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SYNODUS EPISCOPORUM
BOLETÍN

de la Comisión para la información de la
X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
 DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
30 de settiembre-27 de octubre 2001

"El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo"


El Boletín del Sínodo de los Obispos es solo un instrumento de trabajo para uso periodístico y las traducciones no tienen carácter oficial.


Edición española

03 - 30.09.2001

RESUMEN

 

SOLEMNE INAUGURACIÓN DE LA X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

A las 9:30 horas de esta mañana, domingo 30 de septiembre de 1999, en la Patriarcal Basílica Vaticana, junto a la tumba del apóstol san Pedro, el Papa Juan Pablo II ha presidido la Solemne Concelebración de la Eucaristía con los Padres Sinodales, con ocasión de la apertura de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en el Aula del Sínodo en el Vaticano dal 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001, sobre el tema: El Obispo: Servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo.

Concelebraban con el Papa los Padres Sinodales y los Colaboradores (55 Cardenales, 7 Patriarcas, 70 Arzobispos, 106 Obispos, 10 Presbíteros, 5 Oyentes e 15 Colaboradores). Mientras el Santo Padre y los Concelebrantes se dirigían hacia el Altar, se cantaban las Laudes Regiae..

Durante el Sacro Rito, después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre ha pronunciado la siguiente homilía.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

"El Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".

Sobre este tema se desarrollarán los trabajos de la X Asamblea General ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estamos abriendo ahora en el nombre del Señor. Ésta es continuación de la serie de Asambleas especiales de carácter continental que tuvieron lugar en preparación del Gran Jubileo del Año 2000. Asambleas todas ellas reunidas por la perspectiva de la evangelización, como testimonian las Exhortaciones Apostólicas post-sinodales publicadas hasta ahora. En esta misma perspectiva se sitúa la actual Asamblea que se ubica en continuidad con las precedentes Asambleas ordinarias, dedicadas a las diversas vocaciones en el Pueblo de Dios: los laicos en 1987; los sacerdotes en 1990; la vida consagrada en 1994. La disertación sobre los obispos completa de este modo el cuadro de una eclesiología de comunión y de misión, que debemos siempre tener ante los ojos.

Con gran alegría os acojo, queridísimos y venerados Hermanos en el Episcopado, llegados de todas partes del mundo. Vuestro encontraros y trabajar juntos, bajo la guía del Sucesor de Pedro, manifiesta "que todos los Obispos en comunión jerárquica participan en la solicitud de toda la Iglesia" (Christus Dominus, 5). Extiendo mi cordial saludo a todos los otros miembros de la Asamblea y a cuantos en los próximos días cooperarán para su eficaz desarrollo. De modo particular expreso mi agradecimiento al Secretario General del Sínodo, el Cardenal Jan Pieter Schotte, junto con sus colaboradores, que han preparado activamente la presente reunión sinodal.

2.En la noche de Navidad de 1999, inaugurando el Gran Jubileo, después de haber abierto la Puerta Santa la he cruzado teniendo entre las manos el Libro de los Evangelios. Era un gesto altamente simbólico. En él podemos ver incluido, de algún modo, todo el contenido del Sínodo que hoy abrimos y que tendrá como tema: "El Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".

El Obispo es "minister, servidor". La Iglesia está al servicio del Evangelio. "Ancilla Evangelii": así podría definirse evocando las palabras pronunciadas por la Virgen en el anuncio del Ángel. "Ecce ancilla Domini", dijo María; "Ecce ancilla Evangelii", continúa diciendo hoy la Iglesia.

"Propter spem mundi". La esperanza del mundo está en Cristo. En Él las esperanzas de la humanidad hallan un real y sólido fundamento. La esperanza de todo ser humano emana de la Cruz,

signo de la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, de la verdad sobre la mentira, de la solidaridad sobre el egoísmo. Es nuestro deber comunicar este anuncio salvífico a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo.

3. "Bienaventurados los pobres de espíritu", hemos cantado en el estribillo del Salmo responsorial.

La bienaventuranza evangélica de la pobreza que hoy, domingo, la Palabra de Dios propone nuevamente, constituye un mensaje valioso para la Asamblea sinodal que estamos iniciando. La pobreza es, de hecho, un rasgo esencial de la persona de Jesús y de su ministerio de salvación, representando uno de los requisitos indispensables para que el anuncio evangélico sea escuchado y acogido por la humanidad de hoy.

A la luz de la primera Lectura, del profeta Amós, y aún más de la célebre parábola del "rico malo" y del pobre Lázaro, narrada por el evangelista Lucas, nosotros, venerados hermanos, estamos estimulados a examinarnos sobre nuestra actitud hacia los bienes terrenales y sobre el uso que de ellos se hace. Estamos invitados a verificar hasta dónde en la Iglesia ha llegado la conversión personal y comunitaria a una efectiva pobreza evangélica. Vuelven a la memoria las palabras del Concilio Vaticano II: "Mas como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia está destinada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (Lumen gentium, 8).

4.Es el camino de la pobreza el que nos permitirá transmitir a nuestros contemporáneos "los frutos de la salvación". Como Obispos estamos llamados, por lo tanto, a ser pobres al servicio del Evangelio. Ser servidores de la palabra revelada que en caso necesario elevan la voz en defensa de los últimos, denunciando los abusos de aquellos a los que Amós llama "los que se sienten seguros" y los "sibaritas". Ser profetas que ponen de manifiesto con coraje los pecados sociales vinculados al consumismo, al hedonismo, a una economía que produce una inaceptable distancia entre lujo y miseria, entre pocos "malos" e innumerables "Lázaros" condenados a la miseria. En toda época, la Iglesia ha sido solidaria con estos últimos, y ha tenido Pastores santos que se han alineado, como apóstoles intrépidos de la caridad, con los pobres.

Mas para que la voz de los Pastores sea creíble, es necesario que ellos mismos den prueba de una conducta distanciada de intereses privados y solícita hacia los más débiles. Es necesario que sean ejemplo para la comunidad a ellos confiada, enseñando y sosteniendo ese conjunto de principios de solidaridad y de justicia social que forman la doctrina social de la Iglesia.

5."Tú ... hombre de Dios" (1Tm 6,11): con este título San Pablo califica a Timoteo en la segunda Lectura, proclamada hace poco. Es una página en la cual el Apóstol traza un programa de vida perennemente válido para el Obispo. El Pastor debe ser "hombre de Dios"; su existencia y su ministerio están completamente bajo el señorío divino y extrae del más que eminente misterio de Dios luz y vigor.

Continúa San Pablo: "Tú, ... hombre de Dios ... corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura" (v. 11). ¡Cuánta sabiduría en ese "corre al alcance"! La Ordenación no infunde la perfección de las virtudes: el Obispo está llamado a proseguir su camino de santificación con mayor intensidad para alcanzar la estatura de Cristo, Hombre perfecto.

Añade el Apóstol: "combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna ..." (v. 12). Avanzando hacia el Reino de Dios nos enfrentamos, queridos Hermanos, a nuestra cotidiana fatiga por la fe, no buscando otra recompensa si no aquella que Dios nos dará al final. Estamos llamados a hacer esta "solemne profesión delante de muchos testigos" (vv. 12). El esplendor de la fe se hace, de este modo, testimonio: reflejo de la gloria de Cristo en las palabras y en los gestos de cada uno de sus fieles ministros.

Concluye San Pablo: "Te recomiendo ... que conserves el mandato sin tacha ni culpa hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (vv. 13-14). ¡"El mandato"! En esta palabra está Cristo todo: su Evangelio, su testamento de amor, el don de su Espíritu que cumple la ley. Los Apóstoles han recibido de Él esta herencia y nos la han confiado a nosotros para que sea conservada y transmitida intacta hasta el final de los tiempos.

6.¡Queridísimos Hermanos en el Episcopado! Cristo hoy nos repite: "Duc in altum - Boga mar adentro" (Lc 5,4). A la luz de esta invitación suya nosotros podemos leer de nuevo el triple munus que nos ha confiado la Iglesia: munus docendi, sanctificandi et regendi (Cf. Lumen gentium, 25-27; Christus Dominus, 12-16).

Duc in docendo! "Proclama la palabra -diremos con el Apóstol-, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina" (2 Tm 4,2).

Duc in sanctificando! Las "redes" que estamos llamados a echar entre los hombres son, sobre todo, los Sacramentos de los cuales somos los principales dispensadores, reguladores, custodios y promotores (Cf. Christus Dominus, 15). Ellos forman una especie de "red" salvífica que libera del mal y conduce a la plenitud de la vida.

Duc in regendo! Como Pastores y verdaderos Padres coadyuvados por los Sacerdotes y otros colaboradores, tenemos el deber de reunir la familia de los fieles y fomentar en ella la caridad y la comunión fraterna (Cf. ivi, 16).

Aunque se trate de una misión ardua y fatigosa, que nadie se pierda de ánimo. Con Pedro y con los primeros discípulos, también nosotros renovamos confiados nuestra sincera profesión de fe: Señor, ¡"por tu palabra, echaré las redes" (Lc 5,5)! ¡Sobre tu Palabra, oh Cristo, queremos servir a tu Evangelio para la esperanza del mundo!

Y también en tu materna asistencia nosotros confiamos, oh Virgen María. Tú, que has guiado los primeros pasos de la comunidad cristiana, sé también para nosotros apoyo y estímulo. Intercede por nosotros, María, que con las palabras del siervo de Dios Pablo VI invocamos "auxilio de los Obispos y Madre de los Pastores". Amén.

[00004-04.04] [NNNNN] [Texto original: italiano]

 
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