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SOBRE LA AUTORIDAD DOCTRINAL
DE LA INSTRUCCIÓN «DONUM VITAE»
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Después de casi dos años de la publicación de la Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, del 22 de febrero de 1987, continúa con creciente interés el debate teológico dirigido a profundizar sus principios y argumentaciones. Los estudios, ensayos, recensiones y comentarios publicados, tanto en el mundo católico como en el no católico, superan ampliamente el centenar. Mientras tanto la investigación biomédica en el campo de la procreación asistida continúa con un ritmo aparentemente imparable, perfeccionando cada vez más las técnicas ya probadas, y proponiendo nuevos métodos, en el intento de superar la perplejidad y las consecuencias negativas hasta ahora encontradas.

La intervención de la Iglesia, «se inspira en el amor que debe al hombre, al que ayuda a reconocer y a respetar sus derechos y sus deberes» (Donum vitae, introducción, 1), continúa, sin embargo, encontrando una tenaz resistencia en la difundida mentalidad tecnicista y práctica, que no alcanza a entender por qué licito usar una tecnología que ya ha conseguido producir varios cientos de seres humanos.

El impacto producido por los éxitos obtenidos y profusamente publicados ejerce de hecho un influjo deslumbrante, hasta el punto de que muchos son incapaces de percibir la lógica deshumanizadora que contiene la fabricación de un hijo. Y de este modo ocurre que, incluso entre los que admiten que no todo lo que es técnicamente posible es automáticamente aceptable desde un punto de vista moral, haya alguno que se pregunte cándidamente qué hay de malo en el intento de obtener una concepción humana de modo distinto al de la unión sexual entre el hombre y la mujer.

Las vacilaciones y discordancias dentro del campo católico han contribuido no poco a complicar todavía más la cuestión. Sobre todo, es difícil valorar la gravedad de la decisión de algunas clínicas universitarias católicas de continuar, en ciertos casos, la práctica de la fecundación «in vitro» homóloga. Después de la clara condena contenida en el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, esta resolución, desde el momento que se ha hecho pública se ha convertido en un desafío.

Los responsables de esta —probablemente al margen de sus intenciones— gravísima rebelión buscan todavía justificarse declarando que respetan la Instrucción romana, pero que no comprenden sus razones y, por lo tanto, sobre el carácter ilícito del recurso a la FIVET homóloga, no han alcanzado el grado de certeza moral que consideran indispensable para suspender la utilización de tal técnica.

Aun en estas difíciles circunstancias, no han faltado las voces de los que, con prontitud y valentía, han expresado su clara adhesión a la enseñanza de la Donum vitae, y han declarado que el caso era más grave en cuanto implicaba una pública oposición al Magisterio de la Iglesia. Esta cuestión, en efecto, no se podía interpretar sólo como un intento de formarse un juicio personal de conciencia en relación a una determinada práctica. Las declaraciones de los responsables de algunas Universidades, vertidas en los mass media, constituyen más bien la elaboración de una doctrina moral que afirma que es lícito en ciertas condiciones precisamente lo mismo que, en esas mismas condiciones, el Magisterio de la Iglesia ha declarado ilícito. Un disenso doctrinal de este tipo es, pues, contrario a las reglas propias a la comunión católica (cfr CIC 754).

Puede que previendo éstas y otras posibles dificultades, en la parte conclusiva de la Donum vitae se incluyó «una confiada y alentadora invitación a los teólogos y sobre todo a los moralistas, para que profundicen y hagan más accesibles a los fieles las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia» (Donum vitae, conclusión). Estas palabras reflejan ciertamente una preocupación sentida y realista no sobre la transparencia lógica de la argumentación propuesta, ni mucho menos sobre la verdad de la precedente enseñanza magisterial, sino sobre la disponibilidad a la recepción de su doctrina en cada una de las diversas situaciones. Preocupación fundada, si se piensa en la historia reciente —conocida por todos— de la recepción de otros documentos del Magisterio romano sobre materias análogas, desde la encíclica Humanae vitae —se conmemora este año su vigésimo aniversario— hasta la Carta sobre el cuidado pastoral de las personas homosexuales, publicada el 1 de octubre de 1986.

Pero la invitación antes citada demuestra también una fuerte conciencia por parte del Magisterio de haber vuelto a proponer de modo explícito, orgánico y autorizado, puntos doctrinales sobre la dignidad de la persona, el valor de la vida humana y la nobleza del amor conyugal cuya enseñanza aparece como absolutamente esencial para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia. La Iglesia siente, tal vez como nunca, la responsabilidad no sólo de la eterna salvación del hombre, sino también del bien común temporal desde el punto de vista de la conciencia; este bien común, de hecho, ya se ha puesto en peligro tanto por la carrera de armamentos, como por la locura de un dominio siempre mayor del hombre que pasa a través del control y la manipulación tecnológica del origen mismo de la vida. Así como la contracepción ha acabado por inducir al aborto, se torna evidente que la procreación artificial pone los presupuestos operativos para una selección cultural discriminatoria en relación a los niños procreados (eugenismo).

La Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación no podía haber elegido un título más significativo. Pero parece que algunos no han sido capaces de percibirlo, tal vez por haberles afectado de modo unilateral las severas condenas del documento en relación a las técnicas de procreación artificial que es lo más destacado por los medios de comunicación. La Donum vitae, en efecto, convirtiéndose en renovado portavoz de la doctrina católica, condena la fecundación artificial heteróloga —es decir, con la utilización de gametos tomados de un tercero— en cuanto «contraria a la unidad del matrimonio, a la dignidad de los esposos, a la vocación propia de los padres y al derecho de los hijos a ser concebidos y traídos al mundo en el matrimonio y por el matrimonio» (Donum vitae, parte II, 2). Por los mismos motivos, se declara también ilícita la maternidad sustitutiva.

En lo que respecta a la fecundación e inseminación artificial homóloga, aunque se reconoce que no posee «toda la negatividad ética de la procreación extraconyugal» (Donum vitae, II, 5), el hecho de que la concepción acaezca en virtud de la intervención técnica hace que, objetivamente, la procreación de la persona humana —independientemente de las intenciones de los esposos y de los médicos— no sea el término y el fruto de un acto conyugal. En consecuencia, se mutila su perfección más natural y específica, ya que la unión sexual es el modo querido por Dios para que los esposos puedan cooperar con Él en la transmisión de la vida a nuevas personas humanas.

Por este motivo, la Instrucción declara sin dudar que «la Iglesia es contraria desde el punto de vista moral a la fecundación homóloga in vitro; ésta es en sí misma ilícita y contraria a la dignidad de la procreación y de la unión conyugal, aun cuando se pusieran todos los medios para evitar la muerte del embrión humano» (Donum vitae, II, 5).

La Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe destaca de modo profundo y radical la importancia de la íntima conexión entre el amor conyugal y la generación de los hijos, entre la fecundidad humana y la fecundidad divina. La procreación humana no puede considerarse sólo corno una consecuencia, por decirlo así, fisiológica del amor, sino como algo que forma parte de la dinámica de la donación esponsal y que participa por tanto de la doble dimensión, corporal y espiritual de la persona humana.

A decir verdad, tal afirmación —reafirmada en el momento histórico en el cual se ha hecho realidad la procreación sin sexo— no puede considerarse como una «novedad absoluta»: ha estado presente en la tradición doctrinal de la Iglesia, y propuesta más veces por el Magisterio pontificio durante este siglo. La Donum vitae, muy oportunamente, antes de concluir advierte que «las precisas indicaciones contenidas en esta Instrucción no pretenden frenar el esfuerzo de reflexión, sino más bien darle un renovado impulso» (Donum vitae, conclusión); pero inmediatamente añade: «por el camino de la irrenunciable fidelidad a la doctrina de la Iglesia» (ibid.).

Cuando se desvanece este principio de buena metodología teológica y se toma una posición contraria a la doctrina moral propuesta sin posibilidad de equivocación y autorizadamente por el Magisterio de la Iglesia, una de dos: o no se reconoce la competencia específica del Magisterio in re morali, o bien, no se acepta que tal documento tenga un carácter magisterial. Ahora bien, la primera alternativa es manifiestamente errónea, teniendo como base las veces que el mismo Magisterio ha declarado su propia autoridad in moribus (Conc. Vaticano II, const. Lumen gentium, n. 25; Pablo VI, enc. Humanae vitae, n. 4; Congregación para la Doctrina de la Fe, decl. Mysterium Ecclesiae, 24 de junio de 1973: AAS 65 [1973] 401) y es teológicamente cierto que el Magisterio es competente para juzgar si una materia pertenece o no al objeto de la propia competencia.

En lo que respecta a la segunda posibilidad, la naturaleza magisterial de la Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación se deduce tanto de la forma como del contenido. La Donum vitae es, en efecto, un documento de naturaleza doctrinal sobre una cuestión moral, aprobado por el Papa y legítimamente publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe. En efecto, se dice expresamente: «El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de la Audiencia concedida al suscrito Prefecto después de la reunión plenaria de esta Congregación, ha aprobado la presente Instrucción y ha ordenado su publicación» (Donum vitae, in fine).

La Congregación para la Doctrina de la Fe es la primera entre las Congregaciones que constituyen el organismo —la Curia Romana— mediante el cual «el Romano Pontífice suele tramitar los asuntos de la Iglesia universal, y que realiza su función en nombre y por autoridad del mismo para el bien y servicio de las Iglesias» (CIC, 360). A tal Congregación le corresponde específicamente la salvaguarda de la doctrina de la fe y la moral. Y es «cumpliendo su tarea de promover y tutelar la enseñanza de la Iglesia» (Donum vitae, conclusión), como ha elaborado el documento firmado por el Prefecto de la Congregación, el Cardenal Ratzinger, y el secretario, Mons. Bovone.

Incluso el estilo de la Donum vitae corresponde al de un documento de auténtico Magisterio: habla continuamente en nombre y con la autoridad de la Iglesia (por ejemplo se usan estas expresiones significativas: la intervención de la Iglesia [introducción, 1], la Iglesia propone [ibidem], la Iglesia ofrece [introducción, 5], la Iglesia prohíbe [parte 1, 5], la Iglesia es contraria [parte 2, 5], la Iglesia recuerda al hombre [conclusión]) y desde el preámbulo dice que «no pretende reproducir toda la enseñanza de la Iglesia sobre la dignidad de la vida humana naciente y de la procreación, sino ofrecer, a la luz de la doctrina precedente del Magisterio, una respuesta específica a los problemas planteados» (Donum vitae, preámbulo). De hecho, como ya habíamos dicho, continuamente se hace referencia a las enseñanzas anteriores, consolidando así la linea de continuidad y homogeneidad doctrinal.

En este sentido, son especialmente indicativas dos afirmaciones de la introducción. «El Magisterio de la Iglesia» —dice la Donum vitae, especificando de este modo su propia naturaleza magisterial— «no interviene en nombre de una particular competencia en el ámbito de las ciencias experimentales. Al contrario, después de haber considerado los datos adquiridos por la investigación y la técnica, desea proponer, en virtud de la propia misión evangélica y de su deber apostólico, la doctrina moral conforme a la dignidad de la persona y su vocación integral» (Introducción, 1).

Y un poco más adelante, indica el fin último del documento: «La Iglesia propone la ley divina para promover la verdad y la liberación» (Introducción, 1), es decir, que el promover el respeto de las normas morales propuestas forma parte esencial de su misión salvífica.

A esta altura, no se ve cómo se puede negar objetivamente a la Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y de la dignidad de la procreación la obediencia en el juicio y en la práctica, que los fieles están obligados a prestar a la legítima autoridad de la Iglesia cuando propone una doctrina o rechaza unas opiniones erróneas (cfr CIC 754).

 


* El Don de la vida. Instrucción y comentarios 5ªed., Ediciones Palabra, Madrid, 1992; cf. Nota publicada en L'Osservatore Romano el 24 de diciembre de 1988.

 

 

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