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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A NUMEROSO MIEMBROS DEL CAMINO NEOCATECUMENAL

Sala Pablo VI
Viernes 20 de enero de 2012

 

Queridos hermanos y hermanas:

También este año tengo la alegría de poder encontrarme con vosotros y compartir este momento de envío para la misión. Un saludo particular a Kiko Argüello, a Carmen Hernández y a don Mario Pezzi, y un afectuoso saludo a todos vosotros: sacerdotes, seminaristas, familias, formadores y miembros del Camino Neocatecumenal. Vuestra presencia hoy es un testimonio visible de vuestro compromiso gozoso de vivir la fe, en comunión con toda la Iglesia y con el Sucesor de Pedro, y de ser anunciadores valientes del Evangelio.

En el pasaje de san Mateo que hemos escuchado, los Apóstoles reciben un mandato preciso de Jesús: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28, 19). Inicialmente habían dudado, en su corazón todavía había incertidumbre, estupor ante el acontecimiento de la resurrección. Y es Jesús mismo, el Resucitado —destaca el evangelista—, quien se acerca a ellos, les hace sentir su presencia, los envía a enseñar todo lo que les ha comunicado, dándoles una certeza que acompaña a todo anunciador de Cristo: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 21). Son palabras que resuenan con fuerza en vuestro corazón. Habéis cantado Resurrexit, que expresa la fe en el Viviente, en aquel que, con un acto supremo de amor, ha vencido el pecado y la muerte y da al hombre, a nosotros, el calor del amor de Dios, la esperanza de ser salvados, un futuro de eternidad.

Durante estos decenios de vida del Camino uno de vuestros compromisos firmes ha sido proclamar a Cristo resucitado, responder a sus palabras con generosidad, abandonando a menudo seguridades personales y materiales, dejando incluso el propio país, y afrontando situaciones nuevas y no siempre fáciles. Llevar a Cristo a los hombres y llevar a los hombres a Cristo: esto es lo que anima toda obra evangelizadora. Vosotros lo realizáis en un camino que ayuda a quien ya ha recibido el Bautismo a redescubrir la belleza de la vida de fe, la alegría de ser cristiano. El «seguir a Cristo» exige la aventura personal de su búsqueda, de ir con él, pero implica también salir del encierro del yo, romper el individualismo que a menudo caracteriza a la sociedad de nuestro tiempo, para sustituir el egoísmo con la comunidad del hombre nuevo en Jesucristo. Y esto se realiza en una profunda relación personal con él, en la escucha de su Palabra, recorriendo el camino que nos ha indicado, pero también se lleva a cabo, inseparablemente, al creer con su Iglesia, con los santos, en los que se da a conocer siempre nuevamente el verdadero rostro de la Esposa de Cristo.

Como sabemos, este compromiso no siempre es fácil. A veces estáis presentes en lugares donde es necesario un primer anuncio del Evangelio, la missio ad gentes; a menudo, en cambio, en regiones que, aun habiendo conocido a Cristo, se han vuelto indiferentes a la fe: el laicismo ha eclipsado el sentido de Dios y oscurecido los valores cristianos. Allí vuestro compromiso y vuestro testimonio han de ser como la levadura que, con paciencia, respetando los tiempos, con sensus Ecclesiae, hace crecer toda la masa. La Iglesia ha reconocido en el Camino un don particular que el Espíritu Santo ha dado a nuestro tiempo, y la aprobación de los Estatutos y del «Directorio catequístico» son un signo de ello. Os animo a dar vuestra original contribución a la causa del Evangelio. En vuestra valiosa obra buscad siempre una profunda comunión con la Sede Apostólica y con los pastores de las Iglesias particulares, en las que estáis insertados: la unidad y la armonía del Cuerpo eclesial son un importante testimonio de Cristo y de su Evangelio en el mundo en que vivimos.

Queridas familias, la Iglesia os da las gracias; os necesita para la nueva evangelización. La familia es una célula importante para la comunidad eclesial, donde se forma la vida humana y cristiana. Con gran alegría veo a vuestros hijos, muchos niños que os miran a vosotros, queridos padres, que miran vuestro ejemplo. Un centenar de familias están a punto de partir para doce misiones ad gentes. Os invito a no tener miedo: quien lleva el Evangelio jamás está solo. Saludo con afecto a los sacerdotes y a los seminaristas: amad a Cristo y a la Iglesia, transmitid la alegría de haberlo encontrado y la belleza de haberle dado todo. Saludo también a los itinerantes, a los responsables y a todas las comunidades del Camino. Seguid siendo generosos con el Señor: os dará siempre su consuelo.

Hace unos momentos se os ha leído el Decreto con el que se aprueban las celebraciones presentes en el «Directorio catequístico del Camino neocatecumenal», que no son estrictamente litúrgicas, pero forman parte del itinerario de crecimiento en la fe. Es otro elemento que os muestra cómo la Iglesia os acompaña con atención en un discernimiento paciente, que comprende vuestra riqueza, pero que también tiene en cuenta la comunión y la armonía de todo el Corpus Ecclesiae.

Este hecho me brinda la ocasión para una breve reflexión sobre el valor de la liturgia. El concilio Vaticano II la define como la obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium, 7). A simple vista, esto podría parecer extraño, porque da la impresión de que la obra de Cristo designa las acciones redentoras históricas de Jesús, su pasión, muerte y resurrección. ¿En qué sentido, entonces, la liturgia es obra de Cristo? La pasión, muerte y resurrección de Jesús no son sólo acontecimientos históricos; alcanzan y penetran la historia, pero la trascienden y permanecen siempre presentes en el corazón de Cristo. En la acción litúrgica de la Iglesia está la presencia activa de Cristo resucitado, que hace presente y eficaz para nosotros hoy el mismo Misterio pascual, para nuestra salvación; nos atrae en este acto de entrega de sí mismo que en su corazón siempre está presente y nos hace participar en esta presencia del Misterio pascual. Esta obra del Señor Jesús, que es el verdadero contenido de la liturgia; este entrar en la presencia del Misterio pascual, es también obra de la Iglesia, que, al ser su cuerpo, es un único sujeto con Cristo —Christus totus caput et corpus—, dice san Agustín. En la celebración de los sacramentos, Cristo nos sumerge en el Misterio pascual para hacernos pasar de la muerte a la vida, del pecado a la vida nueva en Cristo.

Esto vale de modo muy especial para la celebración de la Eucaristía, que, al ser el culmen de la vida cristiana, es también el centro de su redescubrimiento, al que tiende el neocatecumenado. Como rezan vuestros Estatutos, «la Eucaristía es esencial para el neocatecumenado, puesto que es catecumenado posbautismal, vivido en pequeñas comunidades» (art. 13 § 1). Precisamente para favorecer un nuevo acercamiento a la riqueza de la vida sacramental por parte de personas que se han alejado de la Iglesia, o no han recibido una formación adecuada, los neocatecumenales pueden celebrar la Eucaristía dominical en pequeñas comunidades, después de las primeras Vísperas del domingo, según las disposiciones del obispo diocesano (cf. Estatutos, art. 13 § 2). Pero toda celebración eucarística es una acción del único Cristo juntamente con su única Iglesia, y por eso mismo está abierta esencialmente a todos los que pertenecen a su Iglesia. Este carácter público de la sagrada Eucaristía se expresa en el hecho de que toda celebración de la santa misa es dirigida, en última instancia, por el obispo como miembro del Colegio episcopal, responsable de una determinada Iglesia local (cf. Lumen gentium, 26). La celebración en pequeñas comunidades, regulada por los libros litúrgicos, que hay que seguir fielmente, y con las particularidades aprobadas en los Estatutos del Camino, tiene como finalidad ayudar a cuantos recorren el itinerario neocatecumenal a percibir la gracia de estar insertados en el misterio salvífico de Cristo, que hace posible un testimonio cristiano capaz de asumir también los rasgos de la radicalidad. Al mismo tiempo, la maduración progresiva de la persona y de la pequeña comunidad en la fe debe favorecer su inserción en la vida de la gran comunidad eclesial, que tiene su forma ordinaria en la celebración litúrgica de la parroquia, en la cual y por la cual se actúa el Neocatecumenado (cf. Estatutos, art. 6). Pero también durante el camino es importante no separarse de la comunidad parroquial, precisamente en la celebración de la Eucaristía, que es el verdadero lugar de la unidad de todos, donde el Señor nos abraza en los diversos estados de nuestra madurez espiritual y nos une en el único pan, que nos hace un único cuerpo (cf. 1 Co 10, 16 s).

¡Ánimo! El Señor os acompaña siempre, y también yo os aseguro mi oración y os agradezco las numerosas muestras de cercanía. Os pido que también os acordéis de mí en vuestras oraciones. Que la santísima Virgen María os asista con su mirada maternal, y os sostenga mi bendición apostólica, que extiendo a todos los miembros del Camino. Gracias.



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