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SYNODUS EPISCOPORUM
BOLETÍN

de la Comisión para la información de la
X ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
 DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
30 de settiembre-27 de octubre 2001

"El Obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo"


El Boletín del Sínodo de los Obispos es solo un instrumento de trabajo para uso periodístico y las traducciones no tienen carácter oficial.


Edición española

21 - 12.10.2001

RESUMEN

DÉCIMO OCTAVA CONGREGACIÓN GENERAL (VIERNES, 12 DE OCTUBRE DE 2001 - POR LA MAÑANA)

A las 09.00 horas de hoy viernes 12 de octubre de 2001, ante la presencia del Santo Padre, con el canto de la Hora Tercera, ha tenido lugar la Décimo Octava Congregación General, para la Relación Posterior a la Discusión. Presidente Delegado de turno S. Em. Card. Bernard AGRE, Arzobispo de Abiyan (Costa de Marfil).

En esta Congregación General, que ha concluido a las 10.45 horas estaban presentes 223 Padres.

RELACIÓN POSTERIOR A LA DISCUSIÓN

Intervino en esta Décimo Octava Congregación General el Relator General Adjunto Em. D. Jorge Mario BERGOGLIO, S.I., Arzobispo de Buenos Aires para la lectura en latín de la Relación Posterior a la Discusión. En la segunda relación, en la conclusión de la discusión general sobre el tema sinodal en el Aula, el Relator General S. Em. Card. Edward Michael EGAN, Arzobispo de Nueva York, junto al Relator General Adjunto ha sintetizado las varias intervenciones que se sucedieron en estas jornadas en las Congregaciones Generales y ha ofrecido algunas líneas de orientación para facilitar los trabajos de los Círculos Menores.

Publicamos seguidamente el texto completo de la Relación Posterior a la Discusión:

Introducción

Con la mirada fija en Cristo

1. Al presentar esta relación después de las intervenciones tenidas en el aula agradecemos vivamente al Santo Padre su acompañamiento y su escucha que nos ha animado a poner en común nuestras inquietudes. Convocándonos a esta asamblea sinodal, El nos ha invitado a cruzar juntos "el umbral de la esperanza". Presentándonos el tema sobre el cual concentrar nuestras reflexiones, nos ha pedido fijar nuestra mirada en el Evangelio de Cristo. Más aún, sobre Cristo-Evangelio, Aquel en el cual han encontrado el último y definitivo cumplimiento todas las promesas de Dios. Precisamente porque en Él se han realizado todas las promesas, nos es dada la prenda de la gloria futura y nos es concedido ser, juntos con todos los fieles cristianos de nuestras Iglesias, hombres de esperanza que hablan con esperanza. Muchas veces durante nuestros trabajos sinodales ha sido puesto en evidencia que todos los Obispos, junto a toda la Iglesia, reconocen en el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, el principio y fundamento visible de la unidad en el fe y de la comunión. Esta unidad de la Iglesia es ciertamente una rica fuente de confianza y esperanza para el futuro de la misión de los cristianos en el mundo, puesto que es garantía de la continuidad de la verdad del Evangelio, y por ello mismo, de la esperanza del mundo. Con emoción y gratitud, en particular, ha sido recordada la obra del Papa y de la Santa Sede, que interviniendo premurosa y eficazmente en muchas situaciones, institucionales y personales, han ofrecido confortación y esperanza.

La relatio post disceptationem en el proceso sinodal

2. Quiero agradecer al Eminentísimo Secretario General, a los hermanos y hermanas de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos y a los peritos que nos han ayudado a nosotros, Relatores y Secretario Especial del Sínodo, a recoger todas las intervenciones y sintetizarlas en esta relación. El objetivo de la presente relación es la señalación de los puntos principales que deberán ser profundizados para llegar finalmente al deseado consenso sinodal. Por este motivo, ha sido nuestra especial preocupación tratar de recoger las ideas emergentes y al mismo tiempo llamar la atención sobre ciertos temas que hacen al núcleo de la temática de este sínodo: "El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del mundo". Somos conscientes que, más allá de toda la estructuración necesaria, la celebración sinodal siempre entraña un acto espiritual de religión y adoración.

3. También somos conscientes que el proceso sinodal, ha sido acompañado por la celebración y la oración, que han constituido el clima espiritual de nuestra congregación, o "común camino" (sunodos). Finalmente, tenemos confianza, que los Padres sinodales, a pesar de la brevedad y del carácter conciso de la presente Relatio post disceptationem, podrán descubrir un reflejo de sus contribuciones y propuestas. Con la voluntad de entrar en sintonía con las esperanzas y las inquietudes presentes en el corazón de todos los Obispos que han hecho sentir su voz, la Relatio post disceptationem pretende servir a la dinámica sinodal identificando las convergencias para concentrar sobre ellas la atención y la oración, para ofrecerlas a una reflexión más profunda en los círculos menores.

Identidad teológica del Obispo

4. "Con Vosotros soy cristiano, y para Vosotros soy Obispo" (1): palabras de San Agustín repetidas durante las congregaciones generales que nos hacen caer en la cuenta que el Obispo es hombre de Iglesia, forma parte de la Iglesia; la vera Sponsa Christi, la "Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans" (2). La Iglesia, el Santo Pueblo fiel de Dios, que en su totalidad "in credendo falli nequit" (3). Esa Iglesia que se muestra al mundo en sus perceptibles aspectos de martyria, leitourgia, diakonia. Por eso , el Obispo, hombre de Iglesia, está llamado a ser hombre con sensus ecclesiae.

5. Varias veces hemos escuchado expresiones que son verdaderas imágenes vivientes del Obispo y su ministerio episcopal. Vuelven espontáneamente a la memoria las expresiones de la Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium, que en el contexto de una exposición que ilustra el misterio de la Iglesia, afirman que su naturaleza es descripta y reconocida mediante una variedad de imágenes, tomadas de la Sagrada Escritura y de la Tradición eclesiástica (4). También nosotros ahora, con la intención de concentrar nuestra atención en la figura del Obispo, sobre su misterio y su ministerio, deseamos repetir y evocar algunas de aquellas imágenes, que han sido recordadas en esta aula sinodal. Se trata de las imágenes del pastor, del pescador, del vigía solícito, del padre, del hermano, del amigo, del portador de consuelo, del siervo, del maestro, del hombre fuerte, del sacramentum bonitatis, etc. Son todas imágenes que muestran al Obispo como hombre de fe y hombre de visión, hombre de esperanza y hombre de lucha, hombre de mansedumbre y hombre de comunión. Imágenes que indican que entrar en la sucesión apostólica implica entrar en la lucha (agon) por el Evangelio.

Esquema de la relatio post disceptationem

6. En este particular momento de nuestra historia - como no han dejado de expresarlo varios hermanos en esta aula sinodal - se ven amenazadas la paz y la unidad de la convivencia humana. El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo, ante esta realidad siente el llamado a ser hombre de paz, de reconciliación y de comunión. Las razones que justifican esta elección de perspectiva se reducen sustancialmente a dos y se encuentran ambas en el Instrumentum laboris. Se trata, sobre todo, de reconocer que el concepto de comunión está, retomando las palabras de la carta Communionis notio, "in corde autocognitionis Ecclesiae, quatenus ipsa est Mysterium unionis personalis uniuscuiusque hominis cum divina Trinitate et cum ceteris hominibus" (5). La comunión corresponde al ser de la Iglesia. Esta comunión se encuentra en la Palabra de Dios y en los Sacramentos. Sobre todo en el bautismo, que es el fundamento de la comunión en la Iglesia, y en la Eucaristía, que es fuente y culminación de toda la vida cristiana. Ella edifica la íntima comunión de los fieles en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Como afirma el Instrumentum laboris "El ministerio episcopal se encuadra en esta eclesiología de comunión y de misión que genera un obrar en comunión, una espiritualidad y un estilo de comunión" (6). Al mismo tiempo se trata de permanecer en sintonía con el tema de esta X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que considera la figura del Obispo en la óptica del servicio del Evangelio para la esperanza del mundo. Ahora bien, como se lee en el Instrumentum laboris, "en nuestro tiempo la unidad es un signo de esperanza ya sea que se trate de los pueblos, ya sea que se hable del obrar humano por un mundo reconciliado. Pero la unidad es también signo y testimonio creíble de la autenticidad del Evangelio. ... Tal perspectiva es un signo de esperanza para el mundo en medio de las disgregaciones de la unidad, de las contraposiciones y de los conflictos. La fuerza de la Iglesia está en la comunión, su debilidad está en la división y en la contraposición" (7).

7. Esta última expresión, en particular, no ha escapado a los Padres sinodales, quienes la han citado repetidamente en sus intervenciones. Por lo tanto, siguiendo esta inspiración la presente Relatio post disceptationem, en continuidad con la temática del Sínodo y el Instrumentum laboris, pretende recoger los aportes de las ricas las intervenciones escuchadas, sistematizando la exposición según el siguiente esquema:

  • I - El Obispo en comunión con el Señor
  • II - El Obispo al servicio de la comunión en la Iglesia Universal
  • III - El Obispo al servicio de la comunión en la Iglesia particular
  • IV - El Obispo al servicio a la comunión en el mundo

I - El Obispo en comunión con el Señor

Hombre de oración

8. Los Padres sinodales han acogido con gran apertura de corazón el tema de la vida espiritual del Obispo. En este sentido, hemos recogido ciertas expresiones sobre las cuales vale la pena dirigir nuestro pensamiento. Como se mencionó recientemente, la fuerza de la Iglesia es la comunión, su debilidad es la división. El Obispo, con esta fuerza busca estar en disponibilidad para con Dios, siendo consciente que está llamado a ser un hombre santo y celoso. Sólo el Obispo que está en comunión con Dios puede estar al servicio de la esperanza. Solo cuando habrá entrado en la nube oscura e luminosa del misterio trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Obispo podrá recibir en sí mismo más evidentemente los signos de su ser, en la Iglesia, padre, hermano y amibo. El Obispo está llamado a entrar en su misterio para poder ejercer su ministerio y su carisma: de ahí su sentido del martirio. La figura del Obispo orante emergió varia veces presentándolo como testigo de la oración y de la santidad, testigo del tiempo salvífico, tiempo de gracia. En la celebración de la Eucaristía, en la oración, la reflexión y el silencio, adora e intercede por su pueblo. Sintiéndose pecador se acerca frecuentemente al sacramento de la reconciliación; consciente de las maravillas del Señor en la historia celebra la alabanza cotidiana en la Liturgia de la Horas.

Llamado a ser santo

9. Como se ha dicho en muchas intervenciones hechas sobre el tema, la santidad del Obispo está postulada por razones propias, que van más allá de la vocación a la santidad en la Iglesia, de la cual ha tratado el capítulo quinto entero de la constitución dogmática Lumen gentium. El contexto más claro e inmediato, en el cual se debe insertar el tema de la santidad del obispo, es ofrecido por la sacramentalidad del episcopado. En virtud de esta sacramentalidad, la ordenación episcopal no es un simple acto jurídico mediante el cual se confiere a un presbítero una amplia jurisdicción, sino una acción de Cristo que, donando el Espíritu del sumo sacerdocio, santifica el ordenado en el momento en que recibe el sacramento y que de por sí exige para él mismo, todas las ayudas de la gracia de la cual necesita para el cumplimiento de su misión y de sus tareas. La consecuencias es que cada obispo se santifica, justamente, en y con el ejercicio de su ministerio.

10. Ya que, luego, en el triplex munus otorgado al obispo mediante la Ordenación sacramental está incluido el de la santificación, fue, además, subrayado que su ejercicio no puede ser limitado a la administración de los sacramentos, sino que debe incluir cada acción y cada comportamiento del Obispo de modo que, también mediante su vida, él guía a los fieles hacia la santidad. Cada obispo debe ser para ellos el modelo de una vida santa y el primer maestro y testigo de la pedagogía de la santidad acerca de la cual ha escrito Juan Pablo II en la carta apostólica Novo millennio ineunte (8). Por otra parte, cada obispo, considerando no sólo la historia de la Iglesia por entero, sino también la de la propia diócesis, se encuentra como envuelto por una nube de testigos que marcan su camino. La vida santa del obispo, en último análisis, es un testimonio (martyrion) que, ofrecido a Cristo, busca con humildad una mística identificación con el Buen Pastor, que dona la vida por sus ovejas (cf. Jn 15, 13) e induce a un querer hacer propias las palabras de Jesús "y por ellos me santifico a mí mismo" (Jn 17, 19). La vida de un Obispo, en todos los tiempos y situaciones, discurre bajo la mirada del Señor que abraza la cruz, ya que su santidad se expresa en dos pasiones: la pasión por el Evangelio de Jesucristo y el amor a su pueblo necesitado de salvación. Pasiones que se manifiestan en la bondad y en la mansedumbre de las Bienaventuranzas. Pasiones que se enraízan en la consciencia de su nada, de su ser pecador que ha recibido el regalo de la gracia de ser elegido por la inmensa bondad del Padre.

La formación permanente

11. Estrechamente ligado al tema de la santidad y de la vida espiritual y recalcado , en muchas intervenciones de los padres sinodales, el de su formación permanente. Hacen falta todos los miembros de la Iglesia, como aparece en las exhortaciones apostólicas Chirtifideles laici, Pastores dabo vobis y Vita consecrata, con mayor razón tienen necesidad los obispos. Entre las razones indicadas está también la tarea misionera del obispo, encargado de tender como un puente (pontifex) entre el Evangelio y el mundo. Aún en presencia de validas experiencias ya promovidas en este sector con la iniciativa de organismos de la Santa Sede (Congregaciones para los Obispos, Congregación para la Evangelización de los pueblos ...) se advierte la necesidad de precisar ulteriormente el sentido de esta formación (para que no sea dejada solamente en manos de la iniciativa de cada obispo, sino estimulada por propuestas, también institucionales, de vario tipo) y sus objetivos específicos, en relación, es decir, al ministerio episcopal. Como maestro de la fe, por ejemplo, el obispo necesita de una formación permanente en los ámbitos de la teología dogmática, moral, pastoral y espiritual.

Pobre por el reino

12. Uno de los rasgos más señalados por los padres sinodales en relación a la santidad del Obispo es su pobreza. Hombre de corazón pobre, es imagen de Cristo pobre, imita a Cristo pobre, siendo pobre con visión profunda. Su simplicidad y austeridad de vida confieren una total libertad en Dios. El Santo Padre nos invitaba a examinarnos "sobre nuestra actitud hacia los bienes terrenales y sobre el uso que de ellos se hace ... a verificar hasta dónde en la Iglesia ha llegado la conversión personal y comunitaria a una efectiva pobreza evangélica ... a ser pobres al servicio del Evangelio".(9) Con estas últimas expresiones Juan Pablo II nos recordaba que se trata de perseguir ese radicalismo evangélico por el cual beato es quien se hace pobre en vista del Reino, para ponerse en la secuela de Jesús-Pobre, para vivir en la comunión con los hermanos según el modelo de la apostólica vivendi forma, testimoniada en el libro de los Hechos de los Apóstoles (10)

II - El Obispo al servicio de la comunión en la Iglesia Universal

Solicitud de todas las Iglesias

13. Repetidas veces se expresó com Petro et sub Petro la vocación del Obispo tiene una dimensión universal que trasciende los límites de la Iglesia particular. La apertura de su ministerio hacia toda la Iglesia viene reclamada por su primaria condición de miembro del Colegio Episcopal. Cada Obispo, de hecho, en cuanto miembro del Colegio Episcopal y legítimo sucesor de los Apóstoles debe por: "institución y precepto de Cristo exigen que, si bien no se ejercita por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, grandemente al progreso de la Iglesia universal ... Por lo demás, es cosa clara que gobernando bien sus propias Iglesias como porciones de la Iglesia universal, contribuyen en gran manera al bien de todo el Cuerpo místico que es también el cuerpo de las Iglesias" (11). Entre las Iglesias particulares y la Iglesia Universal, de hecho, como enseña el Concilio Vaticano II, existe una relación de mutua interioridad (12). Tal unidad está radicada no sólo en la Eucaristía sino también en el Episcopado, porque, por voluntad de Cristo son realidades esencialmente vinculadas entre sí. El Obispo está, por lo tanto, al servicio de la Iglesia universal, en la verdad y la caridad. Dócil al Espíritu Santo que hace la unidad y la diversidad edificando la Iglesia, el Obispo debe hacerse cargo de este plurifacetismo armónico: el mismo Espíritu Santo es la armonía. De ahí que el Obispo realice su vocación a la unidad privilegiándola sobre todo conflicto. La consciencia de esta comunión con la Iglesia Universal -como ha sido subrayado- compromete a cada Obispo en la sollicitud omnium Ecclesiarum y lo lleva a una actitud de solicitud y de solidaridad con todas ellas, comenzada ya desde la primera tradición apostólica, como nos lo recuerda la colecta por los pobres de Jerusalén.

La apertura misionera del Obispo

14. Los Obispos, en cuanto miembros del colegio episcopal, fueron consagrados no sólo para una Diócesis, sino para la salvación de todos los hombres (13). Esta doctrina enseñada por el Concilio Vaticano II, fue citada para recordar que cada obispo debe ser consciente de la naturaleza misionera del proprio ministerio pastoral. Toda la actividad pastoral en la propia Diócesis está informada por el espíritu misionero, preocupada por suscitar, promover y dirigir las obras de evangelización, de manera que estimule y conserve vivo el ardor misionero de los fieles, en la confianza que se traducirá en respuestas a la vocación misionera. Es importante sostener la obra misionera también a través de la cooperación económica. No menos importante, sin embargo, como ha sido confirmado, es estimular la dimensión misionera en la propia Iglesia particular, promoviendo, según las diversas situaciones, valores fundamentales como el reconocimiento del prójimo, el respeto de la diversidad y una sana interacción entre las culturas diversas. El carácter cada vez más multicultural de nuestras ciudades y de nuestras sociedad, por otra parte, sobre todo como consecuencia de las migraciones internacionales, establece nuevas e inéditas "situaciones misioneras" y constituye un particular desafío misionero. De las intervenciones sinodales surgieron, sin embargo, algunas cuestiones relativas a las relaciones entre los Obispos diocesanos y las congregaciones religiosas misioneras, sobre las cuales se solicita un reflexión más profunda, tal como aparece reconocido el gran aporte de experiencia que una Iglesia particular puede recibir de las mismas congregaciones de vida consagrada en el asegurar que permanezca viva la dimensión misionera.

El principio de la communio

15. En la misma línea de la comunión con la Iglesia Universal, fue justamente indicada la necesidad del Obispo de acrecentar y nutrir la comunión, en primer lugar, con el Vicario de Cristo, y con sus estrechos colaboradores que forman la Curia Romana. A ella hacen referencia algunas intervenciones de los Padres sinodales. Ha sido evidenciado que actualmente los Jefes de Dicasterio de la Curia provienen de diversas diócesis esparcidas por todo el mundo. Tal realidad es, en su género, una expresión de la catolicidad de la Iglesia y de la comunión eclesial. Aprovechamos también esta ocasión para agradecer a los Jefes de Dicasterio y a sus colaboradores, que en el servicio de la Santa Sede actúan en favor de todas las Iglesias particulares. Igualmente la fraternal dimensión de comunión es una exigencia de los Sínodos Patriarcales y en manera distinta de las Conferencias Episcopales. En estas realidades tiene una aplicación concreta el affectus collegiales "que el alma de la colaboración entre los Obispos en el campo regional, nacional e internacional" (14). Esta llamada a la comunión fraterna entre los Obispos trasciende la mera conveniencia, pues se trata de una dimensión sacramental del ministerio episcopal. Ha sido además sugerido que una ayuda a la actividad de las Conferencias Episcopales podría provenir del renovado ejercicio de las funciones de los metropolitas en el ámbito de las respectivas provincias eclesiásticas.

16. Varias veces en el Aula se ha apelado al "principio de subsidiaridad". Se ha preguntado además por el estudio, recomendado por el Sínodo extraordinario de 1985, sobre el grado en que tal principio sería aplicable en la Iglesia (15). La manera en se expresó la cuestión en el citado Sínodo, muestra la conciencia de que no se trata de un problema resuelto. En efecto, Pío XII, Pablo VI y, últimamente, Juan Pablo II (16), refiriéndose a la singular estructura jerárquica de la Iglesia que ésta tiene por voluntad de Cristo, excluían una aplicación del principio de subsidiaridad a la Iglesia que fuera unívoca con el modo en que tal principio se entiende y aplica en sociología. Es claro que al tener el Obispo residencial, en su diócesis, toda la potestad ordinaria, propia e inmediata que se requiere para el ejercicio de su oficio pastoral, ha de existir también un campo proprio de ejercicio autónomo, reconocido y protegido por la legislación universal (17). Por otra parte, la autoridad del Obispo diocesano coexiste con la autoridad suprema del Papa, que es también episcopal, ordinaria e inmediata sobre todas las iglesias y sobre todos los pastores y fieles (18). La relación entre ambas potestades no se resuelve automáticamente apelando al principio de subsidiaridad, sino más bien al principio de la communio, del cual se ha hablado reiteradamente en el aula sinodal.

Diálogo ecuménico

17. Se ha señalado varias veces que un modo concreto que el Obispo tiene que ofrecer un servicio en favor de la comunión en la Iglesia universal es el de asumir su vocación de promotor del diálogo ecuménico. El escándalo de la desunión es un antisigno de la esperanza. La cuestión ecuménica es uno de los grandes desafíos del comienzo del nuevo milenio y un punto central de la actividad pastoral del Obispo. Se puede hacer mucho ya desde ahora, mientras caminamos hacia la plena comunión en torno a la mesa del Señor. Se ha de atender, en primer lugar, al ecumenismo en la vida cotidiana; con actitudes de caridad, acogida y colaboración; a lo cual se debe añadir la recepción de los resultados válidos del diálogo ecuménico. No se ha de perder de vista la formación ecuménica no sólo de los laicos y sacerdotes sino, y en primer lugar, de nosotros Obispos. Sobre todo debemos estar unidos en la oración por la unidad, como hicieron los Apóstoles junto a María para que se realice un nuevo Pentecostés. Además, la vida interna de la Iglesia Católica deberá ser testimonio transparente de unidad en la diversidad de tradiciones espirituales, litúrgicas y disciplinares. Con especial interés la atención de los Padres sinodales se ha dirigido a las Iglesias Orientales, no sólo con la voluntad de respetar sus instituciones sino también, y sobre todo, con el deseo de llegar a la plena comunión eclesial. Las intervenciones de los padres sinodales de las Iglesias Orientales católicas han resaltado con grave tono el nuevo, pero ya consistente fenómeno de las emigraciones de sus fieles. Esta emergencia comporta la necesidad de organizar una pastoral propia y adaptada a estos fieles en situación de diáspora.

El Sínodo de los Obispos

18. En lo que se refiere al Sínodo de los Obispos, puede decirse que existe un consenso general sobre la validez de esta institución como un instrumento de la colegialidad episcopal y como expresión de la comunión de los obispos con el Sumo Pontífice. Por otra parte, las sugerencias de algunos oradores sobre la eventual necesidad de una revisión de la metodología sinodal, necesitan ser abordadas quizá en otro ámbito y con una preparación adecuada, puesto que parecería que una discusión profunda sobre tal tema excede los límites específicos de este Sínodo. Algunas intervenciones han propuesto la realización de reuniones del Santo Padre con los Presidentes de las Conferencias Episcopales para tratar problemas pastorales comunes. Se puede recordar que ya las Asambleas Generales Extraordinarias, previstas por el Ordo Synodi, constituyen precisamente una expresión sinodal de ese tipo de reuniones. Por lo tanto, podría reflexionarse acerca de la eventual posibilidad de la convocación de tales asambleas con mayor frecuencia en el futuro, para tratar temas bien definidos y para informar al Santo Padre sobre situaciones pastorales emergentes en el mundo.

III - El Obispo al servicio de la comunión en la Iglesia particular

Maestro de oración

19. El Obispo, siendo parte del Pueblo de Dios, tiene además una presencia sacramental, en medio de su Pueblo a quien guía con corazón paternal. Es un hombre disponible a su pueblo, conoce a sus ovejas y la cercanía con su pueblo le inspira actitudes de comprensión y compasión, ora con su pueblo y como su pueblo, enseña a rezar y guía la oración de los fieles. En esto él se presentará como verdadero liturgo que cuida la dignidad de la celebración y la fidelidad a los ritos de la Iglesia, vigilando también para que no haya abusos. En este sentido se subrayó la importancia de la piedad popular en la que se expresa un humanismo profundo y un cristianismo sólido, y conlleva algunos hondos valores: Arefleja una sed de Dios que sólo los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desasimiento, aceptación de los demás y devoción (19).

Maestro de la fe

20. Los párrafos del Instrumentum Laboris dedicados al ministerio episcopal al servicio del Evangelio (20), han sido entre los mayormente citados en las intervenciones de los padres sinodales. El rito de la imposición del libro de los Evangelios, realizado para todos nosotros durante la celebración de la Ordenación episcopal, significa tanto nuestra personal sumisión al Evangelio, como el ejercicio de un ministerio que hay que desarrollar siempre, también usque ad effusionem sanguinis, sub Verbo Dei. Se trata de ser "anunciadores mansos y valientes del Evangelio". El mismo gesto nos recuerda también que nosotros mismos hemos sido confiados "a Dios y a la Palabra de su gracia" (Hch 20,32), como leemos en el significativo relato de la despedida en Mileto del apóstol San Pablo. Por esta razón cada obispo tiene el deber de dar un gran espacio, en su vida espiritual, a la oración, a la meditación y a la lectio divina.

21. El munus docendi del obispo ha sido indicado como prioritario y como el munus por excelencia de los deberes principales del obispo (21). Él es un testimonio público de la fe. El Obispo ejerce su función magisterial, como se ha subrayado también aquí, dentro del cuerpo episcopal y en comunión jerárquica con la cabeza del Colegio y con los demás miembros. Y aún más. El ejercicio de este munus ha sido enunciado según sus múltiples y diversos aspectos. El obispo es aquel que cuida con amor la Palabra de Dios y la defiende con valor, proclama y testimonia la Palabra que Salva. Se ha afirmado también que el obispo es el primer catequista de su Iglesia particular y que, por consiguiente, también tiene el deber de rodearse de colaboradores válidos, promoviendo y cuidando la formación doctrinal de sus seminaristas y sacerdotes, de los catequistas, y también de los religiosos y religiosas y de los fieles laicos. No hay que descuidar tampoco, como señala el Instrumentum Laboris (22), la tarea de dar a los teólogos "el aliento y el apoyo para que puedan realizar su tarea en la fidelidad a la Tradición y en la atención a las nuevas necesidades de la historia". A esto está unido el otro deber del obispo de promover la constitución, de cuidar la especialización y también de ejercer la justa y oportuna vigilancia en cuanto a eventuales centros de estudio, sean o no académicos, existentes en el territorio de la Diócesis, como las Facultades de Teología, las Universidades y las escuelas católicas.

22. Con especial vigor ha sido subrayado que el obispo está habilitado por la gracia del Orden Sacro a expresar un juicio auténtico en materia de fe y de moral. Los obispos, para repetir aquí una expresión del Concilio Vaticano II, son los "maestros auténticos, es decir, dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado, la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida" (23). Se trata, en definitiva, de reconocer la consonancia de la doctrina con la fe bautismal, "ut non evacuetur crux Christi" (1Cor 1,17). Esta tarea de la predicación vital y de la fiel custodia del depositum fidei está enraizado, como justamente ha sido señalado, en la gracia sacramental que ha incluido al obispo en la sucesión apostólica y le ha entregado la grave tarea de conservar la Iglesia en su carácter de apostolicidad. Por ello el obispo es llamado a cuidar y a promover la Traditio, o sea, la comunicación del único Evangelio y de la única fe a través de las generaciones hasta el fin de los tiempos, con fidelidad íntegra y pura a los orígines apostólicos, pero también con el coraje e sacar de este mismo Evangelio y de esta misma fe la luz y la fuerza para responder a las nuevas preguntas que hoy surgen en la historia y que conciernen también a las cuestiones sociales, económicas, políticas, científico-tecnológicas, especialmente en el ámbito de la bíoética.

Amante de los pobres

23. Su fidelidad al Evangelio y su amor al espíritu de pobreza lo lleva a una peculiar predilección por los pobres que son el núcleo central de la Buena Nueva de Jesús, hace camino con ellos. No olvida que el día de su consagración episcopal fue interrogado sobre su intención de cuidar a los pobres. Va aprendiendo a ver a la gente como la vio Jesús. Es padre y hermano de los pobres de su diócesis. Su contemplatividad y su caridad pastoral lo llevan a descubrir los nuevos rostros que hoy han asumido, en la vida moderna, Ala viuda, el huérfano y el extranjero de la Escritura. El Obispo sabe que Jesús fue la compasión de Dios por los pobres y por eso entra en la vida de los pobres.

El Obispo y su presbiterio

24. Otro de los temas que emergió claramente en las intervenciones sinodales es la atención privilegiada que el Obispo ha de tener para con los sacerdotes de su presbiterio y con los diáconos, sus inmediatos colaboradores partícipes ministeriales del sacerdocio que él posee en plenitud. Ellos piden al Obispo un testimonio de bondad. En el diálogo cercano los comprende, los anima y los defiende de toda tendencia a la mediocridad. Es padre y hermano de los sacerdotes de su diócesis. Los sacerdotes necesitan ternura y entrega por parte del Obispo. El Consejo presbiteral, los decanos o arciprestes expresan esta dimensión de comunión con todo su presbiterio.

Pastoral vocacional

25. También ha sido corroborada la idea de que en el corazón del Obispo debe ocupar un lugar privilegiado el Seminario y el cuidado paternal y el seguimiento de sus seminaristas. En la vida de una Diócesis el Seminario es un bien precioso, que hay que rodear de afecto, atención y cuidado y que hay que sostener sobre todo con la oración. Las vocaciones necesitan silenciosos intercesores ante el "señor de la mies". Sólo la oración nos hace verdaderamente sensibles al grave problema de las vocaciones al sacerdocio y sólo la oración permite que la voz del Señor, que llama, sea oída. El mismo empeño hay que poner en las vocaciones a la vida de especial consagración y a la vida misionera, como ha recordado nuevamente el Papa en la Novo Millennio Ineunte (24) (cfr. n. 46). Todo esto, como se ha dicho también en las intervenciones de los Padres sinodales, se tiene que realizar en el contexto de una pastoral vocacional amplia y profunda, que haga partícipes a las parroquias, los centros educativos y las familias, promoviendo una reflexión más profundizada sobre los valores esenciales de la vida y en la vida misma como vocación. También en esta obra el obispo es servidor del Evangelio para la esperanza, ya que se trata de ayudar al hombre a que descubra en su historia la presencia buena y paterna de Dios, que es el Padre al que nos podemos confiar totalmente.

El Obispo y los consagrados

26. La Exhortación post-sinodal Vita Consecrata ha señalado la importancia que asume la vida consagrada en el ministerio episcopal. Con anterioridad, el documento Mutuae relationes indicaba caminos o maneras de integración de los consagrados en la vida eclesial diocesana. La vida consagrada enriquece nuestras Iglesias particulares, haciendo aún más evidente en ellas los dones de la santidad y de la catolicidad. Por medio de muchas de sus obras y de su presencia en los lugares en los que institucionalmente se cuida del hombre, como las escuelas y otros lugares educativos, los hospitales, etc. los consagrados manifiestan y desarrollan la presencia de la Iglesia en el mundo de la salud, de la educación y del crecimiento completo de la persona. Sin embargo, en el debate sinodal se indicó la necesidad del cuidado que el Obispo ha de tener de este don del Espíritu a la vida de la Iglesia, no tanto en lo que pueda significar de actividad apostólica y funcional, sino y principalmente, en el hecho de la misma consagración de un bautizado o bautizada, que embellece y hace crecer a la Iglesia. Ella se siente especialmente reconocida y agradecida a la labor de la vida consagrada a su testimonio y a su trabajo, muchas veces pesado y escondido. Además resulta claro de varias intervenciones sinodales que el Obispo debería mantener su corazón siempre abierto a todas las formas de vida consagrada acogiéndolas e integrándolas en la vida de la Iglesia diocesana, y dándoles lugar en los proyectos pastorales diocesanos. De manera especial tiene que hacerse cercano a aquellos institutos diocesanos que pasan por momentos de crisis a causa de diversos motivos y atenderlos con paternal bondad y solicitud.

El Obispo y los laicos

27. La consciencia de que el laicado es la mayoría del pueblo fiel del Dios, y en ellos se evidencia la fuerza misionera del bautismo, debe mover al Obispo a una actitud de paternal aliento y cercanía, como un verdadero servicio de la Iglesia jerárquica. El laicado espera de esta ayuda. Necesitan los laicos acompañamiento y ayuda para no caer en la pasividad y ser formados en las potencialidades de cada uno. El fiel laico extrae su deber en el apostolado del sacramento mismo del Bautismo y de la Confirmación, los sacramentos que, junto a la Eucaristía, son los sacramentos de la Iniciación Cristiana y que, especialmente en el apostolado de los laicos, resaltan y desarrollan su dinamismo misionero. Este apostolado, sin embargo, tiene que ser siempre ejercido en la comunión con el Obispo. No ha de perderse de vista la importancia del apostolado seglar asociado. También los movimientos enriquecen a la Iglesia y necesitan del servicio de discernimiento de los carismas, propio del Obispo. De manera especial se ha mencionado en el aula la preocupación que el Obispo ha de tener por la familia, la iglesia doméstica, y por los jóvenes, quienes necesitan certezas que les lleguen al corazón, testimonios de vida y mucha bondad.

La parroquia

28. Una ocasión privilegiada del encuentro del Obispo con sus fieles es la visita pastoral a las parroquias. La parroquia todavía hoy sigue siendo un núcleo fundamental en la vida cotidiana de la diócesis. Por eso, la cercanía del Obispo y el encuentro con el párroco, con los laicos de las diversas instituciones y con todo el Pueblo fiel de Dios reanima y enfervoriza la vida diocesana en torno a la figura de su Pastor. Para que el Obispo pueda ejercer esta función, fue justamente señalada, la necesidad de su permanencia en la diócesis.

La Curia diocesana

29. Para todo su trabajo pastoral, tiene una gran importancia para el Obispo, la elección de sus colaboradores más inmediatos y una buena organización de su Curia diocesana, la cual es un organismo de servicio a la comunión eclesial y por lo tanto no debería ser considerada como un instrumento de orden meramente administrativo sino fundamentalmente como una cálida expresión de la caridad pastoral, donde el Obispo comparte su vida comunitaria con sus estrechos colaboradores. Se mencionó además la importancia de los Tribunales Eclesiásticos.

Plan diocesano de pastoral

30. Como expresión de comunión diocesana también se indicó la importancia que tiene un plan diocesano de pastoral que aúne la oración y los esfuerzos de la Iglesia local en torno a metas y objetivos determinados. De esta manera no sólo se multiplican las potencialidades sino también se evitan eventuales pastorales paralelas. Uno de los requisitos esenciales para que el Obispo pueda elaborar un buen plan de pastoral es escuchar previamente las inquietudes y necesidades del Pueblo fiel de Dios, y eventualmente pensar en la posibilidad de realizar sínodos diocesanos, como lugares donde vivir una experiencia de comunión.

Inculturación

31. Al ejercer su servicio de magister fidei y doctor veritatis el obispo contribuye también, por su parte, al proceso de inculturación, recordado también en las intervenciones de los padres sinodales. Se ha repetido la expresión del Santo Padre según la cual "Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida" (25). Este proceso, lo sabemos bien, no consiste en una mera adaptación externa, sino que, como se dijo en el Sínodo de 1985 y fue retomado por Juan Pablo II (26), "significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas". El obispo, de todas formas, deberá tener siempre bien presente los dos principios fundamentales que guían este proceso de inculturación y que son la compatibilidad con el Evangelio y la comunión con la Iglesia universal (27).

La pastoral de la cultura

32. La inculturación del Evangelio está, por otro lado, conectada con una pastoral de la cultura, que tiene en cuenta tanto la cultura moderna y posmoderna como las culturas autóctonas y los nuevos movimientos culturales, de todo aquello que, en fin, constituye los antiguos y nuevos areópagos para la evangelización. En efecto, es evidente, y ha sido así afirmado en esta Aula, que una pastoral de la cultura es decisiva para la aplicación de esa "nueva evangelización" en la que insiste tan a menudo Juan Pablo II y que se muestra tan necesaria para echar semillas de esperanza capaces de hacer germinar la civilización del amor. Por otra parte, los muy generosos y sinceros esfuerzos de inculturación del Evangelio, prodigados por tantos misioneros, sacerdotes, religiosos y laicos, advierten la necesidad de una orientación y acompañamiento confiados y fraternos por parte del Obispo, de las Conferencias Episcopales y de la santa Sede.

El Obispo y los medios de comunicación

33. En el ámbito del anuncio del Evangelio y de la inculturación, los medios de comunicación social representan un papel especial, sobre todo en nuestra época que asiste al desarrollo de enormes potencialidades tecnológicas. Como ya ha sido señalado, el mundo de las comunicaciones es ambivalente. Nosotros, sin embargo, tenemos la posibilidad de usar estos instrumentos para promover la verdad del Evangelio y difundir los mensajes de esperanza y de fe que tanto sigue necesitando el mundo. Se ha señalado la importancia que tiene desarrollar en nuestras Diócesis un plan pastoral para las comunicaciones, alentando la creatividad y la competencia sobre todo de nuestros fieles laicos. En efecto, no sólo hay que garantizar la ortodoxia de un mensaje, sino que también hay que preocuparse de que sea escuchado y acogido. Ello significa que hay que asignar también a la formación en la comunicación los espacios necesarios en nuestros seminarios, en las casas religiosas y en los programas de formación permanente de los sacerdotes, de los religiosos y de los fieles laicos. En el contexto de un Sínodo que ve la misión del Obispo desde la perspectiva del anuncio del Evangelio para la esperanza del mundo es muy importante que nosotros no fallemos como mensajeros y como comunicadores.

IV - El Obispo al servicio de la comunión en el mundo

Misionariedad

34. La Iglesia es el pequeño rebaño que continuamente sale de sí misma en misionariedad; y el Obispo, hombre de Iglesia, también sale de sí mismo para anunciar a Jesucristo al mundo. Es un Acaminante@ y se expresa con gestos que hablan. No se deja aprisionar por una iglesia eventualmente paralizada por sus propias tensiones interiores. Encarna la projimidad de la Iglesia al hombre de nuestro tiempo, en el radicalismo del testimonio de Jesucristo. Algunas intervenciones se han referido al papel profético del Obispo, a la exigente parresía. Al salir de sí mismo para anunciar a Jesucristo, el Obispo se hace cargo de su misión también en tiempos de conflicto como pontífice, puente que ayuda a la paz. Su papel profético también anuncia la revelación de Jesucristo en un tiempo como el nuestro, signado por una crisis de valores, en el que faltan valores o se defienden antivalores y donde incluso, dentro de la misma Iglesia, se dan procesos de autosecularización y ambivalencia. Con pasión de pastor que sale a buscar a la oveja perdida y la que no es de su rebaño, el Obispo desenmascara las falsas antropologías, rescata los valores sometidos a procesos ideológicos y sabe distinguir la verdad primera: que el Verbo es Avenido en carne@ (1 Jn 4,2), evitando que la suficiencia humana la despoje y la transforme en una cosmovisión gnóstica o neopelagiana de la realidad.

El Obispo, operador de justicia y paz

35. En el área de esta misionariedad los Padres sinodales señalaron al Obispo como un profeta de justicia. Hoy día la guerra de los poderosos contra los débiles ha abierto una brecha entre ricos y pobres. Los pobres son legión. Frente al sistema económico injusto con desajustes estructurales muy fuertes cada vez es peor la situación de los marginados. Hoy hay hambre. Los pobres, los jóvenes, los refugiados, son las víctimas de esta nueva civilización. También la mujer en muchas partes es menospreciada y objeto de la civilización hedonista. El Obispo ha de predicar incansablemente la doctrina social que se desprende del Evangelio y que la Iglesia ha explicitado desde la época de los primeros padres. Doctrina social que es capaz de sembrar esperanza porque nos hermana en la filiación divina y nos hace caer en la cuenta de que si no hay esperanza para los pobres tampoco la habrá para los ricos.

El Obispo, promotor del diálogo

36. Se hizo notar en diversas ocasiones que también el Obispo ayuda con su ministerio a la comunión entre los hombres respetando sus creencias sus tradiciones y acercando, como artífice del diálogo posiciones enfrentadas o simplemente opuestas. Al respecto, se destacó el papel fundamental que debe ocupar el Obispo en la promoción del diálogo interreligioso. Algunos Padres han mencionado la necesidad de insistir en las relaciones con el Islam.

El Obispo, anunciador de esperanza

37. La misionariedad del Obispo al mundo siembra esperanza. Se dijo que el mundo actual es un escenario de desesperanza, porque en verdad una cultura inmanentista margina cualquier esperanza auténtica. Los marginados, desencantados de sus líderes vuelven a Dios; confían en sus pastores, ponen su esperanza en la Iglesia. Aquí también aparece el coraje apostólico del Obispo, verdadero liturgo de la esperanza, que recibe tanto cuanto espera; porque sin esperanza toda la acción pastoral del Obispo sería estéril. El Obispo ante el mundo tiene que anunciar a Dios en Cristo, a un Dios con rostro humano, a a Dios con nosotros, porque la certeza de su fe crea esperanza en los otros.

Conclusión

38. Con Ustedes soy cristiano, para Ustedes soy Obispo. Quisiéramos terminar esta relación con las mismas palabras de San Agustín. Nos queda ahora a los Padres, reflexionar sobre los puntos anteriormente señalados y otros más para poder esbozar el perfil de la imagen del Obispo que la Iglesia necesita para cumplir su misión en este inicio del tercer milenio: hombre de Dios en camino con su pueblo, hombre de comunión y misionariedad, hombre de esperanza servidor del Evangelio para la esperanza del mundo . Sabemos que todo el mundo anhela esa Aesperanza que no defrauda (Rm 5,5), por ello el Obispo no puede sino ser el predicador de la esperanza que nace de la cruz de Cristo: ave crux spes unica.

39. La cruz es misterio de muerte y de vida. De la Cruz ha venido a nosotros el don de la vida. El Obispo que anuncia el Evangelio como esperanza para el mundo es aquel que anuncia la victoria de vida sobre la muerte y en la luz del Resucitado repite el credo vitam aeternam: es el artículo con el que se concluye el símbolo de la fe. Algunas intervenciones de los padres sinodales han pedido que nos preguntáramos si, en nuestra predicación, situados como estamos en contextos culturales impregnados de los valores de la tierra y del tiempo presente, nosotros situamos en el puesto justo el anuncio de los novissimi y de la vida eterna, como objeto específico de la esperanza cristiana. La Iglesia de la que nosotros somos obispos es la Iglesia peregrina en la tierra. Durante nuestra asamblea sinodal estamos hablando de nuestro ministerio en esta fase de la historia de la salvación, interrogándonos sobre cómo ser creíbles y válidos ministros del Evangelio para la esperanza del mundo. Cuano, al terminar los trabajos sinodales, volvamos a nuestras Iglesias particulares, celebraremos con toda la Iglesia los méritos y la gloria de Todos los santos. En esa asamblea, la Santa Madre de Dios, "quoadusque advenerit dies Domini, tamquam signum certae spei et solatii peregrinanti Populo Dei praelucet" (28). María es el testimonio mayor de la esperanza cristiana, es la mater spei. Bajo su protección maternal le pedimos nos enseñe a caminar este camino de la esperanza para el servicio; este camino que nos abre a la alegría del anuncio, al encuentro de Jesucristo, el Hijo de Dios vivo.

Cuestiones para los Círculos Menores

Después de la discusión a través de las intervenciones en el aula se proponen algunas cuestiones que parecen útiles para el diálogo en los círculos menores.

1. A la luz de las frecuentes y ricas intervenciones en el aula en las que se han dicho muchas cosas sobre el ministerio del Obispo como maestro de la fe y doctor de la verdad se ruega a los círculos menores que realicen una reflexión más profunda sobre aspectos y puntos de la doctrina de la fe en los que, en la situación actual debe insistir principalmente el Obispo para ejercer su magisterio en la Iglesia particular.

2. Debiendo ser el Obispo maestro en la vida espiritual para todos en su diócesis, se pregunta con qué iniciativas podría realizar este oficio. Como condición fundamental para este ministerio será necesario subrayar que el Obispo a sus ovejas con el propio ejemplo. Se pregunta cuales son las líneas específicas que podría vivir santamente el Obispo. Examínese la relación entre ministerio y santificación del Obispo. Dese una ulterior explicación de las raíces de la espiritualidad del Obispo en la gracia sacramental del episcopado.

3. Teniendo presentes las intervenciones en el aula y la doctrina del Concilio Vaticano II en el capítulo III de la Constitución dogmática Lumen gentium y de los Decretos Christus Dominus y Presbiterorum ordinis, descríbase cómo debería comportarse el Obispo en la relación con sus sacerdotes y su presbiterio. Prestese atención a la prioridad absoluta de esta relación al Obispo con respecto a los que son sus colaboradores próvidos y necesarios. Consecuencias prácticas sobre la disponibilidad y accecibilidad del Obispo. Iniciativas posibles para fortalecer los lazos de comunión entre el Obispo y los presbíteros.

4. Cómo puede el Obispo promover una pastoral vocacional partiendo de presentar la misma vida como vocación? Cómo puede llegar esta pastoral más concretamente la vocación específica al sacerdocio? Descríbase la relación del Obispo con sus futuros sacerdotes, con los seminaristas que se preparan ya al sacerdocio. Ciertos rasgos sobre la formación de los seminaristas sobre todo en la parte que corresponde personalmente al Obispo.

5. Además de la relación jurídica de comunión jerárquica, cómo podría fomentarse la colegialidad afectiva, más aún, el vínculo de comunión entre los Obispos como sucesores de los Apóstoles y el Sucesor de Pedro? Qué iniciativas se podrían tomar para aumentar esos lazos de caridad y para que se manifieste mejor tal comunión a todos, creyentes y no creyentes en todo el mundo?

6. Podrían las reuniones de Obispos de la misma Provincia Eclesiástica celebradas con mayor frecuencia ser un medio para una mejor y más concrete actuación de la colegialidad en orden a la evangelización y para resolver problemas pastorales de los fieles que habitan un territorio más determinado y homogéneo?

7. Cómo puede el Obispo alentar a todos con respecto a la vida en la parroquia como lugar central al que conviene que hagan también referencia todos los fieles en su actividad apostólica y espiritual sea individual o asociada?

8. Cómo podría organizarse la Curia diocesana para que sea expresión de la caridad pastoral del mismo Obispo y ser fiel instrumento para gobernar la diócesis y lugar de participación y corresponsabilidad en los ámbitos de santificación y apostolado? Considérese también la importancia de la administración y de los Tribunales dentro de la Curia.

9. Qué opciones concretas deberían hacerse para que el Obispo ante su Iglesia particular y dentro de ella testifique una verdadera pobreza? Cómo puede llegar a la auténtica imagen de Obispo pobre y libre de todo vínculo por el Reino? Dificultades que hay que superar para este fin y que impiden el ejercicio de la bienaventuranza evangélica de la pobreza. Cómo podría ser defensor de la Aviuda, el huérfano y el extranjero en el sentido actual de estos términos?

10. Sobre la inculturación en concreto, en este tiempo en el que rápidamente se cambian en modo radical las condicione sociológicas de nuestras ciudades, préstese atención hacia ciudades cada vez más multireligiosas, multiétinicas y multiculturales, y a las consecuencias pastorales de este hecho para el Obispo en el tercer milenio. Evolución específica con respecto también a este hecho en las ciudades de inmenso crecimiento (megalópolis).

______________________________

(1) Sermo 340, 1.

(2) CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei Verbum, 1.

(3) CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, 12.

(4) Cf. Ibidem 6.

(5) CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIEDEI, carta Communionis notio (28.05.1992); 3: AAS 85 (1993), 839.

(6) Instrumentum Laboris, 64.

(7) Intrumentum Laboris, 63.

(8) Cf. JUAN PABLO II, Nuovo millenio ineunte, 31.

(9) Juan Pablo II, Homilía de la Misa de apertura de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (30 de septiembre de 2001), 3-4.

(10) Act. 4 ,32: "Multitudinis autem credetium erat cor unum et anima una; nec quisquam eorum, quaquae possidebat, aliquid suum esse dicebat; sed erant illis omnia communia".

(11) Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución apostólica sobre la Iglesia, Lumen gentium, 23.

(12) Cf. Idem; Juan Pablo II, Discurso a la Curia Romana, 20.12.1990, N. 9: AAAS 83 (1991), 745-747.

(13) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad gentes, 38.

(14) SYNODUS EPISCOPORUM (1985), Relatio finales Ecclesia sub Verbo Dei, II, C, 4.

(15) Ibidem, II, 8, c.

(16) Cf. JUAN PABLO II, Discurso a la Curia Romana (28 de junio de 1986): AAS (1987), 198.

(17) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decretum de Episcoporum pastorali munere in Ecclesia Christus Dominus, 8; CIC c. 381; CCEO c. 178.

(18) Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. Dogmática Pastor aeternus, 3.

(19) PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 48.

(20) Cf. Instrumentum laboris, 100 - 110.

(21) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 25.

(22) Instrumentum laboris, 106.

(23) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 25.

(24) Cf. JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, 46.

(25) PONTIFICIO CONSEJO DE LA CULTURA, carta del 20 de mayo de 1982.

(26) Cf. JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris Missio (07.12.1990) 52: AAS 83 (1991).

(27) Cf. ibidem, 54.

(28) Concilio Ecuménico Vaticano II, Lumen gentium, 68.

[00306-04.04] [nnnnn] [Texto original: latino]

AVISOS

TRABAJOS SINODALES

Concluida la Décimo Octava Congregación General de esta mañana, ha comenzado la Tercera Sesión de los Círculos Menores para la continuación de la discusión sobre el tema sinodal. Los trabajos de los Círculos Menores continuarán esta tarde, mañana sábado 13 de octubre de 2001 y el lunes 14 de octubre de 2001. Las Relaciones de los Círculos Menores serán presentadas en el Aula el martes 16 de octubre de 2001, en la Décimo novena y Vigésima Congregaciones Generales.

Es tarea del Relator del Círculo Menor resumir las opiniones expresadas relativas a un determinado argumento para cada sesión o en la conclusión de la discusión, indicando los puntos de acuerdo o de desacuerdo; preparar una relación en la conclusión de la discusión en el círculo, para someter a la aprobación de los miembros; presentar la relación en la Congregación General; preparar el resumen de la relación para el Boletín Synodus Episcoporum, publicado en 6 versiones lingüísticas bajo el cuidado de la Sala de Prensa de la Santa Sede. Además tiene la tarea de preparar los borradores de las proposiciones y de colaborar en la composición de la Lista integrada de las propuestas; preparar, en la conclusión de la discusión enmiendas individuales y enmiendas colectivas, someter a los miembros del Círculo Menores para su aprobación; colaborar con el Relator General en el estudio de las enmiendas colectivas y la preparación de la Lista final de las propuestas.

CONFERENCIA DE PRENSA

La segunda Conferencia de Prensa sobre los trabajos de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, después de la Relación Posterior a la Discusión tiene lugar hoy, viernes 12 de otubre de 2001, a las 12.45 horas, en el Aula Juan Pablo II de la Sala de Presnsa de la Santa Sede.

Intervendrán:

  • S.E.R. Mons. Jorge Mario BERGOGLIO, S.I., Arzobispo de Buenos Aires (Argentina), Relator General Adjunto

  • S. Em. R. Card. Bernard AGRÉ, Arzobispo de Abiyán (Costa de Marfil), Presidente delegado
  • S. Em. R. Card. Ivan DIAS, Arzobispo de Bombay (India), Presidente delegado
  • S.E.R. Mons. John Patrick FOLEY, Arzobispo titular de Neapoli di Proconsolare y Presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Presidente de la Comisión para la información
  • S.E.R. Mons. Telesphore Placidus TOPPO, Arzobispo de Ranchi (India), Vicepresidente de la Comisión para la información

[00267-04.02] [nnnnn] [Texto original: plurilingüe]

"BRIEFING" PARA LOS GRUPOS LINGÜÍSTICOS

El décimo briefing para los grupos lingüísticos tendrá lugar el martes 16 de octubre de 2001, a las 13:10 horas (en los lugares de los briefing y con los Responsables de Prensa indicados en el Boletín n. 2).

Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para el permiso de acceso (muy restringido).

"POOL" PARA EL AULA DEL SÍNODO

El décimo "pool" para el Aula del Sínodo será formado para la oración de apertura de la Décimo Novena Congregación General del martes por la mañana, 16 de octubre de 2001.

En la Oficina de Información y Acreditación de la Sala de Prensa de la Santa Sede (entrando a la derecha) están a disposición de los redactores las listas de inscripción al pool.

Se recuerda que los operadores audiovisuales (cámaras y técnicos) y fotógrafos tienen que dirigirse al Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para la participación en el pool para el Aula del Sínodo.

Se recuerda a los participantes al pool que estén a las 8:30 horas en el Sector de Prensa, montado en el exterior, frente a la entrada del Aula Pablo VI, desde donde serán llamados para acceder al Aula del Sínodo, siempre acompañados por un oficial de la Sala de Prensa de la Santa Sede y del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales

BOLETÍN

En el próximo Boletín N. 22 de hoy será publicado el Mensaje del Patriarca Ecuménico al Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos del 30 de septiembre de 2001, leído por el Delegado fraterno para el Patriarcado Ecuménico, Em.cia Ambrosius, Metropolita Oulu, Iglesia Ortodoxa de Finlandia, en la Décimo Sexta Congregación General del jueves por la mañana 11 de octubre de 2001.

Además, en este Boletín N. 22 serán publicados los resúmenes de las intervenciones de dos Padres sinodales que han podido hablar en la Décimo Séptima Congregación General del jueves por la tarde 11 de octubre de 2001, por falta de tiempo.

El Boletín N. 23 sobre los trabajos de la Décimo Novena Congregación General de la X Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos del martes 16 de octubre de 2001, estará a disposición de los Señores periodistas acreditados, en la conclusión de los trabajos de la Congregación.

HORARIO DE APERTURA DE LA SALA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE

  • Viernes 12 de octubre de 2001: 9 - 16
    Conferencia de Prensa
  • Sábado 13 de octubre de 2001: 9 - 14
  • Domingo 14 de octubre de 2001: 11 - 13
  • Lunes 15 de octubre de 2001: 9 - 15
  • Martes 16 [Feriado en el Vaticano]: 9 - 16
    Briefing
  • Miércoles 17 de octubre de 2001: 9 - 16
    Briefing con Padre sinodal
  • Jueves 18 de octubre de 2001: 9 - 15
  • Viernes 19 de octubre de 2001: 9 - 15
  • Sábado 20 de octubre de 2001: 9 - 14
 
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