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CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA

DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
CON OCASIÓN DEL 50 ANIVERSARIO DEL DECRETO "UNITATIS REDINTEGRATIO"

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Señores cardenales,
queridos hermanos obispos y sacerdotes,
queridos hermanos y hermanas:

Os saludo cordialmente a todos y os agradezco este encuentro, que coincide con el quincuagésimo aniversario de la promulgación del decreto del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio. Aquel 21 de noviembre de 1964 también se promulgaron la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium y el decreto sobre las Iglesias orientales católicas Orientalium Ecclesiarum. El conjunto de estos tres documentos, tan profundamente unidos uno con otro, permite una visión de la eclesiología católica tal como la propuso el Concilio Vaticano II. Por eso habéis querido dedicar vuestros trabajos a reflexionar sobre cómo la Unitatis redintegratio puede seguir inspirando el compromiso ecuménico de la Iglesia en el escenario de hoy, que ha cambiado.

Ante todo, podemos alegrarnos de que la enseñanza del Concilio se haya recibido ampliamente. Durante estos años, a partir de motivaciones teológicas radicadas en la Escritura y en la Tradición de la Iglesia, ha ido cambiando nuestra actitud como católicos respecto a los cristianos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Ya forman parte del pasado la hostilidad y la indiferencia que habían planteado obstáculos aparentemente insalvables y producido heridas profundas, al mismo tiempo que ha comenzado un proceso de sanación que permite acoger al otro como hermano y hermana en la unidad profunda que nace del Bautismo.

Este cambio de mentalidad, realizado gracias a la Unitatis redintegratio y a la acción ecuménica que derivó de ella, puede y debe penetrar cada vez más a fondo la enseñanza teológica y la praxis pastoral de las diócesis, de los institutos de vida consagrada, de las asociaciones y de los movimientos eclesiales. Todos los fieles deben mantener siempre viva la conciencia del compromiso que comporta la voluntad de Jesús expresada en su oración al Padre la víspera de su Pasión: «Que todos sean uno» (Jn 17, 21).

Este aniversario nos invita a dar gracias a Dios por los abundantes frutos que se han recogido durante este medio siglo. En particular, se ha realizado lo que el Concilio había recomendado, o sea, el aprecio de todo lo que es bueno y verdadero en la vida de los cristianos de cada comunidad.

Todo esto ha permitido profundizar los contactos con muchas Iglesias y Comunidades eclesiales y desarrollar nuevas formas de colaboración. Al respecto, han sido muy importantes las traducciones ecuménicas de la Sagrada Escritura. Cristianos de diversas Iglesias y Comunidades eclesiales trabajan juntos al servicio de la humanidad sufriente y necesitada, para la defensa de la vida humana y de su dignidad inalienable, para la salvaguardia de la creación y contra las injusticias que afligen a tantos hombres y pueblos.

Como obispo de la Iglesia que preside en la caridad universal, deseo expresar mi gratitud a todos los que durante estos cincuenta años se han prodigado de diferentes modos al servicio de la reconciliación y de la comunión entre todos los creyentes en Cristo, en particular, a cuantos han trabajado en el Secretariado para la unión de los cristianos y en el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos.

Mientras damos gracias, debemos reconocer que los cristianos aún estamos divididos, y que divergencias sobre nuevos temas antropológicos y éticos complican más nuestro camino hacia la unidad. Sin embargo, no podemos ceder al desaliento y a la resignación, sino seguir confiando en Dios que pone en el corazón de los cristianos semillas de amor y de unidad para afrontar con renovado impulso los desafíos ecuménicos de hoy: para cultivar el ecumenismo espiritual, para valorar el ecumenismo de la sangre, para caminar juntos por el camino del Evangelio.

El ecumenismo espiritual, que tiene su momento culminante en la Semana de oración por la unidad de los cristianos, vive y se desarrolla a través de innumerables canales, que verdaderamente sólo el Señor ve, pero que a menudo también nosotros tenemos la alegría de conocer: es una red mundial de momentos de oración que, desde el nivel parroquial y el internacional, difunden en el cuerpo de la Iglesia el oxígeno del genuino espíritu ecuménico; una red de gestos, que nos unen trabajando juntos en tantas obras de caridad; y es también una comunión de oraciones, de meditaciones y de otros textos que circulan en la web y pueden contribuir a aumentar el conocimiento, el respeto y la estima recíprocos.

Respecto al ecumenismo de la sangre, precisamente la Unitatis redintegratio invitaba a valorarlo, reconociendo en los hermanos y en las hermanas de otras Iglesias y Comunidades cristianas la capacidad —donada por Dios— de dar testimonio de Cristo hasta el sacrificio de la vida (cf. n. 4). Dicho testimonio no ha faltado jamás durante estos cincuenta años y sigue también en nuestros días. Nos corresponde a nosotros acogerlo con fe y dejar que su fuerza nos impulse a convertirnos en una fraternidad cada vez más plena. Quienes persiguen a Cristo en sus fieles no hacen diferencia entre las confesiones: los persiguen simplemente porque son cristianos.

Durante estos meses, encontrándome con tantos cristianos no católicos, o leyendo sus cartas, he podido ver que existe, a pesar de cuestiones abiertas que aún nos separan, un deseo generalizado y fuerte de caminar juntos, de rezar, de conocer y amar al Señor, de colaborar en el servicio y en la solidaridad con los débiles y los que sufren. Estoy convencido de esto: en un camino común, con la guía del Espíritu Santo y aprendiendo unos de otros, podemos crecer en la comunión que ya nos une.

Queridos hermanos y hermanas: Cincuenta años después de la Unitatis redintegratio, la búsqueda de la plena unidad de los cristianos sigue siendo una prioridad para la Iglesia católica y, por tanto, para mí es una de las principales preocupaciones diarias. La unidad es, ante todo, don de Dios y obra del Espíritu Santo, pero todos estamos llamados a colaborar siempre y en toda circunstancia. Por tanto, os agradezco todo vuestro trabajo y, al encomendaros a la intercesión maternal de la bienaventurada Virgen María, os pido, por favor, que recéis por mí y por mi ministerio, y de corazón os bendigo.

Vaticano, 20 de noviembre de 2014

Francisco

 



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