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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CÁRITAS ITALIANA
EN EL 40 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN


Basílica de San Pedro
Jueves 24 de noviembre de 2011

 

Venerados hermanos;
queridos hermanos y hermanas:

Con alegría os acojo con ocasión del 40º aniversario de la institución de la Cáritas italiana. Os saludo con afecto, uniéndome a la acción de gracias de todo el Episcopado italiano por vuestro valioso servicio. Saludo cordialmente al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, agradeciéndole las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo a monseñor Giuseppe Merisi, presidente de la Cáritas, a los obispos encargados de las diversas Conferencias episcopales regionales, para el servicio de la caridad, al director de la Cáritas italiana, a los directores de las Cáritas diocesanas y a todos sus colaboradores.

Habéis venido a la tumba de Pedro para confirmar vuestra fe y retomar impulso en vuestra misión. El siervo de Dios Pablo VI, en el primer encuentro nacional con la Cáritas, en 1972, afirmó: «Por encima de este cometido puramente material de vuestra actividad debe resaltar su prevalente función pedagógica» (28 de septiembre de 1972: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de octubre de 1972, p. 9). En efecto, a vosotros se os ha confiado una importante tarea educativa con respecto a las comunidades, a las familias y a la sociedad civil en la que la Iglesia está llamada ser luz (cf. Flp 2, 15). Se trata de asumir la responsabilidad de educar en la vida buena del Evangelio, que es tal sólo si se comprende de manera orgánica el testimonio de la caridad. Las palabras del apóstol san Pablo iluminan esta perspectiva: «Pues nosotros mantenemos la esperanza de la justicia por el Espíritu y desde la fe; porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa por el amor» (Ga 5, 5-6). Este es el distintivo cristiano: la fe que actúa en la caridad. Cada uno de vosotros está llamado a dar su contribución para que el amor con el que Dios nos ama desde siempre y para siempre se convierta en actividad de la vida, en fuerza de servicio y en conciencia de la responsabilidad. «Porque nos apremia el amor de Cristo» (2 Co 5, 14), escribe san Pablo. Esta es la perspectiva que debéis hacer cada vez más presente en las Iglesias particulares en las que actuáis.

Queridos amigos, jamás desistáis de este compromiso educativo, aun cuando el camino sea difícil y parezca que el esfuerzo no da resultados. Vividlo con fidelidad a la Iglesia y con respeto a la identidad de vuestras instituciones, utilizando los instrumentos que la historia os ha dado y los que la «creatividad de la caridad» —como decía el beato Juan Pablo II— os sugiera en el futuro. Durante los cuatro decenios pasados habéis podido profundizar, experimentar y actuar un método de trabajo basado en tres aspectos relacionados entre sí y sinérgicos: escuchar, observar, discernir, poniéndolo al servicio de vuestra misión: la animación caritativa dentro de las comunidades y en los territorios. Se trata de un estilo que hace posible actuar pastoralmente, pero también perseguir un diálogo profundo y provechoso con los diversos ámbitos de la vida eclesial, con las asociaciones, con los movimientos y con el variado mundo del voluntariado organizado.

Ciertamente, escuchar para conocer, pero también para hacerse prójimo, para sostener a las comunidades cristianas en la ayuda a quien necesita sentir el calor de Dios a través de las manos abiertas y disponibles de los discípulos de Jesús. Es importante que las personas que sufren puedan sentir el calor de Dios y puedan sentirlo a través de nuestras manos y nuestro corazón abierto. De este modo, las Cáritas deben ser «centinelas» (cf. Is 21, 11-12), capaces de comprender y hacer comprender, de anticipar y prevenir, de sostener y proponer soluciones en la línea segura del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia. El individualismo de nuestros días, la presunta suficiencia de la técnica y el relativismo que influye en todos, exigen suscitar en personas y comunidades formas más elevadas de escucha, capacidad de apertura de la mirada y del corazón a las necesidades y los recursos, hacia formas comunitarias de discernimiento sobre el modo de ser y de situarse en un mundo en profunda transformación.

Releyendo las páginas del Evangelio, nos quedamos maravillados ante los gestos de Jesús: gestos que transmiten la Gracia, que educan en la fe y el seguimiento; gestos de curación y acogida, de misericordia y esperanza, de futuro y compasión; gestos que inician o perfeccionan una llamada a seguirlo y desembocan en el reconocimiento del Señor como única razón del presente y del futuro. La modalidad de los gestos y de los signos es connatural a la función pedagógica de la Cáritas. En efecto, a través de los signos concretos habláis, evangelizáis y educáis. Una obra de caridad habla de Dios, anuncia una esperanza, induce a plantearse interrogantes. Deseo que cultivéis del mejor modo posible la calidad de las obras que habéis sabido crear. Haced que hablen, por decirlo así, preocupándoos sobre todo por la motivación interior que las anima y por la calidad del testimonio que dan. Son obras que nacen de la fe. Son obras de Iglesia, expresión de la atención hacia quien más sufre. Son acciones pedagógicas, porque ayudan a los más pobres a crecer en su dignidad, a las comunidades cristianas a caminar en el seguimiento de Cristo, y a la sociedad civil a asumir conscientemente sus propias obligaciones. Recordemos lo que enseña el concilio Vaticano II: «Es preciso satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia» (Apostolicam actuositatem, 8). El servicio humilde y concreto que presta la Iglesia no quiere sustituir ni mucho menos adormecer la conciencia colectiva y civil. La apoya con espíritu de sincera colaboración, con la debida autonomía y con plena conciencia de la subsidiariedad.

Desde el comienzo de vuestro camino pastoral se os ha asignado, como compromiso prioritario, el esfuerzo por desarrollar una amplia presencia en el territorio, sobre todo a través de las Cáritas diocesanas y parroquiales. Es el objetivo que hay que perseguir también en el presente. Estoy seguro de que los pastores sabrán sosteneros y orientaros, sobre todo ayudando a las comunidades a comprender las características propias de la animación pastoral que la Cáritas lleva a la vida de cada Iglesia particular, y estoy seguro de que escucharéis a vuestros pastores y seguiréis sus indicaciones.

La atención al territorio y a su animación suscita, además, la capacidad de leer la evolución de la vida de las personas que viven en él, sus dificultades y preocupaciones, pero también las oportunidades y perspectivas. La caridad requiere apertura de la mente, amplitud de miras, intuición y previsión, y un «corazón que ve» (cf. Deus caritas est, 31). Responder a las necesidades no sólo significa dar pan al hambriento, sino también dejarse interpelar por las causas por las que tiene hambre, con la mirada de Jesús, que sabía ver la realidad profunda de las personas que se acercaban a él. Precisamente en esta perspectiva el tiempo actual interpela vuestro modo de ser animadores y agentes de caridad. El pensamiento no puede menos de ir también al vasto mundo de la inmigración. A menudo las calamidades naturales y las guerras crean situaciones de emergencia. La crisis económica global es un ulterior signo de los tiempos, que exige la valentía de la fraternidad. La brecha entre el norte y el sur del mundo, y la herida a la dignidad humana de tantas personas, exigen una caridad que se ensanche en círculos concéntricos desde los pequeños hacia los grandes sistemas económicos. El malestar creciente, el debilitamiento de las familias y la incertidumbre de la condición juvenil indican el riesgo de una disminución de la esperanza. La humanidad no sólo necesita bienhechores, sino también personas humildes y concretas que, como Jesús, sepan estar al lado de los hermanos, compartiendo algo de su sufrimiento. En una palabra, la humanidad busca signos de esperanza. Nuestra fuente de esperanza está en el Señor. Y por este motivo es necesaria la Cáritas; no para delegarle el servicio de caridad, sino para que sea un signo de la caridad de Cristo, un signo que dé esperanza. Queridos amigos, ayudad a toda la Iglesia a hacer visible el amor de Dios. Vivid la gratuidad y ayudad a vivirla. Recordad a todos la esencialidad del amor que se hace servicio. Acompañad a los hermanos más débiles. Animad a las comunidad cristianas. Decid al mundo la palabra del amor que viene de Dios. Buscad la caridad como síntesis de todos los carismas del Espíritu (cf. 1 Co 14, 1).

Que vuestra guía sea la santísima Virgen María, quien, en su visita a Isabel, llevó el don sublime de Jesús en la humildad del servicio (cf. Lc 1, 39-43). Os acompaño con la oración y de buen grado os imparto la bendición apostólica, extendiéndola a cuantos encontráis diariamente en vuestras múltiples actividades. Gracias.



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