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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN PARTICIPADO
EN LA MISA DE BEATIFICACIÓN

Lunes 16 de mayo de 2005

 

Queridos hermanos y hermanas: 

Con alegría os acojo hoy a todos vosotros, que habéis venido para participar en el rito de beatificación de la madre Ascensión del Corazón de Jesús Nicol Goñi y de la madre Mariana Cope, que tuvo lugar el sábado por la tarde en la basílica vaticana. Estas dos nuevas beatas, testigos ejemplares de la caridad de Cristo, nos ayudan a comprender mejor el sentido y el valor de nuestra vocación cristiana.

Queridos peregrinos, habéis venido a Roma para revivir el mensaje misionero que ha dejado a la Iglesia, con su vida y su obra, la madre Ascensión del Corazón de Jesús Nicol Goñi, que acaba de ser proclamada beata. Os invito a conservar en el corazón el ardor apostólico, nacido del amor a Jesús, que la madre Ascensión vivió y supo infundir en sus hijas espirituales.

Al saludar cordialmente a mis hermanos en el episcopado, a las diversas autoridades y fieles que han participado en este significativo acontecimiento, me dirijo especialmente a las Dominicas Misioneras del Rosario, que a ejemplo de su beata fundadora nos ayudan a revivir, en nuestro tiempo, el espíritu de santo Domingo. Mantened viva la experiencia de la cercanía de Dios en la vida misionera —"¡Qué cerquita se siente a Dios", decía la madre—, el espíritu de fraternidad en vuestras comunidades, dispuestas a ir donde más os necesite la Iglesia, con el estilo emprendedor que llevó a la madre Ascensión hasta las agrestes tierras del vicariato de Puerto Maldonado.

Saludo a los peregrinos de este vicariato apostólico y de otras regiones peruanas, que vieron florecer un fruto precioso de genuina evangelización, cultivado con esmero especialmente por manos femeninas. Y saludo también a los que han venido de Navarra, tierra natal de la nueva beata, y de otras partes de España, donde la semilla de la fe ha calado muy hondo y ha dado tantos misioneros en todas las partes del mundo.

La ceremonia ha tenido lugar en una fecha muy significativa para los misioneros y para toda la Iglesia:  la víspera de Pentecostés, momento en el que, bajo el impulso del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús se lanzaron sin temor a proclamar por doquier y públicamente la enseñanza del Maestro. Desde entonces otros han acogido el mandato misionero poniendo sus energías al servicio del Evangelio. Entre estos la madre Ascensión se dejó inflamar también por el fuego de Pentecostés y se comprometió a difundirlo en el mundo.

Que ella interceda ahora por todos vosotros, para que llevéis al mundo la luz que dio esplendor a su vida y gozo a su corazón.

Bendigo a todos con gran afecto. Muchas gracias.

* * *

 

Con gran alegría os doy la bienvenida a Roma, queridos hermanos y hermanas, con ocasión de la beatificación de la madre Mariana Cope. Sé que vuestra participación en la solemne liturgia del sábado, tan significativa para la Iglesia universal, será una fuente de gracia y de compromiso renovados con vistas al ejercicio de la caridad, que caracteriza la vida de todo cristiano.

Mariana Cope vivió una vida de profunda fe y amor, que dio fruto en un espíritu misionero de inmensa esperanza y confianza. En 1862 ingresó en la Congregación de las Religiosas Franciscanas de Syracuse, donde se impregnó de la particular espiritualidad de san Francisco de Asís, consagrándose sin reservas a las obras de misericordia espirituales y corporales. Con su experiencia de vida consagrada desarrolló un extraordinario apostolado, adornado con virtudes heroicas.

Como es bien sabido, mientras la madre Mariana era superiora general de su congregación, el entonces obispo de Honolulu invitó a la orden a ir a Hawai para trabajar entre los leprosos. La lepra estaba extendiéndose rápidamente y causaba sufrimientos y miseria indecibles entre los afectados. Otras cincuenta congregaciones habían recibido antes la misma petición, pero sólo la madre Mariana, en nombre de sus hermanas, respondió positivamente. Fiel al carisma de la orden, y a imitación de san Francisco, que abrazó a los leprosos, la madre Mariana se ofreció para la misión con un "sí" confiado. Durante treinta y cinco años, hasta su muerte en 1918, nuestra nueva beata dedicó su vida a amar y servir a los leprosos en las islas de Maui y Molokai.

Indudablemente, la generosidad de la madre Mariana, humanamente hablando, fue ejemplar. Pero las buenas intenciones y el altruismo por sí solos no bastan para explicar su vocación. Sólo la perspectiva de la fe nos permite comprender su testimonio, como cristiana y como religiosa, del amor sacrificial que alcanza su plenitud en Jesucristo. Todo lo que realizó estaba inspirado por su amor personal al Señor, que expresaba a su vez a través de su amor a las personas abandonadas y rechazadas por la sociedad de un modo lamentable.

Queridos hermanos y hermanas, inspirémonos hoy en la beata Mariana Cope para renovar nuestro compromiso de caminar por la senda de la santidad.

Pidiendo a Dios que vuestra peregrinación a Roma sea un tiempo de enriquecimiento espiritual, os imparto de corazón a vosotros mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los miembros de vuestras familias que han permanecido en casa, especialmente a los que están enfermos o sufren de cualquier modo.

La Virgen María nos obtenga el don de una fidelidad constante al Evangelio. Nos ayude a seguir el ejemplo de las nuevas beatas y a tender incansablemente a la santidad. A todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos, mi bendición.

 



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