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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRIMER MINISTRO DE PORTUGAL, MARIO SOARES*

Sábado 19 de febrero de 1977

 

Nos acogemos complacido la visita que Vuestra Excelencia, señor Primer Ministro, acompañado del señor Ministro de Asuntos Exteriores, nos ha querido hacer, con ocasión del viaje que está realizando a varias capitales europeas, con el fin de buscar apoyo al ingreso de Portugal en el contexto de la Comunidad Europea.

Esta visita constituye una reiterada y pública confirmación del deseo de Portugal de mantener, en esta nueva fase de su vida nacional, las relaciones tradicionales que, desde hace muchos siglos, le ligan a esta Sede Apostólica.

Esta misma voluntad encuentra igualmente en Nos, deseos de continuar acompañando de cerca, con particular interés y afecto, a un pueblo que por muchos motivos Nos es queridísimo, del que Nos recordamos sus antiguas epopeyas y del que Nos seguimos con atención el empeño que ahora pone en preparar para sí y para sus hijos un porvenir de nuevos progresos con la dignidad de siempre.

Nos sabemos los muchos esfuerzos que esto supone, los muchos sacrificios que exige y los peligros y dificultades que acechan a la realización de semejante empresa. Pero Nos inspiran confianza las virtudes del pueblo portugués: su pundonor, su capacidad de resistencia y, sobre todo, de acción.

Nos da, además, confianza – permítanos decírselo, señor Primer Ministro –, la predilección que parece haber querido demostrar a Portugal la Madre de Dios, venerada por los portugueses y por todo el mundo católico en el santuario de Fátima, que también Nos tuvimos la dicha de visitar: una predilección que constituye un buen auspicio para la fidelidad del pueblo portugués a la fe de sus mayores, en la que Nos es grato ver también una garantía de apoyo a su voluntad de construir un futuro de legítimo y general bienestar en la seguridad social, en la paz y en la libertad.

Por nuestra parte Nos le expresamos gustoso los deseos de uno pronto y feliz alcance de esa meta, gracias a la labor conjunta de todos los portugueses, en solidaridad y concordia, dictadas por un común y nobilísimo objetivo, dentro de las legítimas diferencias que una ordenación democrática permite, o mejor, que cierto sentido exige; pero siempre con el respeto recíproco, y con el amor a los valores de fe religiosa, de libertad, de justicia, de independencia nacional y de defensa de los derechos inalienables de la persona humana.

Nos podemos asegurarle que la Iglesia, sin pedir para ella situaciones de privilegio, sino sólo la posibilidad de continuar desempeñando en un espacio legítimo de plena libertad su misión espiritual y de elevación moral, permanecerá también en el futuro íntimamente unida al pueblo portugués, a fin de prestar su contribución al bienestar y a la prosperidad de vuestra noble nación.

Al invocar la protección del Altísimo sobre ella y sobre cuantos tienen la responsabilidad de cuidar de sus destinos, Nos queremos expresar a Vuestra Excelencia, señor Primer Ministro, y al señor Ministro de Asuntos Exteriores, así como a todas las ilustres personalidades de su séquito, Nuestros deseos de bien y Nuestro respeto.


* L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.9, p.4.

 



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