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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO
 

SANTA MISA EN LA PLAZA DE ARMAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 1 de febrero de 1985

 

Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros (Cf.. Io. 15, 1-17).

1. El pasaje evangélico que acabamos de proclamar en esta Plaza de Armas de una ciudad que hace 450 años escuchó por primera vez las enseñanzas del Evangelio, nos invita a una opción libre e irrevocable de fidelidad y amor total a Jesucristo. El es el centro vital de vuestra existencia, el origen de vuestra llamada a la santidad, el objeto de vuestros proyectos apostólicos, mis queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, miembros de los diversos movimientos apostólicos, hermandades, cofradías, grupos de plegaria y reflexión bíblica, neocatecumenales, apostolado de la oración y otros aquí reunidos.

Sois las fuerzas vivas de la Iglesia en Perú. La primera de esas fuerzas es Aquel que se llamó «la vid verdadera»: Jesucristo. A todos nos dice: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Permaneced en mí..., porque separados de mí no pedéis hacer nada» (Ibíd. 15, 4-5). Es una invitación a nosotros que estamos injertados en El por el bautismo y luego mediante los otros sacramentos y los respectivos carismas, a buscar la intimidad de su gracia vivificante. Es la invitación a vivir el carisma más grande, que es la caridad (Cf.. 1 Cor. 13, 13). Es la invitación amorosa a estar siempre unidos a El como garantía de fecundidad personal y apostólica. Y es a la vez un llamado a la unidad eclesial, ya que la gracia de Cristo nos llega sin cesar a través de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, signo que hace visible y realiza la comunicación con El.

Esa unidad eclesial se efectúa en cada diócesis en torno al obispo. En efecto, a los obispos —bien unidos cum y sub Petro— (Cfr. Christus Dominus, 2) corresponde garantizar la eclesialidad de las enseñanzas, del culto, de la comunión en la caridad dentro de cada Iglesia local. Por eso vuestra tarea eclesial - sacerdotal, religiosa, laical - sólo será fecunda si se realiza en unión estrecha con el legítimo Pastor.

Por ello, en vuestro ser y actuar, sentid el gozo y optimismo de estar unidos a Jesucristo en su Iglesia, ese gran árbol en que se injertan muchas ramas. Y como la rama no puede vivir separada del tronco, ni el sarmiento de la vid, uníos vitalmente a Cristo, porque cada miembro y cada Iglesia local se unen a El en la medida en que participan de la corriente vital que vivifica a todo el árbol. Esa unión con el tronco se garantiza y manifiesta en la unión con el Pastor universal, con el Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, que hoy os visita. Por ello, este viaje pastoral ha de significar para vosotros un reforzamiento de vuestra inserción en la única vid, Cristo, y en su Iglesia. Sin ello correríais la suerte del sarmiento separado de la vid, que se seca sin dar fruto (Cf.. Io. 15, 6).

2. Queridos sacerdotes diocesanos y religiosos, que desde todas las regiones del país os habéis dado cita para estar hoy con el Papa. Cristo os repite con acento de inmensa confianza y cariño: «Vosotros sois mis amigos . . . porque todo lo que he oído a mí Padre os lo he dado a conocer» (Ibíd. 15, 12 s.). ¡Cómo han de alentares esas palabras en vuestra soledad en pueblos apartados, a los que difícilmente llega el consuelo fraterno! ¡Cómo han de alentares en vuestra angustia ante «la tragedia del hombre concreto de vuestros campos y ciudades, amenazado a diario en su misma subsistencia, agobiado por la miseria, el hambre, la enfermedad, el desempleo»! (Discurso a los obispos peruanos dura su visita «ad Limina», n. 4, 4 de octubre de 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 740) ¡Cómo han de reconfortar vuestro corazón sacerdotal ante toda forma de injusticia, de abuso de los poderosos, de violencia que maltrata a los débiles y a los pequeños, de pérdida (en ciertos sectores) de los valores morales!

Sé del rechazo que sacude vuestros corazones al ver entronizada en el mundo un ansía inmoderada y cruel de tener, de poder y de placer. Pero Cristo está con vosotros como amigo; El conoce lo que significáis para la Iglesia y los sacrificios de vuestra misión como testigos de la fe y servidores de los hermanos. Por ello el Papa os dice: Renovad vuestro optimismo. Vuestra esperanza no quedará defraudada. ¡Cristo os acompaña y ha vencido al mundo!

Amigos de Jesús, destinados a dar fruto que permanezca (Cf.. Io. 15, 16). Grande es vuestro compromiso sacerdotal. No os desaniméis en él. No tengáis miedo de anunciar el mensaje de fe, de justicia y amor. Estad siempre unidos entre vosotros con la amistad y la ayuda mutua. Pero, sobre todo, tened una constante unión con Cristo en la oración y en los sacramentos, «de modo que todo lo que pidáis al Padre en mí nombre os lo conceda» (Ibíd.). En este sentido recordad que la Sagrada Eucaristía es la razón de ser de vuestro sacerdocio, hasta el punto de que el sacerdote nunca podría realizarse plenamente sí la Eucaristía no llega a ser el centro y raíz de su vida.

Sois los amigos de Jesús, que le habéis consagrado vuestra existencia. Renovad pues continua y gozosamente vuestra entrega en el celibato por el que «los presbíteros se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a El más fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremente en El y por El al servicio de Dios y de los hombres» (Presbyterorum Ordinis, 16). Meditad cada día el amor infinito de Cristo, que se ha dirigido a cada uno de vosotros y os ha dicho: ¡Sígueme! Esa llamada tiene su fuente última en el amor con el que el Padre ama al Hijo: «como el Padre me amó, yο también os he amado a vosotros» (Io. 15, 9). Esa es la verdadera vocación divina que debéis cultivar en su auténtica grandeza.

3. A todos, pero de modo especial al sacerdote, se dirigen las palabras del Señor: «os he destinado para que vayáis y deis fruto» (Ibíd. 15, 16).

A través de vuestra predicación, de la administración de los sacramentos, de las obras de caridad, Cristo continúa la redención. A través de vosotros se muestra su misericordia que perdona en el sacramento de la penitencia. Ejerced, pues, con generosidad vuestro ministerio, que la gracia de Cristo hará fecundo.

En la reciente Exhortación Apostólica «Reconciliatio et Paenitentia» he señalado cómo la administración del sacramento del perdón es «sin duda el más difícil y delicado, el más fatigoso y exigente, pero también uno de los más hermosos y consoladores ministerios del sacerdote» (Reconciliatio et Paenitentia, 29). Sed por ello vosotros que me escucháis - sacerdotes, religiosos, laicos - los primeros en recibir con frecuencia este sacramento, con auténtica fe y devoción (Ibid. 31, VI); y en vuestras tareas apostólicas no olvidéis la catequesis sobre todas las realidades que se relacionan con este sacramento.

Sacerdotes amigos de Jesús, ministros de su Redención: estáis llamados a suscitar frutos de santidad y también, desde el Evangelio, frutos de justicia, de acuerdo con la enseñanza social de la Iglesia. Por eso, como dije hace poco a vuestros obispos, «es necesario que todos... trabajen seriamente —y donde lo requiera en el caso con aun mayor empeño— en la causa de la justicia y de la defensa del pobre» (Discurso a los obispos peruanos dura su visita «ad Limina», n. 4, 4 de octubre de 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 740). Pero recordad que la misión propia de la Iglesia es «revelar a Cristo al mundo, ayudar a todo hombre para que se encuentre a sí mismo en El» (Redemptor Hominis, 11).

4. Cristo os llama también a su amistad, a la intimidad con El, mis queridos seminaristas aquí presentes. Muchas de las cosas que he dicho para los sacerdotes tienen valor para quienes os preparáis a serlo. También para vosotros Jesús es la vida, la savia, la fuerza y el ejemplo. Por eso habéis de aprender de El, familiarizares con su persona y proyecto de salvación, para hacerlo vuestro ideal de vida y la inspiración de todo vuestro juvenil entusiasmo. Pensad, a este propósito, cuanto dije a vuestros obispos en su última visita ad Limina» (Cfr. Alocución a los obispos peruanos con ocasión de su visita «ad Limina», 24 de mayo de 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1 (1984) 1490 ss.).

Entre tanto os aliento a adquirir un gran sentido sobrenatural en vuestra existencia. Sed fieles a la oración diaria, tratad con piedad filial a María Santísima y acudid con confianza ala ayuda de vuestros superiores y educadores.

Recordad que vuestra formación requiere un estudio profundo, serio y sacrificado. Parte de ese sacrificio será la renuncia a otras dedicaciones que menguarían tiempo y energías a vuestra preparación específicamente sacerdotal.

«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Io. 15, 16). El eco de esa llamada personal de Jesús ha configurado vuestra vocación, queridos religiosos y religiosas, que cargáis con alegría una buena parte del trabajo apostólico en el Perú. Esa iniciativa divina en la llamada es fruto del amor: «Yo os he amado a vosotros» (Ibíd. 15, 9), «vosotros sois mis amigos» (Ibíd. 15, 14). Y la voz de Cristo se ha hecho entrega vuestra, total y definitiva, mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia. Ha sido vuestra respuesta, alegre y generosa, eclesial y sobrenatural en sus motivaciones.

No permitáis, pues, cualquier intento de secularizar vuestra vida religiosa, ni de embarcarla en proyectos socio-políticos que le deben ser ajenos, ni de olvidar la responsabilidad de testimoniar la vigencia del proyecto íntegramente cristiano ante la sociedad y el mundo de hoy. Sed fieles a vuestra misión y al carisma de vuestros fundadores, en obediencia a la Iglesia.

«Muchas familias religiosas nacieron para la educación cristiana de los niños y de los jóvenes, especialmente los más abandonados» (Catechesi Tradendae, 65). Que la preocupación por el servicio en otros campos apostólicos no os aparte de esa misión que la Iglesia os ha confiado. Sé que hacéis mucho en ese terreno; continuad entregándoos con generosidad.

«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Io. 15, 10).

La fidelidad es la prueba del amor. Además, los cristianos tienen derecho a exigir al consagrado una sincera adhesión y obediencia a los mandatos de Cristo y de su Iglesia. Por tanto, tenéis que evitar todo lo que hiciera pensar que existe en la Iglesia una doble jerarquía o doble magisterio. Vivid e inculcad siempre un profundo amor a la Iglesia, y una leal adhesión a toda su enseñanza. Nunca seáis portadores de incertidumbres, sino de certezas de fe. Transmitid siempre la verdades que proclama el Magisterio; no ideologías que pasan. Para edificar la Iglesia, vivid la santidad. Ella os llevará, sí es necesario, a la prueba suprema de amor a los demás, porque «nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos» (Ibíd. 15, 13).

En esa línea quiero expresar toda mí estima y aliento a los miembros de los Institutos seculares o de las Sociedades de vida apostólica que trabajan afanosamente y dan testimonio de Cristo, con su presencia específica, en todos los campos de la vida de la Iglesia.

6. A vosotros, laicos de los diversos movimientos eclesiales, os invito a acoger también la voz de Cristo en este encuentro: «La gloría de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Io. 15, 8). Meditad bien esas palabras, amados diáconos permanentes.

Cristo sigue esperando muchos frutos de vuestra actividad, catequistas laicos, que con entrega tan digna de agradecimiento ejercéis una preciosa misión de apostolado seglar. Continuad con entusiasmo vuestra tarea, formaos cada vez mejor según las indicaciones de vuestros Pastores y vivid ejemplarmente la Palabra que enseñáis.

Alrededor de los misterios de la Vida, Pasión y Muerte del Redentor, de su Madre Santísima y de los Santos, gira la vida de las hermandades y cofradías. ¿Cómo olvidar a la Hermandad de Cargadores del Señor de los Milagros o esas otras diversas cofradías en las que tantos otros recuerdan a sus Santos Patronos? Cristo espera como fruto de esas devociones que sean para todos una continua llamada a la conversión, a un cumplimiento fiel de los mandamientos de Dios, a una vida familiar cada vez más cristiana, a una frecuencia en la recepción de los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía y a una asistencia fiel y constante a la Santa Misa dominical.

La Iglesia de Cristo, para asegurar su fecundidad, es siempre una Iglesia orante. También entre los seglares. Hoy existe una poderosa corriente de oración dentro de la Iglesia. En este terreno es necesario un cuidadoso discernimiento de los espíritus bajo la autoridad de la Iglesia. Siendo, además, esta corriente de oración un movimiento que afecta a tantas confesiones cristianas, debéis cuidar mucho la identidad genuina de vuestra fe.

Finalmente, por la estrecha vinculación que tiene con el Papa y por la profunda raigambre en vuestro pueblo, quiero alentar a producir nuevos frutos eclesiales a los miembros del Apostolado de la Oración, que unen sus plegarias a las mías como Pastor de la Iglesia universal.

Son muchos los campos en los que Cristo y la Iglesia esperan una renovada floración de fecundidad, tanto de cada laico como de los movimientos apostólicos comprometidos en hacer presentes los valores del Evangelio en el mundo. Señalo a vuestra atención los de la familia, de la educación, las comunicaciones sociales, la actividad política, la defensa de la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables, la protección de los más débiles y necesitados, la moralización de la vida pública, la promoción de la justicia y la paz (Cf.. Puebla, 790-792). En todo ello es sumamente importante que el Pueblo de Dios se sienta siempre unido a Cristo y no pierda su identidad, ni subordine los contenidos del Evangelio a categorías políticas o sociológicas. Es responsabilidad de todos, principalmente de los Pastores, velar para que la Iglesia no pierda su rostro auténtico.

7. Queridos hermanos y hermanas: Frente a los momentos difíciles que vivís en vuestra vida comunitaria; frente a las crisis de vuestra sociedad, es necesario proceder a un rejuvenecimiento de los espíritus con la fuerza del amor que viene de Cristo. Un amor total y abnegado al hombre por El, porque «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Io. 15, 13). Ese amor nos hace posible vivir la vida con la mayor dignidad, y ponerla a disposición de los otros, para ayudarles a dignificarse más; él nos hace capaces de afrontar sin temor el futuro, empeñados en construir un hombre y un mundo nuevos, más justos y humanos, abiertos a Dios y no encerrados en falaces soluciones materialistas. Porque «Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, que es fuente de ellos, podría aparentemente triunfar. Ciertamente el hombre puede organizar la tierra sin Dios pero, al fin y al cabo, sin Dios no puede menos de organizarla contra el hombre» (Populorum Progressio, 42).

Os invito, pues, a todos vosotros, fuerzas vivas de la Iglesia en Perú, a renovar vuestra entrega a Cristo, y por El a trabajar sin desmayo en la elevación del hombre y en su liberación del pecado y de la injusticia. Seguid en ello las válidas orientaciones marcadas por vuestros obispos en su reciente documento sobre la teología de la liberación.

Recordad siempre que Cristo es el Hombre nuevo: sólo a imitación suya pueden surgir los hombres nuevos. El es la piedra fundamental para construir un mundo nuevo. Solamente en El encontraremos la verdad total sobre el hombre, que le hará libre interna y externamente en una comunidad libre. Sólo El es la vid, cuyos sarmientos vivos y fecundos hemos de ser nosotros.

Injertados en El, alimentados por su savia, guiados por la Madre de la esperanza, dad al hombre de hοy, sacerdotes, almas consagradas, laicos cristianos, un testimonio fecundo del amor del Padre. Contáis en ello con mí aliento y mí cordial Bendición.



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