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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA COP26

[Glasgow, 31 de octubre–12 de noviembre de 2021]

A Su Excelencia el Sr. Alok Sharma
Presidente del la 26ª Conferencia de las partes
de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático

Excelencia:

Al iniciarse la Conferencia de Glasgow, todos somos conscientes de que tiene la importante tarea de mostrar a toda la comunidad internacional si realmente existe la voluntad política de asignar de forma honesta, responsable y valiente más recursos humanos, financieros y tecnológicos para mitigar los efectos negativos del cambio climático, así como para ayudar a las poblaciones más pobres y vulnerables, que son las que más sufren [1].

Pero hay más por delante: esta tarea tendrá que realizarse en medio de una pandemia que flagela nuestra humanidad desde hace casi dos años. Junto a los diversos dramas que ha traído la covid-19, la pandemia también nos enseña que no tenemos alternativa: sólo conseguiremos vencerla si todos participamos en este reto. Todo esto, como bien sabemos, requiere una cooperación profunda y unida entre todos los pueblos del mundo.

Hubo un antes de la pandemia; será inevitablemente diferente del después de la pandemia que debemos construir, juntos, partiendo de los errores del pasado.

Un argumento similar puede hacerse para abordar el problema global del cambio climático. No tenemos alternativa. Sólo podremos alcanzar los objetivos escritos en el Acuerdo de París si actuamos de forma coordinada y responsable. Son objetivos ambiciosos, pero no pueden retrasarse. Hoy estas decisiones les corresponden a ustedes.

La COP26 puede y debe contribuir activamente a esta construcción consciente de un futuro en el que los comportamientos cotidianos y las inversiones económicas y financieras puedan realmente salvaguardar las condiciones de una vida digna de la humanidad hoy y mañana en un planeta “sano”.

Se trata de un cambio de época, un reto de civilización para el que es necesario el compromiso de todos, y en particular de los países con mayores capacidades, que deben liderar la financiación climática, la descarbonización del sistema económico y de la vida de las personas, la promoción de una economía circular y el apoyo a los países más vulnerables para adaptarse a los impactos del cambio climático y responder a las pérdidas y daños derivados de este fenómeno.

Por su parte, la Santa Sede, como he indicado al High Level Virtual Climate Ambition Summit del 12 de diciembre de 2020, ha adoptado una estrategia de reducción a cero de las emisiones netas (net-zero emission ) que se mueve sobre dos planos: 1) el compromiso del Estado de la Ciudad del Vaticano para alcanzar este objetivo antes de 2050; 2) el compromiso de la propia Santa Sede para promover la educación para la ecología integral, consciente de que las medidas políticas, técnicas y operativas deben combinarse con un proceso educativo que, también y especialmente entre los jóvenes, promueva nuevos estilos de vida y fomente un modelo cultural de desarrollo y sostenibilidad centrado en la fraternidad y en la alianza entre el ser humano y el entorno natural. Estos compromisos han dado lugar a miles de iniciativas en todo el mundo.

En este sentido, el 4 de octubre tuve el placer de reunirme con varios líderes religiosos y científicos para firmar un llamamiento conjunto con vistas a la COP26. En esa ocasión, escuchamos las voces de representantes de muchas confesiones y tradiciones espirituales, de muchas culturas y campos científicos. Voces diferentes con sensibilidades diferentes. Pero lo que sí pudo percibirse claramente fue una fuerte convergencia de todos en el compromiso con la urgente necesidad de iniciar un cambio de rumbo capaz de pasar de forma decisiva y convincente de la “cultura del despilfarro” imperante en nuestra sociedad a una “cultura del cuidado” de nuestra casa común y de quienes viven o vivirán en ella.

Las heridas causadas a la humanidad por la pandemia de Covid-19 y el cambio climático son comparables a las resultantes de un conflicto mundial. Al igual que tras la Segunda Guerra Mundial, hoy es necesario que toda la comunidad internacional dé prioridad a la puesta en marcha de acciones colegiadas, solidarias y con amplitud de miras.

Necesitamos esperanza y valor. La humanidad tiene los medios para afrontar esta transformación, que requiere una verdadera conversión, tanto individual como comunitaria, y una voluntad decidida de emprender este camino. Se trata de una transición hacia un modelo de desarrollo más integral e integrador, basado en la solidaridad y la responsabilidad; una transición en la que también hay que tener muy en cuenta los efectos que tendrá en el mundo del trabajo.

En esta perspectiva, debe prestarse especial atención a las poblaciones más vulnerables, con las que se ha acumulado una “deuda ecológica”, vinculada tanto a los desequilibrios comerciales con consecuencias medioambientales como a la utilización desproporcionada de los recursos naturales en su propio país y en otros [2]. No podemos negar esto.

La “deuda ecológica” recuerda, en cierto modo, la cuestión de la deuda externa, cuya presión suele obstaculizar el desarrollo de los pueblos [3]. La post-pandemia puede y debe reiniciarse teniendo en cuenta todos estos aspectos, ligados también a la puesta en marcha de cuidadosos procedimientos negociados de condonación de la deuda externa asociados a una estructuración económica más sostenible y justa, orientada a apoyar la emergencia climática. Es “necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver la deuda [ecológica] limitando significativamente el consumo de energía no renovable, y proporcionando recursos a los países más necesitados para promover políticas y programas de desarrollo sostenible” [4]. Un desarrollo en el que todos puedan participar por fin.

Por desgracia, tenemos que constatar con amargura lo lejos que estamos de alcanzar los objetivos deseados para combatir el cambio climático. Hay que decirlo con sinceridad: ¡no nos lo podemos permitir! En varios momentos de la preparación de la COP26, ha quedado claro que no hay más tiempo para esperar; hay demasiados rostros humanos que sufren esta crisis climática: además de sus impactos cada vez más frecuentes e intensos en la vida cotidiana de muchas personas, especialmente de las poblaciones más vulnerables, nos damos cuenta de que también se ha convertido en una crisis de los derechos de los niños y de que, en un futuro próximo, los migrantes por motivos medioambientales superarán a los refugiados por conflictos.

Se necesita una acción urgente, valiente y responsable. También debemos actuar para preparar un futuro en el que la humanidad sea capaz de cuidar de sí misma y de la naturaleza.

Los jóvenes, que en los últimos años nos piden insistentemente que actuemos, no tendrán un planeta diferente del que les dejamos, del que podrán recibir como resultado de nuestras decisiones concretas de hoy. Este es el momento de la decisión que les dará motivos de confianza en el futuro.

Me hubiera gustado estar presente con ustedes, pero no ha sido posible. Pero les acompaño con mis oraciones en estas importantes decisiones.

Reciba, señor Presidente, mis más sinceros y cordiales saludos.

Desde el Vaticano, el 29 de octubre de 2021

Francisco

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[1] Cf. Vídeomensaje para la Cumbre del Clima, Nueva York, 23 de septiembre de 2019.

[2] Carta Encíclica Laudato si’, 51.

[3] Carta Encíclica Fratelli tutti, 126.

[4] Carta Encíclica Laudato si’, 52.



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