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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA LA AMÉRICA LATINA

Lunes, 20 de octubre de 1975

 

Amadísimos hermanos en el Episcopado:

Sean nuestras primeras palabras de bienvenida y expresión también de nuestro fraterno afecto en el Señor. Una vez más sentimos el gozo inmenso de estar entre vosotros, miembros del «Consejo General de la Comisión Pontificia para la América Latina», reunidos en Roma, inmersa en el clima espiritual del Año Santo, para hacer confluir vuestra reflexión y celo pastoral en un tema muy específico: «Matrimonio y familia en América Latina».

Sabemos muy bien que la elección de este tema, de capital importancia para el cristiano, corresponde a un imperioso despertar de la conciencia moral y religiosa dentro de la sociedad. Y nos consta que vosotros, conscientes de vuestra responsabilidad como guías de las respectivas comunidades, afrontáis el tema con la seriedad y profundidad que merece una cuestión tan viva y actual. Recibid por ello nuestra felicitación más cordial y sincera.

Un estudio pastoral como el presente se desarrolla en dos etapas, correspondientes a los dos modos en que puede ser considerado: uno analítico, tal como se expone, con abundancia de datos y conocimiento de causa, en las ponencias. A través de las mismas, se pretende trazar la situación pastoral familiar, así como las perspectivas que ésta ofrece dentro de la pastoral de conjunto en América Latina.

Un segundo tiempo de desarrollo del tema es el sintético, que pone la atención en los puntos fundamentales y en las conclusiones. Es lo que nos proponemos hacer en este breve discurso.

La familia, en efecto, está en el centro de la crisis y de las contestaciones que sacuden a la sociedad moderna, precisamente por ser ella la institución fundamental de la sociedad y la garantía de su estabilidad y carácter humano. Frente a las ideologías que quisieran manipular las sociedades, cambiando la imagen de la familia y sus funciones dentro de la sociedad, la Iglesia - lo sabéis muy bien - desea que en todos los campos se le dedique una atención prioritaria porque cree firmemente en su misión. Si Dios se nos ha revelado como Padre; si Cristo ama a la Iglesia como el esposo a la esposa, ¿cómo no vamos a tener la certeza de que la familia existirá hasta el fin para ofrecer al mundo un testimonio de amor?

Vuestra clara visión pastoral os invita a hacer un diagnóstico de los males que aquejan actualmente a la familia: incomprensión entre las generaciones, aumento del número de divorcios, rechazo egoísta de la vida, infidelidad conyugal, uniones irregulares, etcétera. Pero vuestra atención no se fija solamente en estos fenómenos, sino que los sobrepasa para buscar sus causas y explicaciones: falta de preparación a la vida familiar, pérdida del sentido de responsabilidad y del sentido moral, efecto a su vez de una educación insuficiente, de la inmoralidad del medio ambiente, de un materialismo que deja en olvido los valores y los gozos de espíritu.

Pero profundizando más, vemos también cómo hoy día ciertos valores se presentan ante nosotros con acentos nuevos: participación, diálogo, autenticidad, respeto de la persona, promoción de la mujer, reconocimiento de los derechos de la juventud. Son valores que, reconozcámoslo, abren nuevas perspectivas a la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo. Vosotros, en cuanto pastores, contáis con gracias y luces abundantes para animar y ayudar a las familias, poniendo en práctica aquellas iniciativas que os vayan sugiriendo las necesidades locales.

La experiencia reciente muestra cuán fácil resulta la degradación moral y espiritual de la familia incluso en regiones donde ésta constituye su riqueza más pura. Es de lamentar la insensibilidad demostrada por amplios sectores de la opinión pública ante la actitud de personas y grupos que niegan al Magisterio la competencia en materia de moral conyugal, declarándose al mismo tiempo indulgentes con el divorcio y las experiencias extramatrimoniales. Estos falsos maestros han hecho mucho daño logrando esparcir sus voces por el mundo entero.

¿No estarán pues los Pastores en deuda con el Pueblo de Dios? Porque cuando estos tienen la valentía de hablar, demostrando así su fe en el Sacramento del matrimonio y su confianza en el porvenir de la familia, encuentran eco en los mejores sentimientos del corazón humano e incluso en los medios más insospechados.

A ello debe animaros el florecimiento de asociaciones y grupos que van surgiendo en todo el mundo, dispuestos a solidarizarse con las enseñanzas del Magisterio para caminar juntos por las vías de la fidelidad. Esto mismo nos lo han atestiguado tantos nuevos matrimonios que han venido a Roma durante este Año Santo.

Amadísimos Hermanos: La caridad se alegra con la verdad. Cree siempre. Espera siempre. Soporta todo (Cfr. 1 Cor. 13, 6-7). Vuestra caridad para con la familia se manifestará en la importancia que deis a ella en la catequesis, en la liturgia, en las estructuras pastorales, en el desarrollo social.

Pedimos al Señor que os ilumine y os sostenga en este vuestro amor hacia los humildes y los débiles, para quienes la familia constituye a veces la única riqueza. Y sea El quien haga fructuosa vuestra tarea para que el mundo vea que representáis de veras al Dios del amor, autor de la naturaleza y de la gracia, cuya ley es el único secreto de felicidad para toda la humanidad.



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