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SYNODUS EPISCOPORUM
BOLETÍN

de la Comisión para la información de la
X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
 DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
30 de settiembre-27 de octubre 2001

"El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo"


El Boletín del Sínodo de los Obispos es solo un instrumento de trabajo para uso periodístico y las traducciones no tienen carácter oficial.


Edición española

14 - 08.10.2001

RESUMEN

UNDÉCIMA CONGREGACIÓN GENERAL (LUNES, 8 DE OCTUBRE DE 2001 - POR LA MAÑANA)

A las 9:00 horas de hoy lunes 8 de octubre de 2001, en presencia del Santo Padre, con el canto de la Hora Tertia, se abrió la Undécima Congregación General, para la continuación de las intervenciones de los Padres Sinodales en el aula sobre el tema sinodal El obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Presidente Delegado de turno S. Em. R. Card. Giovanni Battista RE, Prefecto de la Congregación para los Obispos.

En la apertura de la Undécima Congregación General, el Presidente Delegado de turno pronunció las siguientes palabras:

Hoy damos inicio a la segunda semana de nuestros trabajos.

Las noticias llegadas ayer por la noche sobre las operaciones en Afganistán suscitan nuestra oración por la paz y la justicia. De corazón repetimos: Da pacem Domine.

Que Dios ilumine a quienes tienen responsabilidad.

[00222-04.04] [NNNNN] [Texto original: latino]

Después del intervalo, el Secretario General del Sínodo de los Obispos, S. Em. R. Card Jan Pieter SCHOTTE, C.I.C.M., Secretario General del Sínodo de los Obispos, entregó la siguiente comunicación:

S.E.R. Mons. Anthony Theodore Lobo, Obispo de Islamabad-Rawalpindi (Pakistán), a causa de la situación creada recientemente en su diócesis, por motivos de necesidad ha tenido que dejar nuestra Asamblea para estar junto a sus fieles.

Se lleva con él la bendición del Santo Padre para la Iglesia particular de Pakistán y para toda aquella región.

Que también nuestra oración y nuestra fraterna solicitud en la caridad pastoral y el afecto colegial le acompañen.

[00221-04.03] [nnnnn] [Texto original: latino]

En esta Congregación General, que finalizó a las 12:25 horas, con la oración del Angelus Domini, estaban presentes 231 Padres

INTERVENCIONES EN EL AULA (CONTINUACIÓN)

Después intervinieron los siguientes Padres:

Publicamos a continuación los resúmenes de las intervenciones:

S. Em. R. Card. Crescenzio SEPE, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Ciudad del Vaticano).

Doy las gracias a la Secretaría General por el "Instrumentum Laboris", una síntesis clara de la doctrina y del ministerio de los Obispos en el contexto de los acontecimientos históricos, de las situaciones sociales y de las nuevas orientaciones del tiempo en el que vivimos. Sin embargo querría hacer presente que en el Capítulo V del citado Documento, la "naturaleza misionera" del Obispo tendría que ser tratada en profundidad. La "misión" del Obispo, especialmente hoy, no es uno de tantos deberes, sino una exigencia prioritaria en cuanto fundamento de su acción pastoral.

Son muchos los documentos que hablan del deber "misionero" del Obispo diocesano y de su derecho-deber de actuar "en firme" con el Pontífice Romano para la Evangelización del mundo, en el espíritu de San Pablo que se consumía por la "sollicitudo omnium ecclesiarum". En cuanto miembros del Colegio episcopal, los Obispos cum Pontífice y sub Pontífice tienen "el mandato y el poder de enseñar a todas las Gentes, de santificar a los hombres en la verdad, y de apacentarlos" (C.D.2). Y el Decreto "Ad Gentes" es todavía más explícito: "Todos los obispos, como miembros del Cuerpo episcopal....han sido consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todos el mundo" (n.38).

Conscientes de la naturaleza misionera de su ministerio pastoral, los Obispos deben hacer de modo que el espíritu misionero vivifique toda la actividad eclesial de sus Diócesis para que seas efectivamente misioneras, especialmente enviando en misión a algunos de sus sacerdotes, "fidei donum" debidamente preparados tanto espiritual como intelectualmente. El Motu Proprio "Ecclesiae Sanctae", entre otras cosas, reafirma la colaboración inter-eclesial también en el plano económico (III, art. 8), que se debe considerar no como una limosna, sino como un deber que hay que cumplir para con las Diócesis más necesitadas. Para una renovación de la vida misionera en las Diócesis tenemos el camino bien trazado de las Encíclicas "Evangelii nuntiandi" de Pablo VI, y de la "Redemptoris Missio" de Juan Pablo II. La Iglesia es "por su naturaleza misionera" (AG2) y nosotros como Obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles, debemos comprometernos hasta el fondo con el "opus maximum" que es la salvación de las almas a través del Anuncio evangélico en todo el mundo. Debemos entonces "remar mar adentro", porque como dice el Santo Padre: "La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse....esta misión se halla todavía en los comienzos" (R.M.; 1). Después de dos mil años de Cristianismo los católicos, respecto a la población mundial, son sólo una sexta parte. A este respecto, es siempre crítica y todavía más dolorosa la realidad destacada por el Papa acerca de que "la misión específica ad gentes parece que se va parando" (R.M, 2). Si el mandato de Cristo "Id y...bautizad..." (Mt 28,19) tiene todavía un sentido, también nuestras decisiones deberían ser consecuentes. Los Pastores deben, por lo tanto, guiar con el coraje de la sabiduría, con la "parresia" de la palabra y con la fuerza del ejemplo a su rebaño por los caminos nuevos del mundo nuevo con la seguridad de la fe y en unión de caridad.

[00136-04.06] [in111] [Texto original: italiano]

S. Em. R. Card Godfried DANNEELS, Arzobispo de Malinas-Bruselas y Presidente de la Conferencia Episcopal (Belgica).

El obispo se encuentra en el centro de una red de relaciones entre las cuales tiene que buscar su colocación. De eso depende su felicidad. Él debe, en primer lugar, situarse en su relación con Dios. Día y noche tiene que luchar contra el tiempo y las necesidades de su agenda para salvaguardar, en su vida, aquella esencial ventana abierta hacia Dios con la oración.

Además, él está conectado con la Iglesia universal y con la persona de Pedro. En una época en la que muchas certezas morales y religiosas se encuentran sacudidas, necesitamos tanto a un papa fuerte como a un colegio episcopal fuerte. No tenemos nada que ganar promocionado a uno en detrimento del otro.

El obispo forma parte del colegio episcopal, un colegio cum Petro y sub Petro. Eso conlleva la gracia y el deber de la colegialidad. La herramienta más importante de esta colegialidad es el Sínodo de los obispos. Claro, su funcionamiento tiene que ser mejorado: todo puede ser perfeccionado. El iter concreto de esta reforma tiene que ser confiado, sin duda alguna, al Consejo de secretaría elegido al final del sínodo, o a un grupo constituido ad hoc. Sin embargo, cada reforma posible tiene que dejar a todos los obispos la posibilidad de hablar libremente y al reparo de presiones externas, de desarrollar todos los temas para ellos importantes por el bien de la Iglesia. Aunque los sínodos ordinarios siguen siendo instrumentos inestimables para la colegialidad afectiva, sin duda sería beneficioso para la colegialidad efectiva una convocación más frecuente, con un número de participantes más reducido, de sínodos más centrados y dedicados a uno o más temas específicos. De todas formas esta clase especial de sínodos está ya prevista.

En lo que se refiere a la relación entre Roma y las conferencias episcopales, es sin duda oportuno que en ella se lleve a la práctica la subsidiariedad. Sin embargo, sería importante realizar un estudio serio sobre la naturaleza de tal subsidiariedad y sus aplicaciones concretas, a fin de salir de la abstracción que, en la periferia, no tiene más remedio que alimentar sentimientos de frustración y crítica.

El obispo tiene el oficio de anunciar la verdad, y también de comunicarla y hacerla aceptar. Sería bueno que, ya de entrada, en la redacción misma de los textos del Magisterio, se practicara, además del ars definiendi, también el ars persuadendi et communicandi. En este sentido, y teniendo en cuenta las tergiversaciones casi inevitables cometidas, queriendo o sin querer, por los grandes medios de comunicación, los dicasterios romanos podrían comunicar sus textos con antelación, sobre todo a las conferencias episcopales que viven en territorios volcánicos, donde la erupciones mediáticas son frecuentes y donde, de vez en cuando, las alergias anti-autoritarias asumen un carácter epidémico.

Finalmente, el obispo convive con muchas paradojas. Tiene que ser a la vez predicador, santificador, pastor. Y más cosas aún, aunque sólo fuera para dar ejemplo, tan firme como misericordioso. Sólo Cristo es capaz de llevar todos estos títulos y de llevarlos a la práctica. Sólo porque tiene la gracia de hablar y actuar en persona Christi, el obispo puede vivir con esperanza el "gran abismo" que le impone la necesidad de enfrentarse con aquella coincidentia oppositorum que caracteriza todo su ministerio.

[00160-04.03] [in134] [Texto original: francés]

S.E.R. Mons. Julián HERRANZ, del clero de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei, Arzobispo titular de Vertara y Presidente del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos (Ciudad del Vaticano).

El retrato que más claramente identifica al Obispo, sucesor de los Apóstoles, fue dibujado por el mismo Jesús, con dos trazos vigorosos, una mañana en un monte de Galilea. Cristo - narra San Marcos en el episodio dedicado a la elección de los doce (3,14) - "llamó a los que él quiso", "para que estuvieran con él" (primer trazo) y para "enviarlos a predicar" (segundo trazo). Es decir, Jesús llamó a los Apóstoles ante todo para que se quedaran con Él y, de esta forma, creciendo y formándose en la divina amistad, pudieran ser enviados a predicar su Evangelio. Esto significa que, en el Tercer Milenio, como en el primero, en cualquier tipo de cultura o de ambiente social, la eficacia de nuestro servicio al Evangelio dependerá principalmente, no de los programas o de los proyectos pastorales, no de los recursos humanos a nuestra disposición, no de la reforma de los organismos o de las estructuras de gobierno, sino sobre todo del vigor de nuestra vida contemplativa, del grado de intimidad de nuestra amistad personal con Jesús. Esta justa respuesta a nuestra vocación nos ayudará también en el ejercicio de la justicia en el ministerio pastoral.

Se escuchan en el Sínodo muchas y oportunas llamadas a la sensibilidad de los Obispos relativas a la justicia social, es decir, la justicia en la vida civil. Yo me referiré sin embargo a un aspecto de la justicia en la sociedad eclesial, concretamente al deber de los Obispos de garantizar y promover los derechos de los fieles laicos en la vida y en la misión de la Iglesia. Estos derechos fueron expresados de manera orgánica por primera vez en la ley de la Iglesia en más de 100 cánones del "Código de Derecho Canónico" de 1983 y en el "Código de los Cánones de las Iglesias Orientales" de 1990: preparados en 20 años de trabajo, fueron desarrollados en la Curia Romana, pero con la continua y utilísma colaboración colegial de todo el Episcopado católico.

Todas estas normas promulgadas como aplicación del Concilio Vaticano II tienden a favorecer el que las exigencias ascéticas y apostólicas implícitas en la llamada universal a la santidad derivada del Bautismo se conviertan en realidades crecientes de su vida cotidiana - familia, trabajo profesional, actividades en el mundo de la cultura, de la política, de los mass-media, etc. De esta forma los laicos participarán, a su secular manera, en la misión que Cristo le ha confiado a la Iglesia. La "justicia pastoral" nos exige la necesaria tutela de estos derechos. Son muchos, pero - para abreviar - sólo mencionaré tres:

"Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia, principalmente la palabra de Dios y los sacramentos" (can. 213). Muchos fieles, sin embargo, se quejan al respecto: no logran nunca, o casi nunca, encontrar confesores a pesar de que no faltan sacerdotes en las parroquias; consideran que la celebración eucarística dominical - centro de la comunidad de fieles - no está debidamente bien cuidada, o incluso está sustituida, sin que haya una verdadera necesidad, por una simple liturgia de la Palabra; que - contrariamente a las normas canónicas sobre el culto divino (cfr. can. 937) - las iglesias están siempre cerradas en los días entre semana, y no pueden recibir la comunión o detenerse a rezar ante el Santísimo Sacramento, etc.

"Los fieles, puesto que están llamados por el bautismo a llevar una vida congruente con la doctrina evangélica, tienen derecho a una educación cristiana" (can. 217). Y sin embargo, cuánta ignorancia - por falta de catequesis, de homilías bien preparadas, etc. - se observa entre los fieles en materia de fe y de moral, de forma que éstos resultan vulnerables al relativismo religioso e incluso a la silenciosa apostasía.

"Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho" (can. 221, § 1). Y sin embargo no son pocas - tenemos que reconocerlo sinceramente - las diócesis y las naciones en las que los tribunales eclesiásticos ni están organizados ni funcionan debidamente, porque no se ha hecho todo lo necesario para tener jueces bien preparados que trabajen en ellos, especialmente para el correcto y urgente curso de los procesos matrimoniales.

[00162-04.02] [in136] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Henryk MUSZYÑSKI, Arzobispo de Gniezno (Polonia).

Tanto el Vaticano como el Instrumentum laboris sitúan en primer lugar el servicio a la Palabra entre las tria munera del obispo y los presbíteros. El término latino del presente Sínodo, Minister, es significativo. Al hablar del ministerio de la Palabra, el Nuevo Testamento alterna los términos: "diákonos" - ministro - y "doulos" - servidor y también esclavo.

Ambos términos destacan que el mensajero del Evangelio es el mismo Cristo resucitado. Esto supone una muy estrecha relación personal con Cristo Resucitado y la entrega total de todas las fuerzas y de todos los talentos al servicio del Evangelio. El Vaticano II cita el dictamen de San Agustín: Verbi Dei inanis forinsecus praedicator qui non est intus eius auditor (DV 25). El Papa Juan Pablo II nos ha recordado la actualidad de estas palabras: "es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital (...) que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia" (NMI 39). El Instrumentum laboris hace hincapié en el hecho de que cada obispo es el signo, el servidor y el profeta de la esperanza. Hoy en día, hasta el más fervoroso y vivo testimonio personal ya no es suficiente. Los obispos son los testigos y los profetas de la esperanza también en la dimensión colegial, la que no se puede limitar a las instituciones de la Iglesia universal (Curia Romana, Instituciones del Sínodo), pero se exprime en la estrechísima colaboración de las diversas Iglesias particulares, y abraza todas las instituciones colegiales de los obispos (por ej. CCEE, CELAM, SCEAM, ComECE, etc). Las distintas Conferencias Episcopales, siguiendo el ejemplo del Sínodo de los Obispos, deberían intentar solucionar los problemas pastorales y morales más importantes en un espíritu de comunión entre sí. El testimonio común de las Iglesias, ejercido en espíritu de unidad colegial y comunión eclesial, es un signo concreto y creíble del Evangelio de la esperanza. Un ejemplo de la real concreción del Evangelio de la esperanza es la carta pastoral que las Conferencias Episcopales de Polonia y Alemania publicaron en 1995, con ocasión del 50º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial.

El principio de subsidiariedad, como concepto social, puede ayudar mucho a nivel práctico, pero no puede definir la relación entre la colegialidad y la estructura jerárquica de la Iglesia, porque ambas son de divina institución. Al hablar de la Iglesia se debería más bien utilizar el principio teológico de auxilio, donde cada miembro desempeña una función que Dios mismo le ha confiado: Dios puso cada miembro en el cuerpo según su voluntad (Cfr. 1Cor 12,18), para formar un solo cuerpo que es la Iglesia. En este momento, discutir sobre la necesidad de las "estructuras subsidiarias" parece aún muy prematuro. Este concepto exige una profundización teológica, y el presente sínodo podría darle a este tema una genuina aportación.

[00166-04.06] [in139] [Texto original: italiano]

S. Em. R. Card. Darío CASTRILLÓN HOYOS, Prefecto de la Congregación para el Clero (Ciudad del Vaticano).

El tercer milenio inicia acompañado por un colegio episcopal fiel en la misión transmitida por Jesús a los Doce, preparado y seleccionado cuidadosamente por la Iglesia, unido a Pedro y comprometido en traer a los hombres de hoy el mensaje de salvación y de esperanza. Como en los mejores tiempos de la Iglesia, se encuentran hoy, por todas partes, Obispos plenamente dedicados a la evangelización, no pocos Confesores y Mártires de la fe; también esta aula tiene la gloria de poder abrazar a los hermanos que han llevado las cadenas por Cristo.

El "munus regendi" presenta en la cultura actual no pocas dificultades.

El hombre de la modernidad, todavía no terminada, funda su libertad sobre la autonomía absoluta de su razón, vive el supuesto del "homo autonomus" que sólo acepta la alteridad sobre la base del consenso, y las reglas sociales sobre el juego democrático. De esta fuente brotan la independencia y la democracia. No falta quien transforma este esquema cultural bajo las palabras "communio-collegialitas", teológicamente debilitadas. La figura del obispo, portador de un mensaje y de un poder trascendente, sólo se puede entender plenamente a la luz del Cristo Resucitado. El "munus regendi" "in persona Christi capitis" hace del obispo el primer servidor de la familia diocesana. El poder se vuelve diaconía, el gobierno servicio. El obispo es el "líder sacramental" de la Iglesia local que unido a Pedro la lleva sobre las huellas de Jesús. Es el padre de familia (L.G. 27) que cuida totalmente la casa, la defiende, la nutre, la purifica. Quizás el aspecto que demanda más sacrificio al obispo es, en el gobierno, el ejercicio de la "potestas iurisdictionis" para preservar la coherencia evangélica y el orden. No es fácil unir a la prudencia la inmediatez, a la mansedumbre la fortaleza, a la misericordia la justicia, a la defensa del bien individual aquella del bien común. (Cf. S. Juan Crisóstomo, sobre el Sacerdocio, 1.6).

El obispo dominado por el miedo no será ni el hombre del evangelio, ni el hombre de la esperanza. Atemorizado frente a la opinión pública no preserva la fe con la corrección oportuna. Orígenes recordaba al nuevo obispo la advertencia de San Pablo: "ser maestro, capaz de refutar a los que contradicen para tapar su boca, con sabiduría, a los habladores y embaucadores"(cf. Tt. 1,9). San Jerónimo agrega: "Una conducta sobre la que no hay nada que decir, pero es muda, si es de utilidad por el ejemplo que da no es menos dañina para el silencio. La rabia furiosa de los lobos debe ser acallada por los ladridos de los perros y por el bastón del pastor" (Carta 2,69). El obispo como maestro enseña, como gobernante corrige; como sacerdote celebra el culto divino, como gobernante se para frente a los abusos; como maestro predica la moral, como gobernante descubre y corrige las fallas y preserva las costumbres.

El obispo, guía, líder de la comunidad diocesana, no deja de hacer esfuerzos para que el pensamiento de Cristo tenga un lugar en el espacio público.

Quizás podemos presentar al Santo Padre, entre las propuestas respetuosas, una que pemita solicitar, en la elección de los candidatos al Episcopado, aquellas dotes que aseguren a la Iglesia, confrontada con el secularismo, la apostasia práctica y la relajación de costumbres, obispos que la guían con coraje, siguiendo la genética espiritual de Ignacio, de Ireneo, de Atanasio, de Eusebio de Vercelli, de Borromeo de Faulhaber y aquellos que, más allá de la cortina de hierro, defendieron y mantuvieron la fe.

El obispo Padre y guía de sus sacerdotes.

De esta paternidad querría subrayar dos aspectos: la preocupación por su bien y la misericordia. El bien de los sacerdotes es el bien de la Iglesia. Saber las condiciones de la familia, el estado de salud corporal y espiritual, las alegrías y las penas, la fatiga, la soledad de los sacerdotes es deber del obispo.

Es necesario mantenerse sobre dos vías: el acompañamiento permanente y la formación permanente. La misericordia del obispo, reflejo de la misericordia de Dios, no es una destrucción de la ley para cubrir equívocos y pecados, sino una expresión de la paternidad que sabe encontrar el camino del amor aunque deba castigar, como una medicina, o preservar la santidad de la Iglesia y el bien común de la sociedad cristiana.

[00207-04.04] [in167] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Jacques SARR, Obispo de Thiès (Senegal).

Quisiéramos expresar al Beatísimo Padre nuestra gratitud filial por el programa pastoral y espiritual definido en la Carta Apostólica "Tertio Millennio Ineunte", por las perspectivas pastorales tras el reciente Concistorio y estos días de colegialidad efectiva e intensa comunión misionera.

El Instrumentum laboris será, junto con la futura exhortación post-sinodal, una guía más bien útil para orientar los obispos en su ideal de vida y su ministerio episcopal.

La primera preocupación del Obispo es Evangelizar, santificar, guiar al pueblo de Dios que le ha sido confiado; pero también la autonomía a la hora de elegir personal, medios de mantenimiento y de trabajo, tareas urgentes que no siempre dejan íntegras las energías y el fervor por la misión.

Los fieles y los non cristianos a menudo consideran al Obispo come un "jefe", un "patrón", al que se tiene que hacer constante referencia. Él se considera a sí mismo un servidor humilde a la escucha de los fieles de Cristo, un pastor devoto y un padre entrañable. Se da cuenta de la pesadez de su oficio y quiere llevarla en la fe, con la ayuda de sus colaboradores directos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos.

Con frecuencia tiene que bogar contra corriente, y aceptar ser un "signo de contradicción" como su Maestro y Señor. Éste es el precio que debe pagar por ser un servidor competente y creíble del Evangelio de Jesús Cristo en una sociedad africana que sufre por el subdesarrollo y los males éticos, espirituales y políticos.

La palabra de la Iglesia, del Papa, de los obispos y de las conferencias episcopales sobre las cuestiones de la sociedad siempre está auspiciada y esperada, y también bien acogida como palabra de vida, de paz y de esperanza, por los fieles y los hombres de buena volutad.

La Iglesia en África ya se regocija por la próxima publicación de un Compendium de la doctrina social de la Iglesia que permitirá dar a conocer a nuestras sociedades el Evangelio de la vida, de la paz y de la esperanza; espera, además, que se aliente la enseñanza de los Documentos de la Santa Sede (cartas apostólicas, cartas Encíclicas, etc.) en los seminarios, en las casas y en los centros de formación. Solicita un Directorio para la nueva evangelización, exigido por los tiempos nuevos, y también una teología y una espiritualidad coherentes del Obispo, Padre y hermano en la Iglesia para el mundo.

[00167-04.03] [IN140] [Texto original: francés]

S.E R. Mons. Giuseppe COSTANZO, Arzobispo de Siracusa (Italia).

El Intrumentum Laboris, en el punto número 41 afirma: "El libro del Evangelio, puesto sobre la cabeza del obispo, es signo de una vida totalmente sometida a la Palabra de Dios y consumada en la predicación del Evangelio con toda paciencia y doctrina".

En un mundo cerrado a la trascendencia y falto de esperanza, el obispo está llamado a ser el servidor de la esperanza: debe testimoniarla con la vida, debe promoverla con iniciativas oportunas. A Él, ante todo, le corresponde la tarea, no sólo de dar esperanza, sino también de proclamar delante de todos "la razón de vuestra esperanza" (1 P 3,15).

Para ser tal, debe alimentarse constantemente de la Palabra de Verdad y adherir totalmente a ella. Sólo con la luz y la consolación que le llegan de las Escrituras, el obispo puede mantener viva su esperanza (cf. Rm. 15,4) y encenderla en los demás.

Son múltiples, actualmente, los eventos que amenazan la esperanza y que podrían inducir al escepticismo y a la desconfianza. Esta última, sin embargo, sería la mayor calamidad. De hecho, sin esperanza (teologal y escatológica) disminuye la capacidad de hacer proyectos, se descuida el empeño pastoral y se hace estéril la acción apostólica. La esperanza, en cambio, es el mejor antídoto para la cultura inmanentista, la indiferencia frente a la espera escatológica, la desconfianza, el miedo y el pesimismo. Nuestra esperanza se apoya sobre cuatro sólidos pilares: la certeza de las promesas de Dios, la fidelidad de Dios a su Palabra, la resurrección de Cristo y la certeza de que Cristo, Señor de la historia, está perennemente presente en ella y es "Pater futuri saeculi" (Is. 9,6).

Para dar esperanza al mundo, el obispo debe ser fiel "servidor del Evangelio de Jesucristo": debe dar testimonio de Él y anunciarlo.

Con respecto a la esperanza, la Palabra de Dios tiene un triple papel: la suscita, la alimenta y la purifica.

Entregado al Evangelio, y nutrido del Evangelio, el obispo está en condiciones de discernir aquello que es vil de aquello que vale, sin dejarse embaucar o engañar. Aferrado firmemente a la esperanza, el obispo se convierte para su pueblo en centinela alerta, guía seguro, presencia amiga, figura tranquilizadora.

[00168-04.02] [IN141] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Francesco MARCHISANO, Arzobispo titular de Populonia y Presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia (Ciudad del Vaticano).

El Instrumentum Laboris, tratando en el capítulo tercero acerca del Ministerio episcopal al servicio del Evangelio y, en particular, acerca del Ministerio de la Palabra (N. 101), expone ampliamente la necesidad de favorecer "el diálogo con las instituciones culturales laicas". Para alcanzar tal fin se pone de relieve el aporte determinante que puede dar el conocimiento y la valoración del patrimonio cultural, artístico e histórico de cada diócesis, catalogando las obras de arte, los archivos, las bibliotecas. Éstas no son solamente riquezas históricas sino, sobre todo, testimonios de fe, de esperanza y de caridad de las varias generaciones que pueden estimular una profundización de la vida religiosa actual.

El Santo Padre, creando la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, me dijo: "Si yo, como arzobispo de Cracovia, he podido hacer algo bien por los "lejanos", es porque siempre he comenzado con los Bienes Culturales de la Iglesia, que tienen un lenguaje que todos conocen, un lenguaje que todos aceptan, y sobre este lenguaje he podido fundar un diálogo que, por otro camino, hubiera sido imposible".

Los cristianos, desde la época de las catacumbas, recurrieron a expresiones artísticas por tres motivos fundamentales: por una función de culto, es decir, para poner al servicio de Dios todo lo más bello que podría ofrecer la creatividad humana; por una función de catequesis, por lo que la pintura y la escultura se convirtió en la Biblia pauperum; por una función de caridad, desarrollada, sobre todo, por las familias religiosas que hicieron de sus centros lugares de caridad laboriosa.

Las bibliotecas eclesiásticas recogen, en cambio, el saber teológico y no teológico. Los archivos eclesiásticos constituyen, en tantas naciones, el testimonio más antiguo y más importante de vida, fe, cultura, historia. La Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia ha enviado a todos los obispos del mundo una serie de documentos relativos a la función de las bibliotecas eclesiásticas, de los archivos eclesiásticos, de los museos eclesiásticos, poniendo de relieve la necesidad y la urgencia de su catalogación e inventario.

En este último decenio he podido constatar, en todas partes, una notable acentuación del patrimonio histórico-artístico para incrementar historia, cultura, fe locales. Deseo fervientemente, por lo tanto, que la dimensión de la cultura artística e histórica sea tenida presente en el documento que sintetizará el trabajo y las sugerencias de este Sínodo, para que todos los pastores puedan de ella y en ella encontrar un medio valedero para la nueva evangelización. Si, como ha afirmado Dostojewsky, "la belleza salvará el mundo", la Iglesia encontrará en el proprio patrimonio artístico-cultural una ayuda para "salvar el mundo", que cada diócesis y parroquia podrá disfrutar como medio de enseñanza doctrinal, de evangelización y de diálogo con los lejanos.

[00169-04.02] [IN142] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Franghískos PAPAMANÓLIS, O.F.M. Cap., Obispo de Syros (Grecia).

Refiriéndose al número 131 del Instrumentum Laboris, el obispo hecho notar que la sustancia del camino ecuménico hacia la unidad consiste en la purificación de las estructuras, a fin de que correspondan a la sana eclesiología del Vaticano II. Mientras tanto, ha hecho notar que una cierta praxis de la Iglesia católica desmiente, en la práctica, los principios teóricos de varios documentos. Ha propuesto el restablecimiento querido por el Vaticano II de la autoridad de los Patriarcas de las Iglesias orientales católicas (O.E. número 9) y la autonomía de sus Iglesias, de las cuales son "padres y cabezas". Que los obispos no deben ser considerados vicarios de los Romanos Pontífices porque están investidos de autoridad propia (L.G. 27). Que se instaure la colegialidad del gobierno de la Iglesia, proponiendo un Sínodo permanente que colabore, en la armonía y en la caridad del Espíritu Santo, con el Sucesor de Pedro, cabeza natural de este eventual Sínodo permanente. Concluyendo, ha hecho notar que en estos últimos cuarenta años de camino ecuménico más intenso, la Iglesia católica tiene un mérito y un demérito. Su mérito es que sus hijos "los católicos reconozcan y estimen con alegría los bienes verdaderamente cristianos, provenientes del patrimonio común, que se encuentran en nuestros hermanos separados" (U.R. número 4). Los hijos de la Iglesia católica miran con espíritu fraterno a sus hermanos ortodoxos y hablan con respeto y amor hacia ellos. Mientras el demérito de la Iglesia católica es el de no haber logrado volverse creíble a los ojos de nuestros hermanos ortodoxos, porque su praxis se halla lejos de los principios eclesiológicos anunciados en varios documentos. Pasemos, finalmente, de las palabras a los hechos.

[00171-04.02] [IN143] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. John NJUE, Obispo de Embu (Kenia).

1. El Obispo: Maestro de la Fe.

El Concilio Vaticano II afirmó, entre otras cosas, que «entre los oficios principales de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio. Porque los Obispos son los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, es decir, dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado, la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida» (LG, 25). Este oficio del Obispo de la enseñanza, en comunión siempre con el Romano Pontífice, está bien articulado en el párrafo 103 del Instrumentum Laboris. Sobre este tema desearía afirmar el punto sobre la enseñanza de la fe y la catequesis en el párrafo 104, en relación a la atención prestada a los movimientos eclesiásticos en el párrafo 99.

2. El Obispo: atención a los nuevos movimientos eclesiásticos.

Un desafío pastoral al que se enfrenta el Obispo como maestro de la fe concierne el prestar atención a los nuevos movimientos eclesiásticos que están en armonía con la llamada del Santo Padre a la "nueva evangelización". Es sorprendente la capacidad que estos movimientos tienen de convertirse en medios efectivos de conversión a Jesucristo, debido a su habilidad para testimoniar la verdad del Evangelio. El párrafo 99 del Instrumentum Laboris, sin embargo, llama nuestra atención sobre el hecho que algunos movimientos eclesiásticos «cuando permanecen al margen de la vida parroquial y diocesana, no ayudan al crecimiento de la iglesia local». Además, se corre el riesgo de socavar la comunión de la Iglesia particular. La fe católica sigue siendo relativamente joven en muchas partes de Africa y, en situaciones tales, el papel del Obispo como maestro es desafiado por la llegada de los nuevos movimientos eclesiásticos, que permanecen en la periferia de la vida parroquial y diocesana. Deseo afirmar la solicitud que se preste atención a esto en el sínodo y «por eso se pide afrontar el tema del estatuto teológico y jurídico de tales movimientos dentro de la iglesia particular y clarificar su relación concreta con el obispo» (99).

3. El Obispo: guardián de la comunión de la fe.

El Obispo es un guardián a tiempo completo de la verdad, asegurando y estableciendo el grey en su diócesis. Ello significa no dormirse nunca en su deber de guardián. Creo que esto forme parte del "munus" que el Obispo acepta llevar a cabo en el rito de la ordenación. En él, acepta predicar el evangelio fiel y constantemente y mantener puro y sin omisión el depósito de fe, según la tradición mantenida siempre y en todo lugar en la Iglesia desde el tiempo de los Apóstoles. Creo que es parte de mi oficio vigilar y mantener a todos los bautizados de mi diócesis en comunión con la misma fe apostólica transmitida desde los Apóstoles hasta hoy.

[00172-04.03] [IN144] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Javier ECHEVARRÍA RODRÍGUEZ, Obispo titular de Cilibia, Prelado de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei (España).

El Instrumentum Laboris, en el punto número 74, se refiere a las relaciones entre los Obispos cuando están presentes en un territorio diversas Iglesias "sui iuris" o bien una Prelatura personal o un Ordinariado militar. Sus relaciones con las Iglesias locales deben expresar, necesariamente, la unidad de la Iglesia, que es "unidad de comunión". Las Prelaturas personales se ubican en este contexto de "communio" y no pueden ser consideradas como estructuras "alternativas" a las Iglesias particulares, sino como estructuras a su servicio pues al llevar a cabo las peculiares tareas para las cuales existen, de por sí convergen armónicamente con la pastoral ordinaria de las Iglesias locales, en las cuales están presentes y están orientadas, por lo tanto, hacia la edificación de la misma y única Iglesia de Cristo. Tal convergencia es una realidad intrínseca a la naturaleza eclesiológica de estas instituciones porque, además, los fieles de una Prelatura personal -como la de un Ordinariado militar- son, a la vez, fieles de la Iglesia local en la cual viven.

La complejidad del mundo contemporáneo genera múltiples fenómenos de carácter transregional, los cuales requieren respuestas pastorales peculiares. Cuando tales fenómenos presentan características adecuadas, una Conferencia Episcopal podría proponer a la Santa Sede, en conformidad con las propuestas del Concilio Vaticano II, la erección de una Prelatura personal de ámbito nacional con el objetivo de integrar la acción pastoral de las Diócesis interesadas, como fue señalado también por la Exhortación Apostólica Ecclesia in America.

[00184-04.03] [IN146] [Texto original: italiano]

S. Em. R. Card. Dionigi TETTAMANZI, Arzobispo de Génova (Italia).

Después de una reflexión teológica acerca del Obispo como "sucesor de los Apóstoles", para comprender el fundamento sacramental específico de la colegialidad episcopal y de la espiritualidad de comunión, de la apostolicidad y de la "traditio" que hay que conservar con fidelidad y valor, de la misionaridad universal y de la disponibilidad al martirio, la intervención se detiene en la esperanza teologal como espera y anticipación de la vida eterna. En el contexto de una cultura embebida en los valores de la tierra y del tiempo presente, los Obispos están llamados a plantearse el interrogante acerca del lugar que la verdad / realidad de la vida eterna ocupa en su ministerio, en la conciencia de tratarse no de algo secundario u opcional, sino esencial e irrenunciable, porque toca todos los datos constitutivos y específicos de la fe y experiencia cristianas.

En su ministerio de enseñanza, los Obispos están llamados a estimular a los sacerdotes para que anuncien la vida eterna, utilizando de manera delicada y valiente el evento de la muerte y la ocasión pastoral de los funerales cristianos.

Están llamados, además, en su ministerio de santificación, a asegurar una celebración de la Eucaristía y de los Sacramentos que haga resaltar el valor de la espera y la anticipación de la vida eterna, recuperando también, de esta manera, el sentido de lo sacro y del misterio, frente a celebraciones cansinas, insípidas o demasiado monótonas en sus aspectos humanos, sociológicos y psicológicos.

Finalmente, en su ministerio de gobierno, los Obispos están llamados a educar para la libertad verdadera y madura, como la que se tiene en la responsabilidad ante Dios, y a educar para la conciencia moral como "voz de Dios" y, por lo tanto, como anticipación del juicio final de Dios justo y misericordioso.

Es necesario, sin embargo, recordar que la verdadera esperanza cristiana no nos aparta de nuestras responsabilidades frente a las innumerables miserias e injusticias de la historia. Nos da, más bien, una luz y una fuerza nuevas para cumplir con tales responsabilidades, con la certeza que quién vencerá será la vida y no la muerte. Es éste el ethos cristiano que nos viene de las Bienaventuranzas evangélicas.

El Evangelio de Jesucristo es Evangelio de esperanza porque es ahora mismo, anuncio y experiencia de vida eterna.

[00185-04.03] [IN147] [Texto original: italiano]

S.E.R. Mons. Telesphore Placidus TOPPO, Arzobispo de Ranchi.(India)

Muchas de las Iglesias locales actuales, en territorios supervisados por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, son el fruto del heroico vigor, fe, celo y dedicación de varios Institutos misioneros.

Los misioneros fundadores de iglesias y sus compañeros fueron hombres de fe y visión. Su interés y preocupación sentó las bases de una amplia iglesia local futura, preparó sus infraestructuras, apostolados y recursos necesarios, buscó y formó vocaciones al sacerdocio secular indígena, el cual se convertiría en el pilar de la Iglesia local que se estaba rápidamente formando. Ellos veían como su primera y única misión construir la Iglesia local. Estos generosos primeros misioneros tenían el espíritu de San Juan Bautista, que estaba dispuesto a disminuirse para que el que tenía que venir después de él creciera.

Pero luego llegaron la segunda, tercera y posteriores generaciones. Éstas empezaron a preocuparse, naturalmente, por los intereses de sus propios Institutos. En sus decisiones daban prioridad a las preocupaciones y objetivos de las propias Congregaciones. Empezaron a reclamar como propios esos apostolados que habían sido designados para servir, principalmente, como extensiones e instrumentos de la Iglesia local. Mientras antes se daba prioridad a la promoción del clero diocesano, ahora surgía una nueva preocupación por las vocaciones en los propios Institutos religiosos, incluso apropiándose para ello de las infraestructuras originales, para gran perjuicio de la Iglesia local que estaba desarrollándose. Tienen tendencia a mantener bajo su control centro vitales del servicio, influencia, entrada y medios de apostolado efectivos, lo que consecuentemente deja a la Iglesia local mutilada. Mantienen los lugares céntricos para ellos, dejando las zonas internas para la Diócesis.

Tenemos que mendigar a los Superiores actuales de las Sociedades fundadoras que cedan a la Iglesia local lo que necesita y que en su origen estaba designada para ella. Pero ellos deciden según su proprio criterio, manteniendo el control sobre algunas de las cuestiones vitales para el crecimiento y desarrollo de la joven Iglesia local. "Ubi Episcopus, ibi Ecclesia" parece ya no ser verdad.

Pido que la Congregación para la Evangelización de los Pueblos lleve a cabo un estudio serio sobre lo que ha sucedido, y sigue sucediendo, en muchos territorios de misión en lo que concierne a los Institutos Religiosos en relación a la Iglesia local. Las Iglesias locales son privadas de algunas casas de formación y medios de apostolado importantes, que los Institutos Religiosos deciden mantener sólo para ellos. Una investigación independiente ayudaría a resolver esta situación. Únicamente una Iglesia unida en testimonio y servicio podrá ser un faro de esperanza para el futuro de la evangelización.

[00186-04.03] [IN148] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Medardo Joseph MAZOMBWE, Arzobispo de Lusaka y Presidente de la Conferencia Episcopal (Zambia).

Nosotros en Zambia estamos agradecidos por la elección del tema: "El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo". Este Sínodo acerca del Obispo está al servicio de todos los Sínodos que lo han precedido: sobre evangelización, justicia y paz, formación sacerdotal y vida consagrada. Este Sínodo, de manera especial, esclarece aún más el Sínodo Africano, que ha sido un Sínodo de esperanza y ha mirado a la Iglesia como Familia de Dios.

En calidad de servidor del Evangelio, el Obispo es artífice y constructor de la Iglesia. En esta Familia de Dios, el Obispo desarrolla principalmente un ministerio de amor. Nuestro ministerio de Obispo consiste en hacer el bien en la Iglesia y en la sociedad, como dijo el Beato Juan XXIII: "Ser buenos con todos, en todo tiempo y en toda circunstancia".

El punto número 18 del Instrumentum Laboris dice: "En muchas partes de nuestro mundo la situación de pobreza (...) crea situaciones de sufrimiento y de falta de esperanza en el futuro. Constantemente los medios de comunicación nos muestran rostros de desesperación". Nuestro ministerio debe ser un servicio que inspira esperanza y restituye la dignidad humana.

Un joven teólogo nigeriano, Orobator S.I., en su libro "La Iglesia como Familia - La eclesiología africana en su contexto social", cita a George Ehusani cuando dice: "Hace falta una Iglesia que obre con empeño en el interés de los pobres, de los oprimidos, de los marginados y de cuantos luchan por amor a la justicia. Hace falta una Iglesia que acuda en ayuda de cuantos tienen hambre de pan, como también de cuantos tienen hambre de justicia, en solidaridad con aquellos a quienes les falta el pan. Hace falta una Iglesia de servicio, una Iglesia que satisfaga las necesidades profundas del pueblo, incluidas las necesidades espirituales, morales y materiales. Hace falta una Iglesia que se comprometa, en la palabra y en las acciones, con los ideales del Reino que Jesucristo predicaba y por los cuales la Iglesia misma ha sido fundada. Hace falta una Iglesia que brille como un faro de luz en medio de la oscuridad del pecado, de la corrupción, de la opresión y de la desesperación. Hace falta una Iglesia que sea la encarnación de la esperanza para un pueblo que vive al borde de la desesperación".

Cuando nuestro Señor Jesús da de comer a los hambrientos, no lo hace solamente como un asistente social. Lo hace como Pastor y Salvador que ha venido para que nosotros podamos tener la vida, y tenerla en abundancia. El Instrumentum Laboris, en el punto número 24, anuncia el Gaudium Magnum para África y nosotros somos felices por ello. El documento afirma: "El futuro de la Iglesia del tercer milenio se ha ido, poco a poco, configurando como la desconcentración de la presencia de los católicos hacia los países de África y Asia, donde (...) florecen jóvenes iglesias, llenas de fervor y de vitalidad, ricas en vocaciones sacerdotales y religiosas". El sínodo de 1974 sobre la Evangelización decía: "La Iglesia en África está viviendo la experiencia del crecimiento numérico más rápido de la historia de la Iglesia". Esto nos llena de esperanza.

Pero esta misma Iglesia debe aún convertirse en "Locus Spiritus Sancti" o bien, morada del Espíritu Santo, donde hayan amor, respeto y servicio recíproco. Orobator en su libro "La Iglesia como Familia" afirma con vigor: "África es el continente más deshumanizado del mundo". Yo agregaría que es el más humillado del mundo. Las razones son tanto internas como externas. Se trata de una tierra de prófugos y de evacuados. El obispo debe ser un hombre compasivo. El modus para el munus docendi, munus sanctificandi y el munus regendi debería ser el modus Christi.

Cristo, ¿cómo lo ha realizado?

Él iba siempre a la montaña a rezar (cf. Lc 6,12)

Aceptaba el desafío de la acción social dando de comer a los hambrientos. "Dadle vosotros de comer" (Lc 9,13)

Denunciaba las injusticias.

El ministerio del obispo debe ayudar a hacer que el mundo, que se está volviendo deshumanizado, se convierta en "Ecclesia", un pueblo en comunión y un pueblo en adoración.

[00187-04.03] [IN149] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Seán B. BRADY, Arzobispo de Armagh (Irlanda).

Para ser un servidor de la esperanza, un obispo debe ser un hombre de esperanza. Debe encontrar el tiempo para meditar sobre los motivos de esperanza en su vida, es decir, las promesas de Cristo y la presencia del Espíritu Santo.

Uno de los grandes signos de esperanza de hoy es el hambre de Dios y el deseo de oración que muchísimas personas advierten. Para ir al encuentro de estas necesidades, el obispo y sus primeros colaboradores, los sacerdotes, deben reconciliarse en sus vidas, sentados a los pies del Señor, como María, comprometiéndose a construir el Reino sobre la tierra, como Marta.

Otro signo de esperanza, hoy en día, es el número de personas que, en su búsqueda de significado y objetivo de vida, emprenden el estudio de la filosofía y la teología. Ellos deben ser inspirados en convertirse en agentes dinámicos de esperanza en su tiempo, como Jesús lo era en el suyo.

La voluntad de la Iglesia de promover la justicia y la paz es un signo formidable de esperanza, especialmente para los pobres y los oprimidos. La fuerte y valerosa defensa de la dignidad de toda persona humana, independientemente de la salud o de la riqueza, la raza o la religión, es un ejemplo de cómo el obispo ofrece razones de esperanza. Cuando el obispo pone en evidencia, claramente, la enseñanza de la Iglesia en favor de la vida contra la cultura de la muerte, en favor del matrimonio y de la familia, en favor de la paz contra la violencia, se convierte en un faro de esperanza para quienes sufren en las tinieblas de la desesperación y del desaliento.

Debemos estar bajo la misma Cruz de los afligidos y tratar de consolar a cuantos tienen el corazón destrozado. En el momento oportuno, el obispo los alentará para que dejen su dolor y tratará de persuadirlos para ofrecer perdón y reconciliación. En estos tiempos, la presencia del obispo en medio de su pueblo y su disponibilidad hacia sus sacerdotes es de vital importancia. Es una fuente rica de esperanza, mientras ellos luchan por frenar a los violentos, calmar las pasiones y restaurar la paz.

El signo final de esperanza que quiero mencionar es la invitación del Papa Juan Pablo II, contenida en el Novo Millennio Ineunte, a ver la luz de la Trinidad resplandecer sobre el rostro de los Hermanos y las Hermanas alrededor de nosotros.

Es en este espíritu de aprecio y mutua confianza que se debería discutir la cuestión de la relación entre la Iglesia universal y la Iglesia local. El ministerio del Obispo de Roma es signo visible y garantía de unidad. Este bien esencial, como es llamado por la "Ut unum sint", debe ser visto siempre como un don de la Iglesia particular. Un don que la Iglesia particular puede, de manera única, ofrecer en cambio es su conocimiento y la experiencia de las condiciones de la situación local.

[00188-04.03] [IN150] [Texto original: inglés]

S.E.R. Mons. Hugo BARRANTES UREÑA, Obispo de Puntarenas (Costa Rica).

Presento a esta Asamblea Sinodal algunas propuestas para que el obispo del Tercer Milenio pueda ser un "verdadero y autentico maestro de la fe" (CD 2) y un testigo de la esperanza.

1.Nuevas Formas de Organización: Urge renovar la configuración de la Curia Diocesana, de manera que el obispo pueda dedicarse más al oficio de Pastor,

2. Formación Permanente del Obispo: se necesita que el obispo se actualice y se forme para dar respuesta a los signos de los tiempos.

3. Una Pastoral de Primer Anuncio: Hay que dar un lugar especial al primer anuncio de manera que los que reciben el Kerigma lleguen a ser cristianos adultos, capaces de resistir los embates de la post - modernidad y se conviertan así en testigos auténticos del Evangelio.

4. Uso más eficaz de los Medio de Comunicación Social: Es necesario que la Iglesia de una palabra oportuna e inmediata allí en los espacios donde se generan las preguntas: haciendo uso de emisoras de Radio, Televisión, Prensa escrita e Internet; y formando en los fieles una conciencia crítica.

5. Escuelas Para formación de Laicos: Los laicos necesitan una formación integral y permanente (CFL57) de manera que asuman su vocación bautismal en el ministerio profético del obispo.

6. Catecismos Locales: La nueva evangelización pide un esfuerzo lúcido, serio y ordenado para evangelizar la cultura (Ecclesia in America 70).

7. Oficina de Prensa Diocesana (donde no existe): Instancia autorizada para dar a conocer el Magisterio del Obispo.

[00189-04.02] [in151] [Texto original: español]

S.E.R. Mons. Maurice GAIDON, Obispo de Cahors (Francia).

El poeta y pensador Charles Péguy habla con ternura de la «pequeña hija esperanza». Es ella la, en este mes de octubre de 2001, sostiene la mesa franca acogiendo a los obispos procedentes de todo el mundo, en respuesta a la llamada de Juan Pablo II. La hora es grave, mientras aumentan los rumores de un conflicto que cada uno de nosotros teme... ¿Debemos por ello perder o despedir a la esperanza, palabra maestra de los dos textos que alumbran nuestros debates (T.M.I. e I.L., que sirve de apoyo a nuestro debates)?

El mensaje evangélico es portador de esperanza, y los primeros apóstoles no se equivocaban cuando se dirigían a las nacientes comunidades, como hace Pablo en sus Epístolas, invitándolas a hacer de la esperanza el motor de sus vidas de testigos en medio de las dificultades y tribulaciones de su época. Como índica Pablo a su compañero Tito, es necesario trabajar incansablemente para anunciar la Palabra «con la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad», una fórmula que evidencia la dimensión escatológica de la esperanza: dimensión que no se impone suficientemente al espíritu de los obreros del Evangelio y que será, por lo tanto, peligroso que pase en silencio en este tiempo donde somos enviados «mar adentro» «para una nueva evangelización».

Si el obispo, en el número 33 del I. L., está llamado a ser «vigilante profeta de esperanza», si se le recuerda que «el secreto de su misión está ... en la firme solidez de su esperanza», él responderá en nombre de Cristo a la desesperanza de muchos de nuestros contemporáneos. Lo hará con la ternura del padre de familia y la misericordia del testigo de Jesús, buscando con solicitud el grey perdido y los hijos pródigos, sin renunciar jamás a arrancarlos de su desesperación. Lo hará también ayudándoles a mirar a Cristo en su gloria de Resucitado, que quiere asociar la Iglesia de la tierra a la Iglesia del Cielo. Ha llegado el tiempo de retomar la lectura del texto principal del Vaticano II, Lumen Gentium, para redescubrir el capítulo 7, enteramente dedicado a «la esperanza de vida eterna que nos ha sido prometida» y el capítulo 8, que nos invita a mirar a María «figura de la Iglesia», modelo ejemplar de todo discípulo de Jesús: Madre de la esperanza.

[00190-04.03] [IN152] [Texto original: francés]

S.E.R. Mons. Jean-Pierre RICARD, Obispo de Montpellier (Francia).

La Iglesia es, en su mismo corazón, una comunión misionera. Esta comunión es, al mismo tiempo, un don del Señor que hay que recoger y un deber que hay que realizar. La realización de esta comunión pasa por el aprendizaje de una solidaridad fraterna donde la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios debe ajustarse a la formación del vínculo eclesial. Es responsabilidad del ministerio episcopal vigilar para la edificación cotidiana de la Iglesia, favorecer la sinergía de los diversos actores, ayudar a que se camine juntos sobre este camino común (sun-odos) de la fe y la misión. Podemos comparar el obispo a un tejedor que ayudará a tejer, día a día, el tejido eclesial. Cruzará el hilo de la comunión vertical (con Dios) con el de la comunidad fraterna. A todos brindará su ayuda, su acompañamiento, su discernimiento y la aclaración de sus decisiones pastorales. Lo hará con paciencia, confianza y convicción. Ayudará a todos a descubrir que esta sinodalidad puede ser fuente de confianza, esperanza recobrada y dinamismo renovado por la misión.

[00191-04.04] [IN153] [Texto original: francés]

AVISOS

BRIEFING PARA LOS GRUPPOS LINGÜÍSTICO

El séptimo "briefing" para los grupos lingüísticos tendrá lugar mañana martes, 9 de octubre de 2001, a las 13:10 horas (en los lugares de los briefing y con los Responsables de Prensa indicados en el Boletín n. 2). Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para el permiso de acceso (muy restringido).

POOL PARA EL AULA DEL SÍNODO

El séptimo "pool" para el Aula del Sínodo será formado para la oración de apertura de la Décimo Tercera Congregación General de martes, por la mañana, 9 de octubre de 2001.

En la Oficina de Información y Acreditación de la Oficina de Prensa de la Santa Sede (entrando a la derecha) están a disposición de los redactores las listas de inscripción al pool.

Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) y fotógrafos tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para la participación al pool para el Aula del Sínodo.

Se recuerda a los participantes al pool que estén a las 8:30 horas en el Sector de Prensa montado en el exterior, frente a la entrada del Aula Pablo VI, desde donde serán llamados para acceder al Aula del Sínodo, siempre acompañados por un oficial de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales

BOLETÍN

El próximo Boletín N. 15, relativo a los trabajos de la Duodécima Congregación General de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos de esta tarde, estará a disposición de los Señores periodistas acreditados mañana martes, 9 de octubre de 2001, tras la apertura de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

 
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