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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CAPITULARES DE LOS FRAILES MENORES CAPUCHINOS


Viernes 7 de julio de 2000

 

Queridos hermanos de la orden capuchina: 

1. Me alegra acogeros con ocasión de vuestro capítulo general. Saludo cordialmente a vuestro ministro general, fray John Corriveau y, a la vez que le agradezco los sentimientos manifestados en nombre de todos vosotros, lo felicito y le expreso mis mejores deseos para el cargo en que el capítulo le ha confirmado al servicio de la orden.

Una de las biografías más autorizadas de vuestro fundador narra que el Papa Inocencio III, mientras estaba evaluando la petición de san Francisco que solicitaba permiso para fundar una "nueva" forma de vida consagrada, se sintió impulsado por un sueño a darle una respuesta afirmativa: se le apareció la basílica de San Juan de Letrán a punto de derrumbarse, pero junto a ella había un hombre pobre y pequeño que la sostenía sobre sus hombros para que no se desplomara (cf. san Buenaventura, Leyenda mayor, III, 10; FF 1064). Vuestra familia religiosa, desde sus orígenes, se ha distinguido por el compromiso, que le legó san Francisco, de un gran amor a la Iglesia y de una obediencia filial y fidelidad a sus pastores. Todo esto explica muy bien el significado de esta visita vuestra y, por tanto, es oportuno que el Sucesor de Pedro se dirija a vosotros, representantes de vuestros hermanos esparcidos por todo el mundo, para exhortaros a perseverar en el camino emprendido.

2. La reciente celebración de Pentecostés ha atraído, una vez más, nuestra atención hacia los múltiples dones con los que el Espíritu Santo ha querido enriquecer a la Iglesia. La vida misma de la  Esposa de Cristo es fruto de la efusión  del Espíritu prometido por Jesús en la última Cena (cf. Jn 15, 26-27; 16, 4-15). Esta efusión, experimentada de modo tan intenso en la tarde de Pascua (cf. Jn 20, 21-23) y en la mañana de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-4), hace de la Iglesia una espléndida comunidad de personas diferentes, reunidas en una profunda comunión de fe y amor, y comprometidas a dar testimonio de Jesús resucitado ante todas las gentes.

También los diversos institutos religiosos, con sus respectivos carismas, son fruto de amor del Espíritu a la Iglesia. En el seguimiento de Cristo y en la adhesión a su persona es preciso destacar hoy ante todo, con especial relieve, la "fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada instituto" (Vita consecrata, 36). "El carisma mismo de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (cf. Evangelica testificatio, 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos institutos religiosos (cf. Lumen gentium, 44; Christus Dominus, 33; 35, 1-2, etc.). (...) Es necesario, por lo mismo, que (...) la identidad de cada instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos, sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua" (Mutuae relationes, 11).

3. Mis encuentros con vosotros, con ocasión de vuestros capítulos generales, me han dado la oportunidad, entre otras cosas, de apreciar el empeño con el que habéis procurado redescubrir, a la luz de las enseñanzas conciliares, la herencia espiritual de san Francisco, identificando con mucha seriedad lo que es verdaderamente esencial en vuestro carisma. Os animo a proseguir en esta dirección, siempre atentos y dóciles a las indicaciones del Magisterio.

Dos aspectos, en particular, deberéis tener siempre presentes:  en primer lugar, la prioridad y la centralidad, como quería san Francisco, de la fraternidad evangélica, que os caracteriza como frailes y hace de vosotros una orden de hermanos. Desde esta perspectiva, vuestro compromiso consiste en modelar cada aspecto de vuestra vida según lo que es típico del carisma franciscano capuchino:  el espíritu de oración, la minoridad y la sencillez, la pobreza y la austeridad, el contacto con el pueblo, la cercanía a los necesitados, el celo por la evangelización, la alegría y la esperanza cristiana. Entre estos valores, recientemente, durante vuestro sexto Consejo plenario, habéis tomado nuevamente en consideración la opción por la pobreza. Os ha impulsado a hacerlo vuestro renovado sentido de fraternidad, que se ha acentuado gracias a la difusión de la orden en todo el mundo. En efecto, los nuevos problemas de nuestra sociedad os invitan  a ahondar en el significado de la pobreza evangélica vivida fraternalmente, es  decir, en  la  dimensión comunitaria, institucional y estructural (cf. Proposición 4; Analecta O.F.M. Cap. 114 [1998] 825). En la contemplación de Cristo pobre encontraréis inspiración, no sólo  para vivir personalmente una vida pobre, sino también para amar y servir a los  pobres, a  quienes  mi predecesor Pablo VI definió un "sacramento" de Cristo (Santa misa para los campesinos colombianos, 23 de agosto de 1968; Acta Apostolicae Sedis 60 [1968] 620).

En segundo lugar, consideráis oportuno subrayar la actitud coherente, práctica y concreta de san Francisco. Es necesario pasar a los hechos, a los valores vividos, al método del testimonio directo. En efecto, conocéis bien el criterio al que solía referirse vuestro fundador:  "Plus exemplo quam verbo", con el ejemplo  más  que  con  las  palabras (Leyenda de los tres compañeros, 36:  FF 1440).

4. Vuestro capítulo general se celebra durante el año del gran jubileo. Es una circunstancia providencial que conviene tener presente. El jubileo es un año de gracia para todo el pueblo de Dios:  es tiempo de conversión a un seguimiento más auténtico de Cristo, de renovación interior y de mayor coherencia y disponibilidad hacia el Espíritu, que interpela las conciencias mediante los signos de los tiempos. Estaréis plenamente en sintonía con la gracia de esta celebración jubilar en la medida en que os esforcéis por vivir auténticamente vuestra vocación franciscana capuchina. Ojalá que las decisiones tomadas en el capítulo os ayuden a conformaros cada vez más a Cristo, que nació en nuestra historia hace dos mil años.

Que vuestro capítulo os ayude a aceptar con valentía franciscana los desafíos del nuevo milenio; desde la perspectiva de la novedad evangélica, os estimulan a la creatividad, a la audacia y al optimismo. "En estos tiempos se exige de los religiosos aquella autenticidad carismática, vivaz e imaginativa, que brilló fúlgidamente en los fundadores" (Mutuae relationes, 23).

5. Que vuestro padre y hermano Francisco os guíe y acompañe siempre en vuestro compromiso de ser coherentes con vuestro estilo de vida, de modo que lleguéis a ser, como él quería, auténticos hermanos menores. Os acompañen también tantos hermanos vuestros que os han precedido y son para vosotros ejemplos inspiradores y modelos para imitar. Entre estos, mi pensamiento se dirige particularmente al gran número de quienes he tenido la alegría de canonizar y beatificar durante mi pontificado. Por  último, os asista con su amor materno María, la Virgen fiel, "bajo cuyo ejemplo habéis consagrado a Dios vuestra vida" (Evangelica testificatio, 56), en  la "respuesta  de  amor  y de entrega total a Cristo" (Vita consecrata, 112).

Os ruego que transmitáis a vuestros hermanos de todo el mundo mi estima y mi gratitud por su testimonio y su servicio en la misión universal de la Iglesia. A todos los frailes de la orden, dondequiera presentes, y a vosotros, frailes capitulares, os imparto de corazón mi bendición apostólica.

 



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