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SYNODUS EPISCOPORUM
BOLETÍN

de la Comisión para la información de la
X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
 DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
30 de settiembre-27 de octubre 2001

"El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo"


El Boletín del Sínodo de los Obispos es solo un instrumento de trabajo para uso periodístico y las traducciones no tienen carácter oficial.


Edición española

04 - 01.10.2001

RESUMEN

BENDICIÓN DE LA CAPILLA DEL SÍNODO Y ENCENDIDO DE LA LÁMPARA CON LA LUZ PROVENIENTE DEL POZO DE SAN GREGORIO ILUMINADOR

Esta mañana, lunes 1 de octubre de 2001, conmemoración de Santa Teresa del Niño Jesús, Virgen y Doctora de la Iglesia, a las 9:00, Su Santidad Juan Pablo II ha bendecido la nueva capilla del Sínodo (ver la descripción del Boletín nº 2). Tras el canto del Salmo 26, el Santo Padre ha encendido una lámpara con la luz extraída del Pozo de San Gregorio el Iluminador, recibido por el Patriarca Supremo y Catholicos de todos los armenios, Karekin II en la Catedral Apostólica de Etchmiadzin, como conclusión de Su Viaje a Armenia del 27 de septiembre de 2001.

Antes de rezar la Oración de bendición, el Santo Padre ha pronunciado las siguientes palabras:

Hermanos y hermanas, queridos Padres sinodales,
"qué alegría, cuando me dijeron:
vamos a la casa del Señor".
Y ahora nuestros pies se detienen
en esta capilla renovada,
corazón de las asambleas sinodales
y de numerosos encuentros eclesiales.
Que desde este lugar suba, ferviente, la bendición
al Dios de nuestros Padres y del Señor Jesucristo:
que sea Él mismo bendición
para aquéllos que permanecerán aquí en oración.
Al final del viaje apostólico en Armenia
el Catholicos de todos los armenios
nos ha confiado, en señal de comunión,
la luz extraída del pozo de San Gregorio Iluminador.
Con ésta se encenderá la lámpara
que seguirá ardiendo en este lugar.
Que esta luz sea para la Iglesia de Occidente
una invitación perenne a respirar con dos pulmones,
junto con la Iglesia de Oriente.

[00019-04.04] [nnnnn] [Texto original: italiano]

PRIMERA CONGREGACIÓN GENERAL (LUNES 1 DE OCTUBRE DE 2001 POR LA MAÑANA)

Esta mañana, lunes 1 de octubre de 2001 a las 9:10, en presencia del Santo Padre, en el Aula del Sínodo del Vaticano, con el canto del Veni, Creator Spiritus, se ha dado inicio a los trabajos de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, con la Primera Congregación General. El Presidente Delegado de turno fue S. Em. Card. Giovanni Battista RE, Prefecto de la Congregación para los Obispos

La asamblea sinodal abierta esta mañana por Juan Pablo II, que ayer presidió la solemne Concelebración Eucarística en la Basílica Patriarcal de San Pedro del Vaticano, acogerá hasta el 27 de octubre de 2001 una representación de los Prelados del mundo sobre el tema El Obispo Servidor del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del Mundo.

Han intervenido en esta Primera Congregación General el Presidente Delegado, S. Em. Card. Giovanni Battista RE, Prefecto de la Congregación para los Obispos, para el Saludo del Presidente Delegado; S. Em. Card. Jan Pieter SCHOTTE, C.I.C.M., Secretario General del Sínodo de los Obispos, para la Relación del Secretario General; S. Em. Card. Edward Michael EGAN, Arzobispo de Nueva York), para la Relatio Ante Disceptationem del Relator General.

Publicamos a continuación los textos completos de las intervenciones, pronunciadas en el Aula:

La Primera Congregación General de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos se ha concluído a las 12.30 con la Oración del Angelus Domini guiada por el Santo Padre.

Estaban presentes 236 Padres Sinodales.

La Segunda Congregación General tendrá lugar esta tarde, 1 de octubre de 2001, a las 17:00 horas.

SALUDO DEL PRESIDENTE DELEGADO, s. eM. Card. Giovanni Battista RE, Prefecto de la Congregación para los Obispos

Santísimo Padre,

1. La presente Asamblea sinodal tiene para nosotros, los Obispos, un interés muy especial pues tiene como argumento nuestro ministerio. De re nostra agitur, se trata de nosotros. De hecho, el tema es: "El Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo".

Es por lo tanto con sentimientos de gran y profunda gratitud que agradecemos a Su Santidad el haber dedicado a nosotros los Obispos esta X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, la primera del Tercer Milenio. Gracias por el tema elegido y gracias por esta convocación.

Se unen a nosotros, miembros del Sínodo, todos aquellos que están presentes en este aula según los varios títulos: Delegados Fraternos, Expertos, Oyentes, Colaboradores en las diversas oficinas.

Sabemos bien cuán grande es nuestra responsabilidad como sucesores legítimos de los Apóstoles, y cuanto espera de nosotros la sociedad actual, a la cual tenemos el deber de transmitir la verdad que hemos recibido y para la cual debemos prodigarnos para santificarla y para guiarla como pastores según el corazón de Dios.

El estilo de vida de los Obispos se ha hecho en estos años más simple, más cercano a la gente, más atento a las necesidades de los fieles. La misión del Obispo es más ardua a causa de los nuevos fenómenos sociales, las nuevas emergencia culturales, la creciente dificultad de iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, caracterizado por rápidos cambios y transformaciones; pero está también abierto a la búsqueda de razones válidas para creer y para esperar. Esas razones que el simple progreso científico y tecnológico no puede dar.

Hoy día, el Obispo debe ser consciente de los desafíos que la hora presente lleva consigo y debe tener el coraje de afrontarlos con todas sus energías.

2. La disertación específica sobre el ministerio del Obispo, como servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, quiere ser casi un complemento y vértice de las recientes Asambleas Continentales y de las últimas Asambleas Ordinarias sinodales, que han reflexionado respectivamente sobre la misión de los laicos (1987), la formación de los sacerdotes (1990) y la vida consagrada (1994), y se sitúa en el interior de un ideal de continuidad con el magisterio del Concilio Vaticano II.

El Vaticano II, efectivamente, ha tratado de forma muy amplia el tema del servicio episcopal, considerándolo argumento central para la vida de la Iglesia. "Los Obispos - afirma el Decreto Christus Dominus - (...) suceden a los Apóstoles en su misión de pastores de almas, y juntamente con el Sumo Pontífice, y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo... Ahora bien, Cristo dio a los Apóstoles y a sus sucesores el mandato y el poder de enseñar a todas las gentes, de santificar a los hombres en la verdad, y de apacentarlos" (n. 2).

Los Obispos, en comunión con el Papa, están por lo tanto llamados a ser, mediante el Espíritu Santo que les ha sido donado, los primeros testimonios del Evangelio de Cristo en el mundo. A ellos en especial, como sucesores de los Apóstoles, les corresponde proclamar las razones de la esperanza (cf. 1P 3,15) y, sobre todo, anunciar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a menudo maravillados por mitos ilusorios o amenazados por el pesimismo de sueños evanescentes, que es Cristo nuestra esperanza y que en Cristo se realizan las esperas y se cumplen las esperanzas del corazón humano.

3. En el alba del Tercer Milenio se impone, por consiguiente, una nueva reflexión sobre la vida y el ministerio de los Obispos, concentrando la atención de forma especial sobre el Obispo diocesano en la plenitud de su ministerio en la Iglesia particular confiada a su celo pastoral. Confiados en la palabra de Cristo "Duc in altum!" (Lc 5.6), nosotros Obispos sentimos el deber de dar a nuestro ministerio un nuevo dinamismo, para que la Comunidad de los creyentes pueda "navegar mar adentro" en el vasto océano del mundo contemporáneo y testimoniar al mundo entero las verdades que son vías hacia el cielo.

Es necesario que el anuncio de la salvación resuene en el mundo con un nuevo impulso para que la humanidad entera "oyendo, crea (...); creyendo, espere, y esperando, ame" (DV, n. 1).

4. Somos conscientes, Santísimo Padre, que esta Asamblea del Sínodo de los Obispos, dando a los Padres Sinodales la posibilidad ya sea de un intercambio de noticias, experiencias y valoraciones, ya sea ofrecer a Su Santidad sugerencias y propuestas, representa una forma muy apreciada de colaboración con el Sucesor de Pedro en su cuidado hacia todas las Iglesias particulares, en las cuales "verdaderamente está y actúa la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica" (CD, n. 11).

Confiamos en la ayuda de Dios, manteniendo la mirada fija en Cristo, Buen Pastor (cf. N.M.I., n. 16). Y confiando también en la ayuda de Su Santidad: su alto Magisterio, como también su infatigable impulso apostólico, demostrado también en su reciente visita pastoral a Kazajstán y Armenia, serán para nosotros de gran apoyo y estímulo en estos días de reuniones sinodales.

Iniciando "in nomine Domini" los trabajos de esta Asamblea sinodal, bajo la guía de Su Santidad, nosotros los Obispos dirigimos nuestra mirada hacia Cristo, luz del mundo y nuestro Maestro, deseosos de una sola cosa: ser fieles a Él, que nos ha llamado a ser sucesores de los Apóstoles "cum Petro et sub Petro".

Nos bendiga, Santo Padre, y nos confirme en la proclamación del Evangelio y en testimoniar la esperanza cristiana a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

[00007-04.04] [NNNNN] [Texto original: latino]

RELACIÓN DEL SECRETARIO GENERAL DEL SíNODO DE LOS OBISPOS, s. eM. Card. Jan Pieter SCHOTTE, C.I.C.M.

Santo Padre,

Venerables Hermanos,

Hermanos y Hermanas en Cristo,

Transcurrido felizmente el Gran Jubileo del Año Dos Mil en la gracia de Dios, para celebrar su gloria y su misericordia, ingresados en el Tercer Milenio de nuestra salvación hemos sido convocados a esta Décima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.

Damos gracias y alabanzas en grado sumo a la santa e indivisible Trinidad, en cuyo nombre tiene origen cada acción nuestra o actividad.

Su Santidad Juan Pablo II, que está aquí presente y a quien nos dirigimos con sinceros sentimientos de gratitud, ha convocado esta asamblea para tratar un tema actual, es decir, el Obispo servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo.

Me urge además agradecerles desde lo profundo del corazón por vuestra presencia en este aula, que, viéndoles a Ustedes nuevamente recogidos en unidad, les ve concordes en una única y misma actividad.

Produce una inmensa alegría a nuestros corazones, Santo Padre, en primer lugar la presencia de Su Santidad, que ofrece consuelo, infunde constancia y refuerza la fidelidad en la caridad pastoral y en la comunión.

Es tarea del Secretariado General, al inicio de los trabajos de cada asamblea, informar a los presentes en el aula acerca de lo que fue realizado por la Secretaría General del Sínodo y, en particular, de la actividad del Consejo de la misma Secretaría durante el tiempo transcurrido desde la asamblea precedente.

A los miembros del Consejo de la Secretaría General dirijo los más sinceros agradecimientos por la muy eficaz ayuda colegial, que han prestado al llevar a término la novena asamblea y al preparar esta décima asamblea en el arco de siete años, el período más largo en la historia del sínodo.

Acepten los mejores augurios, venerables hermanos, exponentes de las Iglesias Católicas Orientales, de las Conferencias Episcopales, de la Curia Romana, de la Unión de los Superiores Generales, y a Ustedes que participan por nombramiento pontificio, para que vuestro trabajo logre un resultado feliz, bajo la acción del Espíritu del Señor, cuyos frutos son la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, en una colegialidad afectiva y efectiva, en la oración, en el trabajo y en la comunión.

El saludo está dirigido a todos: a quienes revisten el cargo de Presidentes Delegados, al Relator General, al Secretario Especial, a los Miembros de las Comisiones, a los Padres de las Iglesias Orientales, a los Presidentes de las Conferencias Episcopales, a los Presidentes de las Asambleas Episcopales Regionales, a los obispos de los territorios que no poseen Conferencia Episcopal, a los Padres elegidos por las Conferencias Episcopales, a los elegidos por la Unión de los Superiores Generales, a los Jefes de los Dicasterios de la Curia Romana, a los Miembros de nombramiento pontificio, a los Delegados Fraternos, a los Ayudantes y a los Oyentes.

Quieran aceptar infinitos agradecimientos además por la generosidad con la cual acogerán los próximos trabajos, por el tiempo y las energías que emplearán en el cumplimiento de aquel camino común (s u n o d o V ) que es el Sínodo. Han dejado vuestras regiones y obligaciones habituales, pero no se han alejado, ya que los llevan en los corazones y de los frutos que aquí recogerán se beneficiarán todos aquellos que les observan y les sostienen con la oración en sus: ¡Gracias a vosotros y Dios bendiga vuestras Iglesias particulares!

Es mi deber ahora exponer brevemente la lógica seguida en la preparación de la asamblea, es decir, la consulta en materia sinodal, la redacción de los Lineamenta, las respuestas de quienes tienen derecho, la redacción del Instrumentum laboris, el programa del Sínodo (cf. Vademecum, art. 32).

En esta ponencia introductoria se desea dar a conocer a todos la acción de la Secretaría General, en su función primaria de institución permanente fundada para servir el Sínodo, a fin de que funcione como conexión entre las distintas asambleas (Ordo Synodi Episcoporum, art. 11, par 1). A través del conocimiento de las modalidades de la preparación todos podrán comprender no sólo los varios momentos operativos, la gran mole de trabajo, el número de personas implicadas, el tiempo y las fuerzas empleadas por esta Asamblea, los instrumentos utilizados, los viajes emprendidos, las circunstancias a veces difíciles y los resultados alcanzados, pero también, y sobre todo, el servicio ofrecido en vistas de un servicio mejor a la comunión eclesial y a la colegialidad episcopal a través de la profundización del argumento sinodal y de la ayuda recíproca proveniente de las respuestas a los Lineamenta y su respectiva consideración, de lo que se origina el Instrumentum laboris.

Las Iglesias particulares conocen de tal manera las cosas que por ellas se realizan en el sínodo, pero al mismo tiempo el sínodo alcanza directamente a las comunidades, de las cuales provienen los padres sinodales y a las cuales la asamblea dirige el pensamiento en las congregaciones cotidianas. Así se expresa y se confirma la communio viarum, como un camino peculiar hacia la unidad de los caminos para el Señor, únicos "Camino, Verdad y Vida" de la Iglesia (Jn 14,6).

Permítanme ilustrarles la ponencia que voy a dividir en cuatro partes:

  • I. la actividad entre la IX y la X asambleas

  • II. la actividad relativa a la asamblea especial

  • III.la composición de la X asamblea

  • IV. otros

I: LA ACTIVIDAD ENTRE LA IX Y LA X ASAMBLEAS

Lo realizado a continuación de la Novena Asamblea General

Relatio circa labores peractos

A continuación de la conclusión de la Novena Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo tema es "La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo", se redactó, como de costumbre, la Relatio circa labores peractos, de manera que todas las cosas recopiladas y reunidas bajo forma de documento único ofrezcan testimonio de lo que fue realizado en el sínodo y puedan ser enviadas a las Conferencias Episcopales.

Se ilustraron las varias fases para la preparación de dicha asamblea, comenzando por la consulta sobre el tema sinodal a proponer, y a continuación de los Lineamenta, por redactar y los ya redactados.

En la preparación del Instrumentum laboris fue acogido el gran trabajo realizado por el Consejo de la Secretaría del Sínodo. A continuación se dio a conocer la edición del volumen Vademecum sobre el modo de proceder.

Entre los pasos preparatorios hay que enumerar: la convocación o indicción; la designación de los Presidentes Delegados, del Relator General y del Secretario Especial; el nombramiento de los peritos; el nombramiento de los Oyentes.

Al comienzo del sínodo se recibieron las ponencias. Se desarrolló, seguidamente, la misma discusión del tema durante veintisiete reuniones generales, seguidas por quince reuniones de los Círculos Menores. Una parte bastante considerable, cinco sesiones, fue dedicada a la preparación de las Propositiones, que fueron cuarenta y uno, sometidas a votación una por una, de las cuales surgió un consenso unánime. A continuación fue editado el Nuntius ad Populum Dei y fue distribuido el don del Santo Padre.

Se deben mencionar otros períodos del Sínodo, como la renovación del Consejo de la Secretaría General, la propuesta de los temas para la próxima asamblea, las audiciones y las intervenciones de los Delegados Fraternos.

En la Basílica Patriarcal de San Pedro, el Sumo Pontífice agregó al calendario de los beatos cinco fundadores y fundadoras, cuyos hábitos y vida fueron propuestos como ejemplo de vida consagrada a todos los miembros.

Tuvo lugar luego la solemne clausura de la Novena Asamblea general en la cual el Santo Padre impartió su saludo a los Padres y a otras personas que, con diversas funciones, tomaron parte del Sínodo. Fue celebrada una solemne concelebración para rendir gracias.

Cooperación institucional

Entre el 21 y el 23 de febrero de 1995, el Consejo de la Secretaría General se reunió para responder a la solicitud del Santo Padre de una colaboración para la redacción de la Exhortación Apostólica Post-sinodal.

Se trataron varias cuestiones, para ser ofrecidas al Santo Padre para la futura Exhortación y, de hecho, el amplio espectro de las ideas tratadas y la estructura interna del tema siguen el espíritu de las Propositiones sinodales y las sugerencias del propio Consejo. El esfuerzo del Consejo si dirigió luego a proponer iniciativas concretas, que el mismo Sínodo auspició, destinadas a lograr una mejor formación de los sacerdotes.

La segunda reunión del Consejo de la Secretaría General, del 13 al 15 de junio de 1995, recogió algunas observaciones y sugerencias que debían ser transmitidas al Santo Padre para la redacción de la Exhortación Apostólica Post-sinodal.

Del 10 al 12 de octubre de 1995 tuvo lugar una tercera reunión del Consejo de la Secretaría General, durante la cual se aportaron algunas sugerencias sobre la Exhortación Apostólica Post-sinodal.

La Exhortación Apostólica Post-sinodal Vita Consecrata fue presentada públicamente el 28 de marzo de 1996 a los periodistas reunidos en la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Este documento era esperado con entusiasmo desde la conclusión del sínodo, por ello fue acogido con mucha gratitud.

Merece una consideración especial la lógica del discurso, que es realmente teológica, pastoral, positiva y exhortativa en el documento, cuyo fundamento es trinitario, cristológico, impregnado del espíritu de comunión y está fundado en el misterio pascual. Por todo ello, y también por el sentido de contemplación, de la vocación profética, de la misión eclesial, de la preeminencia de la vida espiritual, este documento se convirtió en la magna charta para una eficaz renovación de la vida consagrada.

Las personas consagradas han apreciado especialmente el modo en el cual han sido abordados algunos temas particulares, por su fuerza y belleza: como los votos, la dignidad de las mujeres, la inculturación, la formación, la intuición profética propia de la vida consagrada, la clausura, el hábito, la vida en comunidad, las nuevas formas de vida consagrada como signo de nuestros tiempos. Fue también grande la satisfacción por la consideración de la vida consagrada en relación con la Iglesia: ésta es una parte orgánica, con identidad y eficacia particulares en el dar impulso a la santidad, a la comunión y a la fraternidad.

Una comisión para los institutos mixtos opera en el interior de la Congregación para los Institutos de la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. La Unión de los Superiores Generales, como también las conferencias nacionales de los superiores de las distintas naciones y las conferencias mixtas promovieron estudios y congresos. Lo mismo realizaron las Universidades Pontificias romanas. Algunos obispos distribuyeron la exhortación apostólica a todas las personas de vida consagrada de sus diócesis.

El documento fue comentado por "L’Osservatore Romano". Se recomienda su difusión también entre los párrocos, para que no descuiden nunca el conocimiento y la estima de la vida consagrada. Muchas publicaciones especializadas fueron escritas para aumentar la divulgación y un estudio más profundo partiendo de la exhortación misma.

2. La preparación de la X Asamblea General Ordinaria

Con la carta del 9 de octubre de 1996, Su Excelencia el Cardenal Secretario de Estado comunicó la voluntad del Santo Padre Juan Pablo II sobre el tema del sínodo, que, luego de la consulta general de todos lo que gozan de este derecho, fue anunciado con las siguientes palabras: El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, propuesto y aprobado por unanimidad.

a. Indicción o Convocación

El día 19 de febrero de 2001 fue enviada la carta de indicción del sínodo. Fue convocada la Décima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos para el año 2001. El tema que se debía tratar era: El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Los trabajos de los Padres sinodales deberían durar del 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001.

Detengámonos ahora en el tema que se debe tratar. Para mejorar la realización del Sínodo, es necesario esforzarnos en focalizar la discusión, para evitar así dispersiones. Es mejor considerar el Obispo dedicado a su ministerio, en su relación constitutiva y pastoral de la propia diócesis, que sin dudas se refiere a la Iglesia universal, pero implica de por sí un punto de vista particular, rico de implicaciones sobre las personas y sobre las distintas necesidades.

b. Consejo de la Secretaría General

Para garantizar una rápida preparación, en 1996 el Consejo de la Secretaría de Estado se reunió dos veces para preparar un esquema general de los Lineamenta. La primera reunión produjo una síntesis de los temas en cuestión, la segunda un breve esquema.

Seguidamente, el 11 y el 12 de marzo de 1997, el mismo Consejo elaboró colectivamente un primer esquema de los Lineamenta, y confió sus intenciones y sugerencias a un grupo de expertos, quien elaboró el texto final.

Con una carta del 16 de junio de 1998, el Secretario General del Sínodo de los Obispos transmitió los Lineamenta, con el fin de suscitar en el interior de las iglesias particulares una meditación sobre el tema elegido por el Romano Pontífice.

El contenido completo de los Lineamenta provenía tanto de la primera consulta sobre el tema, como, evidentemente, de las sugerencias del Consejo de la Secretaría General del Sínodo, con el concurso de peritos, para estudiar exhaustivamente todos los aspectos del tema.

Se le dio mucha importancia al Questionario. Todos los órganos competentes fueron invitados a enviar a la Secretaría una síntesis redactada según el orden del Questionario, con las observaciones y las sugerencias de los Obispos y de las asambleas directamente involucradas. Dicha síntesis debía ser enviada a la Secretaría antes del 30 de septiembre de 1999, previendo la reunión de esta asamblea para el otoño del año jubilar 2000.

Las respuestas sobre las cuestiones tratadas en los Lineamenta, que llegaron a la Secretaría General, fueron de distinta naturaleza. Algunas llegaban de las asambleas de las conferencias episcopales, otras de una comisión episcopal designada o de un grupo de expertos y luego aprobadas por el presidente de la conferencia. Otros métodos fueron empleados para perfeccionar y definir las respuestas. A partir de la consideración cuidadosa de este material, se preparó el Instrumentum laboris, para que sirviera de instrumento completo y apto a las circunstancias actuales.

Las numerosas respuestas han aportado elementos de gran valor, que se revelaron extremadamente útiles en la redacción del Instrumentum laboris. De este modo la asamblea sinodal tuvo a disposición juicios y consejos, que fueron muy beneficiosos para realizar un examen más profundo del argumento sinodal, el ministerio del obispo del servicio al Evangelio.

A estas respuestas previstas por el derecho, se agregaron muchas otras, provenientes de distintas personas y asambleas, asociaciones e institutos, que no tenían que ser interpeladas directamente, pero han empleado varios instrumentos de la técnica, entre ellos el llamado Internet. Todo esto también fue tomado atentamente en consideración en la elaboración del Instrumentum laboris, dejando de lado los aspectos menos representativos.

Las respuestas de las conferencias episcopales ascienden a un total de 70, sobre un total de 112 conferencias, representando, por lo tanto, el 62,50% (1)

La siguiente tabla muestra brevemente una comparación entre el número de respuestas de los Sínodos precedentes: Asambleas generales ordinarias:

1974 La evangelización 75,38%

1977 La catequesis 67,18%

1980 La familia 50,37%

1983 La reconciliación y la penitencia 42,75%

1987 Los laicos 59,85%

1990 La formación de los sacerdotes 63,94%

1994 La vida consagrada 66,05%

2001 El obispo 62,50%

Las respuestas a los Lineamenta parecen demasiado pocas. Las de las cuarenta y dos conferencias episcopales y de la Curia Romana, de hecho faltan. No hay que olvidar que mientras tanto surgieron compromisos importantes. El primero entre ellos es el Gran Jubileo del Año 2000. Esta misma asamblea, prevista para el año pasado, sufrió especialmente las consecuencias, es decir el posponerla para este año. Y esto se debió, como lo recuerda el documento Tertio Millennio Adveniente, no tanto para atenuar el sínodo, sino por la celebración de varios sínodos continentales, como bien sabéis.

Todos estos acontecimientos tuvieron un fuerte impacto en la vida de las diócesis; pastores y fieles laicos han dirigido atención y fuerzas a prolongados e importantes compromisos, de manera que emplearon una no indiferente cantidad de tiempo para la preparación de esta asamblea.

A pesar de todo el documento Lineamenta agradó a todos por los temas abordados con profundidad y sabiduría, tratando la vida y el ministerio del pastor, especialmente la vida espiritual y la santidad del obispo, como también el papel del obispo en la propia diócesis.

Es conveniente por lo tanto recordar por lo menos a grandes líneas los argumentos de los Lineamenta: el actual contexto de la misión del obispo, los elementos propios del ministerio episcopal, el ministerio pastoral del obispo en la diócesis, el Obispo ministro del Evangelio hacia todos los hombres, el camino espiritual del obispo.

Es evidente que no fueron tratados todos los temas de los Lineamenta, se trata sólo de un documento de consulta. Faltan, de hecho, muchos elementos que encontrarían espacio en un tratado sobre el orden y la disciplina episcopales, por ejemplo, la cuestión de la residencia y de los traslados, o la de los obispos auxiliares y eméritos.

Teniendo en cuenta la valiosa redacción de los Lineamenta y de la buena recepción que éstos tuvieron, ya que recibieron el consenso de todos, no hay que sorprenderse que se los cite con frecuencia en el Instrumentum laboris, en modo tal que hay una gran coherencia y unidad entre estos dos documentos, habiendo sido oportunamente incluidas las sugerencias doctrinales y pastorales que derivan de las respuestas.

Fue dedicado un particular cuidado en la preparación del Instrumentum laboris ya sea por parte de los peritos como del Consejo de la Secretaría General. El mismo Consejo dedicó a la redacción del Instrumentum laboris tres reuniones: la primera, el 16 y 17 de noviembre de 1999; la segunda el 16 y 17 de mayo de 2000 y la tercera el 9 y 10 de octubre de 2000. Por último, en la décima reunión del Consejo, el 24 y 25 de abril de 2001, se concluyó el trabajo. Este texto, que ya lo habían recibido los que gozan de este derecho, el 1º de junio de 2001 fue presentado a los periodistas por el Secretario General en la Oficina de Prensa de la Santa Sede. El documento nació de la respuesta que dieron a los Lineamenta, según el derecho, distintas asambleas en la Iglesia: Conferencias Episcopales, Sínodos de las Iglesias Orientales, Dicasterios de la Curia Romana, la Unión de los Superiores Generales. A éstos se unieron otras asambleas e individuos, es decir: cardenales y obispos, conferencias nacionales e internacionales de religiosos y religiosas, sacerdotes, religiosos y religiosas, teólogos y otros. El Instrumentum laboris fue enviado el 21 de abril de 2001 a todo aquellos que gozan del derecho, para que los Padres Sinodales pudieran con la debida anticipación conocer y examinar los argumentos de la discusión sinodal. Por último, habiéndose dado a conocer públicamente el Instrumentum laboris por voluntad del Santo Padre, de esto deriva que toda la Iglesia está llamada a dedicar un compromiso ulterior a la difícil preparación del Sínodo sobre el obispo, ministro del Evangelio.

En la décima y última reunión del 24 y 25 de abril de 2001, con la presencia de los Presidentes Delegados, del Relator General y del Secretario Especial de la Asamblea, el Consejo también habló sobre las sugerencias que había que someter al Relator General que éste consideraría útiles para elaborar una Relatio ante disceptationem, para llevar al aula al inicio de los trabajos, y de distintos artículos del Vademecum para orientar con rectitud el curso de los trabajos sinodales.

c. Vademecum y calendario

Luego de la edición del documento que instituía el Sínodo, es decir el Motu proprio del Papa Pablo VI Apostolica sollicitudo del 15 de septiembre de 1965, y luego de la primera edición del Ordo Synodi, del 24 de junio de 1969, transcurrido algún tiempo, nos dimos cuenta que sería útil un texto práctico, a modo de compilación que comprendiera varias prescripciones efectivas, para proponer como ayuda a los participantes al Sínodo. De este modo, como corrección del mismo Ordo Synodi nació el Vademecum, en el cual se acogieron además nuevos elementos relativos a las distintas necesidades para el desarrollo del mismo Sínodo. Por lo tanto, desde el año 1990 tal soporte práctico dirigió el procedimiento sinodal de cualquier asamblea, demostrándose muy útil. No todas estas normas o prescripciones tienen la misma importancia; algunas están extraídas del Código de Derecho Canónico, otras del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales y del Ordo Synodi, y, por lo tanto, tienen valor de leyes; otras son consuetudinarias o costumbres consolidadas en diversos sínodos.

Con respecto al período de las reuniones del sínodo, ha sido fijado del 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001. Con un rápido vistazo al calendario del sínodo se pueden notar los diversos períodos de la actividad sinodal en su relación recíproca, desde los puntos de vista cuantitativo, lógico y cronológico. Se puede observar que el programa sinodal prevé la celebración de dos solemnes Santas Misas, una de inauguración y una de conclusión. Siguen luego veinticinco reuniones generales y diecisiete sesiones de los Círculos Menores. El periodo sinodal se concluye con una reunión convival.

El nexo lógico se evidencia a partir de la colocación de la primera reunión de los círculos en la primera semana de trabajo, tiempo adecuado para un conocimiento recíproco, donde se produce la elección de los Moderadores de los círculos y, después de la décimo cuarta reunión general, también la de los Relatores de los círculos. En cuanto al debate sobre las Propositiones, exige cuatro sesiones de los Círculos Menores, además de otros trabajos en los períodos nocturnos o también festivos por parte de algunos entre los padres o los ayudantes. Cinco sesiones son destinadas a la composición en forma colectiva sobre las Proposiciones y tres al examen de sus modi, siendo llevadas a una única sesión las sentencias de las Proposiciones con dos tipos de fórmula: placet, non placet. En una sesión se presenta y se somete a votación el Mensaje. Se prevén dos sesiones para la elección de los miembros del Consejo.

Aunque no aparezca en el calendario, en ciertos períodos hay tres reuniones con los periodistas en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, a cargo de la Comisión para la Información, en los días establecidos: 1, 12 y 26 de octubre de 2001. Para las intervenciones de los Oyentes, se prevén dos sesiones y una para escuchar a los Delegados Fraternos. En una tan relevante y ordenada sucesión de trabajos, se puede notar una enorme alternancia de varios actos, que siguen un orden lógico y coherente y favorecen una "cultura del diálogo".

d. Otras iniciativas

Resultará útil evidenciar algunas iniciativas surgidas en la preparación del sínodo. Una gran ayuda provino de la Unión de Superiores Generales que reunió los propios miembros en el período 23-26 de mayo de 2001 profundizando temas importantes. La reunión profundizó la comunión con los obispos en la responsabilidad de ofrecer esperanza al mundo; de la comunión en la Iglesia, en la espiritualidad y en el servicio del Evangelio deriva la fuente de la esperanza. De alguna manera se puede considerar esta reunión como la principal contribución de la Unión de los Superiores Generales en el marco de las respuestas dadas a los Lineamenta, a causa de la profunda discusión del tema sinodal y de la larga y fructuosa participación que la caracteriza.

De igual modo, por parte de algunos obispos de los Estados Unidos fue publicado un libro de diez capítulos referido a varios temas: la esperanza, la Trinidad, el ministerio del pastor, los fieles laicos, el magisterio, la santificación, el papel del pastor, el Evangelio, la vida espiritual. Intervinieron dos cardenales, dos arzobispos, seis obispos, ejercitando de tal modo su munus partoral.

Algunas universidades pontificias promovieron congresos para profundizar el papel del obispo, en relación a nuestro tiempo.

En marzo de 1999 la facultad de teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz promovió su V Simposio Internacional sobre el tema Los Obispos y su ministerio. Las ponencias de tal simposio fueron publicadas en el año 2000 en un volumen con el mismo título.

Por último, el Ateneo "Regina Apostolorum" organizó el congreso Los obispos como testigos y ministros de la esperanza en octubre del año 2000, con la exclusiva participación de los obispos.

II LA ACTIVIDAD RELATIVA A LAS ASAMBLEAS SINODALES

1. El Sínodo Especial de los Obispos holandeses

El Sínodo especial de los Obispos holandeses tuvo lugar en 1980 con el fin de examinar profunda y atentamente las condiciones de la Iglesia en esa tierra. El Consejo de aquel Sínodo, que con el paso del tiempo también ha sido renovado, fue elegido para llevar a término las conclusiones sinodales. El proprio Consejo se reunió seis veces durantes los años 1991, 1992, 1993. Los argumentos discutidos reflejan las exigencias especiales surgidas en diversas reuniones de sus iglesias particulares. Se trata, en efecto, de la vida pastoral en las parroquias y de la enseñanza en las universidades católicas o en las facultades de teología, de los institutos superiores de teología, de los operadores pastorales, de la liturgia.

El Consejo tuvo su última reunión el 10 de noviembre de 1995.

2. La Asamblea Especial para África

La Asamblea especial para África se desarrolló del 10 de abril al 8 de mayo de 1994, pocos meses antes de la Novena Asamblea General Ordinaria. En los años siguientes el Consejo Post-sinodal, instituido al final de la asamblea, llevó a término su obra de aplicación de las conclusiones sinodales. El Consejo se reunió por primera vez en la Secretaría General en el mes de septiembre de 1994 para hacer el balance de los argumentos tratados en el Sínodo y, sobre todo, ver las cosas que todavía quedaban por hacer respecto tanto a la fase celebrativa del Sínodo en tierras africanas como a otras posibles conclusiones de la asamblea especial. En la segunda reunión, durante el mes de enero de 1995, se aportaron las primeras sugerencias para definir la Exhortación Apostólica Post-sinodal así como para el viaje del Papa para que diera comienzo a la fase celebrativa. Se trabajó sobre estos argumentos en la tercera y en la cuarta reunión del año 1995.

El viaje sinodal del Santo Padre en África duró del 14 al 20 de septiembre de 1995 y fueron celebradas varias ceremonias en distintas ciudades y naciones, como la ciudad de Yaundé en Camerún, Johanesburgo en Sudáfrica, Nairobi en Kenia y más tarde también en Túnez.

Después del viaje del Pontífice el Consejo Post-sinodal se reunió cinco veces más en los años 1997, 1998, 1999, 2000 y 2001. En las diversas intervenciones y de diversas maneras los Padres del Consejo examinaron la actual situación de la Iglesia y de la sociedad en África. Expusieron sus argumentos en las comunicaciones sobre la ejecución de la Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa, y de común acuerdo reflexionaron sobre las acciones futuras que habrían de realizar para dicha ejecución, teniendo presentes también los nuevos fermentos y los problemas del pueblo africano. Salió también un documento recogiendo las comunicaciones de ese periodo en la exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Africa dirigido a las Iglesias africanas.

3. La Asamblea especial para el Líbano

La Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los Obispos fue anunciada por el papa Juan Pablo II el miércoles 12 de junio de 1991, durante la audiencia pública, en presencia de los Patriarcas Católicos del Líbano. El día siguiente, 13 de junio de 1991, los mismos Patriarcas se reunieron con el Nuncio Apostólico en Líbano y con el Secretario General del Sínodo y decidieron instituir una pequeña comisión para preparar la asamblea. Ese mismo día fue presentada en la Oficina de Prensa vaticana la Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los Obispos.

Del 11 al 15 de septiembre de 1991 el Secretario General fue al Líbano, en donde visitó las iglesias locales y tuvo encuentros con pastores, comunidades, instituciones, con objeto de garantizar una preparación adecuada. El 30 de enero de 1992 se formó el Consejo de la Secretaría General para la Asamblea Especial sobre el Líbano, cuyos diez miembros, junto a un coordinador activo in loco, tuvieron en el mismo año de 1992 tres reuniones, en las que establecieron la naturaleza de la asamblea, las competencias del Consejo y del Coordinador, la consulta informal en territorio libanés, los temas que había que proponer en la asamblea, la definición de los Lineamenta con la ayuda de expertos sobre el tema elegido por el Santo Padre: "Cristo es nuestra esperanza, renovados en su espíritu, solidarios somos testigos de su amor".

Siempre en 1992 se reunieron algunos expertos que ayudaron en los preparativos. El año siguiente el Consejo se reunió en Líbano, y publicó los Lineamenta de la Asamblea Especial sobre el Líbano del Sínodo de los Obispos. Durante los días 12-13 de diciembre de 1994 el Secretario del Sínodo General de los Obispos intervino en la reunión que tuvo lugar en la ciudad de Adma en Líbano con los obispos y con los patriarcas, para llevar a cabo los últimos pasos de la preparación de la asamblea. Durante el año 1995 se hicieron varias reuniones de los miembros del Consejo Presinodal, ayudados también por algunos peritos, para preparar la asamblea, en las que se discutieron las respuestas que había que dar a los Lineamenta y la redacción de un primer esquema del Instrumentum Laboris, que fue mandado a quien correspondía el 26 de agosto de 1995. La asamblea sinodal tuvo lugar del 25 de noviembre al 14 de diciembre de 1995.

El Consejo Post-sinodal fue constituido por el Santo Padre el 13 de diciembre de 1995 y se reunió por primera vez del 4 al 6 de marzo de 1996. Los Obispos reunidos centraron la primera discusión sobre cómo fue recibido el Mensaje de la Asamblea Especial sobre el Líbano, y formularon algunas sugerencias para que fueran comunicadas al Sumo Pontífice para la redacción de la Exhortación Apostólica Post-sinodal.

Después de varios meses y diversas reuniones, tanto en la Ciudad del Vaticano como en Líbano, también con la ayuda de algunos expertos, el Consejo trabajó en las sugerencias que había que proponer sobre los temas y sobre la redacción de la futura Exhortación, así como en todo lo relacionado con el viaje sinodal del Santo Padre al Líbano. Viaje que de hecho se llevó a cabo el 10 y el 11 de mayo de 1997 para cerrar la fase celebrativa del Sínodo, durante la cual se promulgó la Exhortación Apostólica Post-sinodal Nova Spes pro Libano.

En los tres meses siguientes el Consejo se reunió otras tres veces, sobre todo para reflexionar sobre la situación de la Iglesia libanesa, tanto interna como en su relación con la sociedad, después de la promulgación de la Exhortación Post-sinodal; sobre la aplicación de la exhortación Apostólica Post-sinodal en todas las Iglesias, bajo la guía de los Patriarcas, teniendo en cuenta las cuestiones del diálogo interreligioso y de determinadas condiciones sociales. En relación a esto se acometieron diversas iniciativas para ejecutar varios dictámenes de la exhortación, con la cooperación de algunas comisiones instituidas expresamente por el Presidente A.P.E.C.L.

El Consejo, en cuyo seno se produjeron algunos cambios entre sus miembros, después de varios años y con diversos obispos que cambiaron de cargo, redactó varias relaciones sobre lo hecho hasta entonces para realizar los objetivos de la Exhortación. Fue escrita la relación: Rapport sur les activités de l’Assemblée des Patriarches et des Evêques au Liban (APECL), en application des recommandations de l’Exhortation Apostolique Post-Synodale, "Une Espérance Nouvelle pour le Liban" (10 mai 1997) de Sa Sainteté le Pape Jean-Paul II. A continuación se hizo una reunión sobre el tema: Rapport sur l’application de l’Exhortatio Apostolique "Une Espérance Nouvelle pour le Liban", dans l’Eglise Maronite.

El periodo post-sinodal en Líbano estuvo señalado por un hecho muy especial, que se verificó por primera vez: el primer Congreso de la Jerarquía Católica en Medio Oriente, llevado a cabo del 9 al 20 de mayo de 1999.

4. La Asamblea Especial para América

La Asamblea Especial para América fue convocada el 29 de mayo de 1997, y el tema abordado: "Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América".

Entre el 6 y el 9 de febrero de 1995 el Secretario General intervino en Río de Janeiro en la reunión del C.E.L.A.M. para dar los primeros pasos en la preparación de la Asamblea Especial para América. El Consejo Presinodal se reunió cuatro veces en los años 1995, 1996 y 1997 para elaborar, con la ayuda de expertos, los Lineamenta y el Instrumentum Laboris, aparecidos en los días 3 de septiembre de 1996 y 11 de septiembre de 1997, respectivamente. La Asamblea Especial tuvo lugar del 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997.

El Consejo Post-sinodal de la Secretaría General fue convocado durante el Sínodo, el día 9 de diciembre, en el Aula sinodal. Una vez finalizada la asamblea sinodal, el Consejo se reunió varias veces para solucionar algunas recomendaciones sinodales concretas.

El 12 de diciembre de 1998 se publicó la Relatio circa labores peractos.

Antes elaboró las Propositiones sinodales con las sugerencias que había que presentar al Santo Padre para la realización de la Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in America, sacada a la luz el 22 de enero de 1999 en Ciudad del México durante el viaje apostólico, en presencia de muchos Padres sinodales y demás oyentes.

En los años siguientes, en tres reuniones, el Consejo promovió tres discusiones sobre los criterios de aplicación de la Exhortación, así como varias iniciativas para su realización concreta. Se envió una carta a todas las instituciones con un cierto interés por recoger sus opiniones sobre el modo de aplicar la Exhortación Apostólica. Las respuestas a la carta fueron sometidas al examen del Consejo para disponer los instrumentos y las operaciones que había que aplicar según el documento Ecclesia in America.

5. La Asamblea Especial para Asia

El 15 de enero de 1995 el Santo Padre Juan Pablo II, en su viaje a Manila, habló de la indicción de la Asamblea Especial para Asia del Sínodo de los Obispos. Luego anunció el tema de la reflexión sinodal: "Jesucristo el Salvador y su misión de amor y de servicio en Asia: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10)".

Para preparar la Asamblea Especial para Asia del Sínodo de los Obispos, el Secretario General participó del 10 al 17 de enero de 1995 en una reunión de la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia (F.A.B.C.) en Manila, en las Islas Filipinas. Posteriormente se formó el Consejo Presinodal, que en dos reuniones estableció los Lineamenta. El documento fue presentado el 3 de septiembre de 1996. Después, el Consejo se reunió 3 veces más para decidir los criterios de participación en el Sínodo, escribir el Vademecum y el Instrumentum laboris, aparecido el 16 de febrero de 1998. La Asamblea Especial tuvo lugar del 19 de abril al 14 de mayo de 1998.

En el aula sinodal se formó el Consejo Post-sinodal, que se reunió por primera vez en la misma aula y en el mismo periodo; después de lo cual, en sucesivas reuniones, redactó las Propositiones y las sugerencias que habría que someter al Santo Padre para la redacción de la Exhortación Apostólica Post-sinodal. A continuación se escribió una Relatio circa labores peractos durante la reunión del 1 de noviembre de 1998.

El 6 de noviembre de 1999 fue promulgada en Nueva Delhi la Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in Asia, durante el viaje del Santo Padre como conclusión de los trabajos del sínodo. Después de este periodo, el Consejo se reunió para evaluar las líneas de aplicación de la Exhortación.

6. La Asamblea Especial para Oceanía

En la serie de Sínodos que, según las intenciones de la Carta Apostólica Terzio Millennio Adveniente, había que celebrar antes de que empezara el Gran Jubileo del Año Dos Mil, se encontraba también la Asamblea Especial para Oceanía.

La Asamblea empezó con el viaje a Oceanía del Secretario General del Sínodo de los Obispos, del 7 al 29 de marzo de 1996. Entre otras actividades, participó en la reunión de la Federación de las Conferencias Episcopales Católicas de Oceanía (F.C.B.C.O.) del 13 al 15 de marzo. Se formó el Consejo Presinodal y sus miembros se reunieron en la Secretaría General y en Oceanía. Se discutió sobre la preparación de los Lineamenta, con la ayuda de peritos, y sobre las respuestas de todas las Iglesias en lo concerniente a algunas cuestiones expuestas en los Lineamenta. El Consejo estableció también los criterios de participación y las modalidades de preparación de las celebraciones litúrgicas previstas durante el Sínodo, para proceder por último a la redacción del Instrumentum Laboris y del Vademecum.

La Asamblea Especial para Oceanía tuvo lugar del 22 de noviembre al 12 de diciembre de 1998, y el tema de reflexión era: "Jesucristo y los pueblos de Oceanía: siguiendo su camino, proclamando su verdad y viviendo su vida". Entre las actividades de la asamblea reunida estuvo la constitución del Consejo Post-sinodal, que se reunió por primera vez el 11 de diciembre de 1998 en la misma aula sinodal. En los siguientes meses el Consejo abordó los argumentos propios del periodo post-sinodal, es decir, los temas planteados en las Propositiones del Sínodo y las sugerencias que había que someter al Sumo Pontífice para la redacción de la Exhortación Post-sinodal.

El 25 de febrero de 1999 salió a la luz la Relación sobre los trabajos desarrollados.

7. La Segunda Asamblea Especial para Europa

La Segunda Asamblea Especial para Europa fue convocada por el Santo Padre en Berlín, en Alemania, el 23 de junio de 1996 durante el discurso del Angelus. El 18 de abril de 1997 el Santo Padre había anunciado el tema: "Jesucristo, viviente en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa". Como en las ocasiones anteriores, también para esta asamblea se constituyó un Consejo Presinodal, que se reunió hasta que produjo los Lineamenta, que fueron enviados a los que gozan de tal derecho el 16 de marzo de 1998. El Consejo estableció los criterios de participación en el Sínodo, de forma que estuvieran representados todos los pastores de las iglesias particulares de Europa.

El Consejo examinó las respuestas a los Lineamenta y elaboró el Instrumentum laboris durante la última reunión, en marzo de 1999, con la intervención de varios expertos. El 9 de junio de 1999 fue enviado, como es costumbre, a quien correspondía.

El Segundo Sínodo Especial para Europa tuvo lugar del 1 al 23 de octubre de 1999.

Con el fin de ordenar de nuevo los varios argumentos tratados por el Sínodo, fue constituido un Consejo Post-sinodal que, principalmente, en sus reuniones trabajó sobre la recepción que la Segunda Asamblea tuvo en las Iglesias particulares, examinó las Propositiones editadas por los Padres sinodales y recogió las sugerencias para mandar al Santo Padre para la redacción del documento post-sinodal. La Relation circa labores peracto está fechada 11 de julio de 2000.

La Segunda Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos concluyó la serie de Sínodos prevista antes del inicio del Gran Jubileo del año 2000.

III. La composición de la X Asamblea

Como prescribe el Ordo Synodi en el artículo quinto, también ahora la X Asamblea General Ordinaria reúne como miembros a Patriarcas, a Arzobispos Mayores y a Metropolitanos de las Iglesias católicas orientales sui iuris; a los Obispos elegidos por cada conferencia episcopal nacional; a diez religiosos que forman parte de los Institutos Religiosos Clericales, elegidos por la Unión de los Superiores Generales; a jefes de los dicasterios de la Curia Romana; a miembros nombrados por el mismo Romano Pontífice.

Los nombres y el origen de todos los Obispos del Sínodo aparece claramente en el opúsculo que les ha sido distribuido, llamado Elenchus Participantium. Estos son:

Padre elegidos 175

Padres de nombramiento pontificio 35

Padres ex officio 37

Total 247

Como es bien sabido, el Ordo Synodi prevé la elección de sustitutos por parte de las conferencias episcopales, para proteger el equilibrio de la participación sinodal en los casos de necesaria ausencia de los Padres elegidos. En este Asamblea hay presentes 8 padres sustitutos de aquellos Padres que, aunque elegidos, no pueden participar por enfermedad u otra causa.

Respecto a esto último, hay que señalar que el caso de caducidad del título de participación se da, por ejemplo, cuando el Padre, tras su elección en el Sínodo, se convierte en Obispo emérito, no habiendo ningún otro cargo por el cual pueda permanecer miembro cierto con pleno derecho de la conferencia episcopal a la que pertenece.

A propósito del título de participación de los Padres sinodales, será útil anotar algunas observaciones sobre la configuración de nuestra asamblea: de los 247 Padres, 41 son presidentes de conferencias episcopales, 3 son eméritos, 3 son obispos castrenses, 7 son auxiliares y 4 son coadjutores. 184 (74,49%) provienen del clero diocesano y 63 (25%) de la vida consagrada.

Siempre en relación con esta asamblea, hay que subrayar algunos aspectos concernientes a la participación. De hecho, el largo periodo transcurrido desde la asamblea ordinaria precedente ha tenido varios efectos en lo que se refiere a los modos de participación. Sería conveniente recordar en especial las adiciones: han sido elegidos ciertos obispos auxiliares que, una vez elegidos, se han convertido en residenciales, por lo que se han hallado en dificultad para cumplir con el compromiso sinodal; algunos obispos elegidos han tenido un motivo que les ha obstaculizado después de algún tiempo; a veces, obispos elegidos se han convertido en eméritos; en algunas naciones los problemas sociales dificultaron las reuniones de las conferencias episcopales; los criterios de participación en la Asamblea ordinaria son distintos de los vigentes para las asambleas especiales y ello ha ocasionado algunas confusiones en algunas conferencias durante la elección de los Obispos.

Toman parte en el Sínodo también los Delegados Fraternos invitados de las otras iglesias cristianas, cuyo número y nombre se encuentran en el opúsculo que tienen Uds. a disposición. En él aparecen también los nombres de aquellos que ocupan cargos superiores en la Asamblea sinodal, es decir: el Sumo Pontífice, Presidente por derecho; el Secretario General; el Presidente Delegado; el Relator General; el Secretario Especial y el Secretario Especial Adjunto. También las Comisiones colaboran en el correcto desarrollo de la Asamblea: la Comisión para las Relaciones Públicas, la Comisión de preparación del Mensaje, la Comisión para las Controversias.

El artículo decimocuarto del Ordo Synodi prevé el nombramiento de algunos expertos del Secretario Especial, para ayudarlo, obviamente, en el ejercicio de su cargo del tratamiento del argumento sinodal. Están presentes en la Asamblea Sinodal también los oyentes; sus nombres están en el opúsculo y su número es de 23, de los cuales 14 hombres y 9 mujeres.

IV. Otros

1.Algunas observaciones

En primer lugar, será útil recordar algunos aspectos concernientes a la institución del Sínodo. Se halla a la vista de todos cuánto se ha desarrollado en estos años. Considerando la historia de los sínodos, es evidente que su número ha aumentado con el paso de los años. Podemos, a tal fin, considerar tres periodos históricos, en base a la sucesión de los Secretarios Generales del Sínodo. El primer periodo va desde 1965 a 1979. En estos 14 años hubo cinco asambleas sinodales. El segundo periodo va desde 1979 a 1985, con tres asambleas sinodales. El tercer periodo, de 1985 a hoy, con 12 sínodos en 16 años.

Además, merecen ser mencionados los Consejos post-sinodales que en este periodo han sido 8, reunidos para cada asamblea, y que prestan un servicio único favoreciendo la colegialidad y haciendo participar en el mismo periodo y de forma continua casi 100 obispos. Cosas todas ellas que parecen dar a entender que el Sínodo de los Obispos está creciendo en la vida de la Iglesia no sólo en cantidad, sino sobre todo en calidad.

Esto es válido especialmente para las Asambleas Especiales, en las cuales ha sido apreciada la importancia del sínodo para el bien mismo de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares en todas las partes del mundo.

La frecuencia y la universalidad de los sínodos proceden, en primer lugar, de la incansable voluntad del Sumo Pontífice, unida en especial armonía al bien de la colegialidad de los obispos, a tal punto que se hace evidente que la colegialidad episcopal se confirma e incrementa en la propia índole.

De hecho, desde el primer periodo de meditación de los Lineamenta hasta la aplicación de la Exhortación Apostólica Post-sinodal, el proceso sinodal ha mostrado la fuerza de la comunión, que une en estrecho vínculo las diversas Iglesias particulares, tanto en su interior como en relación con la Iglesia universal. Esto acontece a través de la meditación sobre el tema del sínodo, la oración, el diálogo espiritual, por la recíproca razón de vida y de testimonio cristiano. Y al realizar esta obra se ha evidenciado esta sorprendente característica eclesial, definida interioridad recíproca, que alimenta de forma dinámica la relación existente entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares. Es la misma reciproca interioridad de la que habló Juan Pablo II en su memorable discurso a la Curia Romana del 20 de diciembre de 1990. Con derecho podemos por lo tanto decir que la sinodalidad ha contribuido a la edificación orgánica del cuerpo de la Iglesia en su acción dinámica.

Hemos visto emerger la misma realidad cuando el Gran Jubileo del Año 2000 tuvo lugar en Roma, al mismo tiempo que en las diversas diócesis repartidas en las varias partes del mundo. La serie de Sínodos que el Sumo Pontífice, en su Carta Apostólica Tertio Millenio Adveniente, decidió convocar, ha sido llevada a cabo y trajo muchos frutos, suscitando además en las Iglesias particulares las fuerzas para recibir el gran don de la misericordia y de la fidelidad del Señor, para dar de formas innumerables y fecundas testimonio de penitencia, de vida renovada, de alegría y esperanza cristiana. Pero, al mismo tiempo, el método sinodal, que nace esencialmente de la comunión en el diálogo y en el amor, sostiene de forma admirable la preparación y el desarrollo del Jubileo como encuentro de la Iglesia itinerante con Dios.

Del mismo modo, podemos decir que este tema nutrió, tanto en el sínodo como en el jubileo la reflexión y la meditación de la Iglesia al final del segundo milenio. En ambos, el sínodo y el jubileo, se puso en el centro a Cristo, el Hijo de Dios, Señor del tiempo y de la historia, que confió a la Iglesia la misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes con vigor nuevo y voluntad evangelizadora; misión que este Sínodo nuestro, al inicio del tercer milenio, declara solemnemente haber sido confiada a cada uno de los Obispos, en cuanto siervos del Evangelio de Jesucristo.

2. Algunas noticias.

a. Forman parte de la Secretaría General, por su función, el Secretario General y el Consejo de la Secretaría General. El Secretario General tiene colaboradores entre los clérigos y, cuando es necesario, como sucede hoy, entre los laicos, hombres y mujeres, de las cuales una pertenece a un instituto secular y la otra está casada desde hace pocos años. Los clérigos provienen de varias naciones, como Estados Unidos, Argentina, Francia e Italia, para hacer frente a los problemas de las diversas lenguas. Siendo los colaboradores fijos de la Secretaría sólo un "pusillus grex" y habiéndose celebrado en estos últimos años varias asambleas sinodales también a breve distancia la una de la otra, ha sido necesario llamar a otros colaboradores extraordinarios para conseguir hacer frente a la gran responsabilidad de la preparación. A todos ellos deseo expresar mi más sincero agradecimiento por el fiel e infatigable servicio prestado al Sínodo de los Obispos y a la Iglesia Universal.

b. Como se puede leer en el artículo 3 del Vademecum, en el primer piso hay una pequeña capilla con el Santísimo Sacramento. Dicha capilla en los sínodos pasados era preparada ex novo para aumentar la piedad de los participantes, pero con ocasión del presente Sínodo ha sido renovada completamente y desde ahora en adelante estará siempre cerca a la entrada del Aula sinodal.

Los diversos elementos utilizados en la nueva capilla han sido previstos y realizados para representar enteramente la realidad de la comunión y, al mismo tiempo, la de la colegialidad. Su misma forma circular ha sido elegida para tal fin, como queriendo materializar esta actitud por la cual cada persona en el interior de la Iglesia y, aún más, cada obispo en el interior del Colegio, se halla cercano a los otros y frente a los otros y, todos, dirigidos hacia el Señor. La potestad pastoral, asumida y cumplida con la gracia del Espíritu Santo donado en la Iglesia y para la Iglesia, está especialmente simbolizada en el altar, donde bajo la mesa de altar aparece una pequeña nave entre las olas, con la cruz de Nuestro Señor Jesucristo como soporte de la vela, suscitando así la oración para que la vela izada de nuestra fe y de nuestro comportamiento sea inflada por el soplo del Espíritu, de tal modo que seamos transportados por la ola de la predicación, como escribió un eximio obispo hermano nuestro, San Hilario de Poitiers en su tratado De Trinitate (Lib. 1, 37).

La figura del Espíritu Santo resplandece en el vidrio policromado del techo de la capilla, trayendo a nuestras mentes la bajada del Espíritu en el día de Pentecostés sobre el colegio de los apóstoles reunidos con María, la Madre de Jesús. La imagen misma de la Virgen presente en la capilla evoca en cierto modo el tema de esta Asamblea nuestra, visto que se llama Madre de la Esperanza. Cada detalle de la construcción suscita en nosotros gran admiración y viva gratitud hacia aquellas personas que intervinieron en su realización en el Vaticano: el Governatorato, los Jardines, todos los expertos de arte y los trabajadores, provenientes todos ellos exclusivamente de oficinas vaticanas. Deseamos que esta capilla pueda contribuir al continuo crecimiento de la piedad en todos y del espíritu de comunión con Dios y con nuestros hermanos.

c. Por último, en el atrio del aula Pablo VI se ha añadido a los servicios ya existentes un nuevo instrumento. Se trata de un aparato que permite acceder a la red informática o, como se suele llamar, Internet. De ello trata el Vademecum en el artículo 17c. Dicho instrumento agiliza la comunicación, permitiendo de este modo a los Padres enviar y recibir noticias de las propias diócesis, y otras necesidades varias.

CONCLUSION

Desearía proponerles ahora, como conclusión, algunas observaciones. Como han podido bien ver, nuestros documentos, entre los cuales esta relación, llevan la fecha de la edición, es decir, 17 de septiembre de este año. Ello no es por casualidad. Se trata del día en el cual la liturgia conmemora un insigne obispo de la Iglesia, san Roberto Bellarmino. Es uno de los tantos obispos santos que hemos invocado en la ceremonia litúrgica inicial del Sínodo. Desearía ahora referir algún hecho de su vida y algunas palabras de este santo pastor en referencia a la responsabilidad y la dignidad del ministerio episcopal. El Cardenal Bellarmino en un documento para el Papa Clemente VIII sobre el mandato máximo del Sumo Pontífice, habla de los abusos que se habían difundido en los siglos dieciséis y diecisiete, las sedes episcopales vacantes durante demasiado tiempo, las imprudentes promociones de obispos, la ausencia de los obispos de las propias diócesis, la doble atribución de sedes a un único obispo, el laxismo de los viajes episcopales, la renuncia caprichosa de los obispos al cargo episcopal (cf. J. Brodrick, Robert Bellarmine - Saint and Scholar, págs. 181 y ss.).

Una vez, el Cardenal Bellarmino conoció a un sacerdote polaco y viéndolo lleno de virtud y de méritos se empeñó para que fuese nombrado obispo. Lo que sucedió. Entonces el Cardenal mandó una carta al sacerdote llamado al episcopado, en la cual le abría su corazón, diciendo que ese no era el momento adecuado para las felicitaciones, sino más bien para la oración, para soportar bien las fatigas y los peligros episcopales, y conseguir sostener el peso del cargo (cf. Ibidem).

Escribió al mismo Pontífice Clemente VIII, recomendándole que en el nombramiento de los obispos la aptitud a la predicación no fuese considerada una prerrogativa menos necesaria de las otras. De hecho, los primeros obispos de la Iglesia instruyeron a los diáconos para que administraran los comedores y poder así dedicarse a la oración y al servicio de la palabra (cf. Ibidem, pág. 236). En lo que concierne a la oración en la vida del obispo, vale la pena recordar lo que de ello escribió S. Ambrosio, comentando el último verso del salmo 118: "Me he descarriado como oveja, ven en busca de tu siervo. No, no olvido tus mandamientos", eleva esta oración al Señor Jesús, Sumo Pastor: "Ven entonces, ¡Señor Jesús! Ven a buscar a tu siervo, a tu oveja exhausta, ven ¡oh pastor!, como José con sus ovejas. Tu oveja se ha perdido mientras tú te retrasabas, mientras estabas en las montañas. Deja tus noventa y nueve ovejas y busca esa solitaria que se ha extraviado. Ven sin los perros. Ven sin los malos trabajadores, sin el mercenario, que no me reconocerá. Ven sin ayudante, sin anuncio, te espero desde hace ya demasiado tiempo; sé que vendrás, porque no me he olvidado de tus preceptos. No vengas con el bastón, mas con espíritu de caridad y dulzura... Búscame, porque tengo necesidad de ti; búscame, encuéntrame, acéptame, llévame... recíbeme de las manos de María, que es virgen en el cuerpo, integra en el alma sin ninguna mancha de pecado. Llévame sobre la cruz que es salvación para nosotros viandantes, único reposo para quien está cansado, única vida para quien muere" (cf. Comm. S. 118, n. XXII, 28-30).

Nosotros, que leemos estas palabras, podemos deducir que la oración del pastor debe convertirse en el precepto mismo pastoral, su norma de vida. No tanto porque algún pastor solicite que se ore sino, sobre todo, porque es necesario que el pastor dé a los otros lo que pide para sí. De este modo, la oración del pastor contiene en sí también una regla sobre la vida del pastor mismo. Por lo tanto si dice al Señor: "Ven sin bastón", debe obrar en consecuencia en su vida, dejando el bastón cuando acoge a sus ovejas. Así, la lex orandi se convierte en lex agendi.

Y, para concluir esta relación, sería bueno recordar a todos que el Sínodo es comunión, de la cual habla Ignacio de Antioquía escribiendo a los habitantes de la ciudad de Magnesia con las palabras siguientes: "Consagraros por lo tanto a crecer en la doctrina del Señor y de los apóstoles, de modo que consigáis hacer todo en carne y en espíritu, en fe y en caridad, en el Hijo y en el Padre y en el Espíritu, al principio y al fin, en unión con vuestro amado obispo en el contexto de vuestro presbiterio y con los diáconos amados por Dios. Sed sumisos ante el obispo y vosotros mismos, como Jesucristo lo fue ante el Padre según la carne, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, para que vuestra unión sea en el cuerpo y en el espíritu".

He dicho. Gracias.

(1) Las conferencias episcopales que respondieron son: África del Norte; Angola y Santo Tomé; Antillas; Argentina; Australia; Austria; Bélgica; Bielorrusia; Bolivia; Botsuana, Sudáfrica y Suazilandia; Brasil; Burkina Faso y Níger; Camerún; Canadá; Chile; China; Colombia; Corea; Costa Rica; Cuba; Ecuador; Guinea; Haití; Honduras; Hungría; India; C.C.B.I.; Indonesia; Irlanda; Italia; Japón; Kenia; Inglaterra y Gales; Laos y Camboya; Liberia; Lituania; Madagascar; Malawi; Malí; México; Mozambique; Namibia; Nigeria; Nueva Zelanda; Uganda; Pacífico; Pakistán; Panamá; Papúa Nueva Guinea e Islas Salomón; Paraguay; Países Bajos; Perú; Polonia; Portugal; Países Árabes; República Checa; Senegal, Mauritania, Cabo Verde y Guinea Bissau; Escocia; España; Estados Unidos de América; Sudán; Sri Lanka; Suiza; Tanzania; Tailandia; Ucrania; Uruguay; Venezuela; Vietnam; Zambia; Zimbaue.

De la Curia Romana: Congregaciones para las Iglesias Orientales, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para los Obispos, para la Evangelización de los Pueblos; Pontificio Consejo para los Laicos, para la Promoción de la Unidad entre los Cristianos, para los Migrantes, para el Diálogo Interreligioso, para la Cultura, para las Comunicaciones Sociales.

De las Iglesias Orientales: Sínodos de la Iglesia Maronita, de la Iglesia Caldea, de la Iglesia Siro-Malabar.

[00008-04.02] [nnnnn] [Texto original: latino]

RELATIO ANTE DISCEPTATIONEM DEL RELATOR GENERAL, s. eM. Card. Edward Michael EGAN, Arzobispo DE NUEVA York

Beatísimo Padre y Hermanos míos en el Señor,

Durante la preparación de esta Relatio Ante Disceptationem, han capturado mi atención dos afirmaciones que parecen poner notoriamente en foco el tema de nuestra Asamblea. La primera es tomada de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium. Allí se lee lo siguiente: "Es necesario que los Pastores de la grey de Cristo, a imagen del sumo y eterno Sacerdote, Pastor y Obispo de nuestras almas, desempeñen su ministerio santamente y con entusiasmo, humildemente y con fortaleza. ... Elegidos para la plenitud del sacerdocio (ellos) son dotados de la gracia sacramental, con la que, orando, ofreciendo el sacrificio y predicando, por medio de todo tipo de preocupación episcopal y de servicio, puedan cumplir perfectamente el cargo de la caridad pastoral" (41).

La segunda afirmación aparece en un discurso del Santo Padre pronunciado durante una visita Ad Limina en el 1982. Entonces el Papa Juan Pablo II decía lo siguiente: "Sin la esperanza seríamos no sólo hombres infelices y dignos de compasión, sino que toda nuestra acción pastoral sería infructuosa; nosotros no osaríamos emprender más nada. En la inflexibilidad de nuestra esperanza reside el secreto de nuestra misión. Ella es más fuerte que las repetidas desilusiones y que las dudas fatigosas porque toma su fuerza de una fuente que ni nuestra desatención ni nuestra negligencia pueden agotar. La fuente de nuestra esperanza es Dios mismo, que mediante Cristo una vez y para siempre ha vencido al mundo y hoy continúa a través de nosotros su misión salvífica entre los hombres!" (AAS 74 [1982] 1123).

Iluminados e inspirados por tales pensamientos, nos encontramos aquí reunidos para considerar una verdad que nos cautiva y al mismo tiempo nos desafía. Esa verdad es simplemente la siguiente: nosotros, los obispos, hemos sido llamados para ser servidores del Evangelio de Jesucristo, y el servicio que nosotros ofrecemos es dar esperanza - la esperanza sobrenatural - a un mundo frecuentemente desilusionado.

Desde el principio es necesario subrayar, no obstante, que nuestro servicio debe ser siempre un servicio humilde. El modelo para cada palabra que pronunciamos y cada acción que realizamos es Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, quien la noche antes de morir, en un extraordinario gesto de humildad, se inclinó para lavar los pies de los apóstoles, diciéndoles claramente: "... que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15).

Un servicio tan humilde como éste puede, ciertamente, provocar miedo. Conocemos nuestras debilidades. Somos profundamente conscientes de una multitud de razones para alimentar temores en relación al futuro. Sin embargo, hemos sido llamados y enviados para predicar y vivir un Evangelio de esperanza. Para ello, entonces, nos empeñamos con gusto, juntos y en unión al Sucesor de San Pedro, el humilde pescador que, al perder la esperanza en las aguas del Lago de Genesaret, fue intimado por su Redentor a dejar de lado sus temores, para poder "pescar a los hombres" y atraerlos a Dios (cf. Lc 5, 10).

Servidores del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del Mundo: ésta es nuestra vocación, y nosotros la abrazamos con amor. Porque tenemos plenamente consciencia de que el Hijo de Dios está aquí entre nosotros (cf. Mt 18, 20), de que el Pueblo de Dios en todo el mundo está rezando por nosotros y con nosotros (cf. Hch 12, 5), y de que el Vicario de Cristo nos guiará y nos confirmará, porque somos sus hermanos, en cada paso del camino (cf. Lc 22, 32). Del mismo modo, no podemos dejar de sentir la presencia en medio de nosotros de María, la Virgen Madre de Dios, quien nos urge, como lo hizo con los invitados en las bodas de Caná, a escuchar a su Hijo y hacer "lo que él os diga" (Jn 2, 5).

Análogamente, somos animados en nuestro trabajo, en esta Décima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, por todos los logros alcanzados en las Asambleas sinodales que precedieron a la presente. Señalamos con particular interés el sínodo relativo a los laicos, el sínodo sobre los sacerdotes, y el de la vida consagrada. Todos ellos culminaron con espléndidas Exhortaciones Apostólicas Post-sinodales del Santo Padre, que ofrecieron a la Iglesia una abundante sabiduría y una segura guía espiritual. Ellas son, por supuesto, Christifideles Laici del 1988, Pastores Dabo Vobis del 1993 y Vita Consecrata del 1995. A cada una de ellas haremos indudablemente frecuentes referencias en estas próximas semanas. Ellas son seguras y sabias guías para toda la Iglesia, mientras se abre camino en el tercer milenio de la cristiandad.

Se agregan a todo esto, las Asambleas Especiales que convocaron a los obispos de Europa en 1991 y 1999, a los obispos de África en 1994, a los obispos de América en 1997, a los obispos de Asia en 1998 y a los obispos de Oceanía también en 1998, para discutir y planificar la pastoral de la Iglesia en esas naciones y continentes; y es allí que tenemos verdaderamente a nuestra disposición una preciosa fuente de sabiduría y experiencia, que se nos ofrece para ser explorada y meditada.

Finalmente, debemos tener presente tres fuentes adicionales que fueron producidas en la preparación próxima de esta asamblea; es decir, los Lineamenta, que fueron publicados en 1998 y enviados a los Dicasterios de la Curia Romana, a las Iglesias Orientales, a la Unión de Superiores Generales y a las Conferencias Episcopales de todo el mundo; las respuestas que fueron enviadas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos; y el Instrumentum laboris, elaborado a partir de los Lineamenta y de las respuestas, publicado en junio de este año. Estas fuentes reflejan con extraordinaria profundidad las intuiciones y preocupaciones de las anteriormente mencionadas Asambleas y de todo el episcopado de la Iglesia Universal. Así es que abordamos el tema de nuestra Asamblea, confiando firmemente en el Señor y abundantemente bendecidos por los esfuerzos y preocupaciones de nuestro Santo Padre, de nuestros hermanos en el episcopado y del laborioso personal de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos: a todos ellos estamos profundamente agradecidos.

Queda, sin embargo, un preámbulo a nuestra discusión. Como el Instrumentum laboris observa, esta Asamblea está primariamente orientada hacia la figura del obispo diocesano o residencial, es decir, hacia el obispo que sirve a una iglesia local como maestro, santificador y pastor (cf. 9). A pesar de ello, los obispos auxiliares, los obispos de la Curia Romana, los obispos empeñados en la diplomacia Vaticana y los obispos eméritos, serán también incluidos en nuestro campo de estudio y reflexión. En cuanto miembros del Colegio Episcopal, cum Petro y sub Petro, todos ellos han sido "consagrados ... para la salvación de todo el mundo" (cf. Decreto Ad gentes divinitus, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 38). Por lo tanto, todos los obispos nos sentimos necesariamente comprometidos a "promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, (a) instruir a los fieles en el amor a todo el Cuerpo místico de Cristo, ... y (a) promover, en fin, toda actividad que sea común a toda la Iglesia ..." (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23).

Buscando el mejor modo de iluminar el tema que nos ha sido asignado en esta Asamblea, no puede pasarse por alto cuán frecuentemente los clásicos munera del obispo, como maestro, como santificador y como pastor, son mencionados en las Exhortaciones Apostólicas del Santo Padre que siguieron a las precedentes Asambleas, así como también en los Lineamenta y en el Instrumentum laboris de la presente asamblea. Siguiendo esta observación, parece bastante oportuno adoptar la mencionada división de tareas como un esquema básico de nuestra Relatio ante disceptationem, comenzando por el obispo como maestro de su rebaño.

El mandato del Señor a los magistri fidei de su Iglesia es extraordinariamente claro. "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18), les recuerda el Divino Maestro a los Apóstoles, de quienes nosotros somos sucesores. "Id, pues" continúa "y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19-20).

Ciertamente, la evangelización es un aspecto fundamental, y más aún esencial, del ministerio episcopal, como los Padres del Concilio Vaticano II lo indican, por ejemplo en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, donde leemos: "entre los principales oficios de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio" (25).

Sin embargo, los caminos a través de los cuales un obispo cumple este ministerio son, hoy en día, más numerosos y diversos que en el pasado. Seguramente, él predica el Evangelio primero y principalmente en la celebración de la Eucaristía, donde Palabra y Sacramento se amalgaman con el mayor poder espiritual (cf. Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, 4). Pero esto es solo el comienzo. El obispo predica el Evangelio en la celebración de los otros sacramentos; en sus obras de misericordia espirituales y corporales; en sus cartas pastorales; en homilías y reflexiones al clero, a los consagrados y a los laicos; en notas y artículos publicados; en entrevistas en radio y televisión; aun en encuentros familiares con hombres, mujeres y niños, quienes buscan acoger y profundizar con amor al mensaje del Evangelio. El obispo está llamado a hacer todo esto, teniendo siempre presente el carácter misionero de la Iglesia. Dado que, "como Miembros de Cristo vivo, (son) incorporados y asemejados a Él por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía" (36), nos recuerdan los Padres del Concilio Vaticano II en el Decreto Ad gentes divinitus, sobre la Actividad misionera de la Iglesia. Por este motivo, concluyen los Padres conciliares, "(ellos) tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo" (36), es decir, su Cuerpo Místico, su amada Esposa, la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Inculcar un "espíritu misionero" en los corazones de los fieles es, por lo tanto, un aspecto esencial de la actividad pastoral de un obispo como maestro y predicador de la fe.

Las responsabilidades del obispo como doctor veritatis en la Iglesia, sin embargo, alcanzan horizontes más lejanos que los esfuerzos individuales. Si él debe ser la clase de testigo del Evangelio que el Señor espera, cada sucesor de los Apóstoles tiene que asociar a sí tantos predicadores, evangelizadores, educadores y catequistas como le sea posible. Más aún, el obispo debe trabajar con ellos diligentemente, pacientemente y amorosamente para estar seguro de que su enseñanza es la enseñanza de la Iglesia, completamente de acuerdo con el Magisterium y firmemente cimentada en la Sagrada Escritura, la Tradición y las declaraciones de los Papas y de los Concilios Ecuménicos a lo largo de los siglos.

Sus consejos, en este sentido, son especialmente necesarios para los maestros de Religión en escuelas Católicas primarias y secundarias; para los catequistas que trabajan con los convertidos y en los programas diocesanos y parroquiales para niños, jóvenes y adultos; así como también para los profesores de Teología en el nivel universitario. Cada grupo, por supuesto, requiere una dirección y unas medidas específicas. No obstante, en todas las realidades se verifica el siguiente elemento en común: todos tienen necesidad de escuchar de su obispo lo que el Señor ha revelado, todo y cabalmente; y necesitan percibir su sincero respeto por ellos en el compartir y en la explicación de lo revelado. De este modo, el obispo será un signo viviente de Jesucristo que infunde esperanza.

Ésta puede ser una tarea intrépida, que requiere prudencia, tacto y una fortaleza que viene del Espíritu Santo. Ciertamente, no podemos jamás tolerar de ningún modo la falsa doctrina. Más aún, cuando nos enfrentamos con ella, debemos comportarnos como un padre de familia, siempre deseoso de explicar con claridad lo que la Iglesia enseña, con el deseo de responder a preguntas y objeciones que puedan aparecer, de tal modo que todos nuestros colaboradores, proclamando y explicando el Evangelio, puedan ser entusiastas heraldos de la sana doctrina "a tiempo y a destiempo" (2 Tim 4,2). Al trabajar con los profesores de Teología, nosotros debemos, por supuesto, ser sabiamente guiados por la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe Donum Veritatis, del 24 de mayo de 1990, y por la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae, del 15 de agosto de 1990; y en todos nuestros trabajos y discusiones con predicadores, evangelizadores, educadores, catequistas y también profesores, nos serviremos confiadamente de este precioso don del Papa Juan Pablo II al Pueblo de Dios, que es el Catecismo de la Iglesia Católica.

Como maestros de la fe, es imprescindible que no descuidemos otro importante aleado en nuestro anuncio del Evangelio, es decir, los padres de familia. Ellos son los primeros educadores en la fe. Ninguno puede inculcar la fe ni nutrirla tan eficazmente como ellos. Un obispo debería, por eso mismo, aprovechar cada oportunidad para asistir a los padres, particularmente en el nivel parroquial, para profundizar la fe y transmitirla con entusiasmo. Encuentros para padres que están preparándose para que sus hijos reciban el Bautismo, la primera Confesión, la primera Comunión y también la Confirmación, son óptimas oportunidades para la catequización. Tenemos que buscar otras ocasiones y hacer de ellas el mejor uso posible.

Finalmente, para ser verdaderamente eficientes maestros de la fe, el obispo tiene que trabajar principalmente con los sacerdotes y con los diáconos de su diócesis, los cuales son sus más importantes colaboradores en la predicación del Evangelio a los fieles. Para alcanzar este objetivo, el pre-requisito esencial es, por supuesto, una buena educación en el seminario para los sacerdotes y sólidos programas de formación teológica y espiritual para los diáconos permanentes. El obispo debe comprometerse personalmente en estos aspectos con un empeño generoso en tiempo y energía, así como también debe comprometerse en promover las vocaciones en su diócesis. Él necesita conocer quién está intelectualmente y espiritualmente formando su futuro clero, lo que enseña, y si cumple con la tarea asignada, en tal forma de inculcar en quienes le son confiados un amor a Cristo y a la Iglesia, manifestado en un empeño de verdad y de santidad. Una ayuda de gran valor para cumplir con estos objetivos es la magnífica Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores Dabo Vobis.

Después de la ordenación, no obstante, la guía del primer maestro de la diócesis debe continuar con programas de educación en las Ciencias Sagradas, para sacerdotes y para diáconos. Sin ello, el Evangelio puede ser escuchado, pero no con la frescura y el ardor que nacen del continuo estudio de las maravillas que el Señor ha revelado. Como se insiste en Pastores Dabo Vobis, para el clero, la formación luego de la ordenación es humana, intelectual, pastoral y espiritualmente, esencial si se desea verdaderamente "reavivar el don divino de la fe" que el Señor ha dado a aquellos que son consagrados para que ellos lo compartan con el Pueblo Santo (cf. 70, 2 Tim 1, 6).

La proclamación de la Palabra de Dios sirve como fundamento para congregar a los fieles en adoración. Esta "congregación" es llevada a cabo por el obispo como santificador y sacerdote, es decir, como el "primer ministro de la gracia" para su rebaño.

En ningún otro lugar, seguramente, el obispo ejercita este oficio tan fuertemente como en la celebración de la Eucaristía, "raíz y quicio" de cada comunidad de fe, para usar la celebrada expresión de los Padres del Concilio Vaticano II (cf. por ejemplo, el Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, 6). Resulta claro, por lo tanto, que el obispo se ve obligado a celebrar la Santo Sacrificio de la Misa con la mayor piedad y fervor que él pueda. Su clero, los consagrados y los laicos lo observan en el altar con una atención no concedida a ninguna otra persona. Así como Pedro se esfuerza por recordarnos en su primera Epístola, tenemos que ser desde lo profundo de nosotros mismos un "modelo de la grey" ( 1 Pt 5, 3). No sorprende pues, que nuestra manera de rezar la Misa con nuestro pueblo sea frecuentemente como un impelente sermón sobre el amor a la Eucaristía y sobre la fe en la Presencia Real, como ninguno de nosotros podría ofrecer desde los púlpitos de nuestras catedrales.

Lo mismo aparece verdadero en relación a nuestra administración del Sacramento de la Confirmación, nuestro escuchar las Confesiones, nuestro testimoniar los Matrimonios y especialmente nuestro conceder el Orden Sagrado. Debemos buscar acrecentar el fervor en nuestros fieles. Tenemos que ser fervorosos nosotros mismos. Siendo dispensadores de la gracia, no podemos permitir que nuestra conducción del Pueblo de Dios en la oración no sea auténtica, devota e inspiradora.

Todo esto nos lleva a otra tarea esencial en nuestro ministerio de santificadores de los fieles, es decir, la de asegurar que las liturgias en nuestras iglesias y capillas se desarrollen en sintonía con las normas y prácticas de la Iglesia y sean llevadas a cabo según el espíritu de una verdadera devoción. Nosotros somos los principales liturgistas en nuestras diócesis. Como nos lo recuerda el Código de Derecho Canónico, "Ejercen en primer término la función de santificar los Obispos, que, al tener la plenitud del sacerdocio, son los principales dispensadores de los misterios de Dios y, en la Iglesia a ellos encomendada, los moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica" (Canon 835, § 1, en correspondencia con la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, 22, 39). La nuestra, todos lo sabemos, ha sido una era de muchos cambios y desarrollos en el culto de la Iglesia. Como resultado, no siempre podremos evitar controversias acerca de las rúbricas, de los elementos funcionales litúrgicos, de la arquitectura de las iglesias y de cosas por el estilo. Al tratar estos aspectos, el obispo tiene que estar atento a escuchar y ser no menos deseoso de conducir. Él debe insistir acerca de los límites del buen gusto; debe mostrar una adecuada atención por instaurar las tradiciones; y también debe respetar y promover aquellas prácticas de piedad popular que genuinamente alimentan la fe y el fervor de los fieles. La tarea puede ser bastante exigente. Requiere sabiduría y también diplomacia; y culminará exitosamente en una confiada comunión con los presbíteros de la diócesis, "los más cercanos colaboradores" del obispo, como nuestro Santo Padre acostumbra a llamarlos (cf. por ejemplo, Discurso durante la Audiencia General del miércoles, 31 de Marzo de 1993, 1).

Finalmente, para cumplir su misión como santificador, el obispo tiene que estar seguro de que a ciertas ceremonias litúrgicas claves es dada la especial atención que merecen a causa de las enseñanzas que ellas inculcan y del fervor que suscitan. Entre ellas se encuentran las ceremonias de la Semana Santa, los ritos en relación con el Bautismo de los catecúmenos y la admisión de personas en la plena comunión con la Iglesia Católica, ordenaciones, profesiones religiosas y las dedicaciones y bendiciones de iglesias, capillas y altares. Estas son especiales oportunidades para instruir en la fe. Estas son ocasiones plenas de gracia para guiar nuestro pueblo a la santidad. Todo el tiempo y la energía empleados en su preparación, en cooperación con las oficinas o comisiones litúrgicas y musicales que deben existir en una diócesis, son tiempo y energía bien consumidos para la construcción de la Iglesia local conforme a la gracia de Dios (cf. 1 Cor 3, 10).

El munus regendi de un obispo es único entre todas las expresiones de "leadership" en el mundo. El obispo gobierna como un servidor con el corazón de un solícito pastor que guía su rebaño humildemente, buscando solamente la gloria de Dios y la salvación de las almas. Los Padres del Concilio Vaticano II repiten este mensaje una y otra vez. Así, en el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos, Christus Dominus, ellos nos dicen, "en el ejercicio de su oficio de padre y pastor sean los Obispos en medio de los suyos como los que sirven; buenos pastores que conocen a sus ovejas, y a quienes ellas también conocen" (16); y en la constitución dogmática sobre la Iglesia, ellos agregan, "Los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor" (27).

Para estar a la altura de las circunstancias, el obispo necesita, por sobre todo, vivir en santidad de vida. Conformemente, como todos los discípulos del Señor, él tiene que valerse de muchos medios poderosos de santificación que la Iglesia ofrece a todos sus hijos, entre ellos, la Misa, por supuesto; el Sacramento de la Penitencia o Reconciliación; la adoración Eucarística; la devoción filial a María, particularmente el rezo diario del Rosario; los retiros y las jornadas de recogimiento; las horas santas; y la meditación de las Sagradas Escrituras y los textos de los Santos Padres, los Doctores y los grandes teólogos de la Iglesia. No puede ser difícil de entender la razón de ser de estas afirmaciones. Para conducir al Santo Pueblo de Dios, el obispo debe, él mismo, ser santo. En efecto, según los Padres del Concilio Vaticano II, es de esperar que el obispo a través de su santidad de vida "consagre", es decir, santifique la Iglesia local de la cual él es el conductor y el guía (cf. Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia, Christus Dominus, 15).

Como pastor de su rebaño, el obispo debe ser también el sostén y el coordinador de las actividades pastorales de su clero, de los que en su diócesis viven como consagrados y de los laicos comprometidos. Por esta razón, él debe acompañar con gran atención el servicio que él, con sus más estrechos colaboradores, ofrece a las parroquias e instituciones eclesiásticas de educación, de caridad, de asistencia sanitaria y de formación espiritual. Esto puede parecer, a simple vista, un asunto meramente administrativo que el obispo debería asumir entre otros aspectos. Sin embargo, llevado adelante correctamente, con las adecuadas organizaciones y delegaciones, este aspecto es un servicio de caridad hacia el Pueblo de Dios, que a menudo es muy necesario y normalmente es también muy apreciado.

En la medida de lo posible, debería existir en nuestras diócesis una curia bien preparada para aconsejar y asistir a las parroquias y organizaciones diocesanas, un experimentado tribunal para tratar los casos relacionados con nulidades matrimoniales y otros temas judiciales, y oficinas o personas para guiar la diócesis y sus diversos componentes en algunas áreas, tales como las finanzas, los bienes inmuebles, el derecho civil y el desarrollo. Por ejemplo, un consejo financiero diocesano integrado por clérigos y laicos, formados y experimentados, puede asegurar una adecuada financiación y planificación para la diócesis, para sus parroquias, para sus escuelas, para sus actividades caritativas, para el cuidado de los ancianos y los enfermos, para el sostén de los sacerdotes y religiosos retirados, y muchas otras cosas más. Sabio y compasivo es el pastor que pone en funcionamiento, en la medida de sus posibilidades, el "mecanismo" de la guía experta y de la inteligente dirección administrativa para sí mismo y para aquellos que trabajan para él al servicio de la Iglesia local.

Del mismo modo, para llevar adelante este munus regendi, el obispo tiene que estar profundamente compenetrado con la condición y las iniciativas de sus parroquias, siempre listo a ayudar a los párrocos, a los vicarios parroquiales, a los diáconos, a los consagrados y a los líderes laicos - todos los cuales, a veces, se sienten solos y desalentados en sus más esenciales y arduas tareas. Es verdad que no todas las diócesis están constituidas como una comunidad de parroquias. Sin embargo, en aquellas que así están formadas, es esencial que el obispo esté presente en sus parroquias como un padre solícito, sacerdote y amigo. Esto puede hacerlo muy eficazmente por medio de frecuentes visitas y una gozosa participación en las celebraciones, aniversarios, dedicaciones y otras ocasiones en la vida parroquial. Más aún, si él puede encontrarse regularmente con los pastores y sus colaboradores para elocuentes discusiones sobre los programas parroquiales y también para rezar, su deber de guiar a su rebaño será más cabalmente cumplido (cf. Congregación para los Obispos, Directorio sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos Ecclesiae Imago, 22 de febrero de 1973, 166-170). Cuán sabio era el humilde Pastor y Santo, Alphonsus Liguori, que observaba, "¡El obispo debe dejar siempre la puerta abierta a sus párrocos, asegurándoles que sus visitas para verlo a él son siempre apreciadas!". Cuán sagaz era el docto Cardenal Bona, cuando afirmaba, "¡La Iglesia camina con los pies de sus pastores!". Como obispos, tenemos que honrar y estimar a los sacerdotes que conducen nuestras parroquias. Nuestra estima hacia ellos nunca podrá ser demasiado evidente o demasiado sentida.

A causa de la necesaria e irreemplazable contribución que los consagrados hacen a la Iglesia local en todos los rincones del mundo, el obispo que es verdaderamente un pastor-servidor en su diócesis debe también dar a los hombres y mujeres consagrados, en sus parroquias e instituciones, un sincero respeto y un verdadero sostén, como frecuentemente afirma la Exhortación Apostólica post-sinodal Vita Consecrata (cf. 48 - 50). Reuniéndose con sus líderes, aconsejándolos y asistiéndolos en sus diversas empresas, uniéndose a ellos en la oración y preocupándose para que ellos sepan que su obispo los considera una bendición muy especial para toda la diócesis: estos son los modos fundamentales de ser un pastor para los consagrados, y son, al mismo tiempo, signos de caridad y solicitud mucho más apreciados de lo que los obispos imaginan.

Finalmente, un auténtico gobierno episcopal también necesita en nuestros días que el obispo esté abierto y sostenga a las nuevas comunidades y grupos eclesiales que están germinando en la Iglesia con inmensas promesas de bienes espirituales. Precisamente porque son nuevos, y por ello mismo poco familiares, ellos pueden provocar temores y sospechas, como fue señalado en varias de las respuestas enviadas por Conferencias Episcopales al Sínodo de los Obispos. Sin embargo, esto no debe llevarnos a desalentarlos o a apartarnos de ellos. Cuando tales grupos son conducidos con imparcialidad y comprensión, pueden proporcionar grandes beneficios a la Iglesia local, alertándola acerca de nuevas intuiciones sobre el mensaje del Evangelio y recordándole los ideales y valores que pueden tener necesidad de ser revitalizados y fortalecidos (cf. Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles Laici, 29-31). Útiles indicaciones a este respecto han sido dadas por el Pontificio Consejo para los Laicos, como resultado del Sínodo sobre los Laicos del 1987.

Todas estas exigencias referidas al gobierno episcopal son fundamentales y familiares. Sin embargo, existen otros aspectos que son más nuevos y casi inesperados. Los Lineamenta y el Instrumentum laboris llaman nuestra atención sobre algunos puntos que parecen pedir a gran voz una especial consideración de parte de esta Asamblea. Tales aspectos serán tratados más bien a grandes trazos, para luego ser profundizados con más tiempo durante nuestras sesiones a lo largo del mes que tenemos por delante.

El primero y tal vez el más urgente parecería corresponder al área de la vida familiar. Casi no existe una comunidad en este complejo mundo en que vivimos, en la cual gente razonable y decente no se lamente de los ataques que continuamente son lanzados desde varias fuentes contra la básica y santa institución que forman el marido, la esposa y los niños. La educación y las publicaciones anti-familiares, así como también los movimientos y los espectáculos anti-familiares, han aumentado en todas partes. El daño que ellos causan a toda la gente, en cuanto seres humanos y en cuanto hijos de Dios, no puede ser subestimado. Por lo tanto, un obispo se encuentra plenamente obligado ante su Señor y su rebaño a enseñar tanto el carácter sacramental del matrimonio instituido por Jesucristo como los designios del Creador sobre la familia. Él también debe asistir a los cónyuges en el discernimiento de la voluntad de Dios en la vida matrimonial y ofrecer programas a favor de la familia e iniciativas tales como una profunda formación pre-matrimonial; consejo profesional para parejas con problemas matrimoniales, cuando esto es posible; eficaz catequesis para los niños y los jóvenes en relación a la moral y al matrimonio; y programas para convocar a los jóvenes en sanos ambientes recreativos donde ellos puedan crecer en la fe y aprender a vivirla día a día.

El obispo de nuestro tiempo debe, igualmente, ser guía en las áreas de la pobreza y de la paz, estrechamente vinculadas entre sí. Pues donde prevalece la miseria causada por la injusticia y la dureza del corazón, allí debe esperarse el conflicto. Así es que cada obispo, mientras entramos en el tercer milenio, debería esforzarse por promover en su diócesis eficaces organizaciones de caridad para los pobres de la comunidad local y programas creativos en las parroquias e instituciones educativas para educar sobre la necesidad y la belleza de la paz interna y externa. Más aún, en aquellas regiones del mundo donde existe un cierto grado de prosperidad, el obispo debe además recordar a su gente, en los términos más claros, su obligación hacia los pobres y marginados, más allá de los límites de la diócesis o de la nación. En todo esto, él será sabiamente guiado por las cartas encíclicas del Papa Juan Pablo II Laborem Exercens del 14 de septiembre de 1981 y Sollicitudo Rei Socialis del 30 de diciembre de 1987, así como por el documento del Pontificio Consejo "Justicia y Paz" del 27 de diciembre de 1986, titulado "Al Servicio de la Comunidad Humana: una consideración ética de la deuda internacional".

En este contexto, el tema de la globalización viene inmediatamente a la mente. Para algunos constituye una amenaza a través de la cual los ricos del mundo se hacen cada vez ricos y los pobres, cada vez más pobres. Para otros, la globalización ofrece la esperanza de que los descubrimientos y los avances de la ciencia y la industria puedan ser compartidos más amplia y equitativamente, gracias a nuevos medios de circulación y comunicación. Como digno pastor y guía de su pueblo, el obispo debe ser humildemente consciente de ambos aspectos, de la amenaza y de la esperanza, poniéndose en guardia contra la primera y facilitando la segunda. Así el tema de la globalización puede ser para el obispo una oportunidad para evangelizar, proclamando el mensaje de justicia y de compasión del Evangelio. Pidiendo prestada la expresión del Santo Padre, tenemos que luchar, continua y urgentemente, por la "globalización de la solidaridad", una globalización que responda a las necesidades de todo el pueblo - ricos y pobres igualmente - con dignidad, generosidad y nobleza (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1º de enero de 1998).

Íntimamente ligado a la pobreza, a la paz y a la globalización, otro de los importantes problemas críticos para el gobierno episcopal en nuestro tiempo es el constituido por los movimientos de masa de hombres, mujeres y niños huyendo de las guerras, los conflictos civiles, la miseria y las enfermedades. Este fenómeno puede fácilmente provocar actitudes, afirmaciones y también movimientos en oposición a los derechos humanos básicos de los inmigrantes y refugiados, actitudes, afirmaciones y movimientos que son, en conjunto, incompatibles con el Evangelio de la compasión predicado por el Hijo de Dios, que "no tiene dónde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20). Contra todo esto, los sucesores de los Apóstoles no pueden dudar ni siquiera un momento. Nuestras esperanzas aquí y en cualquier lugar residen en Dios, que nos advierte en el más claro lenguaje que Él está a menudo escondido detrás de la figura del "extranjero" que pide ser alimentado, vestido y acogido (cf. Mt 25, 31-46).

Todos estos temas de justicia nos hacen siempre más sensibles a ciertos prácticas pecaminosas crecientes de nuestro tiempo que violan el más elemental de los derechos humanos, el derecho a la vida. Ningún obispo, empeñado en la enseñanza, en la santificación y en la conducción pastoral de su pueblo según la verdad y el espíritu del Evangelio, puede dejar de oponerse, en palabras y obras, al homicidio de seres humanos en cualquier estado de su desarrollo, desde el embrión hasta la adultez, desde la adultez hasta la ancianidad y la enfermedad. Hasta hace relativamente poco tiempo, todo esto estaba bastante claro y neto. Nosotros hablamos y combatimos contra el aborto, la eutanasia y la pena capital; y la mayor parte de la humanidad entendieron nuestra posición y nuestro modo de pensar. Ahora, con los nuevos descubrimientos, especialmente en las ciencias biológicas, los argumentos son menos claros y algunas veces bastante más allá de la comprensión de aquellos que no son expertos de las materias que se discuten. Sin embargo, en el diálogo paciente, con científicos bien formados que buscan y proclaman la verdad, y con la ayuda de algunos documentos como la Carta Encíclica del Santo Padre, Evangelium Vitae del 25 de marzo de 1995, su Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte del 6 de enero de 2001 (n. 51) y su Declaración al Presidente de los Estados Unidos de América del 23 de julio de 2001, nosotros renovamos nuestra determinación de defender la vida en cada una de sus fases como una bendición de Dios, que jamás debe ser sacrificada, jamás debe ser comprometida. Nuestro pueblo no espera otra cosa.

Un último desafío a la conducción pastoral de los obispos, que es necesario considerar aquí, es frecuentemente resumido en una sola palabra que se ha transformado en un término muy familiar en la vida de la Iglesia en los últimos cuarenta años. Esta palabra es "diálogo". Después del Concilio Vaticano II, como resultado del decreto sobre el Ecumenismo Unitatis Redintegratio y la declaración sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra Aetate, el Pueblo de Dios en seguida se comprometió en encuentros, discusiones, servicios religiosos comunes y mancomunadas iniciativas en busca de justicia y paz. Toda esta actividad fue primariamente realizada con el objetivo de alcanzar la unidad entre aquellos que siguen a Jesucristo como Señor y Salvador y de profundizar en las relaciones con las grandes religiones del mundo, particularmente con el Judaísmo.

Ahora, con el crecimiento de la Iglesia, particularmente en África y Asia, y con el continuo incremento del movimiento de personas de nación a nación y de continente a continente, el diálogo con los que pertenecen a otras religiones mundiales se ha transformado en un factor clave en la vida actual de la Iglesia. Esto implica conocimiento y simpatía por sus valores y creencias, una voluntad de compartir intuiciones y culturas, así como también un deseo de cooperar en dignas causas de todo tipo (cf. Carta Encíclica Redemptoris Missio [7 de diciembre de 1990], 55 - 57 y Novo Millennio Ineunte, 55-56). Siempre, no obstante, el obispo debe tener presente que él no debe permitir que los valores esenciales de la fe católica sean escondidos o comprometidos. Jesucristo es el único Salvador del mundo. La redención cumplida por Él es única y universal. Ningún diálogo puede ser permitido para poner en discusión estos aspectos, como afirma con abundante claridad la Declaración sobre la Unicidad y la Universalidad de Jesucristo y la Iglesia, promulgada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 16 de junio de 2000. Nosotros los obispos somos, por sobre todas las cosas, testigos del Evangelio en su conjunto (cf. Hch 1,8).

Una visión general como ésta, de los diversos y varios desafíos que enfrentan los obispos en el nuevo milenio, puede ser efectivamente muy inquietante. ¿Cómo, podríamos preguntarnos, es posible tener esperanza en manejar toda esta situación? Como simples seres humanos que somos, ¿nos estamos esforzando más allá de nuestras capacidades?

La respuesta inmediata es "si", a menos que tomemos en consideración el hecho de que no estamos jamas solos en nuestras tareas como sucesores de los apóstoles. Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de María, está siempre con nosotros (cf. Mt 28, 20). Su amor y su gracia son más que suficientes para nosotros (cf. 2 Co 12, 9; 1 Tim 1, 12). Él es aquel hacia el cual todo el mundo se orienta, mientras gime y se debate en el dolor (cf. Rm 8, 19-22). Él es el Hijo Eternamente Unigénito de nuestro Padre celestial; y Él nos ha elegido para ser sus profetas, sacerdotes y pastores para el pueblo por cuya salvación Él se hizo obediente "hasta la muerte, y muerte de cruz" (Flp 2,8). En Él, que es nuestra fuerza, no hay nada que no podamos hacer (cf. Flp 4, 13).

Tampoco debemos jamás olvidar que hay otros que se unen a nuestra misión de servicio al Pueblo de Dios. Pensamos en primer lugar en el Vicario de Cristo, que camina firmemente a nuestro lado con sus oraciones, su predicación, sus escritos y sus viajes apostólicos a través del mundo. Pensamos en su Curia, formada por clérigos, religiosos y laicos, con los cuales tenemos que trabajar cada vez más eficazmente en un clima de mutua confianza y entendimiento. Pensamos en nuestras Conferencias Episcopales, donde compartimos planes y sueños, éxitos y fracasos, con nuestros hermanos obispos en un espíritu de constante confianza y afecto. Pensamos en nuestros Consejos Presbiterales en los cuales, a medida que pasan los años, nos vamos uniendo cada vez más estrechamente a nuestro clero, para acrecentar la fe y la santidad de las Iglesias locales a las cuales servimos. Pensamos en los hombres y mujeres consagrados de nuestras diócesis, cuyas vidas nos llenan de admiración y esperanza. Pensamos en nuestro querido laicado, que tan generosamente nos sostiene con su tiempo, sus oraciones, sus recursos y su afecto.

No, no estamos jamás solos en nuestro ministerio episcopal. Estamos siempre en comunión con nuestras Iglesias particulares y también con la Iglesia Universal (cf. Novo Millennio Ineunte, Capítulo IV). Es ésta comunión con nuestro Divino Salvador y su Cuerpo Místico que nos fortalece cotidianamente y nos da el coraje de continuar nuestra misión episcopal con ilimitada esperanza. Existen problemas. Existen razones para una real preocupación. Pero existe también Jesucristo, a cuyo Evangelio nosotros servimos con gozo para la esperanza del mundo.

"Es muy importante atravesar el umbral de la esperanza, no detenerse ante él ..." nos recuerda el Santo Padre en un maravilloso libro suyo, publicado hace siete años (cf. Cruzando el umbral de la Esperanza, capítulo conclusivo, intitulado "Para no tener miedo"). Escuchamos estas palabras; le agradecemos por su guía; y en unión con él y María, la Madre de la Iglesia que él ama tan entrañablemente, nos preparamos para cruzar el umbral juntos y confiadamente.

[00009-04.04] [nnnnn] [Texto original: latino]

PALABRAS DEL PRESIDENTE DELEGADO DE TURNO EN REFERENCIA AL ATENTADO DE NUEVA YORK

Después del intervalo, el Presidente delegado de turno ha pronunciado las seguentes palabras:

Al dar la palabra al Cardenal Egan, Arzobispo de Nueva York, quisiera asegurarle, en nombre de todos los presentes, que hemos estado con él en estos días tan terriblemente trágicos.

Aún tenemos delante de los ojos las imágenes de las Torres Gemelas derrumbándose después del enorme atentado terrorista, y sabemos que el Arzobispo de Nueva York acudió inmediatamente bajo las dos Torres para expresar su consuelo y participación, corriendo el riesgo de que el derrumbe de las Torres le arrollara a él también.

A él y a su Arquidiócesis aseguramos la cercanía y la solidaridad de todos nosotros.

[00029-04.03] [hnnnn] [Texto original: italiano]

AVISOS

CONFERENCIA DE PRENSA

La primera Conferencia de Prensa sobre los trabajos sinodales (con la traducción simultánea en italiano, inglés, francés, castellano y alemán) tendrá lugar en el Aula Sinodal Juan Pablo II de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, hoy lunes 1 de octubre de 2001 a las 12:45.

Se ruega a los operadores audiovisuales (operadores de cámara y técnicos) y a los fotógrafos que se dirijan al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para el permiso de ingreso.

Se ruega a los operadores audiovisuales admitidos que estén presentes en el Aula Juan Pablo II 30 minutos antes de que empiece la Conferencia de Prensa; a los fotógrafos admitidos, 15 minutos antes. Se invita a los señores periodistas a que tomen asiento en el Aula 5 minutos antes del inicio de la Conferencia de Prensa.

Intervendrán los siguientes Padres Sinodales:

  • S. Em. R. Card. Edward Michael EGAN, Arzobispo de Nueva York (Estados Unidos de América), Relator General de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
  • S. Em. R. Card. Miloslav VLK, Arzobispo de Praga (República Checa).
  • S.E.R. Mons. John Patrick FOLEY, Arzobispo de Neapoli di Preconsolare y Presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales (Ciudad del Vaticano), Presidente de la Comisión para la Información de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
  • S.E.R. Mons. Telesphore Placidus TOPPO, Arzobispo de Ranchi (India), Vicepresidente de la Comisión para la Información de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
  • S.E.R. Mons. Paul KHOARAI, Obispo de Leribe y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal (Lesotho).
  • S.E.R. Mons. Gregorio ROSA CHÁVEZ, Obispo titular de Mullitanus y auxiliar de San Salvador (El Salvador).

[00018-04.02] [nnnnn] [Texto original: italiano]

BRIEFING PARA LOS GRUPOS LINGÜÍSTICOS

El primer briefing para los grupos lingüísticos tendrá lugar mañana, martes 2 de octubre de 2001, a las 13:00, para concluir la Tercera Congregación General de la mañana (en los lugares indicados para los briefings y con los Responsables de Prensa indicados en el Boletín nº 2).

Se recuerda que los operadores audiovisuales (operadores de cámara y técnicos) deben dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para el permiso de ingreso (muy restringido).

POOL PARA EL AULA DEL SÍNODO

El segundo pool del Aula del Sínodo estará compuesto para la oración de apertura de la Tercera Congregación General del martes 2 de octubre de 2001, por la mañana.

En la Oficina de Información y Acreditación de la Oficina de Prensa de la Santa Sede (entrando a la derecha) están a disposición de los redactores las listas de inscripción al pool.

Se recuerda que los operadores audiovisuales (operadores de cámara y técnicos) y los fotógrafos deben dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para la participación en el pool para el Aula del Sínodo.

Se ruega a los participantes en el pool que estén a las 8:30 en el Sector Prensa montado en el exterior, frente a la entrada del Aula Pablo VI, desde donde serán llamados para acceder al Aula del Sínodo, acompañados por un oficial de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y, respectivamente, del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales.

BOLETÍN

El próximo Boletín nº 5 sobre los trabajos de la Segunda Congregación General de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, estará a disposición de los periodistas acreditados el martes 2 de octubre de 2001, tras la apertura de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

HORARIO DE APERTURA DE LA OFICINA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE

Desde el lunes 1 de octubre al sábado 6 de octubre de 2001, la Oficina de Prensa de la Santa Sede tendrá el siguiente horario de apertura:

  • Lunes 1 de octubre: de las 9:00 a las 16:00 horas

  • Martes 2 de octubre: de las 9:00 a las 16:00 horas

  • Miércoles 3 de octubre: de las 9:00 a las 16:00 horas

  • Jueves 4 de octubre: de las 9:00 a las 16:00 horas

  • Viernes 5 de octubre: de las 9:00 a las 16:00 horas

  • Sábado 6 de octubre: de las 9:00 a las 15:00 horas
 
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