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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO ANUAL DE LOS JÓVENES EN MEDJUGORJE

[1-6 de agosto de 2021]

 

Queridos amigos:

El Festival de la Juventud es una semana intensa de oración y encuentro con Jesucristo, especialmente en su palabra viva, en la Eucaristía, en la adoración y en el Sacramento de la Reconciliación. Este acontecimiento —nos lo dice la experiencia de tantos— tiene el poder de encaminarnos hacia el Señor. Y éste es precisamente el primer paso que dio también el “joven rico” del que nos hablan los Evangelios sinópticos (cf. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23), que se puso en camino, todavía más, corrió hacia el Señor, lleno de ímpetu y deseo de encontrar al Maestro para heredar la vida eterna, es decir, la felicidad. La palabra guía del Festival de este año es la pregunta que el joven hizo a Jesús: «¿Qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Es una palabra que nos pone ante el Señor; y Él fija su mirada en nosotros, nos ama y nos invita: «¡Ven! Sígueme» (Mt 19,21).

El Evangelio no nos dice el nombre de ese joven, lo que sugiere que puede representar a cada uno de nosotros. Además de poseer muchos bienes, parece estar bien educado e instruido, y también animado por una sana inquietud que le impulsa a buscar la verdadera felicidad, la vida en plenitud. Por eso se pone en camino para encontrar una guía autorizada, creíble y fiable. Encuentra esa autoridad en la persona de Jesucristo y por eso le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?» (Mc 10,17). Pero el joven piensa en un bien que se puede ganar con su propio esfuerzo. El Señor le responde con otra pregunta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios» (v. 18). Así, Jesús le dirige a Dios, que es el Bien único y supremo del que proceden todos los bienes.

Para ayudarle a acceder a la fuente del bien y de la verdadera felicidad, Jesús le indica la primera etapa que debe recorrer, que es aprender a hacer el bien a los demás: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19,17). Jesús lo devuelve a la vida terrenal y le muestra el camino para heredar la vida eterna, es decir, el amor concreto al prójimo. Pero el joven responde que siempre lo ha hecho y que se ha dado cuenta de que no basta con seguir los preceptos para ser feliz. Entonces Jesús posa en él una mirada llena de amor. Reconoce el deseo de plenitud del joven en su corazón y su sana inquietud que le lleva a buscarla; por eso siente ternura y cariño por él.

Sin embargo, Jesús también comprende cuál es el punto débil de su interlocutor: está demasiado apegado a los muchos bienes materiales que posee. Por eso el Señor le propone un segundo paso a dar, el de pasar de la lógica del “mérito” a la del don: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo» (Mt 19,21). Jesús cambia la perspectiva: le invita a no pensar en asegurarse el más allá sino a darlo todo en su vida terrenal, imitando así al Señor. Es la llamada a una mayor madurez, a pasar de los preceptos observados para obtener recompensas al amor gratuito y total. Jesús le pide que deje todo lo que lastra el corazón y obstaculiza el amor. Lo que Jesús propone no es tanto un hombre despojado de todo sino un hombre libre y rico en relaciones. Si el corazón está abarrotado de posesiones, el Señor y el prójimo se convierten sólo en una cosa entre otras. Nuestro tener demasiado y querer demasiado sofocan nuestro corazón y nos hacen infelices e incapaces de amar.

Finalmente, Jesús propone una tercera etapa, la de la imitación: «¡Ven! Sígueme». «Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más profunda. Ser discípulo de Jesús significa hacerse conforme a él» (Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis splendor, 21). A cambio, recibiremos una vida rica y feliz, llena de rostros de muchos hermanos y hermanas, y padres y madres e hijos... (cf. Mt 19,29). Seguir a Cristo no es una pérdida, sino una ganancia incalculable, mientras que la renuncia se refiere al obstáculo que impide el camino. Ese joven rico, sin embargo, tiene su corazón dividido entre dos amos: Dios y el dinero. El miedo a arriesgarse y a perder sus posesiones le hace volverse a casa triste: «Abatido por estas palabras, se marchó entristecido» (Mc 10,22). No había dudado en plantear la pregunta decisiva, pero no tuvo valor para aceptar la respuesta, que es la propuesta de “desatarse” de sí mismo y de las riquezas para “atarse” a Cristo, para caminar con Él y descubrir la verdadera felicidad.

Amigos, también a cada uno de vosotros Jesús os dice: «¡Ven! Sígueme». Tened la valentía de vivir vuestra juventud encomendándoos al Señor y poniéndoos en camino con él. Dejaos conquistar por su mirada de amor que nos libera de la seducción de los ídolos, de las falsas riquezas que prometen la vida pero traen la muerte. No tengáis miedo de acoger la Palabra de Cristo y de aceptar su llamada. No os desaniméis como el joven rico del Evangelio; en cambio, fijad vuestra mirada en María, el gran modelo de la imitación de Cristo, y encomendaos a Ella, que, con su «heme aquí», respondió sin reservas a la llamada del Señor. Su vida es una entrega total, desde el momento de la Anunciación hasta el Calvario, donde se convirtió en nuestra Madre. Miremos a María para encontrar la fuerza y recibir la gracia que nos permita decir nuestro «heme aquí» al Señor. Miremos a María para aprender a traer a Cristo al mundo, como Ella hizo cuando, llena de atención y alegría, corrió a ayudar a santa Isabel. Busquemos a María para transformar nuestra vida en un don para los demás. Con su interés por los esposos de Caná, nos enseña a estar atentos a los demás. Con su vida nos muestra que en la voluntad de Dios está nuestra alegría, y acogerla y vivirla no es fácil, pero nos hace felices. Sí, «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1).

Queridos jóvenes, en vuestro camino con el Señor Jesús, animados también por este Festival, os encomiendo a todos a la intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre celestial, invocando la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Que la mirada de Dios que os ama personalmente os acompañe cada día, para que, en vuestras relaciones con los demás, seáis testigos de la vida nueva que habéis recibido como don. Por eso rezo y os bendigo, y os pido también a vosotros que recéis por mí.

Roma, San Juan de Letrán, 29 de junio de 2021

Francisco

 


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 2 de agosto de 2021



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