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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL CAPÍTULO GENERAL
DE LOS FRAILES MENORES CONVENTUALES


Lunes 29 de mayo de 1978

 

Queridos hijos:

Con gran afecto os saludamos y os dirigimos la palabra, en calidad de miembros del capítulo general de los Frailes Menores Conventuales, que os habéis reunido ante el sepulcro de vuestro Seráfico Padre —cuyos sagrados restos fueron identificados no ha mucho, con nuestra autorización—, para tratar cuestiones de gran importancia para vuestra Orden. Saludamos de modo especial al amado hijo Vitale Bommarco, quien ha sido reelegido en su importante cargo de ministro general, y pedimos a Dios que desempeñe felizmente su tarea.

Os habéis reunido precisamente en Asís, donde nació vuestra familia religiosa, en esa encantadora e insigne ciudad que transpira por todas partes la piedad franciscana. Siempre habéis estado convencidos, y confiamos que lo seguiréis estando, de que hay que volver al modo de pensar y de vivir de San Francisco, quien con gran escándalo del mundo predicó el Evangelio de Cristo para conformar la vida a él. El Concilio Vaticano II insistió (cf. Perfectae caritatis, 2), como bien sabéis, en que se reinterprete esta vida "mediante la vuelta a la primitiva inspiración de vuestro instituto" (cf. ib., 2). Para ello enriqueció la vida religiosa con preceptos muy saludables, como nunca lo había hecho antes ningún Sínodo universal.

Es, pues, necesario que brille siempre en vosotros el carisma franciscano: realizar esto es una de las principales finalidades del capítulo general. Se comprende así que, considerando más atentamente anteriores deliberaciones, hayáis dirigido vuestros esfuerzos a renovar la práctica de la oración y de la vida comunitaria.

Pues en estos tiempos, en que todo discurre con un ritmo enormemente veloz y en que los hombres, abatidos por las doctrinas cambiantes y por las seducciones del mundo, se dejan llevar con frecuencia de las cosas superficiales y vanas, es muy importante que vosotros os consagréis a la práctica de la piedad. Volved la mirada a vuestro Padre, de quien escribió San Buenaventura: "La piedad... llenaba de tal forma el corazón de Francisco... que parecía un varón totalmente entregado a la voluntad de Dios" (Legenda Maior, VIII, 1). Esto es importante sobre todo en nuestros días, cuando tanta necesidad hay de varones que se den a Dios, vivan sólo para El y salgan al encuentro de los hombres para llenarlos de Cristo.

Con el diligente y diario esfuerzo de cada uno, habéis de buscar y observar en vuestras casas la unidad de la caridad o perfección de la comunión fraterna. En lo que a esto se refiere, nos parece digno de encomio vuestro consejo de dar un puesto de honor a los hermanos conversos, de modo que, sirviendo a Dios con alegría, se constituya en el convento una verdadera familia. Al tratar sobre esta cuestión de tanta importancia, creemos oportuno recordar las normas que se dan en el Decreto Conciliar sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, en lo que respecta a la vida en comunidad (15); son normas, ciertamente, dignas de la mayor atención; de entre ellas queremos destacar la siguiente: "De la unidad de los religiosos se deriva una gran fuerza apostólica" (cf. ib.).

Ya San Francisco mostró con su ejemplo y su palabra la diligente y esmerada atención prestada al apostolado: "Pensaba que no era amigo de Cristo si no amaba a las almas a las que el Señor amó" (Th. a Celano, Vita Prima S. Francisci. 172), y también: "Id... a todas las partes del mundo y predicad a los hombres la paz y la penitencia para el perdón de los pecados" (ib., 29). Pues bien, siguiendo a este maestro de vida, conviene que os insertéis, por decirlo así, en el tiempo en que vivimos, que conozcáis sus necesidades y que contribuyáis activamente a colmarlas. Como hijos de San Francisco, a vosotros va dirigida de un modo especial la Exhortación del Concilio según la cual, uniendo la contemplación al celo apostólico (cf. Perfectae caritatis, 5), debéis dar "un eximio testimonio de que el mundo no puede ser transformarlo ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas " (cf. Lumen gentium, 31).

Vuestra Orden se ha extendido por nuevas regiones durante estos últimos años, con la erección de nuevos conventos. Lo cual es signo de crecimiento y motivo de gozo y de acción de gracias. Son harto conocidas las dificultades que presenta en estos tiempos el tema vocacional.

Así, pues, aunque vuestra familia se vea empeñada en nuevos afanes, a los que al parecer se dedican intensamente no pocos miembros. sin embargo debéis hacer lo posible para que sean cada vez más los que se dediquen a atender las grandes necesidades de la Iglesia y de la sociedad humana. Lo cual hay que impetrarlo con la oración, siguiendo aquella máxima del Evangelio: "Rogad... al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 1, 33), y con el ejemplo de la vida, como dice el Seráfico Patriarca: "Que todos los hermanos prediquen con las obras" (Regula non bullata, XVII).

Estas palabras están en consonancia con lo que dijo el Concilio sobre esta materia: "Recuerden... los religiosos que el ejemplo de su propia vida es la mejor recomendación de su instituto e invitación a abrazar la vida religiosa" (Perfectae caritatis, 24).

El modelo de vuestra vida comunitaria, como el de los demás religiosos y también el de los fieles, debe ser la bienaventurada Virgen María (cf. San Ambrosio, De Virginitate, 2, 2, 15; Perfectae caritatis, 24), cuya Inmaculada Concepción recibe de vosotros un culto especial. A su imitación os llama el bienaventurado Maximiliano Kolbe, preclara luz de vuestra Orden, que cultivó admirablemente "la vida evangélica franciscano-mariana" y os dejó, por decirlo así, una gran herencia espiritual.

Queridos hijos, os hemos expuesto estas cosas para que las meditéis, y hemos querido ofreceros estos consejos con espíritu paterno, depositando en vosotros una gran confianza y esperanza. Finalmente, para que todo esto se realice, os impartimos de todo corazón a vosotros, los aquí presentes, y a todos vuestros hermanos, la bendición apostólica, signo de nuestro amor.

 

 



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