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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 13 de mayo de 2001

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Junto con vosotros deseo hoy dar gracias a Dios y a la santísima Virgen por la peregrinación tras las huellas de san Pablo que tuve la alegría de realizar durante los días pasados. Atenas, Damasco y Malta: llevo grabados en mi corazón esos lugares, que la misión del Apóstol de los gentiles vinculó indisolublemente a la historia del cristianismo. El próximo miércoles, durante la audiencia general, comentaré más ampliamente este inolvidable itinerario, que ha sido muy significativo desde el punto de vista ecuménico e interreligioso.

Por desgracia, se vio entristecido por las noticias dolorosas que seguían llegando de Tierra Santa. En realidad, nos encontramos ante una espiral de violencia absurda. Sembrar la muerte a diario no hace más que exasperar los ánimos y retrasar el día bendito en que todos puedan mirarse a la cara y caminar juntos como hermanos. Todos, y en particular los responsables de la comunidad internacional, tienen el deber de ayudar a las partes en conflicto a romper esta cadena inmoral de provocaciones y represalias. Además, como ya se ha repetido tantas veces, es preciso recordar que el lenguaje y la cultura de la paz deben prevalecer sobre la incitación al odio y a la exclusión.

2. Un motivo de alegría y alabanza nos viene hoy de las ordenaciones sacerdotales, que acabo de celebrar en la basílica de San Pedro. Treinta y cuatro diáconos de la diócesis de Roma, provenientes de diversos seminarios, se han convertido en presbíteros, para servir a la Iglesia mediante la predicación del Evangelio, la celebración de los sacramentos y la guía pastoral del pueblo de Dios.

A cada uno de ellos renuevo mi abrazo de paz, asegurándole que acompaño con mi oración su nuevo ministerio. Doy las gracias a todos los que se han ocupado de su formación, y saludo con afecto a sus familiares y amigos.

3. Invocamos ahora sobre estos nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma la asistencia materna de María santísima, en el día en que recordamos sus apariciones en Fátima. Yo mismo experimenté su protección el 13 de mayo de hace veinte años. A ella le renovamos la súplica por Tierra Santa, para que se purifiquen los corazones y los propósitos de todos, de modo que cesen las matanzas, y las energías de unos y otros se empleen finalmente en la construcción efectiva y duradera de la paz.

 



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