todo corazón deseamos que ello contribuya, en el concierto de la solidaridad mundial, al menos a hacer frente a las necesidades más urgentes y a reavivar la esperanza.

Para finalizar esta alocución de bienvenida, manifestamos nuestra certeza de ver estrecharse cada vez más la comprensión y los vínculos de amistad entre el Alto Volta y la Santa Sede. Si fuese necesario aportar pruebas de ello, podríamos presentar la recientísima decisión común de entablar relaciones diplomáticas, instrumento de diálogo que con toda seguridad será de gran utilidad. Con esta convicción imploramos de todo corazón sobre Su Excelencia, sobre las dignas personalidades que le acompañan, como también sobre la noble nación del Alto Volta, la abundancia de las bendiciones de Dios Todopoderoso.


 

*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.25, p.9.

 



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