MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL XVII CENTENARIO DE LA MUERTE
DE SAN AMBROSIO MÁRTIR
Al venerado hermano
Mons. SALVATORE BOCCACCIO
Obispo de Frosinone-Véroli-Ferentino
1. En agosto del año pasado, el cabildo de la catedral de Ferentino, bajo su guía, venerado hermano, convocó el XVII centenario conmemorativo de la muerte de san Ambrosio mártir, protector de la ciudad y patrono, junto con santa María Salomé, de la amada diócesis de Frosinone-Véroli-Ferentino. El año jubilar concluirá el próximo día 1 de agosto.
En esta feliz conmemoración, me complace unirme a la alegría de cuantos dan gracias al Señor por las maravillas realizadas en la heroica existencia y en el martirio del santo centurión Ambrosio, martirizado según la tradición el 16 de agosto del año 304, durante la feroz persecución del emperador Diocleciano. Desde entonces, el recuerdo de este insigne testigo de Cristo ha seguido acompañando el camino de los cristianos de Ferentino y de esa comunidad diocesana.
A la vez que le expreso sentimientos de fraterna cercanía a usted, venerado hermano, hago extensivo mi saludo a los sacerdotes, que son sus colaboradores más cercanos, a las religiosas y a los religiosos, así como a todos los miembros del pueblo de Dios encomendado a su cuidado pastoral.
La fiesta patronal de san Ambrosio mártir se celebra el 1 de mayo, en el marco litúrgico del tiempo pascual, que es tiempo muy adecuado para celebrar a un santo mártir, testigo por excelencia del Señor Jesús muerto y resucitado. A la luz de la Resurrección, la pasión del Señor revela todo su poder salvífico, haciendo más fácilmente comprensibles el significado y el valor del martirio cristiano. La sangre derramada en comunión con el sacrificio redentor de Cristo es semilla de nueva vida evangélica: de fe, esperanza y caridad. Es savia vital para la Iglesia, primicia de una humanidad renovada en el amor y orientada a la búsqueda activa del reino de Dios y de su justicia.
Todo esto representa san Ambrosio mártir para la Iglesia que cree, espera y ama en Ferentino y en todo el territorio de la diócesis.
2. Muchas cosas han cambiado en estos diecisiete siglos de historia. El mundo se ha transformado notablemente y muchas conquistas se han realizado en el ámbito humano y social también gracias a la influencia benéfica del mensaje evangélico y a la generosa aportación de numerosas generaciones cristianas. Sin embargo, en nuestro tiempo, el secularismo avanza, amenazando con llevar también a las sociedades de antigua evangelización hacia formas de agnosticismo que constituyen un verdadero desafío para los creyentes. En este contexto cobra extraordinaria elocuencia el testimonio de quienes, por fidelidad a Cristo y al Evangelio, no han dudado en dar su vida. Con su ejemplo impulsan a los cristianos a una coherencia valiente hasta el heroísmo. Sólo quien está dispuesto a seguirlo hasta las últimas consecuencias es capaz de ponerse sin reservas al servicio del hombre, "camino primero y fundamental" de la misión de los creyentes en el mundo (cf. Redemptor hominis, 14).
A este propósito, son muy oportunas las prioridades pastorales que usted, venerado hermano, ha querido indicar a la comunidad eclesial en este centenario. Con razón invita a todos los bautizados a una renovada conciencia de su vocación misionera, y pone de relieve algunos campos de intervención apostólica prioritaria: la paz, los jóvenes, la familia, la pobreza y los inmigrantes. Invito a toda la comunidad diocesana a recorrer con entusiasmo y plena conciencia este camino, impulsada por el deseo de hacer que resuene en nuestro tiempo el anuncio evangélico, testimoniando de modo concreto el amor de Dios a todo ser humano. En el rostro de cada persona, sin distinción de razas y culturas, y especialmente en el más pobre y necesitado de los hombres, los cristianos reconocen el rostro luminoso de Cristo.
3. Con la ofrenda de su vida, los mártires testimonian que este apasionado servicio a la causa del hombre sólo se puede realizar eficazmente si se permanece íntimamente unido a Cristo. Esto es posible si nos mantenemos bien arraigados en la oración, si nos alimentamos de la Eucaristía y de la palabra de Dios, y si nos renovamos constantemente en el sacramento de la reconciliación (cf. Novo millennio ineunte, parte III). Con su ejemplo, el mártir recuerda que la verdadera prioridad para el bautizado es tender a la santidad, como enseña el concilio Vaticano II en el capítulo quinto de la constitución Lumen gentium.
Desde el gran jubileo del año 2000, muchas veces he puesto de relieve esta "urgencia pastoral", condición indispensable para una auténtica renovación de la comunidad cristiana. La santidad exige que la mirada de nuestro corazón permanezca fija en el rostro de Cristo, imitando a María, modelo de todo creyente. Además, es necesario que cada uno saque de los sacramentos, y especialmente de la Eucaristía, la fuerza para cumplir su misión. En efecto, sin una profunda renovación de fe y de santidad, y sin la constante ayuda divina, ¿cómo podría la comunidad eclesial afrontar el gran desafío de la nueva evangelización?
4. Que el recuerdo y el ejemplo de san Ambrosio mártir constituyan para todos aliento y estímulo a seguir a Cristo en plena y dócil fidelidad. Para ayudar a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de esa diócesis a recorrer con mayor conciencia este camino de coherencia cristiana, en unión con los creyentes de todas las partes del mundo, quisiera volver a entregar idealmente a cada uno las cartas apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, junto con la encíclica Ecclesia de Eucharistia. En esos documentos he recogido las indicaciones que he considerado más necesarias para ayudar a cada uno a avanzar con esperanza en el tercer milenio.
Renuevo de buen grado este don a la querida diócesis de Frosinone-Véroli-Ferentino, invocando la intercesión celestial de su santo patrono, el mártir Ambrosio, así como la materna protección de María santísima, mientras de corazón le envío a usted, venerado hermano, y a los fieles encomendados a su solicitud pastoral, una especial bendición apostólica.
Vaticano, 27 de abril de 2004
JUAN PABLO II
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