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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE
LUXEMBURGO
 ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 20 de noviembre de 1975

 

Señor Embajador:

Con gran alegría Nos damos a V. E. la bienvenida al Vaticano, al tiempo que Nos agradecemos vivamente las amables palabras que Nos ha dirigido en nombre de Su Alteza Real, el Gran Duque de Luxemburgo, a quien usted representa oficialmente desde ahora ante nosotros. Haceros ante él intérprete de nuestro agradecimiento y de los fervientes deseos, que de corazón Nos manifestamos, de felicidad y prosperidad para vuestro país.

Con palabras que hemos seguido atentamente, Vuestra Excelencia ha evocado los grandes problemas de nuestro tiempo y, el más importante de todos, el de la paz. Este problema, efectivamente, debe ser el de todos los pueblos, particularmente el de quienes reservan a los valores espirituales su justo puesto, y con mayor razón el de aquellos a los que su tradición cristiana permite dar a la fraternidad humana su más profundo significado. Y Nos sabemos que Luxemburgo se honra en ofrecer su colaboración a las iniciativas destinadas a promover la paz entre las naciones.

Sin embargo, sería vano intentar apaciguar los conflictos y asegurar un clima general de seguridad, si los intereses materiales de cada pueblo continuaran a determinar egoístamente las perspectivas de futuro. Hay que crear, por el contrario, un anhelo de mayor justicia para todos y, consiguientemente, hacer una llamamiento constante a ese sentido de la persona que todo ser humano tiene, para promover una civilización que respete la libertad de cada uno y que esté decidida a garantizarle unas condiciones de vida que permitan su desarrollo físico, moral y religioso.

Estas son las perspectivas que Vuestra Excelencia felizmente ha subrayado y que efectivamente guían la acción internacional que la Santa Sede desarrolla con perseverancia. ¿Cómo no apreciaríamos los esfuerzos que ha realizado Luxemburgo, para afrontar los problemas de nuestra época y contribuir así a su solución internacional? La Iglesia, por su parte, actúa en ellos según su misión espiritual, formando la conciencia y recordando sus exigencias imprescindibles. Directamente se dirige a sus fieles, pero de buena gana ensancha su diálogo a todo hombre de buena voluntad.

En esta solemne circunstancia, señor Embajador, Nos saludamos con afecto a todos nuestros hijos de Luxemburgo. En el recuerdo de la amable visita que Nos hizo, en compañía de Su Alteza Real la Gran Duquesa, Nos expresamos nuestros sentimientos de estima a Su Alteza Real el Gran Duque, a todo el pueblo luxemburgués y a sus dirigentes. Nos imploramos para ellos las bendiciones del Señor, a las que Nos añadimos, señor Embajador, los cordiales votos que Nos elevamos por vuestra misión ante la Santa Sede.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.48, p.8.

 



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