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RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LOS FIELES Y CAMPESINOS DE COLOMBIA CON MOTIVO
DE LA INAUGURACIÓN DE LAS NUEVAS INSTALACIONES
DE RADIO SUTATENZA 
*

Sábado 11 de abril de 1953

 

Amadísimos hijos, campesinos colombianos, radioescuchas habituales de la Radio Católica de Sutatenza, aprovechados alumnos de sus escuelas radiofónicas, tan laudablemente organizadas por la «Acción Cultural Popular».

Se Nos pide una palabra, que sirva para inaugurar vuestras nuevas instalaciones; y, ¿cómo podríamos negarla Nos, tratándose de la Radio y de una Radio colombiana, especializada en provecho de Nuestros queridísimos campesinos?

La Radio —como tantas otras maravillas de la técnica moderna— es un don precioso del Señor; pero un don que Nos parecería malamente despilfarrado si hubiera de servir únicamente para curiosidades, amenidades o puras distracciones; un don, que consideramos perfectamente utilizado cuando, al servicio de la verdad, de la moralidad, de la justicia y del amor  como repetidamente hemos dicho— se emplea para difundir la formación cristiana, para colaborar en la elevación in­telectual y moral de las naciones.

Colombia, la católica Colombia, la nación del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen del Carmen, vio claramente el problema. Desparramados en su inmenso y accidentado territorio —donde todavía hoy no es fácil comunicarse— miles y miles de hijos Nuestros de alma fuerte, generosa y profunda, como la tierra que con su sudor fecundan cada día, no podían normalmente disfrutar de los beneficios consiguientes a la presencia continua del Ministro del Señor, del educador de sus inteligencias. Y fueron una mente y un corazón sacerdotales —testimonios una vez más de la solicitud que por los humildes experimenta siempre la Iglesia de Cristo— quienes dieron con la solución.

La historia la sabéis perfectamente. Primero, el esfuerzo vuestro, honrosamente vuestro, para crear el reducido centro inicial que, desde las alturas de esa meseta, irradiase aquellas ondas que, rebotando de cima en tina de vuestras cumbres andinas, hundiéndose en los valles profundos y verdes de vuestro accidentado suelo, cabalgando en las aguas de esos ríos, —como mares—, que de lo alto descienden, llegasen hasta las playas caldeadas de ambos océanos, sin dejar rincón al que no ofreciesen sus beneficios; luego, cuatro años de trabajo rudo, que nunca fue sencillo el roturar y menos aún si la reja debe ir profunda y la mano que tiene la mancera es todavía bisoña; más tarde, los primeros anuncios de un éxito feliz con una obra implantada en cinco diócesis y dos­cientas escuelas en pleno funcionamiento; ayer, el interés de un Gobierno, de toda una nación, de altas organizaciones internacionales e incluso el beneplácito Nuestro; y hoy, finalmente, la realidad de unas instalaciones nuevas más modernas, más potentes que permitirán ampliar el radio de acción y asegurar la eficacia del trabajo.

No es Nuestra intención, hijos carísimos, al inaugurar esta nueva emisora, detenernos a hablar sobre lo que han de ser la vida rural o la Radio católica. Casualmente, en pocos meses, habéis visto reunirse en vuestra misma nación un Congreso Interamericano católico sobre los problemas de la vida del campo y otro sobre la Radio, ambos perfectamente orientados y coronados con el mayor éxito. Nuestro deseo en estos momentos es solamente felicitaros, exhortaros y bendeciros.

Felicitaros, sí, pues sabemos con cuánto cariño habéis acogido esas escuelas, cosa que demuestra el interés que tenéis por vuestra formación cristiana, al mismo tiempo que vuestra comprensión y vuestra buena disposición; felicitaros, porque recibís un gran bien, una facilidad más que el Señor os ofrece para completar vuestra formación cultural y profesional y. sobre todo, vuestra formación cristiana, base fundamental de todo auténtico progreso.

Exhortaros también, pues la constancia en seguir un período escolar y después otro y otro, requerirá, sin duda ninguna, un esfuerzo que por amor al Señor, a la Iglesia, a la Patria y a vosotros mismos no debéis escatimar. Habrá épocas más suaves, en que las faenas no aprieten y cuando la labor escolar resulte hasta una distracción atrayente; pero podría haber otras en que por cualquier razón, toda añadidura resulte pesada; y entonces será menester echar mano de toda la buena voluntad para no cejar en el empeño.

Por último, Nuestro deseo es bendeciros; y solamente quien fuese capaz de penetrar todo el anhelo que sentimos por vuestro bien y vuestra formación cristiana —como base de una vida realmente digna de este nombre— podrá comprender la amplitud de esta Bendición.

Bendición para el dignísimo Hijo Nuestro, que en sus principios patrocinó la iniciativa y que hoy, como reconocimiento de sus muchos méritos y manifestación de Nuestro personal afecto, se ve revestido —entre el júbilo de todo un pueblo— por los esplendores de la púrpura romana; Bendición para Nuestro amadísimo Hermano el actual Prelado de Tunja, que de su antecesor supo recoger el espíritu e impulsar la obra, hasta hacerla totalmente suya; Bendición para el selecto grupo sacerdotal que ideó, planeó, inició y actualmente dirige la emisora con tanto acierto y buen celo; Bendición para sus beneméritos e inteligentes colaboradores técnicos; Bendición para los campesinos que siguen las Escuelas Populares, para todos los campesinos colombianos, porque sabemos muy bien que el trabajo de la tierra —en su rudeza, en su incertidumbre y en el asiduo cuidado que requiere— forma una escuela de virtudes, donde no raramente se templan y conservan los espíritus mejor que en el ambiente viciado y artificial de los talleres y de la ciudad; Bendición para todos los amigos, simpatizantes y bienhechores de «Radio Sutatenza»; Bendición para todo el buen pueblo colombiano; y Bendición, por fin, para las nuevas instalaciones.

Sean ellas, en todos los momentos y para mucho tiempo, pregoneras de la gloria de Dios, buenas servidoras de la Santa Madre Iglesia, fieles intérpretes de Nuestros sentimientos y de Nuestro pensamiento; que de sus antenas nunca salga nada que pueda ser ocasión de mal para nadie; que sus ondas estén siempre al servicio del bien y de todos los más altos ideales; y que no sean solamente centro de irradiación, sino también centro de atracción de muchas almas unidas, a través de ellas, por los vínculos de la oración, de la comunidad de ideas y, principalmente, de la caridad.

¡Y que sintáis continuamente la protección de vuestra excelsa Patrona, Nuestra Señora de Fátima, cuyo dulcísimo nombre en estos momentos afectuosamente invocamos!


* AAS 45 (1953) 293-295.

 

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